En términos generales, un análisis se llama sincrónico cuando considera la situación actual de un sistema, estudiando de qué manera los elementos que lo forman coexisten en un conjunto; por el contrario, se llama diacrónico el análisis que estudia las vicisitudes experimentadas por cada elemento a lo largo del tiempo. Esta pareja contrapuesta desempeña un papel importante en la lingüística contemporánea y en el estructuralismo (-->).
Hasta comienzos del s. XX, la lingüística fue sobre todo etimología (estudio de la historia de los cambios lingüísticos). El planteamiento contemporáneo inaugurado por F. de Saussure (Curso de lingüística general, 1916) estableció una clara distinción entre este planteamiento histórico tradicional (llamado diacrónico) que estudia la lengua en su modificación progresiva y el sistémico (o sincrónico), que por el contrario la estudia en su aspecto estático (en un momento determinado de su evolución). F. de Saussure propuso el diagrama reproducido en la página siguiente: la flecha CD es el eje de las sucesiones, en las que es posible considerar la evolución histórica de cualquier signo (por ejemplo, una palabra). Es una flecha orientada en una sola dirección porque este proceso se desarrolla en el tiempo y es irreversible. El segmento AB (eje de simultaneidad) se refiere, en cambio, a las relaciones entre cosas coexistentes en la misma unidad de tiempo. El planteamiento tradicional de la lingüística preestructuralista se desarrolló única y exclusivamente a lo largo del eje de las sucesiones: consistía esencialmente en un análisis diacrónico de los orígenes etimológicos de las palabras.
El método de la nueva lingüística, el primer ejemplo de un planteamiento que más adelante se llamará estructuralista, analiza, por el contrario, los <estados> inmóviles en el tiempo, y concibe la realidad como un sistema de relaciones simultáneas, prescindiendo de las nociones de historia, tiempo y progreso.
La lengua, analizada en el plano de la sincronía, se presenta como un sistema: una red de significados interdependientes y de entidades que se definen unas en relación con otras por oposición recíproca. La gran intuición de Saussure fue que la lengua constituye una estructura: es imposible, tal como pretendía la tradición, comprender el significado conceptual de una palabra estudiándola aisladamente de las demás. Cada término, al igual que cada pieza del tablero de ajedrez, asume su verdadero valor sólo en relación con la situación global. Cada unidad cultural empieza a existir cuando se diferencia de otras similares que se oponen a ella y la circunscriben.
Por consiguiente, cada palabra existe sólo para señalar una diferencia con respecto a las demás: en la lengua árabe, por ejemplo, no hay ningún vocablo correspondiente a nuestro término <caballo>, sino una multiplicidad de palabras que especifican si se trata de un caballo de tiro, de carreras, etc. De esta manera, la lengua en su totalidad expresa la cultura: el conjunto de las distinciones con las que se conceptualiza el mundo, eligiendo en la infinita complejidad de la naturaleza las unidades a las cuales conferir un nombre específico. El filósofo L. Wittgenstein sintetizó este concepto afirmando que <el significado de una palabra es su utilización en la lengua>.
El método de la nueva lingüística, el primer ejemplo de un planteamiento que más adelante se llamará estructuralista, analiza, por el contrario, los <estados> inmóviles en el tiempo, y concibe la realidad como un sistema de relaciones simultáneas, prescindiendo de las nociones de historia, tiempo y progreso.
La lengua, analizada en el plano de la sincronía, se presenta como un sistema: una red de significados interdependientes y de entidades que se definen unas en relación con otras por oposición recíproca. La gran intuición de Saussure fue que la lengua constituye una estructura: es imposible, tal como pretendía la tradición, comprender el significado conceptual de una palabra estudiándola aisladamente de las demás. Cada término, al igual que cada pieza del tablero de ajedrez, asume su verdadero valor sólo en relación con la situación global. Cada unidad cultural empieza a existir cuando se diferencia de otras similares que se oponen a ella y la circunscriben.
Por consiguiente, cada palabra existe sólo para señalar una diferencia con respecto a las demás: en la lengua árabe, por ejemplo, no hay ningún vocablo correspondiente a nuestro término <caballo>, sino una multiplicidad de palabras que especifican si se trata de un caballo de tiro, de carreras, etc. De esta manera, la lengua en su totalidad expresa la cultura: el conjunto de las distinciones con las que se conceptualiza el mundo, eligiendo en la infinita complejidad de la naturaleza las unidades a las cuales conferir un nombre específico. El filósofo L. Wittgenstein sintetizó este concepto afirmando que <el significado de una palabra es su utilización en la lengua>.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO