Observar las estatuas erigidas en honor de los filósofos presocráticos produce una extraña impresión: todos sus rostros son semejantes y claramente sujetos a rígidas normas convencionales; por ejemplo, siempre representan a un anciano (ya que la edad de la sabiduría es la vejez: --> Homero). Las causas del fenómeno son múltiples. En primer lugar, estos retratos fueron esculpidos bastante tiempo después de la muerte de los filósofos, esto es, cuando, a partir de los ss. V-IV (--> Helenismo), empezó a surgir el interés por su aspecto físico. Por tanto, es lógico que ya nadie recordase las características de hombres muertos un siglo atrás. En segundo lugar, estos retratos no tenían de ninguna manera el objetivo de celebrar la individualidad personal, sino el de reproducir, a partir de un ejemplo específico, los rasgos ideales del buen ciudadano. Es el mismo principio por el que también las estatuas de los atletas vencedores en las Olimpiadas, a pesar de que seguían un modelo diferente, se asemejan entre sí.
Aunque tuviese una edad avanzada, el ciudadano-filósofo no es en absoluto feo; muy al contrario, la intensidad de la mirada y los rasgos regulares de su rostro siempre expresan una vida vivida en la justicia y en el respeto a las reglas sociales. Las convicciones fisiognómicas (--> Fisiognómica) dominantes prescribían para esta figura social una frente amplia y despejada, ojos profundos y penetrantes, barba venerable asociada a una incipiente calvicie y el entrecejo fruncido, signo de la realización de un esfuerzo mental intenso.
En cualquier caso, hasta algunos años después de la muerte de Sócrates, un verdadero retrato en sentido moderno (es decir, una imagen que tendiese a caracterizar una personalidad individual) habría sido calificada de inconveniente, como una infracción de las más elementales reglas de la convivencia civil.
Por tanto, sólo a partir de este panorama puede apreciarse la desconcertante novedad del retrato de Sócrates, esculpido tan sólo diez, veinte años tras su muerte (399 a.C.). En evidente contraste con el ideal ético-estético de la kalokagathia (-->) aristocrática, según el cual en el buen ciudadano deben coincidir tanto la virtud como la belleza física (o, al menos, el cuidado del propio cuerpo mediante la gimnasia y la danza), Sócrates es descrito en términos burlescos que remiten a los rasgos de un sileno (ser mitad animal seguidor de Dioniso, desenfrenado y entregado por completo al vino): el rostro es aplastado, los ojos bovinos y sobresalientes, la nariz chata y aplastada, corta y gruesa, la cabeza calva y la unión de las orejas tremendamente alta.
Se sabe que Sócrates era realmente muy poco agraciado: pequeño de estatura, achaparrado y de barriga prominente, encorvado y descuidado en el vestir. Él mismo no dejaba de ironizar sobre su aspecto; pero lo más extraordinario es que el retrato no idealiza, sino que exhibe esta fealdad como una forma de contestación evidente contra la etiqueta iconográfica y los valores morales tradicionales. La imagen de Sócrates (como, por otra parte, el propio filósofo en vida) contrapone una ética del espíritu, una búsqueda de la verdad indiferente o incluso hostil a la belleza material, a la arcaica ética aristocrática basada en la estética del cuerpo.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO