Ir al contenido principal

Asesorías Filosóficas Personalizadas

Mostrar más

HUME


1711 – 1776 d.C.




Sé filósofo; pero más allá de la filosofía, sé siempre hombre. En esta máxima del filósofo David Hume, nacido en Edimburgo, hay que entender no tanto una glorificación del género como la desconfianza en la posibilidad de que la filosofía ofrezca un anclaje seguro en cualquier verdad. El pensamiento de Hume, en efecto, concluye la tradición del empirismo inglés en un sentido escéptico: radicalizando el criterio de la experiencia hasta sus últimas consecuencias, se termina por anular la propia filosofía.

Y, sin embargo, toda la vida de Hume estuvo marcada por un profundo amor a la filosofía. Siendo aún muy joven, consiguió oponerse a la voluntad paterna de emprender estudios de derecho, rechazando obstinadamente ocuparse de otra cosa que no fuese la filosofía –disciplina por la que sintió una precoz pasión-. Así, a los dieciocho años, una potente intuición le llevó a concebir las ideas básicas de la doctrina que después desarrollaría en su obra maestra, el Tratado sobre la Naturaleza Humana. Fue una experiencia intelectualmente tremenda: esta intuición, la ocurrencia repentina de un nuevo escenario del pensamiento, empujó al joven filósofo a un semejante empeño en los estudios que acabó minando su salud. Una larga fase de depresión psíquica fue el precio de este entusiasmo por la nueva doctrina que, sin embargo, no tuvo la acogida esperada. Su propensión al ateísmo y al escepticismo, así como las inspiraciones irracionales de su pensamiento, asustaron al mundo académico de tal modo, que Hume nunca consiguió entrar en él. Alcanzó, sin embargo, fama y éxito por otras vías: tanto como escritor de una monumental Historia de Inglaterra como por diversos encargos diplomáticos en Francia, en calidad de secretario del embajador inglés.

Obras: Ensayos Morales y Políticos (1742); Diálogos sobre la Religión Natural (1751); Historia Natural de la Religión (1754); Búsqueda sobre el Intelecto Humano (1759).

120 Observemos dos bolas de billar…

EL PROBLEMA: ¿La casualidad es sólo un esquema mental o existe verdaderamente en la realidad? ¿Cuáles son los límites del conocimiento experimental?
LA TESIS: El principio básico de todo pensamiento científico es el de causa-efecto: determinados sucesos pueden ser previstos como consecuencia necesaria de las causas que los han producido. Sin embargo, Hume afirma que si se lleva hasta las últimas consecuencias el llamamiento empirista a fiarse sólo de la experiencia concreta y verificable, habrá que admitir que nada hay en la naturaleza similar a tal principio. Observemos el choque de dos bolas de billar: veremos una coincidencia espacial y temporal, porque la bola golpeada se mueve inmediatamente después de la primera e inicia su movimiento allí donde ésta se detiene, pero no veremos nada más allá de estas dos evidencias sensibles, y menos aún alguna relación necesaria de causa-efecto. Hume admite la existencia de cierta constancia de los fenómenos, pues en ocasiones descubrimos regularidades típicas en el movimiento de los cuerpos. Pero esto sólo implica costumbre y en absoluto necesidad lógica: si nunca hubiésemos observado un choque entre dos bolas de billar, no estaríamos capacitados para prever su movimiento. La carga escéptica y destructiva de esta tesis es fundamental en la historia de la filosofía: a partir de ella, en efecto, se inició la reflexión de Kant (véase 135). Los textos siguientes han sido extraídos del Tratado sobre la Naturaleza Humana.

Observemos el choque entre dos bolas de billar…

·Tenemos una bola de billar totalmente inmóvil sobre una mesa y otra bola que se mueve hacia ella con rapidez; las dos bolas se golpean y aquella de las dos que primero estaba inmóvil, adquiere un movimiento. Esto constituye un ejemplo de la relación de causa y efecto tan perfecto como cualquier otro que podamos conocer por medio tanto de la sensación como de la reflexión. Por ello, lo examinaremos.

…contigüidad espacial y precedencia temporal son efectivamente observables.

·Es evidente que las dos bolas se han tocado la una contra la otra antes de que el movimiento fuese comunicado a la segunda, y que no se produjo intervalo alguno entre éste y el movimiento de la segunda bola. Por eso, la continuidad en el tiempo y en el espacio es una circunstancia requerida para que opere una causa cualquiera. Es igualmente evidente que el movimiento que es causa precede al movimiento que es efecto. Por lo tanto, la prioridad en el tiempo es otra circunstancia que se requiere para toda causa.

