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RITOS DIONISÍACOS



La importancia de los ritos dionisíacos en la civilización antigua es un descubrimiento reciente y se debe a F. Nietzsche, quien, con el ensayo titulado El nacimiento de la tragedia en Grecia (1872), inauguró una nueva manera de considerar el helenismo. Según el filósofo alemán, la grandeza griega fue el resultado de una síntesis difícil y provisional entre la espiritualidad apolínea, es decir, entre el equilibrio y la armonía que se expresan en la arquitectura y en la escultura, y una simétrica y contraria espiritualidad dionisíaca. Esta última constituiría aquel <estado de vigor animal> que procede de la aceptación total del lado oscuro y relativo a los instintos de la vida (-->); en definitiva, una forma de irracionalidad que, sin embargo, es necesaria para soportar la existencia y para el desarrollo de la creatividad.

Dioniso (para los latinos, Baco) era el dios de la vegetación y de la fertilidad, de la uva y del vino y, por tanto, del exceso y de la infracción; en todos los aspectos, era el polo contrario de la armonía órfico-apolínea. Dioniso significaba la ruptura de todas las barreras entre los dioses y los hombres; ebrio y loco, él mismo favorecía la disolución de los fieles, los volvía salvajes y los conducía hacia el vino, la violencia, la orgía. Amaba los gritos desordenados, el delirio, la exaltación paroxística, el éxtasis (-->), la máscara y el disfraz (a veces era retratado con atuendos y rasgos femeninos), desobedecía todas las leyes, las costumbres y las jerarquías sociales. Entre los dioses, era el único que admitía la participación de las mujeres y de los esclavos en sus ritos.

De hecho, los misterios dionisíacos eran particularmente seguidos por las mujeres, denominadas ménades. Muy posiblemente, esto no sólo ocurría porque las mujeres estuviesen taxativamente excluidas de cualquier otra forma de celebración religiosa, sino también porque el menadismo representaba una verdadera cultura de la locura contrapuesta a la racionalidad, una cualidad que el mundo helénico consideraba en todo punto exclusivamente masculina.


El objetivo del culto dionisíaco era revivir el trágico destino que había marcado la vida del dios, fruto del adulterio de Zeus con una humana y, por este motivo, acosado por Hera, esposa de Zeus, hasta la locura (o la muerte, según otra tradición). Las ménades, coronadas con hojas de laurel, llevaban pieles de animales, mientras que los hombres se adornaban como sátiros; en la ebriedad producida por el vino se dejaban ir al ritmo salvaje del ditirambo, obsesivo y repetitivo, interpretado con flautas y panderetas y enfatizado por el grito (evoè evoè) mediante el que los adeptos se incitaban mutuamente. Al final, los sátiros y las bacantes alcanzaban el estado deseado de trance y entraban en un estado de posesión psíquica que los antiguos denominaban entusiasmo (-->). El resultado del rito, antiguamente relacionado con el ciclo vital de la vegetación, que se concluía con la vendimia, era el retorno temporal a una condición natural (animal): cazar y devorar un animal salvaje era su coronación final. A partir del s. VI, esta brutal ritualidad arcaica fue progresivamente sustituida por una representación simbólica (en un primer momento, únicamente mímica) y por cantos corales. La tragedia (-->) nació de la liturgia dionisíaca que acompañaba el sacrificio de la bestia (casi siempre un macho cabrío, tragos en griego).


TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO