ZENÓN
DE CITIO
De origen fenicio, Zenón nació en Citio (Chipre), en 333
a.C., pero cercano a los veinte años de edad se trasladó a Atenas, donde
aprendió la lengua griega y siguió cursos de filosofía en la Academia platónica
durante aproximadamente diez años. Posteriormente impartió lecciones de
filosofía, eligiendo como sede de su escuela el <Pórtico Pintado> (en
griego, Stoà poikíle, de donde
proviene el término Estoicismo que
designa su doctrina). Todos sus escritos se han perdido, por lo que resulta
extremadamente difícil distinguir entre su pensamiento original y el de
sus sucesores e intérpretes. Suya es, con gran seguridad, la idea de
subdividir la filosofía en tres distintas áreas, a saber: lógica, física
y ética.
Fruto de su pensamiento parece ser también el tema fundamental del pensamiento
estoico: la existencia de un orden racional universal con el que el hombre debe necesariamente sintonizar, siendo así posible el logro, en
todos los aspectos de la vida, de un pleno acuerdo entre individuo y
cosmos. Zenón murió en 263 a.C.
SÉNECA
Lucio
Anneo Séneca nació en Córdoba (España) en 4 a.C. y
murió en Roma en 65 d.C. Recibió una educación exquisita que le brindó la
posibilidad de profundizar en las doctrinas pitagóricas y estoicas. Emprendió
con éxito la carrera política hasta convertirse en consejero del emperador Nerón, del que fue, además, preceptor. En
el año 62, caído en desgracia, se retiró de la vida política; transcurridos
tres años fue acusado de traición y recibió de Nerón la orden de suicidarse. Tácito
narra en los Anales cómo Séneca aceptó la injusta condena sin
perder el ánimo, poniendo en práctica el principio estoico de la ataraxia
(indiferencia).
MARCO
AURELIO
Marco
Aurelio, emperador y filósofo, nació en Roma en 121 d.C. en el
seno de una familia noble. Fue adoptado por el emperador Antonio, a cuya muerte, en 161 d.C., sucedió en el trono. Murió en
Vindobona, actual Viena, en 180 d.C. adherido a la causa estoica, concibió la
filosofía como una íntima reflexión sobre la existencia. Recogió su pensamiento en
12 libros de máximas filosóficas: Coloquios
con Uno Mismo o Meditaciones.
46 Vive según la
naturaleza: es decir, según la virtud.
EL PROBLEMA: ¿Cuál debe ser el
criterio de guía del comportamiento humano?
LA TESIS: Del mismo modo
que el animal se guía por el instinto, así el hombre debe dejarse
guiar por la razón, pues en ella reside su naturaleza íntima. Esto significa
que el hombre sabio debe evitar cualquier forma de pasión. Las
grandes emociones, ya sean las negativas como el terror o las positivas como el
amor, interrumpen siempre la fluidez racional del pensamiento, por lo que deben
evitarse. Los párrafos siguientes, a propósito de Zenón de Citio, han sido extraídos de la Vida de los Filósofos de Diógenes Laercio.
Hay
una unidad fundamental en el mundo natural.
- Dicen
los estoicos que la naturaleza no hace ninguna distinción entre
las plantas y los animales, pues ella regula incluso la vida de las
plantas, privadas como están de impulso y sensaciones. Y, por otra parte,
en nosotros se generan fenómenos del mismo modo que en las plantas.
La
naturaleza del mundo animal es el instinto.
- Pero
como los animales han sido dotados, por añadidura, del impulso por medio
del cual realizan sus propios fines, se deriva que su disposición natural
se verifica en seguir dicho impulso.
La
naturaleza del hombre es la racionalidad.
- Y
dado que los seres racionales han recibido la razón para poseer una
conducta más perfecta, su vivir según la razón coincide con el vivir según
la naturaleza, en tanto que la razón se añade en ellos plasmando y
educando al instinto.
El
ser humano es racional por naturaleza.
- Por
eso Zenón definió en su obra De la Naturaleza del Hombre el vivir de acuerdo con la naturaleza, como vivir según la
virtud: porque la naturaleza nos guía a la virtud.
47 Cómo curar la
inquietud.
EL PROBLEMA: ¿Es posible vivir
sin sufrimiento? ¿Qué convierte al ser humano en un ser inquieto e
insatisfecho?
LA TESIS: El sabio debe seguir el ideal de la imperturbabilidad,
es decir, debe poner su componente emocional bajo control racional. Las
emociones son enfermedades del ánimo que afectan al individuo, lo aíslan de la sociedad haciendo que prefiera la soledad, y crean
continuamente nuevas necesidades. Así pues, la cualidad del sabio es la indiferencia, y la finalidad de
su existencia es la apatía, que nace de la anulación de todo deseo. Las
palabras de Séneca que siguen a
continuación fueron dirigidas por el filósofo a Sereno, un joven ansioso de buenos consejos. (De La tranquilidad del Alma.).
El ideal de la
imperturbabilidad.
- Tú aspiras a
algo grande, sublime y casi divino: la imperturbabilidad. Los griegos llaman a ese equilibrio del ánimo euthimía,
y Demócrito ha escrito al
respecto un libro hermosísimo. Yo llamo a ese equilibrio tranquilidad del alma. No es
necesario reproducir y traducir las palabras exactamente al modo de los griegos; sí es preciso, en cambio, dar un nombre al hecho en sí
del que nos ocupamos, que sea capaz de expresar su significado.
La búsqueda de las
condiciones que hacen posible la imperturbabilidad.
- Buscamos que
el alma pueda proceder en equilibrio y armonía, estar en paz consigo misma
y satisfecha de su estado; que nada turbe su alegría y que se mantenga
siempre serena, sin exaltarse ni abatirse. Ésa será la tranquilidad. Así
pues, buscamos cómo alcanzarla; después, tú tomarás del remedio común lo
que sea bueno para ti.
La insatisfacción
es la patología del ánimo más común.
- Mientras
tanto, hay que poner el mal en su conjunto al descubierto, y cada uno sabrá reconocer el que le afecta. Al mismo tiempo, te darás cuenta de cómo
la insatisfacción por tu propia persona es un tormento menor comparado con
el que experimenta quien por motivos de apariencia o por la carga que ella
representa, se ve obligado a fingir más por el respeto humano que por
voluntad.
La insatisfacción
se manifiesta de diversas formas.
- Todos sufren de esa misma enfermedad, tanto los afligidos por la
volubilidad, por el aburrimiento o por los continuos cambios de humor,
como los que lloran cuanto han dejado atrás o los que se abandonan
a la pereza y a la indiferencia. Añade también a aquellos que se
comportan como quien tiene el sueño ligero: se mueven continuamente en la
cama cambiando de posición, hasta que encuentran reposo en el agotamiento.
A fuerza de cambiar el estado de su propia vida, alcanzan finalmente un
estado en el que se ven sorprendidos no por el cansancio frente a
nuevos cambios, sino por la vejez, que siente pereza ante la novedad.
También están aquellos que son poco volubles, mas no por la coherencia
de su carácter sino por inercia, y viven no como querrían, sino como lo
han hecho siempre.
La inquietud y la
actividad inútil son el producto de la insatisfacción…
- Innumerables,
pues, son las variedades del mal, pero el efecto es siempre único: sentirse
insatisfecho de uno mismo. Y eso deriva de los desequilibrios
internos y de los deseos inciertos y no realizados. Los inquietos, en efecto, o bien ni siquiera intentan obtener lo que desean, o bien
no lo consiguen, y por ello viven en una esperanza vana, siempre
inestables y agitados, como sucede forzosamente a quien no es capaz
de tomar sus propias decisiones. Buscan por todos los medios satisfacer
sus deseos. Hacen proyectos y después realizan acciones deshonestas y
arriesgadas y, si sus esfuerzos no les reportan el éxito, les atormenta
una vergüenza inútil y se lamentan no tanto por haber deseado el mal como
por haberlo deseado sin objeto.
…así como la
indecisión y la incapacidad para tomar elecciones definitivas.
- Entonces les
asalta el remordimiento por lo que han hecho, y el miedo de volver a
hacerlo. Y aparece en ellos la agitación del espíritu que no encuentra vía
de escape, porque no saben ni dominar las pasiones ni dejarse arrastrar
por ellas. Ahí está la incertidumbre propia de una vida que no puede
realizarse, y la pereza de un espíritu entorpecido por los deseos no
realizados.
El inquieto no se realiza ni en la vida pública ni en la privada.
- Y todo esto se
agrava cuando la irritación por algún fracaso les lleva a refugiarse en sí
mismos y en la soledad del estudio, tan difíciles de soportar para un
ánimo propenso a la vida pública, amante de la acción y de naturaleza
inquieta y claramente incapaz de hallar consuelo en sí mismo; así
pues, arrinconadas las distracciones que las ocupaciones ofrecen a los atareados, éstos no soportan ni las paredes del propio
hogar ni la soledad, y no se resignan a permanecer a solas consigo mismos.
El inquieto interioriza sus propias pulsiones negativas.
- De ello nacen
ese fastidio, esa insatisfacción, esa inquietud del espíritu que no
encuentra paz en ningún lugar, esa penosa y amarga resignación a la propia
inactividad, sobre todo cuando el afecto se avergüenza de confesar las
causas y por vergüenza oculta sus tormentos: las pasiones, encerradas a
cal y canto y sin vía de salida, se sofocan solas.
Aun aislándose del
mundo, el inquieto odia la soledad.
- De ahí el
estado de ánimo de quien odia el propio aislamiento y se lamenta por no
tener nada que hacer; de ahí la envidia por el éxito ajeno. De hecho, la
inercia de la infelicidad alimenta el odio; quien no es capaz de alcanzar
el éxito desea que los demás fracasen. Quien sufre ese rechazo del
éxito ajeno y de esa falta de esperanza en el ánimo se irrita con la
suerte, se lamenta de su propio tiempo, se encierra en sí mismo incubando su pena, mientras se aburre y avergüenza de sí mismo.
Para ocultar el
vacío de la existencia, se llegan a desear experiencias dolorosas.
- Por su naturaleza,
el ánimo humano es activo y dinámico y le es grata toda ocasión de
despertarse y entrar en actividad. Esto es así especialmente en aquellos
peores caracteres que se dejan abrumar por el exceso de actividad. Del
mismo modo que algunas llagas necesitan ser tocadas por manos que les
causarán dolor y gozan con ello, o como el rascarse produce alivio a quien
sufre de sarna, así el tormento y el sufrimiento dan placer a aquellos
cuyas pasiones son como llagas infectas.
El inquieto persigue toda novedad.
- Hay hechos que
regocijan nuestro cuerpo de un cierto dolor, como girar de un lado a otro
cambiando la posición del cuerpo; así hacía el Aquiles homérico, que
cambiaba su cuerpo de posición ora supina, ora prona. Es propio del enfermo no tolerar nada durante mucho tiempo, y recurrir al cambio
en busca de remedio para sus males.
Los viajes sin
motivo son un síntoma de esta enfermedad.
- Y entonces
emprenden viajes sin una meta precisa, y pasan de una orilla a otra
poniendo a prueba en tierra y mar su volubilidad, siempre descontentos con lo que hacen. <Vamos a Campania>. Pero enseguida los
lugares refinados les aburren. <Busquemos tierras salvajes: visitemos
Calabria y los bosques de Lucania>. Y, en cambio, en aquellas tierras
desoladas buscan un oasis ameno para distraer la vista, ávida de gozo, de
la vasta desolación propia de esos lugares salvajes. <Vayamos a
Taranto, busquemos su famoso puerto, su templado clima invernal y su
riqueza, en un tiempo suficiente para satisfacer el hambre de la
población… Pero no, volvamos a Roma: mis oídos llevan mucho tiempo
alejados del fragor y de los aplausos. ¡Quiero disfrutar de nuevo de un
espectáculo en el que se vierta sangre humana!>.
El fin de una vida
frenética no es otro que el de olvidarse de uno mismo.
- Y así
emprenden un viaje tras otro y pasan de uno a otro espectáculo. Como dice Lucrecio: <Así huye cada cual
de sí mismo>. Pero ¿De qué sirve, si en realidad no se consigue
huir de uno mismo? Cada cual se persigue y acosa a sí mismo como un compañero que lo oprime.
El cansancio de
vivir puede llevar incluso al suicidio.
- Debemos
convencernos de que el mal que sufrimos no depende de los lugares en donde
estemos, sino de nosotros mismos. No tenemos fuerzas para
soportar nada ni fatigas ni placeres ni mucho menos a nosotros mismos. Ésa es la razón por la que algunos se sienten empujados al suicidio: porque las metas que se fijan, a fuerza de cambiarlas,
les llevan continuamente a las mismas cosas y no dejan espacio a la
novedad. La vida y el mismo mundo empiezan a causarles náuseas, y en su
mente aparece la interrogación típica de quien se marchita en sus propios
placeres: <¡Siempre lo mismo! ¿Hasta cuándo durará esto?>.
48 La ventaja de ser espontáneos.
EL PROBLEMA: ¿Cómo pueden
conciliarse la razón y el instinto, la dimensión espiritual y la corporal?
¿Hasta qué punto es sabio ser racionales? ¿Cómo debe vivirse la vida cotidiana?
LA TESIS: Seguir los
dictámenes de la razón no significa convertirse en esclavos de la
racionalidad, poniendo bajo férreo control lógico todos y cada uno de los
momentos de la existencia, sino seguir el ideal de una moderada racionalidad. Igualmente,
perseguir el propio crecimiento espiritual no debe llevarnos a despreciar el
cuerpo o a angustiarlo con inútiles prácticas ascéticas. Las cualidades del sabio son la simplicidad, la espontaneidad y la inmediatez; es decir,
las de quien se acepta por lo que en realidad es. Al contrario, la ansiedad, la
artificiosidad de los comportamientos, el frenesí de vivir sin reposo, el deseo
de viajar sin objeto, son síntomas patológicos de una personalidad que no
acepta su propia naturaleza.
El autocontrol
excesivo es dañino.
- Una causa
relevante de preocupaciones consiste en adoptar un comportamiento
estudiado, en lugar de mostrarse tal y como uno es en realidad. En
efecto, es un verdadero tormento controlarse continuamente por miedo a ser
sorprendidos en un comportamiento distinto al habitual. Y nunca nos
libraremos de las preocupaciones mientras no dejemos de pensar que los demás nos juzgan cada vez que nos ven. Son muchas, en efecto, las
asociaciones en que, contrariamente a nuestra voluntad, mostramos quienes
somos en realidad. En cualquier caso, la vida que se esconde tras una
máscara no es ni hermosa ni tranquila ni siquiera cuando conseguimos
ejercer el autocontrol.
La sencillez no se
halla entre las virtudes más apreciadas.
- ¡Cuánta
felicidad nos procura, en cambio, la escueta y poco elegante sencillez de
quien no oculta su propia naturaleza! Con todo, incluso este modo de vivir
corre el riesgo de no ser apreciado, pues a la gente le suele causar
fastidio todo lo que resulta demasiado accesible.
El punto de
equilibrio está siempre en el justo medio.
- Pero cuando es
reconocida por todos, la virtud no corre riesgo alguno de perder su
valor. Es preferible, además, ser despreciados por la sencillez que
atormentarse en una continua simulación. Con todo, incluso en esto debemos
buscar la medida justa: hay una gran diferencia entre vivir con sencillez
y vivir con dejadez.
Sociabilidad y
búsqueda interior deben conciliarse.
- Es también
preciso saberse recoger en uno mismo: frecuentar distintas
personas turba el equilibrio interno, despierta las pasiones y agrava las
debilidades y los males no sanados. Es necesario saber alternar la soledad
y la compañía de los otros. La primera nos hará sentir el deseo
de estar con los demás, y la segunda nos hará querer estar con nosotros mismos. Y la una será el remedio de la otra: la soledad nos
sanará del disgusto provocado por la muchedumbre, y la compañía de otros nos sanará del aburrimiento de la soledad.
Distracción, danza
y juego son tan necesarios como lo son las obligaciones.
- Y no es
necesario ni mucho menos, someter nuestro ánimo a una tensión continua,
sino que debemos concederle distracciones. Sócrates no se avergonzaba por jugar con los niños; Catón reponía su ánimo fatigado
por las cuestiones públicas con un vaso de vino; Escipión, general y soldado victorioso, amaba danzar. Y al
danzar no se dejaba llevar por esos movimientos lánguidos tan de moda hoy
y que superan en afectación a los femeninos, sino que danzaba como un
auténtico hombre. Así se comportaban nuestros antiguos padres, quienes en las jornadas de fiesta y diversión solían danzar de
manera viril y sin perjuicio de su decoro, incluso cuando eran observados por enemigos.
La salud del cuerpo
y de la mente requiere la alternancia de trabajo y descanso.
- Debemos
conceder descanso a nuestro espíritu: una vez descansado, estará más
fuerte y afianzado. Del mismo modo que es preciso no forzar en exceso los
campos fértiles porque un cultivo sin interrupción los agotaría enseguida,
así el esfuerzo continuo termina por apagar el arrojo del ánimo: con un
poco de descanso y reposo, recuperará su vigor. La fatiga prolongada
provoca cansancio, y la mente pierde lucidez.
La moderación
siempre es necesaria.
- Por otra
parte, los hombres no buscarían relajarse tan
apasionadamente si el juego y la diversión no fuesen un placer natural. El
abuso, sin embargo, restaría toda firmeza y vigor al ánimo; la salud
también necesita del sueño, pero si se prolonga durante día y noche, se
convierte en una especie de muerte. Hay una gran diferencia entre dejar
algo en suspenso y ponerle fin.
Son varias las
modalidades de alternancia entre trabajo y reposo.
- Los legisladores instituyeron las jornadas festivas para que los hombres pudiesen reunirse y disfrutar de algunos momentos de
ocio, y para alternar las fatigas con algún recreo indispensable. Algunos prohombres se concedían cada mes algunos días de reposo,
otros se dividían diariamente entre actividad y reposo. Así hacía el
gran orador Cayo Asinio Polión,
quien pasadas las cuatro de la tarde dejaba de trabajar hasta las seis. Pasada
esa hora no leía ni siquiera la correspondencia, evitando así cualquier
preocupación, y en esas dos horas se descargaba del cansancio acumulado
durante toda la jornada. Otros, en cambio, hacían una pausa a
mediodía y reservaban las horas vespertinas a ocupaciones de menor
importancia. Nuestros antepasados incluso prohibieron que,
pasadas las cuatro de la tarde, se sostuviesen debates en el Senado. En la
milicia existen turnos de guardia, pero quien regresa de una misión está
exento del servicio nocturno.
El contacto con la
naturaleza produce serenidad.
- Es preciso
saber recargar el espíritu y concederle, de tanto en tanto, un descanso
que lo refuerce y vigorice. Y también es necesario pasear al aire libre,
pues haciéndolo el ánimo respira a cielo abierto un aire saludable que lo
recrea y vivifica. En otras ocasiones nos será de ayuda un viaje, un
cambio de lugar, una comida o alguna copa de vino.
Incluso una ligera
ebriedad sirve de ayuda.
- En algunas
ocasiones conviene achisparse pero no para embrutecerse con la bebida,
sino para calmarse con ella. La ebriedad, en efecto, arrastra las penas,
renueva el fondo de nuestro ánimo y borra la melancolía. No es casualidad
que se llamase Libre el inventor del vino: no porque el vino
suelte las lenguas, sino porque libera al espíritu de la esclavitud de las
penas, lo refuerza, lo aviva y hace que sea más audaz en toda acción. Pero
igual que ocurre con la libertad, también el vino necesita de moderación.
Se cuenta que Solón y Arcesilao sentían debilidad por el
vino; Catón fue reprendido por
su afición a la bebida: un buen ejemplo para la rehabilitación de este
vicio que, en cambio, sirvió para desacreditar a Catón. Cierto es que no conviene ser en exceso indulgente,
pues de otro modo el ánimo caería en una fea costumbre; sin embargo, de
vez en cuando es bueno dar vía libre a la libertad y el goce y abandonar
la severa sobriedad.
Por último, un poco
de locura también resulta útil.
- Si creemos a Homero, <A veces es hermoso
cometer locuras>; y Platón dijo:
<En vano llama a la puerta de la poesía quien es siempre dueño de
sí mismo>. Y Aristóteles:
<Nunca hubo un ingenio grande sin un poco de locura>.
La inspiración
artística se ve favorecida por la ruptura de los esquemas habituales.
- Sólo una mente
inspirada podrá hablar con grandilocuencia y por encima de los demás:
sus cantos superan la dimensión humana cuando, guiada por la inspiración
divina, desprecia las cosas vulgares y ordinarias.
La serenidad del
ánimo es un bien precioso que debe cuidarse asiduamente.
- Mientras la
mente humana ejerza control sobre sí misma, nada podrá expresar sublime ni
grandioso; es necesario que se aleje de lo cotidiano, que se exalte hasta
desbocarse y arrastrar a su jinete a lugares a los que éste no iría
por temor.
Mi querido Sereno, he aquí los preceptos
necesarios para salvaguardar tu tranquilidad o recuperarla, y para enfrentarte
a los defectos que pudieran amenazarte. Has de saber, sin embargo, que ninguno
de ellos bastará para preservar un bien tan frágil si nuestra alma, siempre
pronta a caer, no se defiende con los cuidados más asiduos.
ATARAXIA
La ataraxia, la indiferencia estoica, en una viñeta humorística.
Literalmente, imperturbabilidad, ausencia
de turbación. Es decir, el ideal de vida común a todas las escuelas
helenísticas. Se trata de un modo de resolver el problema de la felicidad por
vía de la negación: la única felicidad posible reside en la ausencia de su
contrario, el dolor. Para los epicúreos, la ataraxia se identifica
con el placer estable; para los estoicos, con la indiferencia hacia las pasiones y el completo dominio de las emociones; para los cínicos, con la renuncia a todo tipo de necesidad; para los escépticos, con la epojé. La
ataraxia debe ser practicada porque la naturaleza de lo deseado o temido es
desconocida.
DEBER
La noción fundamental de la ética estoica,
conjugable en la máxima <vive de acuerdo
con la naturaleza>, entendiéndose por naturaleza tanto el mundo que nos
rodea como la naturaleza del hombre, que forma parte de la universal. Dado que la naturaleza
coincide con la racionalidad, la regla de vida estoica equivale también a la
máxima vive de acuerdo con la razón.
Así pues, todas las acciones sugeridas por la razón y conformes a la naturaleza
son justas.
49 Mira en tu
interior: hallarás la fuente del bien.
EL PROBLEMA: ¿En qué consiste la
filosofía? ¿Cómo hay que vivir?
LA TESIS: <Mira en tu interior: hallarás la fuente del
bien, siempre dispuesta a brotar si sabes cavar en tu interior>. Esta máxima
encierra el núcleo fundamental del pensamiento de Marco Aurelio: la filosofía consiste en la reflexión sobre la
existencia, en la búsqueda interior, en la meditación sobre la vida. El lugar
en donde se habita y el papel en la sociedad no tienen importancia alguna. El filósofo puede ser emperador o esclavo (como lo fue Epicteto); lo esencial es su capacidad
de buscar en sí mismo.
Lo importante no es
el lugar en el que se vive, sino la disposición interior de ánimo.
- Algunos buscan lugares solitarios, moradas en el campo, a la orilla del mar o en
el monte; también tú sueles desear intensamente este tipo de cosas. Pero
todo eso no es sino estulticia, puesto que retirarse en uno mismo es posible en cualquier momento que se desee.
La filosofía es
introspección; esto es, meditación interior.
- ¡Oh, sí! ¡En
ningún lugar más que en su propia alma podrá retirarse un hombre con mayor tranquilidad y de la manera más sencilla! Sobre todo
aquel que guarde en su interior cosas tan preciadas, que sólo
con mirarlas se obtenga paz para el corazón. Y por esa paz entiendo una
disposición de orden perfecto. En consecuencia, regálate continuamente con
este lugar de retiro y renueva tu vida.
Que la norma del
obrar se inspire en valores éticos universales.
- Nunca obres
contrariamente a tu voluntad. Tampoco actúes sin proponerte como meta un
bien común sin la necesaria ponderación o, en lugar de eso, con duda o
incertidumbre.
En la vida
cotidiana hay que ser mesurado.
- Igualmente, las
palabras rebuscadas en exceso no ornarán tu pensamiento ni lo harán el
exceso de discursos o de ocupaciones.
El individuo no tiene valor en sí, sino como parte del incesante fluir racional del
mundo.
- Además, que el dios que habita en tu interior sea tutor de un hombre viril, venerable durante años, consciente de su rectitud innata,
romano, emperador y dispuesto a ocupar su puesto.
La serena
aceptación de la muerte.
- Así, aquel que oiga sonar el clarín que lo llama a abandonar la vida,
estará preparado para abandonarla.
La serenidad del hombre estoico.
- Y bien cierto
es que no necesitará ni de juramento ni de hombre que le sirva de
testigo. La expresión de su rostro estará bañada en luz; no necesitará de
ninguna ayuda exterior, no necesitará la paz que los otros le
puedan dar. En definitiva, es preciso mantenerse en pie sobre los propios
pies, y no en pie con la ayuda de otros.
(De los Coloquios con uno mismo)
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO