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SOFISTAS: PROTÁGORAS Y GORGIAS




El sofista, en una pintura del s. XIX. El relativismo cognoscitivo sostenido por los sofistas, según el cual no hay ninguna verdad absoluta sino sólo un enfrentamiento entre opiniones diversas, acabó por conceder una importancia extraordinaria a la retórica, el arte del discurso y de la persuasión, la capacidad de vencer en la polémica más allá de la intrínseca bondad de las propias razones.



Sofistas, literalmente los sabios, es el nombre que recibió un grupo de intelectuales que en la Atenas de mediados del s. V empezó a hacer del saber una profesión impartiendo, con gran escándalo de los filósofos, lecciones de retórica y elocuencia a los jóvenes de la clase dirigente que pretendían dedicarse a la carrera política. Dado que la prestación de servicios pagados estaba mal considerada por los ciudadanos atenienses de buena condición social, los sofistas fueron tratados con desprecio por la élite intelectual. En realidad eran todos metecos, es decir, extranjeros, y excluidos por lo tanto de la vida política y de los derechos derivados de la posesión de la ciudadanía.

Obligados por su profesión a desplazarse continuamente de una ciudad a otra, contribuyeron notablemente a desprovincializar la cultura griega, afirmando por primera vez el principio del cosmopolitismo.

No hay que infravalorar la importancia del movimiento sofista en la historia del pensamiento: fueron ellos los primeros en situar los problemas del hombre <o de la mujer> en el centro de la reflexión filosófica, anticipando la inminente revolución socrática; fueron también los primeros en forjar el concepto fundamental de cultura (es decir, la formación integral del individuo en el marco de la sociedad a la que pertenece); inauguraron, por último, el uso desprejuiciado de la razón, hasta el punto de merecer el calificativo de iluministas griegos.

PROTÁGORAS



Protágoras, el más célebre de los sofistas, nació en Abdera en 491 a.C. La estima que gozó entre sus contemporáneos está testimoniada por su amistad personal con Pericles y por el encargo de redactar las leyes para la colonia de Turi, fundada en 480. Este prestigio social no le ahorró, sin embargo, grandes problemas con la justicia ateniense: fue acusado de impiedad por un escrito en el que sostenía la imposibilidad de afirmar la existencia o inexistencia de los dioses, debido tanto a la oscuridad de los argumentos como a la brevedad de la vida humana. Fue condenado y expulsado de Atenas y sus obras fueron quemadas en la plaza de la ciudad. Murió en 481 a.C., al naufragar la nave en la que huía a Sicilia.

GORGIAS



La vida de Gorgias, nacido hacia 485 a.C. en Lentini, Sicilia (vivió 108 años en perfecta salud física), estuvo marcada por fuertes alternancias de éxitos y fracasos: viajó por toda Grecia ejercitando con gran éxito el arte retórico, acumuló una ingente fortuna económica y dirigió la formación de numerosos seguidores. Lo acompañó una merecida fama de dialecto capaz de desarrollar razonamientos aplastantes para sostener opiniones muy alejadas del buen sentido y de los comunes valores; por ejemplo, que nada existe, su tesis más célebre, o bien que Elena, la adúltera responsable de la guerra de Troya, no fue culpable.


20 El hombre <o la mujer> es la medida de todas las cosas.

EL PROBLEMA: ¿Hay una verdad no opinable? ¿En qué consiste el conocimiento humano?
LA TESIS: La experiencia individual es el único criterio real de verdad. No hay leyes eternas ni verdades objetivas, sino sólo opiniones. Pero la relatividad de los juicios no debe llevar al derrotismo: el libre contraste de las opiniones (dialéctica) elige siempre la mejor solución, la más útil. Por ello, si no hay ninguna verdad, la tarea educativa del filósofo es esencial. Es significativo que Platón estimara a Protágoras hasta el punto de dedicarle uno de sus diálogos. Es verdad que, como todos los sofistas, sostenía la inexistencia de una verdad objetiva válida, pero afirmaba también la necesidad del estudio y de la educación en la idea de que, si bien no hay proposiciones verdaderas absolutas, hay que distinguir entre opiniones mejores o peores, más o menos útiles para el individuo y la sociedad. La tarea del sofista comprende también, por lo tanto, un aspecto constructivo y socialmente fecundo: el de dirigir a los ciudadanos hacia los valores y las elecciones más adecuadas para la situación concreta. Los fragmentos que siguen, extraídos del Teeteto de Platón, son una apología; es decir, tratan de expresar el discurso que, de haber seguido con vida, habría opuesto Protágoras a las objeciones de Sócrates.

No hay un criterio de juicio objetivo; cada verdad es siempre tal para un sujeto.

  •   SÓCRATES: Protágoras afirma que medida de todas las cosas es el hombre <o la mujer>: de aquellas que son, por lo que son, y de aquellas que no son, por lo que no son, entendiendo por medida la norma del juicio y por cosas los hechos en general; así que el sentido es éste: que el hombre <o la mujer> es la norma que juzga todos los hechos. Los que son por lo que son, los que no son por lo que no son. Y por esto admite sólo lo que parece a los individuos particulares, y en tal modo introduce el principio de relatividad. Según él, por lo tanto, quien juzga las cosas es el hombre <o la mujer>. En efecto, todo lo que aparece a los hombres <y las mujeres> también es; y lo que no aparece a ningún hombre <o mujer>, tampoco es…


Subjetivas son todas las sensaciones. Cada individuo percibe el mundo a su modo.

  •      PROTÁGORAS: Yo afirmo, sí, que la verdad es propiamente como he escrito: que cada uno es medida de las cosas que son y de las que no son; pero hay una diferencia infinita entre hombre <o mujer> y hombre <o mujer>, y justamente es por ello que las cosas aparecen y son para uno en un modo, y para otro en otro.

Enseñar, por lo tanto, significa no buscar una imposible verdad, sino predisponer al interlocutor a mejorar sus juicios.

  •      Y estoy así lejos de negar que no haya sabiduría y hombres <o mujeres> sabios; antes bien, llamo sabio a quien transmutando aquello por lo que ciertas cosas parecen malas y lo son, consigue hacer que esas mismas cosas parezcan buenas y lo sean. Y tú no combatas mi razonamiento deteniéndote en las palabras, sino trata mejor de entender lo que quiero decir, con cada vez más claridad.

Los diversos sabores que los individuos encuentran en las comidas es una prueba del subjetivismo perceptivo que no puede ciertamente constituir un criterio de sabiduría.

  •     Recuerda aquello que ya antes dijimos: que a quien está enfermo las comidas parecen y son amargas, y a quien está sano, por el contrario, son y parecen agradables. Pero no es lícito inferir de ello que de estos dos el uno sea más sabio que el otro (porque no es posible), y tampoco se debe decir que el enfermo, porque tiene tal opinión, sea ignorante, y que el sano sea sabio porque sea de opinión contraria. Es en cambio necesario mutar un estado en el otro, porque el estado de salud es mejor. Y así, también en la educación necesita cambiar el hombre <o mujer> de un hábito peor a otro mejor.

El sabio es como un médico: debe prescribir a su interlocutor la receta más adecuada.

  •      Ahora bien: para estos cambios, el sofista emplea los discursos como el médico los fármacos, pero ninguno induce a quienquiera que sea que tuviese opiniones falsas, a tener opiniones verdaderas; ni de hecho es posible que uno piense cosas que para él no existen, o cosas extrañas a aquellas de las que tenga en ese momento una determinada impresión, porque éstas sólo son siempre verdaderas para él.

Debe sanar las almas como el médico sana los cuerpos.

  •     Pues bien: quien por un estado de ánimo inferior tenga opiniones conformes a la naturaleza de este ánimo suyo, puede ser inducido, creo, a un ánimo superior, a tener opiniones distintas que sean conformes a ese ánimo superior: son justamente aquellas fantasías que algunos definen verdaderas por ignorancia, y yo digo simplemente mejores las unas que las otras, pero ninguna más verdadera.

Es como un agricultor: interviene según la necesidad.

  •     Y los sabios, amigo Sócrates, disto mucho de llamarlos renacuajos; al contrario: respecto a los cuerpos los llamo médicos, respecto a las plantas, agricultores. Y digo que estos agricultores introducen en las plantas, si alguna se enferma, en lugar de sensaciones malas, sensaciones buenas y saludables y no sólo verdaderas; y los sabios y los buenos retóricos hacen que aparezca el bien en las ciudades, en lugar del mal.

No se puede cambiar la opinión de los individuos, pero sí es posible disponerles a mejores juicios elevando su educación.

  •      En efecto, esta cosa parecerá justa y hermosa a una ciudad y esta otra cosa también será justa y hermosa para esa misma ciudad mientras así lo repute y sancione: pero será sabio el hombre <o mujer> que sustituya cada cosa particular que a los ciudadanos resulte mala por otras cosas que sean un bien y aparezcan como tales. Por la misma razón también el sofista, que es capaz de educar de ese modo a sus alumnos, es hombre <o mujer> sabio y merece ser pagado por éstos con mucho dinero.

Su trabajo es importante; debe estar bien pagado y Sócrates ha de tenerlo en justa consideración.

  •     Y así algunos son más sabios que otros, y ninguno tiene opiniones erradas; y tú debes resignarte, quieras o no, a ser medida de las cosas. En esto que se ha dicho se funda justamente la solidez de mi doctrina y tú podrás contradecirla de nuevo si deseas hacerlo, oponiéndole argumentos continuos; y si después quisieras valerte de preguntas, entonces pregunta; porque ciertamente no hay que huir de ello, sino que cualquiera que posea cordura preferirá actuar así a hacerlo de cualquier otro modo.



En filosofía, el término fenómeno indica lo que de una cosa aparece, en contraposición a lo que es en sí misma. Se llama fenomenismo a la idea de que el conocimiento humano no puede considerar la realidad en modo absoluto y objetivo, sino sólo percibir de ella las apariencias (los fenómenos, precisamente). Los sofistas inauguraron la doctrina fenomenista confiriéndole un fuerte significado subjetivo, relativo y escéptico: no hay verdades y tampoco afirmaciones universales, sino que todo depende del sujeto y de la situación en la que se encuentre. Son, sin embargo, posibles otras soluciones (véase fenómeno/noúmeno).

RELATIVISMO

Es la teoría según la cual no hay verdades absolutas, pues cualquier afirmación es siempre relativa al punto de vista personal, a la sociedad a la que pertenece y al modo de pensar característico de la especie humana. Las consideraciones relativistas de Protágoras y de los sofistas parecieron encontrar su confirmación en la diversidad de usos y costumbres de los distintos pueblos.

RETÓRICA

Los sofistas descubrieron que el logos puede ser utilizado también para mentir, seduciendo e impresionando favorablemente al auditorio. El lenguaje, por lo tanto, no es simplemente el espejo de la realidad como había supuesto Parménides (véase 11), sino un medio a través del que los hombres <o mujeres> establecen las recíprocas posiciones de poder. Quien crea poseer la verdad podrá buscar argumentos convincentes fundados en la evidencia de razonamientos resolutivos; en cambio, quien carezca de verdades empleará argumentos persuasivos válidos sólo para un auditorio concreto y no siempre basados en la lógica, sino más bien que impresionen: es decir, dirigidos al corazón y a las emociones. El segundo método ha obtenido con frecuencia más éxito que el primero.


 21 Nada existe, y aunque existiese…

EL PROBLEMA: El pensamiento y el lenguaje ¿Pueden resolver la distinción planteada por Parménides (véase 12) entre ser y no-ser?
LA TESIS: Las tres tesis sostenidas por Gorgias se encuentran entre las más extremas de toda la entera tradición filosófica: 1) Nada existe; 2) si algo existiese, no podría ser pensado; 3) si algo existiese y pudiese ser pensado, no podría, en cualquier caso, ser comunicado. Mucho se ha discutido sobre cómo interpretar ideas tan alejadas del sentido común: ¿Se trata de un ejemplo de osadía teórica, una especie de broma dialéctica apta para desconcertar al auditorio, o bien Gorgias quería realmente sostener este radical escepticismo cultural, metafísico y gnoseológico –es decir, relativo a la capacidad de pensar y conocer-? Lo que desconcertaba a los filósofos contemporáneos, y que Gorgias en realidad no se cuidaba de ocultar, era que él no creía en las tesis que sostenía; por el contrario: ante una simple petición era capaz de imaginar argumentos aptos para probar la tesis contraria, transformando lo verdadero en falso y viceversa. Como decir que no hay ninguna verdad absoluta e incontrovertible, sino sólo opiniones; no existe ningún logos, ninguna explicación última e inopinable, sino sólo retórica: la persuasión, la seducción intelectual. Todo ello, sin embargo, no implica el fin de la filosofía: ésta sigue cumpliendo una importante función orientadora y ayuda a los hombres <o mujeres> a elegir las opiniones más útiles, más o menos adecuadas a la situación real, pues es un mundo dominado no por la razón sino por el azar, es importante saber aprovechar la ocasión. Los fragmentos siguientes son de Sexto Empírico.

Las tres tesis nihilistas.

· Gorgias de Lentini perteneció al grupo de aquellos que excluyen una norma absoluta de juicio… En efecto, en su libro titulado Del No-ser, plantea tres máximas, cada una consecuencia de la otra. Son éstas:
· 1) Nada existe; 2) aunque algo existiera, no sería comprensible para el hombre <o la mujer>; 3) aunque fuese comprensible, sería incomunicable e inexplicable a los demás.

Nada existe.

  • Que nada exista lo argumenta de este modo: admitido que algo exista, existe sólo o lo que es o lo que no es, o bien existe a la vez lo que es y lo que no es. Pero ni existe lo que es, como se demostrará, ni lo que no es, como se confirmará; ni, por último, como también se explicará, el ser y el no ser al mismo tiempo. Por lo tanto, nada existe.
No existe el no-ser.

  • Y en verdad, el no ser no es; porque suponiendo que el no-ser sea, él será y no será a la vez; pues en cuanto concebido como no-ser, no será, pero en cuanto existe como no existente, a su vez será; ahora bien: es completamente absurdo que una cosa sea y no sea a la vez, así, cabe concluir que el no-ser no es. Por lo demás, y admitido que el no-ser sea, el ser no existirá, puesto que se trata de cosas contrarias entre sí; así que si se predica el ser del no-ser, del ser se predicará el no-ser. Y puesto que el ser en ningún modo puede no ser, así tampoco existirá el no-ser.
No existe el ser.

  • Pero tampoco existe el ser, puesto que si el ser existe, o es eterno o es generado o bien es a la vez eterno y generado; pero no es ni eterno ni generado, ni lo uno y lo otro a la vez, como demostraremos; en consecuencia, el ser no existe. Porque si el ser es eterno (comencemos por este punto), no hay ningún principio…

22 El poder mágico de las palabras.

EL PROBLEMA: ¿Se puede persuadir a un interlocutor siguiendo vías racionales? ¿Para qué sirve el lenguaje? ¿Por qué la lengua puede ser tan fácilmente utilizada para mentir?
LA TESIS: Gorgias responde a estas preguntas mediante el análisis de un caso muy conocido en la antigua Grecia: la traición conyugal de Elena, motivo que desencadenó la guerra de Troya. Imaginando que desarrolla una arenga defensiva, Gorgias demuestra con una fuerte vena de ironía la no culpabilidad de la imputada, argumentando que la mujer fue raptada contra su voluntad pero no con violencia, sino a través del poder ejercido sobre ella por las palabras de su seductor. Empleando con destreza el lenguaje es posible, en efecto, producir modificaciones físicas en quien las escucha (el llanto o el sonrojo por vergüenza, por ejemplo). Con mayor razón, por lo tanto, la lengua puede ser utilizada para manipular la mente del interlocutor, anular su voluntad y seducirlo.

Elena fue raptada por el poder mágico de la palabra.

  • Si Elena fue raptada por la fuerza y violentada contra la ley y ultrajada contra la justicia, está claro que del raptor es la culpa, pues la ultrajó, como está claro que la raptada, en tanto que ultrajada, sufrió una desventura… Si luego fue la palabra la que persuadió e ilusionó su ánimo, tampoco esto es difícil de excusar y justificar.
Las palabras son capaces de modificar el estado psicológico del interlocutor.

  • En efecto, la palabra es un gran dominador que, con pequeñísimo e invisible cuerpo, sabe cumplir cosas divinas: consigue calmar el miedo, eliminar el dolor, suscitar la alegría y aumentar la piedad. Y como esto ha lugar, lo explicaré.
La poesía produce efectos similares al encantamiento.

  • Porque es necesario explicarlo al juicio de los oyentes: yo entiendo y llamo a la poesía en sus varias formas un discurso con metro, y quien la escucha es invadido por un escalofrío de espanto, por una compasión que arranca las lágrimas o por un desgarrador grito de dolor; y el alma sufre, por efecto de las palabras, su propio sufrimiento al oír fortunas y desgracias de hechos y de personas extranjeras…
Hay una estrecha relación entre retórica y magia.

  • Por lo tanto, los inspirados encantos de las palabras son portadores de alegría y liberadores de pena. Añadiéndose, en efecto, a la disposición del alma la potencia del encanto, ésta la ablanda y persuade y arrastra con su fascinación. De fascinación y magia se han creado dos artes consistentes en errores del ánimo y en engaños de la mente.
La palabra puede engañar porque los hombres <o mujeres> no tienen representaciones seguras del pasado y del futuro.

  • ¡Y cuántos, a cuántos, cuántas cosas hicieron y hacen creer, por medio de discursos fingidos! Que si todos tuviesen recuerdo de las cosas pasadas, conciencia de las presentes y previsión de las futuras, el mismo discurso no sería de igual eficacia, cual es en cambio para aquellos que precisamente no consiguen ni recordar el pasado, ni meditar sobre el presente ni adivinar el futuro; así, en la mayor parte de los casos, los más escogen la impresión del momento como consejera del alma. Dicha impresión, por ser falaz e incierta, en falaces e inciertas fortunas implica a quien de ellas se sirve.
Con las palabras se puede ejercer una auténtica violencia intelectual.

  • ¿Qué razones impiden ahora creer que Elena fue arrastrada por el halago de las palabras, y tan poco en cambio por su voluntad, como si hubiese sido raptada con violencia? Así se constataría el imperio de la persuasión, que no teniendo la apariencia de la ineluctabilidad tiene, sin embargo, la potencia. En efecto, un discurso que haya persuadido una mente obliga a la mente que ha persuadido a creer en lo dicho y a consentir en los hechos. De modo que quien ha persuadido, en cuanto ha ejercido una constricción, es culpable, mientras que quien fue persuadida, en cuanto constreñida por la fuerza de la palabra, es en modo injusto difamada.
La palabra es utilizada para mentir por ciertos entendidos: por los abogados en el tribunal y en las disputas filosóficas.

  • Y puesto que la persuasión, junto con la palabra, consigue también dar al alma la impronta que desea, es necesario aprender antes que nada los razonamientos de los astrólogos, quienes sustituyendo hipótesis por hipótesis, destruyendo una, construyendo otra, hacen aparecer a los ojos de la mente lo increíble y lo inconcebible. En segundo lugar, los debatidos oratorios de pública necesidad (políticos y judiciales), en los que un solo discurso inspirado en la verdad, pero escrito con arte, suele deleitar y persuadir a la masa. En tercer lugar, los debates filosóficos, en los que se revela también con qué rapidez la inteligencia facilita el cambiar las convicciones de la opinión.
La potencia de la palabra es equiparable a la de los fármacos y las drogas.

  • Entre la potencia de la palabra y la disposición del alma existe la misma relación que entre el oficio de los fármacos y la naturaleza del cuerpo.
  • Así, ciertos fármacos eliminan determinados humores del cuerpo, y otros, otros; y algunos truncan la enfermedad y otros, la vida. Así sucede también en los discursos: algunos producen dolor, otros goce, otros miedo, otros inspiran coraje a los oyentes y otros, en fin, envenenan el alma y la hechizan con alguna persuasión perversa. Queda así explicado que ella, persuadida con la palabra, no fue culpable, sino desventurada…
Este Encomio a Elena debe considerarse como un juego dialéctico.

  • Por lo tanto ¿Cómo puede considerarse justo el deshonor lanzado sobre Elena, quien, sea que actuara como actuó porque estaba enamorada, sea porque fue halagada con palabras, sea porque fue raptada con violencia, sea porque fue obligada por constricción divina, en cada caso es libre de culpa? He destruido la infamia de una mujer con la palabra, he tenido fe en el principio que me propuse al inicio del discurso, he intentado eliminar la injusticia de una deshonra y lo infundado de una opinión. He querido escribir este discurso, he querido que fuese para Elena un encomio y para mí un juego dialéctico.

(De Encomio a Elena)



TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO