La utilización del silogismo (-->) en la práctica de la investigación científica planteó a Aristóteles una serie de dificultades importantes. Al pasar de la lógica (que se ocupa sólo de la coherencia interna del discurso) a la investigación científica, el problema de la verdad de las premisas se convierte en un elemento esencial: un silogismo científico, además de usar correctamente las reglas deductivas, debe partir de presupuestos totalmente justos. La idea de demostrar estos últimos a través de un nuevo silogismo desplaza el problema a un peldaño superior, creando una cadena que no puede convertirse en infinita. El conocimiento de las premisas (por definición, no demostrables) es la cuestión más delicada de la doctrina aristotélica de toda la ciencia.
Según Aristóteles, estas verdades fundamentales sobre las que se funda cada una de las ciencias pueden encontrarse mediante dos vías: la inducción y la intuición.
La inducción es el procedimiento mediante el que se generaliza una verdad general partiendo del análisis de varios casos particulares. Es una forma de racionalidad no silogística (ni siquiera lógica, en sentido estricto); es la constatación (universalizada) de innumerables verdades particulares. La intuición es la capacidad del intelecto de captar una verdad inmediata, tan obvia y evidente que no requiere ninguna demostración. El límite entre intuición y razonamiento discursivo queda marcado por el silogismo de primera figura, expresión en forma lógica de verdades evidentes.
De este modo, las matemáticas parten de la fundación, a través de la intuición, de sus objetos: el número, el par y el impar, las nociones de adición (suma), sustracción (resta), etc. La geometría parte de los cinco postulados de Euclides y las diferentes ciencias de todos aquellos principios más generales que han sido admitidos universalmente por los estudiosos. En el ámbito de la biología, pueden considerarse válidas algunas premisas máximas como <natura non facit saltus> (es decir, <la naturaleza no hace saltos>) o bien <todo viviente está destinado a la muerte>.
Algunos de estos axiomas son válidos para más de una disciplina científica: así, por ejemplo, la idea de que <si A es igual a B y B es igual a C, entonces C es igual a A> (principio de igualdad) se aplica no sólo a los números, sino que también es perfectamente aplicable a cualquier objeto. A partir de una generalización progresiva se puede llegar a un axioma universal, subyacente en todas las ciencias y en cualquier forma de pensamiento racional: esto es, el <principio de no contradicción>. Éste afirma que <es imposible que la misma cosa sea y, al mismo tiempo, no sea> (Dado un A, entonces cada B será diferente de A). En cierto sentido, el principio de no contradicción es el elemento más obvio, de lo que se deriva que nadie sienta jamás la menor necesidad de explicitarlo.
No obstante, su negación haría del todo imposible el pensamiento y el lenguaje, ya que todo concepto podría entonces aludir a una cosa y, simultáneamente, a otra, incluso su opuesta. El principio de no contradicción expresa, en el ámbito de la lógica, la metafísica aristotélica de la sustancia (-->): todo ser posee su propia naturaleza determinada, su propia esencia intransferible que le permite <ser lo que es, y no otra cosa>.
No obstante, su negación haría del todo imposible el pensamiento y el lenguaje, ya que todo concepto podría entonces aludir a una cosa y, simultáneamente, a otra, incluso su opuesta. El principio de no contradicción expresa, en el ámbito de la lógica, la metafísica aristotélica de la sustancia (-->): todo ser posee su propia naturaleza determinada, su propia esencia intransferible que le permite <ser lo que es, y no otra cosa>.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO