La relación íntima descubierta por Pitágoras entre las matemáticas y el fenómeno de la armonía musical sugirió, por extensión, la idea de que también la belleza visual se puede expresar mediante una relación numérica. Por consiguiente, la tradición pitagórica elaboró una gran variedad de teorías con la intención de explicar, a través de un acercamiento geométrico, el placer de la sensación estética, cuyo secreto se fue localizando en las propiedades del hexágono, del círculo, del pentágono, de la línea curva, etc.
Entre todas estas teorías ocupa un puesto relevante la sección áurea, también denominada por los griegos <divina proporción>. Encontrar la sección áurea de un segmento AB significa localizar el punto C en su interior de manera que AC: CB = CB: AB. Es decir: <la parte menor es a la parte mayor lo que esta última es al conjunto>. Es posible construir una serie de rectángulos (o incluso de espirales) relacionados entre sí a partir de esta progresión considerada universalmente de gran validez estética. Algunos estudios recientes de etología (D. Morris, Biología del arte, 1985) demuestran que los animales también prefieren sistemáticamente las configuraciones visuales de este tipo.
La técnica de la sección áurea se convirtió en patrimonio común de toda la cultura griega y fue recuperada intensamente durante el Renacimiento (De divina proportione, de L. Pacioli); incluso en la época moderna no han faltado los científicos del arte, es decir, algunos artistas que han vislumbrado en este procedimiento constructivo el secreto de la belleza. Todavía a finales del s. XIX, el pintor postimpresionista P. Sérusier (ABC de la pintura, 1890) afirmaba que el artista <encuentra en su propio cuerpo las medidas que necesita: el brazo, el pie y la palma. Entre ellas se da la existencia de una relación de sección áurea: la palma es al pie como el pie es al brazo, que es la suma de las dos primeras dimensiones. Estas relaciones son exactas en todos los hombres, incluso en los que están afectados por alguna deformidad>.
Durante la década de 1920, un estudioso del arte griego, J. Hambidge, sugirió que los griegos usaban el <rectángulo áureo> como módulo constructivo en la edificación de los templos y en la producción de los objetos de uso diario. En sus dos ensayos (Simetría dinámica y El Partenón, 1924), Hambidge declaró haber descubierto <el secreto de la belleza griega>, lo que suscitó un gran interés pero también duras controversias. De hecho, es cierto que los griegos producían objetos de uso diario a partir de modelos estandarizados que revelan una extraordinaria regularidad geométrica; sin embargo, esto no significa que siguieran un canon (un sistema normativo rígido). En realidad, se puede observar una regularidad matemática análoga en las pirámides egipcias sin que ello autorice posteriores deducciones. Además, algunas investigaciones recientes han evidenciado (tanto en los planos de los templos como en la forma de los objetos artísticos y artesanales) una gran cantidad de excepciones a la regla de la sección áurea (y de cualquier otro canon), lo que ha devuelto al punto de partida el problema del <secreto> del arte griego.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO