1712 – 1778 d.C.
Anticonformista, inquieto,
individualista pero también colectivista, desde luego que ilustrado pero, en
algunos aspectos, romántico, Jean-Jacques
Rousseau es de seguro el filósofo más diversamente interpretado de la
historia. Para algunos representa el teórico inspirador de la Revolución Francesa;
para otros, el autor de una crítica global a la sociedad moderna;
para otros, el nostálgico soñador de una perdida primitiva inocencia de la Humanidad.
Todos, sin embargo, reconocen por lo menos el mérito de haber iniciado la pedagogía moderna con su Emilio. A un pensamiento tan
controvertido hace de espejo una vida rica pero atormentada. Nacido en Ginebra
de una familia pequeñoburguesa, perdió a su madre durante el parto. Estudió
como autodidacta durante su juventud desordenada y errante. En 1742 se trasladó
a París y empezó a ganarse la vida como copista de música. Fue entonces cuando
entró en contacto con el ambiente de los ilustrados y en especial con
Diderot y D'Alambert: para ellos se ocupó de los
artículos musicales de la gran Enciclopedia.
Incapaz de establecer ninguna relación humana satisfactoria, acabó rompiendo
toda relación con los ilustrados. En 1762, obligado a huir de Francia
por sospechoso de hostilidad al régimen, se refugió en Inglaterra, donde
encontró hospitalidad durante un cierto tiempo en casa de David Hume. La relación con el filósofo
inglés se rompió enseguida y Rousseau
se vio obligado a volver a París. Transcurrió el resto de su vida en soledad y
miseria, entregado a completar sus memorias, las Meditaciones de un Paseante Solitario.
Obras: Discurso sobre las Ciencias y las Artes
(1750); Discurso sobre el Origen y
Fundamento de las Desigualdades entre los Hombres (1755); La Nueva Eloísa (1761); El Contrato Social (1762): Emilio o De la Educación (1762); Confesiones
(1770).
126 Todo degenera
en las manos del hombre.
EL PROBLEMA: ¿Puede la educación
determinar la naturaleza del hombre? La historia, ¿Es progreso
o decadencia?
LA TESIS: Si es verdad que
el hombre nace bueno y se vuelve vicioso sólo por la mala
influencia de la sociedad en la que vive, la reforma de la educación puede
convertirse en el instrumento adecuado para crear una humanidad nueva y mejor. Emilio (Obra de la que se ha extraído el
fragmento propuesto) es la historia de un niño educado según natura. Es decir: en un tranquilo pueblo del campo, en
directo contacto con la naturaleza y lejos de la corrupción de la vida civil,
aislado por lo tanto del contacto con sus coetáneos y bajo la guía de un
educador discreto. El maestro, efectivamente, no debe enseñar nada de modo directo, sino que debe en
cambio limitarse a facilitar el brillante desarrollo espontáneo del alumno. Así, desarrollando la instintiva curiosidad de Emilio por los
fenómenos naturales, el educador conseguirá transmitir el pensamiento
científico sin destrozar la natural bondad del muchacho, quien también podrá
progresar desde el punto de vista ético sólo con reflexionar sobre sus propias
experiencias.
La civilización
vuelve el mundo artificial, corrompe el medio natural y altera los equilibrios
ecológicos.
·Todo es bueno al salir de las manos del Autor de las cosas, todo degenera
en las manos del hombre; él obliga a un terreno a
producir productos propios de otro, a un árbol a dar los frutos de otro; mezcla
y confunde los climas, los elementos, las estaciones; mutila a su perro, a su
caballo, a su esclavo; lo altera todo, lo trastorna todo, ama las deformidades
y los monstruos; nada quiere como lo produce y entrega la naturaleza ni siquiera el hombre; es preciso adiestrarlo a su
conveniencia, como un caballo de monta;
es preciso moldearlo a su manera, como un árbol de su jardín. Sin nada de
esto todo iría aún peor, y nuestra especie no quiere ser formada a medias.
La presión social
manipula la mente del individuo desde su nacimiento.
·En el estado en que ahora las cosas se encuentran, un hombre,
abandonado a sí mismo desde el nacimiento, sería entre los demás
el más alterado de todos. Los prejuicios, la autoridad, la necesidad,
el ejemplo, todas las instituciones sociales en que nos hallamos sumergidos, sofocarían en él la naturaleza y nada pondrían en su lugar. Éste se encontraría como un arbusto que el azar hace nacer en medio de una
carretera y al que enseguida los viandantes golpean por todas partes
y doblan en todos los sentidos, hasta acabar con él.
Todas las
cogniciones nacen de la relación con el ambiente. Así pues, es la educación la
que forma las mentes.
·Nacemos débiles y tenemos la necesidad de fuerzas; nacemos desprovistos de todo y tenemos necesidad de asistencia; nacemos estúpidos y
tenemos necesidad de juicio. Todo lo que no tenemos desde el nacimiento y que
necesitamos cuando somos grandes, nos es dado mediante la educación. Esta
educación nos viene o de la naturaleza o de los hombres o de
las cosas.
La naturaleza educa
a los sentidos; la enseñanza a la mente; la experiencia, a los comportamientos.
·El desarrollo interior de nuestras facultades y de nuestros órganos es
la educación de la naturaleza; el uso que se enseña a hacer de este desarrollo
es la educación de los hombres; la adquisición de nuestra
experiencia sobre los objetos que nos conmueven es la educación de las cosas.
Así pues, todos somos educados por tres especies de maestros.
Una correcta
formación integra los tres momentos educativos.
·El discípulo en el que se contradigan sus lecciones
recibidas, será mal educado y nunca logrará estar de acuerdo consigo mismo: en cambio, aquél en quien tales enseñanzas caigan por completo
en los mismos puntos y tiendan a los mismos fines, será el único que
proceda hacia su objetivo y viva coherentemente consigo mismo. Sólo éste habrá sido educado correctamente…
DECADENCIA MORAL
Idea defendida por Rousseau según la cual la historia no ha producido un progreso sino
una regresión del género humano, especialmente desde el punto de vista ético.
La primera etapa de esta decadencia moral se debió a la introducción de la
propiedad privada, con el consecuente nacimiento de la envidia, del robo, de la
política y de la revolución; la segunda etapa fue la invención de la
magistratura; la tercera, la transformación en sentido autoritario del poder
soberano legítimo.
BUEN SALVAJE
Es la idea de que el hombre natural –o sea, el hipotético individuo que vive aislado en el
estado de naturaleza- es superior al civilizado desde el punto de vista ético. Lo vuelve mejor el
perfecto equilibrio que mantiene con la naturaleza y el ambiente, además de la
falta de todas aquellas necesidades superfluas que angustian al hombre moderno. Puesto que un tal salvaje sólo deseará las cosas que
conoce, no podrá ser infeliz y no conocerá los vicios inducidos por la decadencia moral de la civilización.
EDUCACIÓN NEGATIVA
Es la idea guía de la pedagogía de Rousseau, según la cual se aprende sólo por uno mismo.
El educador, pues, no debe transmitir ningún saber, sino que deberá:
1) Evitar al alumno las perniciosas influencias morales de la
sociedad humana; 2) Satisfacer sistemáticamente su natural curiosidad en
cualquier ámbito; 3) Predisponer situaciones de vida aptas para favorecer su
espontáneo crecimiento.
127 El hombre nace libre, pero está encadenado.
EL PROBLEMA: El desarrollo de la
civilización, ¿Es progreso o decadencia? ¿Es posible un retorno al instinto
originario?
LA TESIS: Deber de la filosofía
es liberar al hombre de las cadenas impuestas por la
civilización y devolverlo a la primitiva libertad. Asumida la imposibilidad
de un retorno puro y sencillo a la naturaleza originaria, al instinto feliz e
inconsciente; se debe formular un pacto, un contrato social, que tenga en
cuenta la irreversibilidad de las transformaciones operadas por la historia. Si
el retorno al instinto no es practicable ni siquiera el uso de una férrea y
fría racionalidad puede dar una verdadera respuesta al fundamental dilema de la
política: cómo garantizar a un mismo tiempo tanto la seguridad colectiva como
la libertad individual. Rousseau
desconfía de las soluciones que después serán llamadas democráticas: no se
trata, en su opinión, de explicitar qué libertades individuales deben ser
sometidas a control y, en cambio, qué comportamientos deben ser dejados al
libre arbitrio subjetivo. Si no se quiere que el contrato social sea siempre
puesto en discusión, la renuncia a la libertad individual debe ser total y,
obviamente, recíproca y válida para todos los ciudadanos. La
propuesta de Rousseau, aun
caracterizándose por un evidente autoritarismo, no coincide con las teorías
absolutistas (véase 99): la solución
no está en transformar a los ciudadanos en súbditos, entregando
cada derecho individual al soberano, sino en realizar una profunda
mutación antropológica del ser humano, que logre que los vicios producidos por
la civilización se tornen inoperantes. Sólo un hombre que no sea
educado en la escuela del egoísmo y de la propiedad privada podrá cumplir
opciones políticas sobre la base no de sus intereses particulares, sino en
vistas del bienestar global de la sociedad, según el principio de la voluntad general. Este fragmento y el
siguiente han sido extraídos del Contrato
Social.
La historia de la
humanidad no es una evolución, sino una degeneración.
·El hombre ha nacido libre y está por completo encadenado. Incluso quien se cree patrón de los demás no es menos esclavo que ellos. ¿Cómo se ha producido esta mutación? Lo ignoro. ¿Qué puede
legitimarla? Creo que puedo responder a esta pregunta.
Vista como
principio, la libertad es un bien irrenunciable al que defender incluso con la
fuerza.
·Si considerase solamente la fuerza y el efecto que se deriva, diría:
mientras un pueblo está obligado a obedecer y obedece, hace bien; pero hará
mejor sacudiéndose ese yugo en cuanto le sea posible hacerlo, puesto que
reconquistando su propia libertad sobre la base del mismo derecho por el que le
fue quitada, o está legitimado a recuperarla o bien nadie tenía el legítimo
derecho de quitársela.
El orden social no
es natural.
·Pero el orden social es un derecho sagrado que sirve de base y
fundamento a todos los demás. Sin embargo, este derecho no viene de
la naturaleza; está, en cambio, fundado en convenciones. Se trata de saber
cuáles son esas convenciones…
La sociedad nace
cuando el estado de naturaleza (en que los individuos viven aislados y en estado salvaje) deja de ser practicable.
·Supongamos que los hombres han llegado a un punto en que
los obstáculos que se oponen al mantenimiento de su estado de naturaleza
prevalecen, con resistencia, sobre las fuerzas que cada individuo puede
emplear para mantenerse en tal condición: en tal caso, el estado primitivo ya
no podría subsistir y el género humano perecería si no cambiase su propio modo
de ser.
La ventaja de la
vida social es la de agregar las fuerzas individuales.
·Ahora bien: puesto que los hombres no pueden generar
nuevas fuerzas, sino solamente unificar y dirigir las existentes, no tienen ya
otro medio, para conservarse, que el de formar por agregación una suma de
fuerzas que pueda prevalecer sobre la resistencia de sus obstáculos, y ponerla
en marcha mediante un solo principio de acción y hacerla actuar concertadamente.
El contrato que
funda la sociedad debe garantizar al mismo tiempo la libertad individual y el
respeto de las normas comunes.
·Esta suma de fuerzas no puede nacer más que de la participación de
varios individuos: pero puesto que la fuerza y la libertad de cada
hombre son los primeros instrumentos de su conservación, ¿Cómo podrá
emplearlas sin dañarse a sí mismo y sin desatender los cuidados que se debe
a sí mismo? Estas dificultades, reconducidas a la cuestión que me he
planteado, pueden enunciarse en los siguientes términos: <Encontrar una
forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común tanto a la
persona como a los bienes de cada asociado, y mediante la cual cada uno, uniéndose a los demás, no obedezca más que a sí mismo y
permanezca libre como antes>. Es éste el problema fundamental, cuya solución
ofrece el contrato social.
Los principios del
contrato social, aun no estando explicitados, fundan el derecho y sólo se
tornan evidentes cuando son violados.
·Las cláusulas de este contrato están determinadas de tal manera por la
naturaleza del acto, que una modificación incluso mínima las volvería vanas y
privadas de cualquier efecto; de modo que, si bien nunca han sido enunciadas
formalmente, éstas siguen siendo las mismas, tácitamente admitidas y
reconocidas en todas partes hasta que, por haber sido violado el pacto social,
cada uno recupera sus derechos originarios y retoma su libertad natural, perdiendo
la libertad convencional para obtener aquella a la que había renunciado en
primera instancia.
Toda sociedad se
basa en principios de reciprocidad: cada individuo renuncia a la libertad
sólo si todos los demás hacen lo mismo.
·Estas cláusulas se reducen todas, si son correctamente entendidas, a una
sola: ésta es, la total alienación de cada asociado, con todos sus
derechos, a la comunidad. De hecho, en primer lugar, y puesto que cada uno se entrega enteramente, la condición es igual para todos; y siendo la
condición igual para todos, nadie tendrá el menor interés de tornarla
gravosa para los demás.
La renuncia a la
libertad individual debe ser total. El hombre social ya no es
titular de ningún derecho.
·Además, puesto que la alienación se hace sin reservas, la unión es tan
perfecta cuanto puede serlo y ningún asociado tiene ya nada más que
pretender. De hecho, si a los individuos les quedase algún derecho, puesto
que no habría ningún superior común capaz de pronunciarse entre ellos y el público, cada uno, siendo bajo algún aspecto juez de sí mismo,
pretendería pronto serlo en todo; pero en este caso, continuaría subsistiendo
el estado de naturaleza y la asociación se convertiría necesariamente en
tiránica o vana.
Las normas del
contrato son impersonales y vinculantes para todos los miembros de la sociedad.
·En fin: donándose cada uno a todos, nadie se entrega a nadie. Y
puesto que no hay ningún asociado que no adquiera el mismo derecho que
se le concede, se gana el equivalente de todo lo que se pierde y una mayor
fuerza para conservar lo que se tiene.
El contrato
transforma la suma de las voluntades individuales en una única voluntad general.
·Si entonces se resta del pacto social lo que no es inherente a su
esencia, se encontrará que éste se reduce a los siguientes términos: <Cada
uno de nosotros pone en común su propia persona y todo su propio poder
bajo la dirección suprema de la voluntad general; y a nuestra vez, recibimos a
cada miembro en el cuerpo colectivo como parte indivisible del todo>.
Se puede pensar la
sociedad como un organismo cuyos miembros están constituidos por los individuos.
·En lugar de a la persona particular de cada contrayente, este acto de
asociación da vida instantáneamente a un cuerpo moral y colectivo compuesto de
tantos miembros como votos haya en la asamblea; y ese cuerpo recibe
la propia unidad, el propio yo común, la propia vida y la propia voluntad, de
ese mismo acto.
Todas las
instituciones políticas experimentadas en la historia son intentos de dar forma
organizada a este organismo.
·Esta persona pública, que se forma mediante la unión de todas las demás,
recibía antes el nombre de ciudad y hoy toma el de República o cuerpo político;
cuando es pasiva, sus miembros la llaman Estado; y cuando es activa,
Soberano. Potencia cuando entra en relación con las que se parecen a ella. Por
lo que concierne a los asociados, éstos toman colectivamente el
nombre de pueblo y se denominan individualmente ciudadanos en tanto que
participan en la actividad soberana, y súbditos en cuanto se hallan
sometidos a las leyes del Estado. Pero a menudo estos términos se
confunden y se toman el uno por el otro; basta saberlos distinguir cuando son
utilizados en toda su precisión.
128 La voluntad
general, no de todos o de la mayoría.
EL PROBLEMA: ¿Quién debe
establecer cuál es el bien social? ¿Es la democracia la mejor forma de
gobierno?
LA TESIS: Las reflexiones
desarrolladas por Rousseau en esta
célebre página del Contrato Social
han tenido un fuerte impacto sobre las vicisitudes políticas de la Europa
moderna. Primero inspiraron a Robespierre
la instauración del Terror durante los años más cruentos de la Revolución
Francesa; luego proveyeron argumentos en apoyo de las doctrinas autoritarias
del Estado y después, en el s. XX, defendieron la práctica de los estados
totalitarios en sus variantes marxista-leninista y nazi-fascista. Rousseau adopta, en efecto, posiciones
violentas contra las costumbres de la democracia: el bien común no puede ser
establecido por la sencilla suma estadística de las opiniones individuales (por
ejemplo, con los votos), puesto que sumando tantos egoísmos no se obtiene ni
altruismo ni conciencia civil. Como ya afirmaba Heráclito: si es mejor, la
opinión de uno vale por la de diez mil (véase
4).
Construir una voluntad general amante del bien común, capaz de realizar el
interés colectivo y de lograr al mismo tiempo la libre adhesión de cada
ciudadano, significa cambiar la naturaleza del hombre. Las
reglas sociales deben ser interiorizadas y vivirse como un deber ético y no
como una obligación impuesta por la convivencia. La persona debe socializarse
de alguna manera, debe abandonar el individualismo para transformarse en un ser
colectivo y capaz de pensar en los demás no como un instrumento, sino como
fin.
La voluntad general
debe superar a los intereses particulares.
·La voluntad general sólo puede dirigir las fuerzas del Estado en función
del fin por el que éste ha sido instituido: esto es, el bien común. En efecto,
si la oposición de los intereses especiales ha hecho necesaria la institución
de la sociedad, ésta a su vez ha sido posible por la concordancia de esos
mismos intereses.
Al suscribir el
contrato social, cada individuo renuncia a su individualidad.
·El vínculo social está formado precisamente por lo que hay de común en
estos diferentes intereses, y si no existiese ningún punto sobre el que acordar
todos los intereses, ninguna sociedad podría existir. Ahora bien: la sociedad
debe ser gobernada únicamente tomando a este interés común como base.
La voluntad general
(la soberanía) se funda y se legitima a sí misma.
·Defiendo, por lo tanto, que no siendo la soberanía otra cosa que el
ejercicio de la voluntad general, ésta no puede ser nunca alienada; y que no
siendo otra cosa que un ser colectivo, el soberano no puede ser representado si
no es por sí mismo: el poder puede ser transmitido, pero no la voluntad.
La voluntad general
no puede vincularse a la opinión individual de cada ciudadano.
·Efectivamente, si no es imposible que una voluntad particular concuerde
en algún punto con la voluntad general, es por otro lado imposible que tal
acuerdo sea duradero y constante, puesto que la voluntad particular tiende por
su propia naturaleza a las preferencias, mientras que la voluntad general lo
hace a la igualdad.
El soberano puede seguir los consejos de los súbditos, pero no puede someter
las decisiones comunes a una voluntad particular.
·El soberano puede perfectamente decir: yo quiero ahora lo que
quiere tal hombre o, al menos, lo que él afirma querer. Pero no
puede decir: lo que este hombre querrá mañana, lo querré yo a mi
vez, porque es absurdo que la voluntad se fije vínculos para el porvenir y
porque permitir algo contrario al bien del ser que quiere no depende de ninguna
voluntad.
El ejercicio de la
voluntad general excluye la disensión individual: al súbdito sólo le
incumbe la obediencia.
·Si entonces el pueblo promete sencillamente obedecer, con este acto el
mismo pueblo se disuelve y pierde la calidad de pueblo; en cuanto hay patrón desaparece el soberano, y desde ese momento, el cuerpo político
queda destruido.
Para ser
verdaderamente general, la voluntad común debe expresarse de modo unitario a
través de instituciones únicas e indivisibles.
·Por la misma razón por la que la soberanía es inalienable, también es
indivisible. La voluntad, en efecto, o es general o no lo es; es la del cuerpo
del pueblo o la de únicamente una parte suya. En el primer caso, esta voluntad
declarada es un acto de soberanía y constituye ley; en el segundo, no es más
que una voluntad particular o un acto de magistratura: se trata, como máximo,
de un decreto.
La voluntad general
difiere incluso de la suma de las opiniones individuales.
·La voluntad general es siempre recta y tiende siempre a la utilidad
pública; pero de esto no se deduce que las deliberaciones del pueblo tengan
siempre la misma rectitud. Se quiere siempre el propio bien, pero no siempre se
ve con claridad cuál es; nunca se corrompe al pueblo, sino que se le engaña, y
es sólo entonces cuando el pueblo parece querer lo que está mal.
Entre el individuo y el Estado existe un complejo mundo de asociaciones que impone
intereses y preferencias.
·Si cuando el pueblo delibera suficientemente informado, los ciudadanos no tuviesen ninguna comunicación entre sí, la voluntad general
siempre resultaría de las múltiples pequeñas diferencias, y la deliberación
podría siempre darse por buena. Pero cuando surgen conciliábulos y asociaciones
parciales a expensas de las grandes asociaciones, la voluntad de cada una de
estas asociaciones se vuelve general en relación con sus miembros y
particular en relación con el Estado.
Cuando uno de esos
grupos de interés toma el poder, la sociedad se vuelve dictatorial.
·Se puede afirmar entonces que no hay tantos votantes como hombres hay, sino como asociaciones existan. Las diferencias son menos
numerosas y dan un resultado menos general. En fin: cuando una de esas
asociaciones es tan grande que supera a todas las demás, no se obtiene como
resultado una suma de pequeñas diferencias, sino una diferencia única; ya no
hay entonces una voluntad general, y la opinión que gana ventaja no es más que
una opinión particular.
Sólo prohibiendo
todo asociacionismo se evita la tiranía.
·Para obtener la expresión verdadera de la voluntad general es preciso,
pues, que no exista en el Estado ninguna sociedad parcial y que cada ciudadano piense con su propia cabeza.
129 La superioridad
del hombre salvaje.
EL PROBLEMA: ¿Cómo nació la
civilización? ¿Qué relación existe entre el progreso moral y el progreso
tecnológico?
LA TESIS: El hombre no nace malvado: se torna malvado viviendo en sociedad. Dando
un vuelco a la tradicional óptica interpretativa de la historia –que en el
nacimiento de la civilización ve el desarrollo hacia formas mejores y más
complejas de sociabilidad-, Rousseau
defiende la superioridad ética del hombre salvaje. Viviendo
solo, sin poseer nada, empeñado en una lucha cotidiana por la
existencia en contacto directo con la naturaleza, el hombre primitivo no conocía la mentira ni la agresividad. Mataba para alimentarse,
pero no tenía la noción de delito. La evidente maldad del hombre moderno no deriva entonces de una tara o de un pecado original (véase 55), sino de la naturaleza
artificial, contranatura, de las relaciones sociales. Especialmente pernicioso
fue el nacimiento de la propiedad privada, causa del egoísmo, de la envidia y
de los peores vicios. El estado de
naturaleza del que habla Rousseau
no se refiere a una fase precisa de la condición humana y no coincide en
absoluto con la condición de las actuales sociedades tribales. Es una pura
hipótesis de trabajo, una categoría teórica, la respuesta a una pregunta
filosófica concreta: ¿Cómo sería el hombre si fuese educado no por los demás hombres,
sino directamente por la propia naturaleza?
Voltaire definió el Discurso sobre el Origen y Fundamento de las
Desigualdades entre los Hombres, texto del que se ha extraído este
fragmento, como un panfleto contra el
género humano, añadiendo que es
imposible pintar con colores más enérgicos los horrores de la sociedad humana.
Nadie nunca ha usado tanto ingenio para reducirnos a bestias: después de
haberlo leído, se sienten ganas de caminar a cuatro patas.
El objetivo es
describir el estado natural del hombre, anterior a la
civilización.
·¡Oh, hombre! Los tiempos de los que hablaré están ya muy
lejanos: ¡Cuánto has cambiado desde lo que eras! Es, por decirlo así, la vida
de tu especie lo que me dispongo a describirte según las cualidades que has
recibido, que tu educación y tus costumbres han podido depravar, pero no
destruir.
Hoy sólo se puede
tener nostalgia de la juventud de la humanidad.
·Existe una edad, lo sé, en la que todos los individuos humanos querrían detenerse; tú buscarás, en cambio, la edad en que
desearías que tu especie se hubiese detenido. Estando descontento de tu
presente estado por motivos que auguran descontentos aún mayores para tu
infeliz posteridad, de seguro querrías poder volver atrás. Y este sentimiento
debe constituir un elogio para tus lejanos predecesores, una crítica
para tus contemporáneos y un motivo de espanto para los que tendrán
la desgracia de vivir después de ti…
La superioridad del
estado salvaje reside en la armonía con el ambiente natural.
·Así pues, concluimos diciendo que mientras erraba por los bosques sin
trabajo, sin palabra, sin domicilio, sin guerra ni vínculos, sin ninguna
necesidad de sus similares, sin deseo alguno de dañarlos y hasta sin
reconocer individualmente a ninguno de ellos, el hombre salvaje, sujeto a pocas pasiones y mucho más a sí mismo, no tenía más
que los sentimientos y las luces, propios de aquel estado; y no sentía más que
las necesidades verdaderas; y no miraba más que lo que quería ver; y su
inteligencia no hacía mayores progresos que su vanidad.
Ni el progreso ni
la historia existen en la condición presocial.
·Si por casualidad realizaba algún descubrimiento, no podía explicarlo a
nadie porque no reconocía ni siquiera a sus hijos. El arte moría con el inventor; no había ni educación ni progreso, las generaciones se
multiplicaban inútilmente y, puesto que cada uno partía siempre del mismo
punto, los siglos corrían y la rudeza de las edades primitivas permanecía
inalterada. La especie ya era vieja y el hombre seguía siendo niño.
La propiedad
privada está en el origen de la civilización y es causa primera de la
degeneración del hombre.
·El primer hombre que, habiendo cercado un terreno, tuvo
la idea de proclamar <esto es mío> y encontró a otros tan ingenuos que le creyeron, fue el verdadero fundador de la sociedad
civil. Cuántos delitos, cuántas guerras, cuántos asesinatos, cuántas miserias,
cuánto horror habría ahorrado al género humano aquél que, arrancando
los postes o colmando el foso, hubiese gritado a sus similares: Guardaos de escuchar a este impostor,
¡Si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie,
estaréis perdidos!
La instauración de
la propiedad privada presupone una cultura específica, sedimentada en largos
períodos de tiempo.
·Pero es muy probable que a estas alturas las cosas ya hubieran llegado
hasta el punto de no poder seguir siendo tal y como eran antes; evidentemente,
esta idea de propiedad, que depende de muchas ideas precedentes, se formó en la
mente humana a lo largo de un tiempo y no de golpe: ha sido necesario cumplir
muchos progresos, adquirir muchas capacidades y muchas luces, transmitirlas y
acrecentarlas a lo largo de las edades, antes de llegar a este término último
del estado de naturaleza. Retomemos, pues, las cosas desde el inicio,
intentando abarcar con una única mirada esta lenta sucesión de acontecimientos
y conocimientos en su orden más natural…
La danza colectiva
alrededor del fuego fue, probablemente, la primera ocasión de sociabilidad.
·A medida que las ideas y los sentimientos se suceden, que la mente y el
corazón se ejercitan, el género humano continúa domesticándose, las relaciones
se amplían y los vínculos se estrechan. Empezó entonces la práctica de reunirse
ante las cabañas o alrededor de un gran árbol; el canto y la danza, verdaderos hijos del amor y del ocio, se convirtieron en la diversión o, mejor, en el
pasatiempo de los hombres y de las mujeres desocupados y holgazanes.
La danza colectiva
se bastó para producir enseguida los peores vicios: envidia, vanidad…
·Cada uno empezó a mirar a los otros y a querer ser a su vez mirado; así
empezó a tener valor la estima pública. Aquel que cantaba o bailaba
mejor de todos, el más bello, el más fuerte, el más
hábil o el más elocuente, se convirtió en el más considerado; y
fue éste el primer paso hacia la desigualdad y, al mismo tiempo, hacia el
vicio. De estas primeras preferencias nacieron por un lado la vanidad y el
desprecio, por otro la vergüenza y la envidia; y el fermento producido por
estos nuevos fermentos dio finalmente lugar a funestos productos para la
felicidad y la inocencia.
La defensa del
prestigio social produjo el nacimiento de la etiqueta, de las leyes y de la
venganza.
·Apenas los hombres habían empezado a apreciarse
recíprocamente cuando surgió en su mente la idea de la consideración: así,
todos pretendieron tener derecho a ella y ninguno fue capaz de lograr
evitarlo impunemente. Nacieron así los primeros deberes de las buenas maneras
–así sucedió también entre los salvajes- y toda injusticia cometida
voluntariamente se convirtió en ultraje, puesto que más allá del mal derivado
de la injuria, el ofendido veía también el desprecio hacia su persona,
a menudo más insoportable que el mismo mal sufrido. Fue así cómo las venganzas
se tornaron terribles y los hombres sanguinarios y crueles:
castigando cada uno el desprecio que se le había demostrado de un modo
proporcional a la importancia que a sí mismo se atribuía el ofendido.
Estos vicios son
observables entre los actuales pueblos primitivos, cuya condición no se debe
confundir con el estado de naturaleza.
·Es éste justamente el estadio al que habían llegado la mayor parte de
los pueblos salvajes conocidos por nosotros; y muchos se han
apresurado a concluir de esto que el hombre es naturalmente cruel
y que necesita disciplina para ser endulzado, lo que puede verse en el
hecho de que no se habían distinguido con suficiente precisión las ideas y en
que no se había observado cuán lejanos estaban ya tales pueblos del primitivo
estado de naturaleza.
Desde el punto de
vista ético, el salvaje natural era superior al hombre moderno.
·En realidad, nada hay más dulce que el hombre en su estado
primitivo. En aquel entonces, el hombre estaba ubicado por la
naturaleza a igual distancia de la estupidez de los brutos que de las
luces funestas del hombre cívico, y era empujado por el
instinto o por la razón a defenderse del mal que lo amenazase. La piedad
natural le impedía causar el menor daño y nada le empujaba al mal ni siquiera
después de haberlo recibido…
El desarrollo de la
sociedad determinó el nacimiento del sistema jurídico.
·Pero hay que observar que una vez nacida la sociedad, las relaciones ya
instituidas entre los hombres les exigían otras cualidades que
las inherentes a su primitiva constitución. Puesto que la moralidad empezaba a
introducirse en las acciones humanas y puesto que cada uno, antes de que
hubiese leyes, era único juez y vengador de las ofensas recibidas,
la bondad adecuada al puro estado de naturaleza ya no convenía a la sociedad
naciente; era preciso que los castigos se volviesen más severos a medida que
las ocasiones de ofensa se volvían más frecuentes, y el terror a las venganzas
debía ocupar el puesto del freno de las leyes.
Las primeras
sociedades tribales, aún cercanas al estado presocial, fueron las más felices
de la historia humana.
·De este modo, si bien los hombres se habían vuelto menos
resistentes y si bien la piedad natural ya había sufrido alguna alteración,
este período de desarrollo de las facultades humanas (que se halla justo a
medio camino entre la indulgencia del estado primitivo y la petulante actividad
de nuestro amor propio) debió ser la época más feliz y más duradera.
La inmovilidad de
las sociedades tribales primitivas demuestra su perfección.
·Cuanto más se reflexiona sobre esto, tanto más se entiende cómo esta
condición era la menos sujeta a las revoluciones y era la más adecuada al hombre, y cómo éste la abandonó sólo a causa de algún funesto
azar que, por bien de la utilidad común, nunca debió haberse producido. El
ejemplo de los salvajes –casi todos han sido descubiertos anclados en este estadio- parece confirmar que el género humano estaba
hecho para quedarse siempre así, que esta condición constituye la verdadera
juventud del mundo y que todos los sucesivos progresos han sido aparentemente
pasos hacia la perfección del individuo, pero en realidad han llevado
a la decrepitud de la especie.
En las sociedades
tribales, el individuo permanece económicamente autónomo e
independiente.
·Mientras los hombres se conformaban con sus rústicas
cabañas, mientras se limitaban a coser sus vestidos de piel con espinas o
raspas, a adornarse con plumas y conchas, a pintarse el cuerpo con variados
colores, a perfeccionar o embellecer sus arcos y sus flechas, a construir con
piedras cortantes sus canoas de pesca o sus rudos instrumentos musicales; mientras
se dedicaban únicamente a tareas que un hombre podía realizar solo, a artes que no necesitaban el concurso o la participación de muchas manos,
los hombres vivieron libres, sanos, buenos y felices,
y siguieron disfrutando entre sí de las mieles de una relación independiente.
Propiedad privada y
división del trabajo son causas de la degeneración.
·Pero desde el momento en que un hombre necesitó la ayuda de
otro, en cuanto comprobó que a un solo hombre podía serle
útil tener provisiones para dos, la igualdad desapareció. Se introdujo entonces
la propiedad, el trabajo se tornó necesario y los vastos bosques se trocaron en
campos que debían ser regados con el sudor de los hombres;
campos en los que muy pronto la miseria y la esclavitud germinaron y crecieron
junto a las mieses.
Agricultura y
metalurgia fueron las primeras ocupaciones profesionales.
·La metalurgia y la agricultura fueron las dos artes cuyo descubrimiento produjo
esta gran revolución. Si para el poeta fueron el oro y la plata, para el filósofo fueron el hierro y el grano los que trajeron la civilización
a los hombres, provocando así la ruina del género humano. Ambos,
en efecto, eran ignorados por los salvajes de América, que, por este
motivo, se quedaron tal cual eran; parece incluso que los demás pueblos hayan
seguido siendo bárbaros hasta que iniciaron la práctica de uno sólo de estos
oficios. Y quizá una de las razones principales por las que Europa conoció la
civilización si no antes, sí al menos de forma más duradera y mejor que las
demás partes del mundo, reside en el hecho de que Europa es a un mismo tiempo
la tierra más rica en hierro y más fértil en grano.
El desarrollo de la
propiedad privada deriva de la agricultura.
·De la cultura de las tierras se ha originado necesariamente su
partición, y del reconocimiento de la propiedad provienen las primeras reglas
de justicia: de hecho, para dar a cada uno lo suyo es necesario que cada
uno pueda tener algo; por otra parte, y puesto que los hombres empezaban a mirar al porvenir y se daban cuenta de que todos poseían algo que podían perder, ninguno de ellos se consideraba a
salvo de las represalias por las ofensas que podía provocar a otros.
Sólo el trabajo da
derecho a la propiedad.
·Este origen es tanto más natural en cuanto es imposible concebir la idea
de una propiedad nacida de otra fuente que no sea el trabajo manual; de hecho,
no parece que el hombre pueda ofrecer algo más que su propio
trabajo para apropiarse de cosas que él no ha creado. Sólo el trabajo
otorga a quien cultiva un derecho sobre el producto de la tierra que ha
cultivado, amén de conferirle un derecho sobre el terreno, al menos hasta
llegada cosecha. Y así, año tras año, esa posesión se torna continua y termina
por convertirse fácilmente en propiedad.
La propiedad
privada ha desarrollado el individualismo y la ostentación de sí mismo.
·He aquí, pues, todas nuestras facultades desarrolladas, la memoria y la
imaginación en juego, el amor propio desvelado, la razón activada y la mente
alcanzando casi el límite de la perfección de la que es susceptible. He aquí
todas las cualidades naturales puestas en acción, el rango y la suerte de cada
hombre establecidos no sólo según la cantidad de bienes y el poder de
servir o de hacer daño, sino también según la inteligencia, la belleza, la
fuerza o la habilidad: según los méritos o los talentos; y puesto que estas
cualidades eran las únicas que podían llamar la atención, pronto se hizo
necesario poseerlas y ostentarlas.
La necesidad de los demás ha desarrollado la hipocresía social.
·Su propio interés le impulsó a mostrarse distinto de lo que realmente
era. Ser y parecer se tornaron dos cosas absolutamente diferentes y de esta
distinción nació el fasto imponente, la sagacidad que engaña y todos los vicios
que son su séquito. He aquí el hombre, antes libre e independiente
y ahora sometido, por así decirlo, a la multitud de nuevas necesidades, a
toda la naturaleza y, sobre todo, a sus similares, de los que en cierto
sentido se torna esclavo incluso cuando se convierte en su patrón; el rico necesita sus servicios; el pobre necesita de su ayuda; y ni
siquiera la mediocridad lo pone en condiciones de pasar sin ellos.
El sistema
productivo hace difícil las relaciones sociales sinceras.
·Debe entonces buscar sin pausa cómo interesarlos en su suerte y
actuar de modo tal que ellos, en realidad o en apariencia, encuentren un
provecho en trabajar para su beneficio: esto lo vuelve astuto y
artificioso con los unos, imperioso y duro con los otros; y lo lleva a la necesidad de engañar a todos aquellos de quienes tiene necesidad, cuando no consigue que éstos lo teman y no
halla su propio beneficio en servirles útilmente.
La agresividad, más
o menos disimulada, es la base de la sociedad civil.
·En definitiva, la ambición devoradora, la sed de acrecentar la propia
fortuna personal –no tanto por una verdadera necesidad como para ponerse por
encima de los demás- inspira a los hombres la triste
inclinación a dañarse recíprocamente: una secreta envidia tanto más peligrosa
en cuanto que, para tener mayor seguridad de triunfo en su pretensión, a menudo
se cubre con la máscara de la benevolencia. Por un lado se obtiene el espíritu
de competencia y rivalidad; por otro, el contraste de intereses; y siempre, el
deseo oculto de obtener el propio beneficio a expensas de los demás. Todos
estos males son el primer efecto de la propiedad y el séquito inseparable de la
incipiente desigualdad.
Las leyes que
regulan la sociedad crean un hombre artificioso, lejos de la
simplicidad natural.
·Tal fue o debió ser el origen de la sociedad y de las leyes. Éstas
dieron nuevos impedimentos al débil y nuevas fuerzas al rico,
destruyeron definitivamente la libertad natural, establecieron para siempre la
ley de la propiedad y de la desigualdad, transformaron una hábil usurpación en
un derecho irrevocable y sometieron a todo el género humano, desde entonces y
para siempre, al trabajo, al servicio y a la miseria, a favor del beneficio de
algún ambicioso.
La degeneración
provocada por la civilización se ha extendido por todo el planeta.
·Es fácil ver cómo la formación de una sola y única sociedad hizo del
todo indispensable la de todas las demás y cómo, para oponerse a tantas fuerzas
reunidas, fue del todo necesario unificarse a la vez. Las sociedades, multiplicándose
o extendiéndose rápidamente y por doquier, cubrieron muy pronto toda la
superficie de la Tierra hasta que ya no fue posible encontrar un solo rincón
del entero Universo en que fuese posible liberarse del yugo y alejar la cabeza
de la espada, a menudo injustamente empuñada, que todo hombre ve
constantemente suspendida sobre él.
130 Las palabras
para decir: <Te Amo>.
EL PROBLEMA: ¿Cómo nació el lenguaje?
LA TESIS: La reflexión
conducida por Rousseau en su Ensayo sobre el Origen de las Lenguas,
del que se ha extraído el siguiente fragmento, confirma la tendencia general de
su pensamiento: lo que es originario y primitivo es también genuino, poético y
vital; al contrario, lo que es artificial, producido por la evolución cultural
y civil, es frío, racional y degenerado, (si no muerto). El lenguaje nació bajo
el estímulo de las emociones y no –como ya Demócrito
había defendido (véase 18)- de la utilidad
social o como consecuencia de una planificación racional. Los gestos y acciones
se bastan para resolver todos los problemas prácticos de la vida; las palabras
sólo son imprescindibles para expresar el significado del amor o del odio. El
primer lenguaje de los hombres era, pues, poético, expresivo y
muy vinculado a los estados de ánimo. Después llegaron las gramáticas: se ganó
en claridad, pero se perdió en poesía.
En contra de la
opinión general, el lenguaje nació de las emociones.
·Las necesidades dictaron los primeros gestos y las pasiones arrancaron
las primeras voces. Siguiendo el curso de los hechos con la guía de estas
distinciones, se debería razonar sobre el origen del lenguaje de un modo del
todo distinto a cómo se ha hecho hasta ahora.
Las lenguas
primitivas no tienen nada de racional y sí mucho de poético.
·Las lenguas orientales, las más antiguas que conocemos no tienen nada de
metódico ni racional: son vivas y figuradas. Alguien ha convertido el lenguaje
de los primeros hombres en lenguas de geómetras, mientras
nosotros creemos que fueron lenguas de poetas.
Las necesidades
económicas crean competición; las pasiones del ánimo, unen.
·Las lenguas tienen origen en las necesidades morales, en las pasiones. Las
pasiones aproximan a los hombres, mientras que la necesidad de
buscar su supervivencia les obliga a evitarse. Las primeras voces no fueron
arrancadas por el hambre o la sed, sino por el amor, el odio, la piedad y la
cólera.
La lengua tiene,
ante todo, la función de expresar los estados de ánimo.
·Como los frutos no huyen de nuestras manos, nos podemos nutrir de ellos
sin hablar; podemos seguir en silencio la presa con la que saciar el hambre;
pero para conmover a un joven corazón, para rechazar a un agresor injusto, la naturaleza dicta acentos, gritos y gemidos. Son éstas las más
antiguas palabras inventadas, y he ahí por qué las primeras lenguas fueron
apasionadas y cantarinas, antes de ser simples y melódicas.
Las transformaciones
racionales sufridas por todas las lenguas han destruido su original carga
poética.
·Por un progreso natural, todas las lenguas cultas deben cambiar de
carácter y perder fuerza, ganando en claridad; cuanto más nos apliquemos en
perfeccionar la gramática y la lógica, más se acelerará este progreso; y para
que una lengua llegue a ser fría y monótona, basta fundar Academias junto al
pueblo que la habla.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO