La atención de los filósofos del s. XVII se vio atraída por el nacimiento de un fenómeno desconocido hasta el momento: la moda. Empezando por las clases más ricas y muy pronto en toda la sociedad, el <vestido> empezó a convertirse ante todo en un instrumento de exaltación de la personalidad, con un progresivo predominio de la elección individual frente a las imposiciones de la sociedad. Este fenómeno presentó enseguida unas marcadas peculiaridades: la moda es subjetiva, efímera, excéntrica, en perenne oscilación entre conformismo (imitación) y extravagancia; sobre todo mantiene una relación extraña con la idea de belleza. Puede existir, efectivamente, tanto una belleza fuera de la moda como una moda de la fealdad (el punk actual, por ejemplo).
Estos fenómenos sociales llevaron a Hume (Ensayo sobre el criterio del gusto, 1741) a la elaboración de una nueva estética basada en las nociones de gusto y sentido común. En la línea de la teoría platónica del arte mimético (--> Mímesis), argumentó Hume, la belleza ha sido considerada siempre una cualidad inherente a la naturaleza, a las cosas mismas y, en consecuencia, la apreciación humana (la valoración estética) se convertía en el reconocimiento de un dato de hecho. Cada idea de belleza, sin embargo, debe ser considerada como la expresión de un sentimiento, es decir, una determinación pura del espíritu, una <reflexión del alma sobre sí misma>, sin ninguna relación con el ambiente. A diferencia de las pasiones del alma (-->), que dependen de la naturaleza del objeto desencadenante, los sentimientos, en tanto que dependientes exclusivamente del sujeto, son siempre verdaderos (incluso el amor por un amigo o amiga imaginario es, como sentimiento, completamente verdadero y real).
Según Hume, los juicios estéticos relativos a la belleza o fealdad de los objetos son siempre juicios sentimentales (no racionales). Lo demuestra el hecho de que, en individuos distintos, un mismo objeto puede suscitar sentimientos diversos incluso opuestos, sin que uno sea más correcto que el otro. En este sentido, es cierta la antigua máxima: <Es bonito lo que gusta>; el criterio del gusto (es decir, la facultad de percibir la belleza) es siempre subjetivo, espontáneo, intuitivo y variable a lo largo del tiempo e incluso en el mismo individuo.
De todas formas, existe un límite para este subjetivismo radical opuesto por el sentido común. Efectivamente, los hombres y mujeres revelan en sus juicios una considerable uniformidad y demuestran que aprecian la belleza a partir de criterios ampliamente compartidos según el sentido común estético (sin el que la noción contraria de excentricidad, tan importante en el fenómeno moda, no podría existir). Se sigue de ello que, ciertamente, es posible determinar qué se entiende generalmente por <belleza>, pero solamente mediante una recopilación de los juicios de hecho. Los criterios estéticos de hecho utilizados por el ser humano no son racionalmente determinables, sino que únicamente especificables por vía empírica. Así como sucede con la moda, la noción de belleza no se establece nunca a priori de la experiencia (en una definición), sino a posteriori, como comprobación del consenso y de los estándares más extendidos socialmente.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO