A partir del s. VII a.C., la educación de los jóvenes griegos consistía en aprender de memoria la Ilíada y la Odisea. Después de la introducción de la escritura, los dos poemas homéricos se convirtieron en los textos fundamentales del helenismo. Las historias de los dioses y de los héroes ilustran, como en una especie de enciclopedia mítica, los fundamentos esenciales del espíritu griego: el culto a la hospitalidad y al valor individual, el amor y la aguda observación de la naturaleza, el gusto por la belleza y la visión naturalista y antropomórfica de lo divino.
Por este motivo, resulta bastante extraño que los mismos antiguos griegos tuviesen ideas tan confusas respecto a la vida de Homero. Según la opinión de algunos historiadores, vivió en el s. XIII a.C., en una época inmediatamente posterior a los acontecimientos de la guerra de Troya (sin embargo, el mismo Homero recuerda estos hechos como si le llegaran, desde un pasado lejano); según otros, vivió en el s. IX o incluso en el s. VIII (de hecho, en el libro XIII de la Ilíada, Homero describe la táctica bélica de la falange, que se introdujo sólo en esa época).
Esta ignorancia acerca de la época y la patria del poeta, junto con la ausencia de otras indicaciones biográficas, determinó el nacimiento de la denominada cuestión homérica, en la que algunos críticos llegaron a poner en tela de juicio su misma existencia histórica y formularon la hipótesis según la cual la Ilíada y la Odisea fueron, en realidad, recopilaciones de autores diversos. G. B. Vico (El descubrimiento del verdadero Homero, 1730) sostuvo que Homero no es otra cosa que un símbolo: la personificación de toda la poesía en la edad heroica.
En apoyo de esta tesis, cabe mencionar las numerosas repeticiones y algunas incongruencias (que, sin embargo, pueden explicarse si se piensa en la oralidad de la transmisión de los poemas). Por el contrario, la crítica reciente subraya con encono la concepción unitaria de las dos obras y las frecuentes remisiones entre los cantos, que no serían posibles en una redacción colectiva (la Ilíada gira alrededor del tema de la ira de Aquiles; el último canto remite al tema del primero y lo concluye).
Por tanto, la diversidad detectada en la forma de tratar ciertas temáticas, que puede explicarse a partir de una evolución estilística y moral experimentada en el decurso de una vida larga y fructífera, tampoco parece ser un argumento decisivo.
Esta ignorancia acerca de la realidad histórica de Homero subraya el valor simbólico de dos rasgos que la tradición le ha atribuido: la ceguera y la vejez.
En las sociedades antiguas, la profesión de poeta de corte era una buena perspectiva para los invidentes (a menudo dotados de una memoria excepcional); por tanto, es creíble que Homero fuese realmente ciego. Mas como esta idea aparece por primera vez en el s. VI, prevalece un significado metafórico: la ceguera es una condición necesaria para la sabiduría.
Los más grandes adivinos (Tiresias, Fineo) eran ciegos; su ceguera se interpretaba como una compensación psíquica de sus cualidades extraordinarias. A pesar de que la ceguera puede considerarse como la mayor de las puniciones (Edipo se clavó un puñal en los ojos), también puede leerse como un don, pues al desaparecer la sensibilidad visual, se agudiza la percepción intelectiva. Parece que el filósofo Demócrito (ss. V-IV a.C.) se privó por ello de la visión voluntariamente.
Esta ignorancia acerca de la época y la patria del poeta, junto con la ausencia de otras indicaciones biográficas, determinó el nacimiento de la denominada cuestión homérica, en la que algunos críticos llegaron a poner en tela de juicio su misma existencia histórica y formularon la hipótesis según la cual la Ilíada y la Odisea fueron, en realidad, recopilaciones de autores diversos. G. B. Vico (El descubrimiento del verdadero Homero, 1730) sostuvo que Homero no es otra cosa que un símbolo: la personificación de toda la poesía en la edad heroica.
En apoyo de esta tesis, cabe mencionar las numerosas repeticiones y algunas incongruencias (que, sin embargo, pueden explicarse si se piensa en la oralidad de la transmisión de los poemas). Por el contrario, la crítica reciente subraya con encono la concepción unitaria de las dos obras y las frecuentes remisiones entre los cantos, que no serían posibles en una redacción colectiva (la Ilíada gira alrededor del tema de la ira de Aquiles; el último canto remite al tema del primero y lo concluye).
Por tanto, la diversidad detectada en la forma de tratar ciertas temáticas, que puede explicarse a partir de una evolución estilística y moral experimentada en el decurso de una vida larga y fructífera, tampoco parece ser un argumento decisivo.
Esta ignorancia acerca de la realidad histórica de Homero subraya el valor simbólico de dos rasgos que la tradición le ha atribuido: la ceguera y la vejez.
En las sociedades antiguas, la profesión de poeta de corte era una buena perspectiva para los invidentes (a menudo dotados de una memoria excepcional); por tanto, es creíble que Homero fuese realmente ciego. Mas como esta idea aparece por primera vez en el s. VI, prevalece un significado metafórico: la ceguera es una condición necesaria para la sabiduría.
Los más grandes adivinos (Tiresias, Fineo) eran ciegos; su ceguera se interpretaba como una compensación psíquica de sus cualidades extraordinarias. A pesar de que la ceguera puede considerarse como la mayor de las puniciones (Edipo se clavó un puñal en los ojos), también puede leerse como un don, pues al desaparecer la sensibilidad visual, se agudiza la percepción intelectiva. Parece que el filósofo Demócrito (ss. V-IV a.C.) se privó por ello de la visión voluntariamente.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO