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SÍMBOLO




En el mundo griego existía la costumbre de cortar en dos una moneda, un anillo o un objeto cualquiera y dar una mitad a un amigo. Conservadas de generación en generación, ambas mitades debían permitir a los descendientes reconocer el antiguo pacto de amistad. Este signo de reconocimiento se llama símbolo.

Así pues, el símbolo es ante todo un signo (--> Triángulo semiótico), algo capaz de remitir a otra realidad. Su diferencia respecto a la señal es que, mientras que ésta tiene siempre un solo significado, el símbolo remite a toda una clase de objetos: goza de una relativa ambigüedad basándose en una relación  de significación abierta, no establecida por ninguna forma codificada. La balanza, por ejemplo, puede simbolizar el poder judicial de la magistratura, pero en otro contexto puede aludir al Juicio Universal, a una de las constelaciones celestes o a una serie de nociones abstractas (imparcialidad, objetividad) que tienen un aire de familia, una cierta semejanza (analogía) con el acto de pesar. Hay en cada signo simbólico una riqueza implícita que impide una definición exhaustiva. Por ello, un símbolo puede significar nociones muy distintas entre sí, y a veces incluso opuestas. Por ejemplo: en nuestra cultura, el blanco es símbolo de la pureza, mientras que en China simboliza el luto (y el negro se usa en las ocasiones festivas).

Las señales son percibidas también por los animales, pero solamente el hombre y la mujer son capaces de una actividad simbólica: sólo él consigue ver en cualquier objeto la indicación de algo más y es capaz de una comunicación simbólica (es decir, logra expresar a través de símbolos nociones que de otra forma no es posible pensar ni comunicar). Por estas dos características, el símbolo -en muchos aspectos parecido a la metáfora, la más importante de las figuras retóricas (-->)- ha atraído siempre la atención de los filósofos.

El neoplatonismo y posteriormente el cristianismo interpretaron la inagotabilidad semántica de los símbolos viendo en ellos un arquetipo (-->), una manifestación de la divinidad.

En el pensamiento moderno la investigación sobre la función simbólica ha sido desarrollada especialmente por E. Cassirer (1874-1945). Según este filósofo de tendencia neokantiana, <el símbolo no es un revestimiento accidental del pensamiento, sino su órgano necesario y esencial>; es decir: se trata de la forma con la que los conceptos se hacen pensables para la mente. El lenguaje, el mito y el conocimiento científico son formas simbólicas (-->) dotadas cada una de su propia particularidad. Por ejemplo, el pensamiento mágico (pero también el mítico, primitivo, infantil, prelógico) es explicado por Cassirer como la tendencia a atribuir un significado realista a la referencialidad semántica (-->) -o sea, a la relación que une al signo con su significado-. La remisión típica del símbolo se produce en este caso no según una relación de analogía, sino de identidad: la serpiente no es solamente el signo emblemático de la noción de mal, sino que es malvada en sí misma; el Sol no es un simple signo de la luz divina, sino Dios mismo, según una relación de identificación sic et simpliciter.



TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO