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ESTOICOS: ZENÓN, SÉNECA, MARCO AURELIO



ZENÓN DE CITIO




De origen fenicio, Zenón nació en Citio (Chipre), en 333 a.C., pero cercano a los veinte años de edad se trasladó a Atenas, donde aprendió la lengua griega y siguió cursos de filosofía en la Academia platónica durante aproximadamente diez años. Posteriormente impartió lecciones de filosofía, eligiendo como sede de su escuela el <Pórtico Pintado> (en griego, Stoà poikíle, de donde proviene el término Estoicismo que designa su doctrina). Todos sus escritos se han perdido, por lo que resulta extremadamente difícil distinguir entre su pensamiento original y el de sus sucesores e intérpretes. Suya es, con gran seguridad, la idea de subdividir la filosofía en tres distintas áreas, a saber: lógica, física y ética. Fruto de su pensamiento parece ser también el tema fundamental del pensamiento estoico: la existencia de un orden racional universal con el que el hombre debe necesariamente sintonizar, siendo así posible el logro, en todos los aspectos de la vida, de un pleno acuerdo entre individuo y cosmos. Zenón murió en 263 a.C.

SÉNECA



Lucio Anneo Séneca nació en Córdoba (España) en 4 a.C. y murió en Roma en 65 d.C. Recibió una educación exquisita que le brindó la posibilidad de profundizar en las doctrinas pitagóricas y estoicas. Emprendió con éxito la carrera política hasta convertirse en consejero del emperador Nerón, del que fue, además, preceptor. En el año 62, caído en desgracia, se retiró de la vida política; transcurridos tres años fue acusado de traición y recibió de Nerón la orden de suicidarse. Tácito narra en los Anales cómo Séneca aceptó la injusta condena sin perder el ánimo, poniendo en práctica el principio estoico de la ataraxia (indiferencia).

MARCO AURELIO



Marco Aurelio, emperador y filósofo, nació en Roma en 121 d.C. en el seno de una familia noble. Fue adoptado por el emperador Antonio, a cuya muerte, en 161 d.C., sucedió en el trono. Murió en Vindobona, actual Viena, en 180 d.C. adherido a la causa estoica, concibió la filosofía como una íntima reflexión sobre la existencia. Recogió su pensamiento en 12 libros de máximas filosóficas: Coloquios con Uno Mismo o Meditaciones.

46 Vive según la naturaleza: es decir, según la virtud.


EL PROBLEMA: ¿Cuál debe ser el criterio de guía del comportamiento humano?
LA TESIS: Del mismo modo que el animal se guía por el instinto, así el hombre debe dejarse guiar por la razón, pues en ella reside su naturaleza íntima. Esto significa que el hombre sabio debe evitar cualquier forma de pasión. Las grandes emociones, ya sean las negativas como el terror o las positivas como el amor, interrumpen siempre la fluidez racional del pensamiento, por lo que deben evitarse. Los párrafos siguientes, a propósito de Zenón de Citio, han sido extraídos de la Vida de los Filósofos de Diógenes Laercio.

Hay una unidad fundamental en el mundo natural.

  • Dicen los estoicos que la naturaleza no hace ninguna distinción entre las plantas y los animales, pues ella regula incluso la vida de las plantas, privadas como están de impulso y sensaciones. Y, por otra parte, en nosotros se generan fenómenos del mismo modo que en las plantas.
La naturaleza del mundo animal es el instinto.

  • Pero como los animales han sido dotados, por añadidura, del impulso por medio del cual realizan sus propios fines, se deriva que su disposición natural se verifica en seguir dicho impulso.
La naturaleza del hombre es la racionalidad.

  • Y dado que los seres racionales han recibido la razón para poseer una conducta más perfecta, su vivir según la razón coincide con el vivir según la naturaleza, en tanto que la razón se añade en ellos plasmando y educando al instinto.
El ser humano es racional por naturaleza.

  • Por eso Zenón definió en su obra De la Naturaleza del Hombre el vivir de acuerdo con la naturaleza, como vivir según la virtud: porque la naturaleza nos guía a la virtud.

47 Cómo curar la inquietud.

EL PROBLEMA: ¿Es posible vivir sin sufrimiento? ¿Qué convierte al ser humano en un ser inquieto e insatisfecho?
LA TESIS: El sabio debe seguir el ideal de la imperturbabilidad, es decir, debe poner su componente emocional bajo control racional. Las emociones son enfermedades del ánimo que afectan al individuo, lo aíslan de la sociedad haciendo que prefiera la soledad, y crean continuamente nuevas necesidades. Así pues, la cualidad del sabio es la indiferencia, y la finalidad de su existencia es la apatía, que nace de la anulación de todo deseo. Las palabras de Séneca que siguen a continuación fueron dirigidas por el filósofo a Sereno, un joven ansioso de buenos consejos. (De La tranquilidad del Alma.).

El ideal de la imperturbabilidad.

  • Tú aspiras a algo grande, sublime y casi divino: la imperturbabilidad. Los griegos llaman a ese equilibrio del ánimo euthimía, y Demócrito ha escrito al respecto un libro hermosísimo. Yo llamo a ese equilibrio tranquilidad del alma. No es necesario reproducir y traducir las palabras exactamente al modo de los griegos; sí es preciso, en cambio, dar un nombre al hecho en sí del que nos ocupamos, que sea capaz de expresar su significado.
La búsqueda de las condiciones que hacen posible la imperturbabilidad.

  • Buscamos que el alma pueda proceder en equilibrio y armonía, estar en paz consigo misma y satisfecha de su estado; que nada turbe su alegría y que se mantenga siempre serena, sin exaltarse ni abatirse. Ésa será la tranquilidad. Así pues, buscamos cómo alcanzarla; después, tú tomarás del remedio común lo que sea bueno para ti.
La insatisfacción es la patología del ánimo más común.

  • Mientras tanto, hay que poner el mal en su conjunto al descubierto, y cada uno sabrá reconocer el que le afecta. Al mismo tiempo, te darás cuenta de cómo la insatisfacción por tu propia persona es un tormento menor comparado con el que experimenta quien por motivos de apariencia o por la carga que ella representa, se ve obligado a fingir más por el respeto humano que por voluntad.
La insatisfacción se manifiesta de diversas formas.

  • Todos sufren de esa misma enfermedad, tanto los afligidos por la volubilidad, por el aburrimiento o por los continuos cambios de humor, como los que lloran cuanto han dejado atrás o los que se abandonan a la pereza y a la indiferencia. Añade también a aquellos que se comportan como quien tiene el sueño ligero: se mueven continuamente en la cama cambiando de posición, hasta que encuentran reposo en el agotamiento. A fuerza de cambiar el estado de su propia vida, alcanzan finalmente un estado en el que se ven sorprendidos no por el cansancio frente a nuevos cambios, sino por la vejez, que siente pereza ante la novedad. También están aquellos que son poco volubles, mas no por la coherencia de su carácter sino por inercia, y viven no como querrían, sino como lo han hecho siempre.
La inquietud y la actividad inútil son el producto de la insatisfacción…

  • Innumerables, pues, son las variedades del mal, pero el efecto es siempre único: sentirse insatisfecho de uno mismo. Y eso deriva de los desequilibrios internos y de los deseos inciertos y no realizados. Los inquietos, en efecto, o bien ni siquiera intentan obtener lo que desean, o bien no lo consiguen, y por ello viven en una esperanza vana, siempre inestables y agitados, como sucede forzosamente a quien no es capaz de tomar sus propias decisiones. Buscan por todos los medios satisfacer sus deseos. Hacen proyectos y después realizan acciones deshonestas y arriesgadas y, si sus esfuerzos no les reportan el éxito, les atormenta una vergüenza inútil y se lamentan no tanto por haber deseado el mal como por haberlo deseado sin objeto.
…así como la indecisión y la incapacidad para tomar elecciones definitivas.

  • Entonces les asalta el remordimiento por lo que han hecho, y el miedo de volver a hacerlo. Y aparece en ellos la agitación del espíritu que no encuentra vía de escape, porque no saben ni dominar las pasiones ni dejarse arrastrar por ellas. Ahí está la incertidumbre propia de una vida que no puede realizarse, y la pereza de un espíritu entorpecido por los deseos no realizados.
El inquieto no se realiza ni en la vida pública ni en la privada.

  • Y todo esto se agrava cuando la irritación por algún fracaso les lleva a refugiarse en sí mismos y en la soledad del estudio, tan difíciles de soportar para un ánimo propenso a la vida pública, amante de la acción y de naturaleza inquieta y claramente incapaz de hallar consuelo en sí mismo; así pues, arrinconadas las distracciones que las ocupaciones ofrecen a los atareados, éstos no soportan ni las paredes del propio hogar ni la soledad, y no se resignan a permanecer a solas consigo mismos.
El inquieto interioriza sus propias pulsiones negativas.

  • De ello nacen ese fastidio, esa insatisfacción, esa inquietud del espíritu que no encuentra paz en ningún lugar, esa penosa y amarga resignación a la propia inactividad, sobre todo cuando el afecto se avergüenza de confesar las causas y por vergüenza oculta sus tormentos: las pasiones, encerradas a cal y canto y sin vía de salida, se sofocan solas.
Aun aislándose del mundo, el inquieto odia la soledad.

  • De ahí el estado de ánimo de quien odia el propio aislamiento y se lamenta por no tener nada que hacer; de ahí la envidia por el éxito ajeno. De hecho, la inercia de la infelicidad alimenta el odio; quien no es capaz de alcanzar el éxito desea que los demás fracasen. Quien sufre ese rechazo del éxito ajeno y de esa falta de esperanza en el ánimo se irrita con la suerte, se lamenta de su propio tiempo, se encierra en sí mismo incubando su pena, mientras se aburre y avergüenza de sí mismo.
Para ocultar el vacío de la existencia, se llegan a desear experiencias dolorosas.

  • Por su naturaleza, el ánimo humano es activo y dinámico y le es grata toda ocasión de despertarse y entrar en actividad. Esto es así especialmente en aquellos peores caracteres que se dejan abrumar por el exceso de actividad. Del mismo modo que algunas llagas necesitan ser tocadas por manos que les causarán dolor y gozan con ello, o como el rascarse produce alivio a quien sufre de sarna, así el tormento y el sufrimiento dan placer a aquellos cuyas pasiones son como llagas infectas.
El inquieto persigue toda novedad.

  • Hay hechos que regocijan nuestro cuerpo de un cierto dolor, como girar de un lado a otro cambiando la posición del cuerpo; así hacía el Aquiles homérico, que cambiaba su cuerpo de posición ora supina, ora prona. Es propio del enfermo no tolerar nada durante mucho tiempo, y recurrir al cambio en busca de remedio para sus males.
Los viajes sin motivo son un síntoma de esta enfermedad.

  • Y entonces emprenden viajes sin una meta precisa, y pasan de una orilla a otra poniendo a prueba en tierra y mar su volubilidad, siempre descontentos con lo que hacen. <Vamos a Campania>. Pero enseguida los lugares refinados les aburren. <Busquemos tierras salvajes: visitemos Calabria y los bosques de Lucania>. Y, en cambio, en aquellas tierras desoladas buscan un oasis ameno para distraer la vista, ávida de gozo, de la vasta desolación propia de esos lugares salvajes. <Vayamos a Taranto, busquemos su famoso puerto, su templado clima invernal y su riqueza, en un tiempo suficiente para satisfacer el hambre de la población… Pero no, volvamos a Roma: mis oídos llevan mucho tiempo alejados del fragor y de los aplausos. ¡Quiero disfrutar de nuevo de un espectáculo en el que se vierta sangre humana!>.
El fin de una vida frenética no es otro que el de olvidarse de uno mismo.

  • Y así emprenden un viaje tras otro y pasan de uno a otro espectáculo. Como dice Lucrecio: <Así huye cada cual de sí mismo>. Pero ¿De qué sirve, si en realidad no se consigue huir de uno mismo? Cada cual se persigue y acosa a sí mismo como un compañero que lo oprime.
El cansancio de vivir puede llevar incluso al suicidio.

  • Debemos convencernos de que el mal que sufrimos no depende de los lugares en donde estemos, sino de nosotros mismos. No tenemos fuerzas para soportar nada ni fatigas ni placeres ni mucho menos a nosotros mismos. Ésa es la razón por la que algunos se sienten empujados al suicidio: porque las metas que se fijan, a fuerza de cambiarlas, les llevan continuamente a las mismas cosas y no dejan espacio a la novedad. La vida y el mismo mundo empiezan a causarles náuseas, y en su mente aparece la interrogación típica de quien se marchita en sus propios placeres: <¡Siempre lo mismo! ¿Hasta cuándo durará esto?>.


48 La ventaja de ser espontáneos.

EL PROBLEMA: ¿Cómo pueden conciliarse la razón y el instinto, la dimensión espiritual y la corporal? ¿Hasta qué punto es sabio ser racionales? ¿Cómo debe vivirse la vida cotidiana?
LA TESIS: Seguir los dictámenes de la razón no significa convertirse en esclavos de la racionalidad, poniendo bajo férreo control lógico todos y cada uno de los momentos de la existencia, sino seguir el ideal de una moderada racionalidad. Igualmente, perseguir el propio crecimiento espiritual no debe llevarnos a despreciar el cuerpo o a angustiarlo con inútiles prácticas ascéticas. Las cualidades del sabio son la simplicidad, la espontaneidad y la inmediatez; es decir, las de quien se acepta por lo que en realidad es. Al contrario, la ansiedad, la artificiosidad de los comportamientos, el frenesí de vivir sin reposo, el deseo de viajar sin objeto, son síntomas patológicos de una personalidad que no acepta su propia naturaleza.

El autocontrol excesivo es dañino.

  • Una causa relevante de preocupaciones consiste en adoptar un comportamiento estudiado, en lugar de mostrarse tal y como uno es en realidad. En efecto, es un verdadero tormento controlarse continuamente por miedo a ser sorprendidos en un comportamiento distinto al habitual. Y nunca nos libraremos de las preocupaciones mientras no dejemos de pensar que los demás nos juzgan cada vez que nos ven. Son muchas, en efecto, las asociaciones en que, contrariamente a nuestra voluntad, mostramos quienes somos en realidad. En cualquier caso, la vida que se esconde tras una máscara no es ni hermosa ni tranquila ni siquiera cuando conseguimos ejercer el autocontrol.
La sencillez no se halla entre las virtudes más apreciadas.

  • ¡Cuánta felicidad nos procura, en cambio, la escueta y poco elegante sencillez de quien no oculta su propia naturaleza! Con todo, incluso este modo de vivir corre el riesgo de no ser apreciado, pues a la gente le suele causar fastidio todo lo que resulta demasiado accesible.
El punto de equilibrio está siempre en el justo medio.

  • Pero cuando es reconocida por todos, la virtud no corre riesgo alguno de perder su valor. Es preferible, además, ser despreciados por la sencillez que atormentarse en una continua simulación. Con todo, incluso en esto debemos buscar la medida justa: hay una gran diferencia entre vivir con sencillez y vivir con dejadez.
Sociabilidad y búsqueda interior deben conciliarse.

  • Es también preciso saberse recoger en uno mismo: frecuentar distintas personas turba el equilibrio interno, despierta las pasiones y agrava las debilidades y los males no sanados. Es necesario saber alternar la soledad y la compañía de los otros. La primera nos hará sentir el deseo de estar con los demás, y la segunda nos hará querer estar con nosotros mismos. Y la una será el remedio de la otra: la soledad nos sanará del disgusto provocado por la muchedumbre, y la compañía de otros nos sanará del aburrimiento de la soledad.
Distracción, danza y juego son tan necesarios como lo son las obligaciones.

  • Y no es necesario ni mucho menos, someter nuestro ánimo a una tensión continua, sino que debemos concederle distracciones. Sócrates no se avergonzaba por jugar con los niños; Catón reponía su ánimo fatigado por las cuestiones públicas con un vaso de vino; Escipión, general y soldado victorioso, amaba danzar. Y al danzar no se dejaba llevar por esos movimientos lánguidos tan de moda hoy y que superan en afectación a los femeninos, sino que danzaba como un auténtico hombre. Así se comportaban nuestros antiguos padres, quienes en las jornadas de fiesta y diversión solían danzar de manera viril y sin perjuicio de su decoro, incluso cuando eran observados por enemigos.
La salud del cuerpo y de la mente requiere la alternancia de trabajo y descanso.

  • Debemos conceder descanso a nuestro espíritu: una vez descansado, estará más fuerte y afianzado. Del mismo modo que es preciso no forzar en exceso los campos fértiles porque un cultivo sin interrupción los agotaría enseguida, así el esfuerzo continuo termina por apagar el arrojo del ánimo: con un poco de descanso y reposo, recuperará su vigor. La fatiga prolongada provoca cansancio, y la mente pierde lucidez.
La moderación siempre es necesaria.

  • Por otra parte, los hombres no buscarían relajarse tan apasionadamente si el juego y la diversión no fuesen un placer natural. El abuso, sin embargo, restaría toda firmeza y vigor al ánimo; la salud también necesita del sueño, pero si se prolonga durante día y noche, se convierte en una especie de muerte. Hay una gran diferencia entre dejar algo en suspenso y ponerle fin.
Son varias las modalidades de alternancia entre trabajo y reposo.

  • Los legisladores instituyeron las jornadas festivas para que los hombres pudiesen reunirse y disfrutar de algunos momentos de ocio, y para alternar las fatigas con algún recreo indispensable. Algunos prohombres se concedían cada mes algunos días de reposo, otros se dividían diariamente entre actividad y reposo. Así hacía el gran orador Cayo Asinio Polión, quien pasadas las cuatro de la tarde dejaba de trabajar hasta las seis. Pasada esa hora no leía ni siquiera la correspondencia, evitando así cualquier preocupación, y en esas dos horas se descargaba del cansancio acumulado durante toda la jornada. Otros, en cambio, hacían una pausa a mediodía y reservaban las horas vespertinas a ocupaciones de menor importancia. Nuestros antepasados incluso prohibieron que, pasadas las cuatro de la tarde, se sostuviesen debates en el Senado. En la milicia existen turnos de guardia, pero quien regresa de una misión está exento del servicio nocturno.
El contacto con la naturaleza produce serenidad.

  • Es preciso saber recargar el espíritu y concederle, de tanto en tanto, un descanso que lo refuerce y vigorice. Y también es necesario pasear al aire libre, pues haciéndolo el ánimo respira a cielo abierto un aire saludable que lo recrea y vivifica. En otras ocasiones nos será de ayuda un viaje, un cambio de lugar, una comida o alguna copa de vino.
Incluso una ligera ebriedad sirve de ayuda.

  • En algunas ocasiones conviene achisparse pero no para embrutecerse con la bebida, sino para calmarse con ella. La ebriedad, en efecto, arrastra las penas, renueva el fondo de nuestro ánimo y borra la melancolía. No es casualidad que se llamase Libre el inventor del vino: no porque el vino suelte las lenguas, sino porque libera al espíritu de la esclavitud de las penas, lo refuerza, lo aviva y hace que sea más audaz en toda acción. Pero igual que ocurre con la libertad, también el vino necesita de moderación. Se cuenta que Solón y Arcesilao sentían debilidad por el vino; Catón fue reprendido por su afición a la bebida: un buen ejemplo para la rehabilitación de este vicio que, en cambio, sirvió para desacreditar a Catón. Cierto es que no conviene ser en exceso indulgente, pues de otro modo el ánimo caería en una fea costumbre; sin embargo, de vez en cuando es bueno dar vía libre a la libertad y el goce y abandonar la severa sobriedad.
Por último, un poco de locura también resulta útil.

  • Si creemos a Homero, <A veces es hermoso cometer locuras>; y Platón dijo: <En vano llama a la puerta de la poesía quien es siempre dueño de sí mismo>. Y Aristóteles: <Nunca hubo un ingenio grande sin un poco de locura>.
La inspiración artística se ve favorecida por la ruptura de los esquemas habituales.

  • Sólo una mente inspirada podrá hablar con grandilocuencia y por encima de los demás: sus cantos superan la dimensión humana cuando, guiada por la inspiración divina, desprecia las cosas vulgares y ordinarias.
La serenidad del ánimo es un bien precioso que debe cuidarse asiduamente.

  • Mientras la mente humana ejerza control sobre sí misma, nada podrá expresar sublime ni grandioso; es necesario que se aleje de lo cotidiano, que se exalte hasta desbocarse y arrastrar a su jinete a lugares a los que éste no iría por temor.
Mi querido Sereno, he aquí los preceptos necesarios para salvaguardar tu tranquilidad o recuperarla, y para enfrentarte a los defectos que pudieran amenazarte. Has de saber, sin embargo, que ninguno de ellos bastará para preservar un bien tan frágil si nuestra alma, siempre pronta a caer, no se defiende con los cuidados más asiduos.


ATARAXIA


La ataraxia, la indiferencia estoica, en una viñeta humorística.


Literalmente, imperturbabilidad, ausencia de turbación. Es decir, el ideal de vida común a todas las escuelas helenísticas. Se trata de un modo de resolver el problema de la felicidad por vía de la negación: la única felicidad posible reside en la ausencia de su contrario, el dolor. Para los epicúreos, la ataraxia se identifica con el placer estable; para los estoicos, con la indiferencia hacia las pasiones y el completo dominio de las emociones; para los cínicos, con la renuncia a todo tipo de necesidad; para los escépticos, con la epojé. La ataraxia debe ser practicada porque la naturaleza de lo deseado o temido es desconocida.

DEBER

La noción fundamental de la ética estoica, conjugable en la máxima <vive de acuerdo con la naturaleza>, entendiéndose por naturaleza tanto el mundo que nos rodea como la naturaleza del hombre, que forma parte de la universal. Dado que la naturaleza coincide con la racionalidad, la regla de vida estoica equivale también a la máxima vive de acuerdo con la razón. Así pues, todas las acciones sugeridas por la razón y conformes a la naturaleza son justas.

49 Mira en tu interior: hallarás la fuente del bien.

EL PROBLEMA: ¿En qué consiste la filosofía? ¿Cómo hay que vivir?
LA TESIS: <Mira en tu interior: hallarás la fuente del bien, siempre dispuesta a brotar si sabes cavar en tu interior>. Esta máxima encierra el núcleo fundamental del pensamiento de Marco Aurelio: la filosofía consiste en la reflexión sobre la existencia, en la búsqueda interior, en la meditación sobre la vida. El lugar en donde se habita y el papel en la sociedad no tienen importancia alguna. El filósofo puede ser emperador o esclavo (como lo fue Epicteto); lo esencial es su capacidad de buscar en sí mismo.

Lo importante no es el lugar en el que se vive, sino la disposición interior de ánimo.

  • Algunos buscan lugares solitarios, moradas en el campo, a la orilla del mar o en el monte; también tú sueles desear intensamente este tipo de cosas. Pero todo eso no es sino estulticia, puesto que retirarse en uno mismo es posible en cualquier momento que se desee.
La filosofía es introspección; esto es, meditación interior.

  • ¡Oh, sí! ¡En ningún lugar más que en su propia alma podrá retirarse un hombre con mayor tranquilidad y de la manera más sencilla! Sobre todo aquel que guarde en su interior cosas tan preciadas, que sólo con mirarlas se obtenga paz para el corazón. Y por esa paz entiendo una disposición de orden perfecto. En consecuencia, regálate continuamente con este lugar de retiro y renueva tu vida.
Que la norma del obrar se inspire en valores éticos universales.

  • Nunca obres contrariamente a tu voluntad. Tampoco actúes sin proponerte como meta un bien común sin la necesaria ponderación o, en lugar de eso, con duda o incertidumbre.
En la vida cotidiana hay que ser mesurado.

  • Igualmente, las palabras rebuscadas en exceso no ornarán tu pensamiento ni lo harán el exceso de discursos o de ocupaciones.
El individuo no tiene valor en sí, sino como parte del incesante fluir racional del mundo.

  • Además, que el dios que habita en tu interior sea tutor de un hombre viril, venerable durante años, consciente de su rectitud innata, romano, emperador y dispuesto a ocupar su puesto.
La serena aceptación de la muerte.

  • Así, aquel que oiga sonar el clarín que lo llama a abandonar la vida, estará preparado para abandonarla.
La serenidad del hombre estoico.

  • Y bien cierto es que no necesitará ni de juramento ni de hombre que le sirva de testigo. La expresión de su rostro estará bañada en luz; no necesitará de ninguna ayuda exterior, no necesitará la paz que los otros le puedan dar. En definitiva, es preciso mantenerse en pie sobre los propios pies, y no en pie con la ayuda de otros.

(De los Coloquios con uno mismo)



TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO