Ya en la Antigüedad, el erudito Diógenes Laercio planteaba la cuestión de las relaciones entre la filosofía oriental y la tradición europea. De hecho, son bastante frecuentes las coincidencias y las semejanzas, ya que, entre los filósofos presocráticos, predominaron en Occidente concepciones monistas de la realidad muy próximas a aquellas de la antigua sabiduría india y china.
Sólo a partir de la figura de Platón empezará a ser bastante clara la diferente dirección del pensamiento occidental, caracterizado por el dualismo, en primer lugar platónico (entre ideas y apariencia sensible), después cristiano (entre espíritu y cuerpo) y, por último, en época moderna, científico-cartesiano (entre mente y materia).
Para explicar las coincidencias iniciales, los comentadores antiguos supusieron que los primeros filósofos realizaron frecuentes viajes a Oriente, pero se trata casi siempre de evidentes añadiduras propagandísticas para aumentar el carisma de los antiguos maestros.
Los griegos, en realidad, aunque supieran de la existencia de una antigua y prestigiosa sabiduría oriental, no conocían sus doctrinas específicas; de ahí que hoy en día se acepte generalmente la idea de Diógenes Laercio según la cual, en cualquier caso, la filosofía occidental mostró ya en sus albores su propia especificidad (sintetizada en la conquista de la noción de logos, la inteligencia racional-discursiva).
Por encima de cualquier sugestiva analogía temática posible, la actitud puramente racionalista es típica y exclusiva de la ciencia occidental.
No obstante, existen impresionantes afinidades entre algunas teorías de los filósofos presocráticos y la enseñanza de algunos maestros orientales: entre la doctrina de la unidad de los contrarios de Heráclito, por ejemplo, y el taoísmo, la religión-filosofía china fundada por Lao Tze. Tanto Heráclito como Lao Tze amaron el mismo estilo conciso, denominado oracular por su fuerte ambigüedad; Heráclito recibió el sobrenombre del oscuro, ya que escribía a conciencia únicamente frases muy breves tremendamente enigmáticas; también Lao Tze amaba la brevedad, lo que queda patente en su Tao-dejing (El libro de la vía y de la virtud), que consta sólo de cincuenta mil caracteres ideográficos y está estructurado en máximas, aforismos y breves síntesis, con un gran gusto por las formulaciones paradójicas. Veamos un ejemplo: <El Tao que puede ser llamado Tao no es el verdadero Tao. Si su nombre puede ser pronunciado, no es su verdadero nombre. Aquello que no tiene nombre es el principio del cielo y de la tierra>.
A veces resulta muy difícil establecer si una de estas máximas pertenece a uno o a otro filósofo. Heráclito dice: <Uniones son lo entero y lo no entero, lo concorde y lo discorde, lo armónico y lo desarmónico, de todas las cosas el uno y del uno todas las cosas>; en efecto, este pensamiento podría usarse de forma válida para explicar el símbolo del Tao.
Sin embargo, a pesar de esta coincidencia, es posible que ambos alcanzaran formulaciones análogas de forma totalmente independiente. De hecho, Heráclito y Lao Tze fueron contemporáneos (vivieron ambos entre el s. VI y el s. V a.C.), pero la distancia geográfica entre los dos descarta que pudiesen llegar a establecer algún tipo de relación o de interdependencia.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO