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BUEN SALVAJE








La noción de estado natural, tan presente en las discusiones de los filósofos de la Ilustración (-->), designaba a un hipotético hombre o mujer no civilizado, sin historia, política y sociabilidad; una condición que, evidentemente, no coincide con ninguna realidad histórica concreta. La idea de un estado natural del hombre y de la mujer era el resultado de un experimento teórico: designaba el residuo que quedaría después de desproveer al individuo moderno de todo lo que en él es artificial, social y civil. Alrededor de esta noción se han desarrollado en época moderna tres escuelas de pensamiento opuestas.


  • Rousseau (Discurso sobre las ciencias) sostuvo la superioridad ética de un hipotético hombre/mujer salvaje que, viviendo en perfecta armonía con la naturaleza, no conocería la maldad producida por la cultura. Esta hipótesis era una provocación intelectual que tendía a criticar al hombre/mujer civilizado, más que a idealizar a los auténticos primitivos. <Los salvajes no son malos, porque no son buenos. No es el incremento de las luces ni el freno de las leyes lo que les impide hacer el mal, sino la calma natural de las pasiones y la ignorancia del vicio>.

  • El inglés Thomas Hobbes (1588-1679) defendió en su Leviatán (1651) la hipótesis contraria: la superioridad del hombre/mujer civilizado sobre el salvaje. Los hombres y las mujeres que no viven aún en un estado organizado <durante el tiempo en que están sin un poder común que los sujete se encuentran en aquella condición que se denomina guerra, y esta guerra la mantiene cada hombre y mujer contra todos y cada uno de los demás hombres y mujeres>.

  • El filósofo y escritor francés Michel de Montaigne (1533-1592) sostuvo la hipótesis intermedia: el relativismo, según el cual los usos y costumbres morales de los pueblos no se pueden incluir en una escala de valores unitaria, ya que están determinados geográficamente; es decir, que dependen del ambiente, especialmente del clima. En los Ensayos (1580) afirmó que <cada cual llama barbarie a lo que no forma parte de sus costumbres; efectivamente, no tenemos otro punto de referencia para la verdad y la razón que el ejemplo del país en el que nos encontramos>.


A lo largo del s. XVII y sobre todo del s. XVIII se desarrolló en torno a estos temas un debate más filosófico que antropológico. Y esto, ciertamente, no porque faltaran argumentos extraídos de observaciones realizadas sobre el terreno: la proliferación de la literatura de viajes y el éxito de los relatos que acompañaban las cada vez más numerosas exploraciones demuestran lo contrario. Pero la observación in loco de los salvajes todavía no era concluyente, puesto que se podían encontrar argumentos para probar cualquier teoría en la gran masa de noticias que llegaban desde las regiones inexploradas, contradictorias entre sí y recogidas sin un cuadro sistemático de referencia. Este cuadro no empezó a desarrollarse hasta finales de siglo, cuando el naturalista Cuvier recibió el encargo de la Sociedad de observadores del hombre de París (la primera institución antropológica) de redactar una guía científica, un repertorio estándar de preguntas para uso de los exploradores.


TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO

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