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PNEUMA




Fue Epicuro (Carta a Herodoto) quien intentó definir con precisión la escurridiza noción de pneuma (literalmente, en griego, aire, soplo, respiración, espíritu, vida): <Un cuerpo ligero, muy similar a un viento cálido, esparcido por todo el organismo>, aquella sustancia invisible que anima los organismos, los llena de vida y, evidentemente, no está presente ni en los cadáveres ni en el reino mineral.

En la base de esta creencia (y de su duración hasta la edad moderna) se encontraba una experiencia médico-científica fundamental. La fisiología elaborada en el s. II d.C. por Galeno, el médico más famoso de la antigüedad y máxima autoridad medieval, distinguía entre el sistema venoso por el que circula la sangre (producida en el hígado mediante una filtración de los alimentos) y el sistema arterial, por el que circula el pneuma. El hecho de que la fuente más importante de informaciones anatómicas de la antigüedad fuese el sacrificio de animales con fines adivinatorios explica, por lo menos en parte, esta creencia; de hecho, primero se degollaba al animal para que muriese desangrado y, después, era diseccionado; de esta forma, la sangre ya había salido de las arterias y de los vasos sanguíneos más grandes, los cuales, por tanto, se presentaban aparentemente vacíos o llenos de aire. Según la medicina antigua, los <espíritus vitales> debían circular precisamente a través de éstos.

En el mundo antiguo, el pneuma vital fue una noción-puente entre lo físico y lo espiritual, según un acercamiento previo al cartesianismo que niega una contraposición absoluta entre espíritu y materia (--> Res Cogitans/Res Extensa). De hecho, el pneuma, por muy refinado que sea, no deja de ser un elemento material y puede considerarse el componente operativo-concreto de la vida y del espíritu.

La noción alcanzó una importante relevancia entre los estoicos, quienes en el pneuma vital de cada individuo únicamente vieron una articulación específica del pneuma cósmico, el espíritu universalmente difundido que anima y regula el mundo en toda su complejidad y cada cosa en particular. El pneuma, presente de forma activa en cada individuo viviente, existe también de forma pasiva en el mundo mineral e inorgánico: toda parte del Universo está, por así decirlo, impregnada de pneuma. Animismo, vitalismo y panteísmo son elementos que caracterizan a esta doctrina: el pneuma cósmico de los estoicos es una fuerza divina inmanente (--> Inmanentismo) y difundida por toda la naturaleza. Debido a la simplicidad de su existencia, cada elemento posee por lo menos un poco de éste. Por tanto, cada elemento posee un alma y también la poseen los ríos, las grutas, el bosque o cualquier lugar: cualquier porción significativa del espacio tiene su genius loci (literalmente, <el espíritu>, <el alma del lugar>).

En conexión con la teoría del microcosmos-macrocosmos (--> Microcosmos/Macrocosmos), el pneuma podría entenderse asimismo como el alma del mundo (-->). En el s. XVI, y respondiendo a una visión más moderna e intelectual, G. Bruno llegó a hablar de una <mente universal>, una inteligencia difundida por todo lo creado de la que todas las mentes individuales serían un <componente inconsciente>.





TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO