Uno de los logros más importantes de K. Lorenz (1903-1989), el fundador de la etología (-->), fue el descubrimiento de la presencia de mecanismos inhibidores de la agresividad (-->) en los hombres o las mujeres y en los animales. Ambos cuentan con un registro de estímulos capaces de apaciguar, de manera automática e involuntaria, los instintos destructivos del agresor. Se pueden clasificar en dos grupos fundamentales:
- Los mecanismos inhibidores comportamentales son señales que comunican la rendición o que expresan la sumisión: gestos de pacificación -como llorar, bajar la cabeza, mostrar las palmas de las manos abiertas o hacer visible la renuncia al uso de las armas- con los que se implora piedad. Estos rituales tienen el mismo valor que los estímulos desencadenantes de la agresividad, pero en dirección opuesta.
- Los mecanismos inhibidores fisiológicos son los rasgos particulares de configuración física de los cachorros de todas las especies, y sólo están presentes durante la primera infancia: <cabeza grande, frente amplia, aspecto gracioso, torpeza en los movimientos...> La evolución biológica ha dotado a todos estos pequeños seres, aún no adaptados al enfrentamiento violento, de instrumentos capaces de disminuir la ferocidad del atacante al suscitar en él una sensación de benevolencia. La simpatía que provocan esos rasgos infantiles es automática y universal, y su efectividad queda demostrada por el hecho de que funciona incluso cuando se dan en un objeto (por ejemplo, un oso de peluche) o en una imagen (dibujos animados). La importancia capital de contar con este aspecto capaz de suscitar compasión explicaría la ley de Haenkel, que sostiene que la diferenciación entre especies se verifica con el tiempo. A medida que se retrocede a los estados iniciales, las diferencias biológicas entre los animales (incluido el hombre o la mujer) disminuyen.
Las señales inhibidoras no son convenciones éticas o racionales, sino esquemas de acción automática desencadenados por sensaciones específicas; de ello se deduce que sólo se accionan en una interacción cercana entre agresor y víctima. Los estímulos inhibidores deben incidir con efectividad en la sensibilidad del interlocutor, ya que de nada serviría una información interpuesta. Desde este punto de vista resulta dramático el desfase entre el patrimonio biológico y el ambiente tecnológico. Mientras los esquemas de acción inhibidora no funcionan a distancia, el progreso de los instrumentos bélicos ha aumentado de manera progresiva, como ha aumentado la distancia entre asesinos y víctimas. Esto es muy grave desde el punto de vista biológico, ya que es mucho más difícil matar cuerpo a cuerpo que a distancia; en un contacto cercano, el asesino debe superar los esquemas de acción instintivos que lo llevan a sentir compasión, mientras que éstos se vuelven mucho menos eficaces si se utilizan arcos y flechas y menos aún con las armas de fuego, hasta desaparecer si la víctima no está al alcance de la vista del agresor. Así se llega a una paradoja ético-biológica: muchos individuos encuentran más fácil lanzar una bomba y asesinar a miles de desconocidos, que matar con sus propias manos a un cachorro de cualquier especie.