Se puede incluso notar una constancia en los fenómenos físicos.

·Pero esto no es todo. Hagamos la prueba con otras bolas cualesquiera de la misma especie y en idénticas circunstancias, y comprobaremos siempre que el impulso de una produce el movimiento de la otra. He aquí, pues, una tercera circunstancia: es decir, la confluencia constante entre la causa y el efecto. Cualquier objeto similar a la causa produce siempre algún objeto similar al efecto. En esta causa no puedo descubrir otra cosa más allá de estas tres circunstancias de la contigüidad, de la prioridad y de la conjunción constante.

Pero, aparte de estos tres elementos, nada más resulta de la observación.

·La primera bola está en movimiento y toca la segunda; inmediatamente, la segunda se pone en movimiento; y cuando hago la prueba con la misma o con bolas similares, compruebo que después del movimiento y del choque de una sigue siempre el movimiento de la otra. Siempre se verificará el mismo fenómeno, a despecho de cómo considere o examine la situación. Y será siempre el mismo fenómeno que se verifica cuando tanto la causa como el efecto están presentes a los sentidos.

La relación de causa-efecto sólo puede hipotizarse como deducción: no puede constatarse por vía experimental.

·Veamos ahora en qué se funda nuestra inferencia cuando concluimos de la presencia de uno de éstos que el otro ha existido o existirá. Supongamos que yo vea una bola que se mueve en línea recta hacia otra; inmediatamente, concluyo que ambas chocarán y que la segunda se pondrá en movimiento. Ésta es la inferencia de la causa al efecto; y de esta naturaleza son todos los razonamientos que hacemos en la conducción de la vida; en esto se funda toda nuestra creencia y de esto deriva toda la filosofía, con la única excepción de la geometría y la aritmética. Si pudiésemos explicar la deducción que extraemos del choque de las dos bolas, seríamos también capaces de dar explicación de esta operación de la mente en todos los otros casos.

La previsión de determinados efectos se basa sólo en la experiencia del pasado.

·Si un hombre fuese creado, como Adán, en plena posesión de su inteligencia, del movimiento e impulso de la primera bola no sería capaz, sin experiencia, de inferir el movimiento de la segunda. Nada existe en la causa que, viéndolo la razón, nos haga inferir el efecto. Tal inferencia, si fuese posible, equivaldría a una demostración, en tanto que estaría fundada únicamente en la comparación de las ideas.

Ningún efecto natural deriva de una causa por motivos puramente lógicos.

·Con todo, ninguna inferencia de la causa al efecto equivale a una demostración. He aquí una prueba evidente de ello. La mente siempre puede concebir que un efecto cualquiera siga las huellas de una causa cualquiera, y que un suceso cualquiera siga a otro; ahora, todo lo que nosotros concebimos es posible, al menos en un sentido metafísico; pero dondequiera que intervenga una demostración, lo contrario es imposible e implica contradicción.

Ningún efecto puede ser previsto por necesidad lógica.

·Por eso, no existe demostración para una conjunción cualquiera de causa y efecto. Y éste es un principio que todos los filósofos generalmente admiten. Habría sido necesario para Adán (salvo en el caso de una inspiración divina) haber tenido experiencia del efecto que resulta del choque de las dos bolas. Habría debido ver en otros casos que cuando una bola choca contra otra, la segunda siempre se pone en movimiento.

La previsión de efectos se basa en la costumbre.

·Si hubiese visto un número suficiente de casos de este género, cada vez que viese una bola moverse hacia otra concluiría siempre que sin duda la segunda se pondría en movimiento. Su intelecto se anticiparía a su vista y formaría una conclusión conforme a su experiencia pasada.

Cada previsión en el ámbito físico se basa en el supuesto de que las leyes de la naturaleza son constantes.

·Se colige, entonces, que todos los razonamientos que conciernen a la causa y al efecto están fundados en la suposición de que el curso de la naturaleza continuará siendo uniformemente el mismo. Nosotros concluimos que causas similares producirán siempre efectos similares en circunstancias similares. Podría ahora ser oportuno considerar qué nos induce a formular una conclusión de envergadura tan infinita.

La constancia de las leyes naturales puede verificarse, no demostrarse.

·Es evidente que Adán, con toda su ciencia, nunca habría sido capaz de demostrar que el curso de la naturaleza debe continuar siendo uniformemente el mismo y que el futuro debe ser conforme al pasado. Nunca se puede demostrar que lo que es posible pueda ser falso; y en tanto que nosotros podamos concebir tal cambio, será posible que el curso de la naturaleza pueda cambiar.

No hay necesidad lógica de que en el futuro valgan las mismas leyes que en el pasado.

·Pero yo digo más y afirmo que Adán no habría conseguido probar con cualquier argumento probable que el futuro deba ser conforme al pasado.

La experiencia ilumina el pasado, pero no dice nada del futuro.

·Todos los argumentos probables están fundados en la suposición de que hay conformidad entre el futuro y el pasado, y por eso no pueden probar tal suposición. Esta conformidad es una cuestión de hecho y, si debiera ser probada, no admitiría otra prueba que no fuese la extraída de la experiencia. Pero nuestra experiencia del pasado no puede probar nada para el futuro, si no es sobre la base de la suposición de que exista alguna semejanza entre pasado y futuro. Por eso se trata de un punto que no admite en absoluto prueba de ningún tipo, así que nosotros lo damos por concedido sin prueba alguna.


CAUSA-EFECTO

Una idea fundamental del pensamiento científico y de la psicología común es que exista una relación necesaria entre determinadas causas y determinados efectos, de manera que conociendo las primeras se puedan prever las segundas. A través de una apremiante argumentación de tipo empírico –es decir, deducida de la experiencia real-, Hume demuestra, sin embargo, que la relación causa-efecto se basa sólo en la costumbre: es decir, representa una simple y no motivada creencia psicológica (útil para la vida ordinaria, pero no fundada lógicamente). Estas escépticas conclusiones darán origen a la reflexión de Kant.

COSTUMBRE

La tendencia típica de la psique humana a reaccionar de modo constante y sin una adecuada reflexión racional frente a sucesos repetitivos. El nexo rutinario es, obviamente, muy débil, puesto que describe una instintiva disposición del sujeto a creer algo sin auténticos motivos lógicos o necesarios. Pese a ello, según Hume, la costumbre es el mecanismo fundamental de los procesos intelectivos y el fundamento psicológico de algunas falsas creencias muy importantes; por ejemplo, la existencia de las relaciones de causa-efecto.

MORAL DE LA SIMPATÍA

Concepción de Hume que interpreta que la moral es un sentimiento y, por lo tanto, un estado afectivo no racional que se basa en la constatación de la utilidad. Bueno es lo que es útil, y si este principio no conduce a la explosión de egoísmos individualistas opuestos es porque el hombre aprecia también la utilidad social, además de la personal. Moral es lo que contribuye a la felicidad universal de la sociedad en la que se vive.


121 ¿Qué es la sustancia? Un haz de percepciones.

EL PROBLEMA: ¿Cuál es el significado del término sustancia? ¿Tiene sentido la metafísica?
LA TESIS: La noción de sustancia –es decir, aquello que la tradición metafísica ha señalado a partir de Aristóteles como la esencia última (no accidental) de las cosas- no significa nada; esta palabra, sustancia, no describe ni designa nada real. En efecto, en el ámbito del pensamiento empirista (orientado hacia la concreción de la experiencia) cabe concluir que en la realidad existen sólo determinadas cualidades especiales de los objetos que la mente, después de haber cultivado por separado, reúne juntas y conecta a un término lingüístico para facilitar la memoria y la comunicación. Veamos un ejemplo. Percibo un objeto con cualidades específicas: se mueve, es negro, peludo, maúlla y tiene bigotes. Decido llamar gato a todos los objetos que, más o menos, presentan como característica estas cualidades. Esto facilita enormemente la comunicación, porque está convencionalmente aceptado que cualquiera que hable de gatos se refiere a la misma colección de cualidades sensibles. Pero esto no debe inducir a creer, como postulan los metafísicos, que exista una felinidad, es decir, una sustancia (del latín sub-stare, estar debajo) inherente a todo gato y presente en todos los gatos, siempre y exclusivamente (es decir, no presente en todo lo que no sea un gato).

La noción de sustancia, idea base de la metafísica, no tiene ninguna realidad.

·Me gustaría mucho preguntar a aquellos filósofos que basan la mayor parte de sus razonamientos en la distinción entre sustancia y accidente –y que se imaginan que nosotros tenemos ideas claras de la una y del otro-, si la idea de sustancia nos deriva de las impresiones de sensación o de las de reflexión.

Lo que los metafísicos llaman sustancia no es perceptible por los sentidos.

·Si nos es transmitida por los sentidos, que nos digan por cuáles y en qué modo: si es percibida por los ojos, debe ser un color; si se percibe por los oídos, un sonido; si se percibe por el paladar, un sabor; y así sucesivamente para los otros sentidos. Estoy seguro de que nadie querrá defender  que la sustancia sea un color, un sonido o un sabor.

Tampoco deriva de la reflexión, es decir, de la autopercepción de la propia interioridad.

·La idea de sustancia, si realmente existe, debe, por lo tanto, derivar de una impresión de reflexión. Pero las impresiones de reflexión se reducen a pasiones nuestras o emociones, ninguna de las cuales es posible que represente una sustancia.

Cada una de las así denominadas sustancias es una colección de cualidades sensibles.

·No tenemos, pues, ninguna idea de sustancia que sea distinta de la de una colección de cualidades específicas ni podemos darle ningún otro significado cuando hablamos o razonamos sobre ella.

También los nombres que designan sustancias son colecciones de cualidades simples.

·La idea de sustancia, como también la de modo, no es más que una colección de ideas simples que, unidas por la imaginación, poseen un nombre especial que se les ha asignado y mediante el cual podemos recordar esta colección a nosotros mismos y a los otros.

El error está en suponer un sub-estrato (la sustancia) por debajo de los objetos dotados de cualidades.

·Pero la diferencia entre todas estas ideas consiste en esto: que las cualidades específicas que forman una sustancia se refieren comúnmente a algo desconocido, respecto a lo que se las supone intrínsecas.

Cada nuevo descubrimiento modifica la idea de sustancia.

·O bien: si se reconoce que esta función no puede tener lugar, se piensa que, al menos, está estrecha e indisolublemente unida por las relaciones de contigüidad y causalidad. En consecuencia, cualquier nueva cualidad simple que descubramos en posesión de la misma conexión con las otras, la comprenderemos inmediatamente junto a ellas, aunque no figurase en nuestra primera representación de la sustancia.

Se ha descubierto, por ejemplo, que la solubilidad es una cualidad de la sustancia <oro>.

·Así, la idea del oro puede en un primer momento ser la de un cierto color amarillo, de un cierto peso, de una cierta maleabilidad y fusibilidad; pero, descubierta su solubilidad en el agua regia, añadimos esta cualidad a las otras, suponiendo que pertenece a la sustancia como si su idea desde el principio hubiese formado parte de aquella idea compleja.

Cuando alude a una sustancia, cada concepto constituye una síntesis mnemónica para un conjunto de cualidades específicas.

·El principio de unión, siendo considerado como la parte principal y hasta constitutiva de la idea compleja, permite añadir cualquier cualidad que se muestre después, la cual quedará comprendida en aquélla como las otras que se hayan presentado primero.


122 Las elecciones morales se fundan en el sentimiento.

EL PROBLEMA: ¿En qué se basan y cómo se determinan los juicios morales?
LA TESIS: Dado que es siempre posible intentar clarificar por vía teórica los conceptos del bien y del mal, Hume no niega que el uso de la razón pueda contribuir positivamente a la ética; pero afirma que si se analizan los comportamientos reales de los hombres –incluso los considerados virtuosos-, la racionalidad cuenta menos de lo que parece. En realidad, seguimos reglas de moralidad y de justicia no sobre la base de deducciones abstractas, sino según el sentimiento específico de su utilidad colectiva. Según Hume, en efecto, justo es todo lo que se ha establecido colectiva y convencionalmente como tal, sobre la base de la consideración empírica de que ciertos comportamientos facilitan la vida colectiva, mientras que otros la obstaculizan. Pero estas decisiones de valor ético son siempre relativas a la situación específica y a un concreto momento histórico, y no se fundan en ningún principio eterno o universal. No existen valores absolutos, sólo soluciones más adecuadas y mejores que otras. De este modo, la cuestión moral deja de ser teórica para tornarse empírica, pudiéndose resolver con la concreta observación del comportamiento real de los hombres.

Se discute si la moral está fundada en la razón o en el sentimiento, si es universal o subjetiva como el gusto estético.

·Se ha generado una controversia, iniciada recientemente y muy digna de examen, en torno a los fundamentos generales de la moral: si éstos derivan de la razón o del sentimiento; si nosotros conseguimos su conocimiento por medio de una serie de argumentos y de inducción, o bien de un sentimiento inmediato y de un sutil sentido interno; si, como todo juicio bien fundado de verdad y de falsedad, tal conocimiento es el mismo para todos los seres provistos de razón y de inteligencia, o si, como la percepción de lo bonito y de lo feo, ésta resulta enteramente basada sobre la estructura y sobre la constitución específica de los hombres.

Tanto la primera hipótesis, defendida por los racionalistas, como la segunda, defendida por los empiristas, parecen plausibles.

·Los argumentos adoptados por cada una de las dos partes son tan plausibles, que teniendo a sospechar que tanto los unos como los otros pueden ser sólidos y satisfactorios, y que tanto la razón como el sentimiento concurren en casi todas las determinaciones y conclusiones morales.

Pero en el momento de la elección, el sentimiento prevalece siempre sobre la fría razón.

·Es probable que la sentencia final que juzga a caracteres y acciones como amables o bien odiosas, dignas de estima o de crítica, la sentencia que les otorga el signo del honor o el de la infamia, de la aprobación o de la censura, que hace de la moralidad un principio activo y que hace que la verdad sea nuestra felicidad y el vicio nuestra infelicidad, es probable, digo, que esta sentencia final dependa de algún sentido o sentimiento interior, dispuesto universalmente por la naturaleza en todos los hombres. Pues, contrariamente, ¿Qué podría tener una influencia de tal naturaleza?

A la razón corresponde una importante tarea preparatoria.

·Pero para preparar la vía a tal sentimiento y conseguir un adecuado discernimiento de sus objetos, encontramos que a menudo es necesario que precedan muchos razonamientos, que se hagan cuidadosas distinciones, que se llegue a conclusiones correctas, que se comparen objetos distantes, que se examinen relaciones muy complejas y que se determinen y constaten hechos de carácter general.

En cualquier caso, la cuestión no puede resolverse con una discusión teórica.

·Pero, si bien esta cuestión que concierne a los principios generales de la moral es digna de atención y es importante, es del todo inútil que nosotros, ahora, nos tomemos más molestias para tales búsquedas. En efecto, si en el curso de esta búsqueda tenemos la fortuna de descubrir el verdadero origen de la moral, se verá entonces fácilmente la causa de que tanto el sentimiento como la razón entren en todas las determinaciones de tal naturaleza.

Es preciso estudiar el comportamiento cotidiano del hombre común.

·Para conseguir este resultado, intentaremos seguir un método muy simple: analizaremos el complejo de cualidades mentales que constituye lo que, en la vida común, llamamos mérito personal; consideraremos toda cualidad de la mente que pueda hacer objeto a un hombre tanto de estima y de afecto como de odio y de desprecio, cada costumbre, sentimiento o facultad que, si son atribuidos a alguien, implican elogio o crítica y pueden formar parte de un panegírico o de una sátira de su carácter y de su comportamiento.

En la reflexión moral, el filósofo se encuentra a la par con el hombre común.

·La viva sensibilidad que, sobre este punto, se encuentra tan ampliamente distribuida entre los hombres, otorga a un filósofo la seguridad suficiente como para no poderse equivocar demasiado al formular el catálogo de las cualidades en cuestión, o para no correr ningún peligro de disponer erróneamente los objetos de su contemplación; sólo es preciso que entre en su corazón por un momento y considere si desearía o no que le fuese atribuida esta o aquella cualidad, y si tal imputación o tal otra podría venir de un amigo o de un enemigo.

A la razón compete la tarea de formular una teoría ética, universalizando los casos particulares.

·El razonamiento no tiene otra tarea que la de descubrir las circunstancias que son comunes a tales cualidades, en uno y otro sentido, de prestar atención a la convergencia de, por un lado, las cualidades que comportan estima, y por otro, las cualidades que comportan crítica; y, por lo tanto, de llegar al fundamento de la ética y encontrar los principios generales de los que en última instancia deriva cada crítica y cada aprobación.

Las máximas éticas racionales generalizan casos particulares, decididos por el sentimiento.

·Puesto que ésta es una cuestión de hecho y no de ciencia abstracta, podemos esperar algún resultado solamente si seguimos el método experimental, deduciendo máximas generales de la confrontación de casos particulares.

No se llega nunca a una elección ética por deducción de principios abstractos.

·El otro método científico, con el que se llega antes a establecer un principio general abstracto que después se ramifica en una variedad de inferencias y conclusiones, puede ser en sí mismo más perfecto, pero se adapta menos a la imperfección de la naturaleza humana y es una fuente habitual de ilusiones y de error tanto en ésta como también en otras materias.

Igual que la ciencia moderna estudia la naturaleza por vía experimental, así la ética debe estudiar los comportamientos humanos reales.


·Los hombres ya están curados de su pasión por la hipótesis y por los sistemas de filosofía de la naturaleza, y no escucharán más que los argumentos derivados de la experiencia. Es hora de que intenten una reforma parecida en todas las búsquedas morales y que rechacen cualquier sistema de ética, aun sutil e ingenioso, que no se base en los hechos y en la observación.


TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO