El aspecto más original del pensamiento de S. K. Kierkegaard radica en la reivindicación del carácter concreto de la existencia, de la irreducibilidad del individuo (de cada individuo) frente a las teorizaciones abstractas de todas las filosofías.
En clara oposición al sistema hegeliano (-->), Kierkegaard afirmó que el hombre real no es reducible a un concepto, porque para éste el nacimiento y la muerte representan mucho más que las etapas de un proceso dialéctico. A diferencia de los animales, cada hombre o mujer es un <unicum> que no se puede explicar encuadrándolo simplemente en el género (la humanidad) al que pertenece.
La intuición de que la categoría fundadora de la filosofía debe ser el individuo en su singularidad llevó a Kierkegaard a ser (deseándolo) un pensador subjetivo. Ello no significa solamente que toda su producción tuviese un marcado carácter biográfico: significa también que el filósofo quiso hacer de su propia existencia la parte esencial de su mensaje filosófico.
Desde el punto de vista de los valores dominantes, la suya fue una vida fracasada: estudió teología por un compromiso contraído con su padre moribundo, pero no llegó nunca a ser pastor; se enamoró, pero rompió el noviazgo antes de la boda; pasó su vida escribiendo, pero no aceptó nunca ser un escritor (hasta el punto de firmar con pseudónimos: Victor Eremita, Frater Taciturnus).
Este rechazo de toda determinación, de toda elección cualesquiera que fuese, supone la consecuencia de una vida que no quiso salir nunca del ámbito de una perenne posibilidad. En cierto sentido, Kierkegaard, rechazó la <madurez>: es decir, el paso de las infinitas posibilidades de la juventud a la concreta determinación de la <vida adulta> (una profesión, una familia). Se negó a tener que elegir, decidiendo vivir en una adolescencia perenne y sufrir para siempre las tormentosas indecisiones típicas de esta edad. En este estado de suspensión todo fue para él voluntariamente incierto, en estado potencial; el no-escoger sistemático hizo de Kierkegaard un extranjero ante sí mismo, un ser procedente de un mundo distinto.
En este vacío de acontecimientos, las reflexiones del filósofo danés se organizaron alrededor de hechos minúsculos pero dotados de significados cada vez más profundos. Así se explican sus tormentos espirituales en torno a una imprecisa <maldición divina> que pesaba sobre él y sobre su familia (una <espina en propia carne>, un <terremoto>, un <aguijón>). Muchos biógrafos han hecho lo imposible por descifrar estas alusiones siempre intencionadamente genéricas: lo cierto es que Kierkegaard vio morir a cinco de sus seis hermanos y se convenció de que estas desgracias respondían a una culpa cometida por su padre (una grave blasfemia, acaso un adulterio). Pese a ello, Kierkegaard no se decidió jamás a comprobar sus sospechas, sino que prefirió no pedir explicaciones a su padre (manteniendo de esta forma todo este asunto, espiritualmente muy tormentoso, en el campo de la pura posibilidad).
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO