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PROGRESO






El mayor responsable de la confusión entre la noción biológica de evolución y la de progreso (la idea de que la humanidad avanza constante e inexorablemente hacia algo mejor) fue el filósofo inglés H. Spencer; en los Primeros principios (1862) transformó el evolucionismo de Darwin en un principio metafísico, formulando la hipótesis de la existencia en todos los ámbitos de la realidad de un proceso de continua especificación de lo homogéneo a lo heterogéneo, de lo simple a lo complejo. Para Spencer, el mismo lento pero continuo perfeccionamiento determina toda la realidad: tanto el mundo animal como el humano, tanto la naturaleza como la historia.
Hoy en día, los biólogos consideran que esta concepción optimista y positivista es un tipo de adaptacionismo basado no en la verificación científica, sino en una larga serie de postulados metafísicos y de valores ideológicos. Se presume que la naturaleza es sabia, económica y parsimoniosa, que realiza siempre lo máximo con lo mínimo y que optimiza las ventajas minimizando los costes. Se acepta que todas las especies son igualmente útiles y necesarias en el ciclo biológico, que cada órgano cumple la función para la que ha nacido (los pájaros han desarrollado las alas para volar), que la evolución procede con un ritmo constante, con pasos pequeños pero continuos (gradualismo).


Rechazando este evolucionismo ingenuo, hoy los biólogos neoevolucionistas describen de un modo bien distinto la historia de la naturaleza. La paleontología demuestra que la evolución se ha producido mediante bruscas revoluciones y no a pequeños pasos: las especies animales han permanecido estables durante largos períodos de tiempo para transformarse luego a una velocidad impresionante (a escala biológica). Más que una marcha triunfal hacia lo mejor (lo heterogéneo, lo complejo), la historia de la vida es una sucesión de eliminaciones masivas, seguidas de diferenciaciones en el seno de unos cuantos troncos supervivientes (modelo de los diezmos).


Los problemas evolutivos, además, no tienen nunca un desenlace único y definitivo, y la naturaleza no busca las soluciones perfectas, contentándose con las mejores y temporalmente satisfactorias. Ésta sigue caminos extraños y oportunistas, adaptándose al cambio de los ambientes locales según los criterios de la contingencia y de la casualidad (-->), que no de la necesidad, en el contexto de un proyecto general. La naturaleza aparece hoy como una <máquina salvaje>, dotada de enormes potencialidades iniciales que lentamente se pierden a lo largo de su desarrollo.


El futuro de la evolución no es, por lo tanto, en absoluto previsible; el teórico evolucionista F. Jacob compara la acción de la evolución al trabajo de un hojalatero que continuamente repara lo que ya existe (no al de un ingeniero que proyecta). De hecho, muchos órganos han asumido su función especializada de una forma completamente casual: las alas, por ejemplo, no nacieron en origen para que los pájaros practicasen el vuelo, sino para permitirles el intercambio térmico con el ambiente.



TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO