Una de las cuestiones éticas más importantes planteadas por la etología se refiere a la agresividad; es decir, la tendencia a la <autoafirmación a través de contenidos competitivos>, que K. Lorenz (El pretendido mal, 1963) consideró como un instinto (-->) inevitable y positivo, identificándolo como un ingrediente esencial para la supervivencia de las especies animales.
Según Lorenz, la competición interespecífica que se pone en marcha entre individuos de la misma especie es distinta a la que se produce entre individuos de especies distintas (agresividad intraespecífica). De la misma manera, los comportamientos en los enfrentamientos con extraños son diferentes a los establecidos entre congéneres. En este último caso es muy inusual que un individuo lleve a la muerte a otro de su misma especie, ya que existen mecanismos inhibidores (esquemas de acción tan instintivos como la agresividad) que inducen a ritualizar el combate intraespecífico de modo que el más fuerte venza sin recurrir al uso de sus armas más letales (es decir, sin matar a su rival). Cuando un gato se lanza sobre una presa la ataca silenciosamente y por la espalda, asestándole un golpe mortal en su punto débil (la nuca); al contrario, cuando combate con otro gato, maúlla con fuerza y no ataca a la nuca, sino que trata de herir al rival pero no de provocarle la muerte. Estos mecanismos instintivos de ritualización son muy fuertes en las especies dotada de armas biológicas poderosas (garras, aguijones, cornamentas), mientras que lo son menos en las especies desprovistas de armas mortales; el riesgo de matarse es menor y la evolución aún no ha elaborado otros recursos más severos. El hombre o la mujer poseen pocos medios biológicos de ataque y es muy extraño que en una pelea a manos limpias se acabe con la muerte de uno de los contendientes; matar con las manos, las uñas y los dientes es mucho más difícil de lo que parece en las películas. Según los etólogos, es por este motivo que nuestra especie está dotada de muy débiles esquemas instintivos de ritualización de la agresividad; la <humanidad> se ha mostrado mucho más eficiente en dominar la naturaleza que en dirimir las controversias sociales.
Por otra parte, la ciencia ha transformado la <condición humana>; durante los últimos diez mil años se han inventado armas cada vez más sofisticadas (desde la piedra tallada a la bomba atómica) y esto ha llevado a un evidente desequilibrio, puesto que el hombre no ha desarrollado frenos instintivos a la agresión parejos a su enorme capacidad destructiva. Los tiempos de desarrollo biológico avanzan a un ritmo mucho más lento que el desarrollo de la tecnología. Como sostiene I. Eibl-Eibesfeldt (Etología humana, 1993), <en los últimos veinte mil años de nuestra historia como especie no hemos modificado de manera sustancial nuestra conformación física ni nuestro comportamiento; individuos con la misma estructura motivacional y la misma capacidad intelectual que un cazador o un recolector del Paleolítico pilotan hoy cazabombarderos>.
Lorenz está firmemente convencido de que la solución no consiste en alcanzar un mundo imposible en el que no exista la agresividad, sino en sustituir, con las herramientas de la cultura, los inevitables retrasos de la <evolución biológica>.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO