En las Reglas para la guía del intelecto, Descartes previó (segunda regla) la posibilidad de desmontar analíticamente cualquier problema en las partes más simples que lo constituyen. A continuación la tercera regla ordena proceder a la recomposición sintética de estos elementos, recuperándose así la complejidad originaria. En otros términos: también los contenidos de la mente (los pensamientos) pueden ser desmontados y reconstruidos como si fuesen una máquina.
Llevando al extremo este tipo de reflexiones y superando las intenciones de Descartes (hasta deformar su doctrina), el s. XVII transformó el mecanicismo (-->) cartesiano en un <materialismo>, teorizando que todo (tanto la realidad natural como la psicológica) puede explicarse a partir de procesos automáticos y mecánicos. De esta forma se ponía en crisis el propio concepto de espíritu, y el delicado problema planteado por el dualismo cartesiano relativo a la relación entre cuerpo y alma (--> Problema Cuerpo-Mente) era drásticamente resuelto con la total negación de esta última. El materialismo del s. XVIII, efectivamente, retomando las antiguas teorías de Demócrito y de Epicuro, negó la existencia de una sustancia espiritual (--> Res Cogitans/Res Extensa) reconociendo únicamente la existencia de las sustancias corpóreas (res extensa).
El intérprete principal de esta nueva tendencia fue el francés Julien la Mettrie. Durante los años en que se dedicó a la medicina militar, pudo observar en los soldados heridos (y en él mismo) las consecuencias psíquicas de una patología orgánica, extrayendo la conclusión de que incluso las funciones intelectuales del hombre y de la mujer pueden explicarse sin recurrir a la noción de alma. En el ensayo El hombre máquina (1748) sugirió que no sólo los fenómenos de la vida biológica, sino también los de la llamada <mente> (<término vano y del que no se tiene ninguna idea>) son de naturaleza mecánica. Según la Mettrie, el pensamiento es una modificación de la materia cerebral: <Al igual que una cuerda de violín o una tecla de clavicémbalo vibran y emiten el sonido, así las cuerdas del cerebro, golpeadas por las ondas sonoras, son estimuladas para emitir las palabras>. La diferencia entre el hombre y la mujer y el animal es de naturaleza cuantitativa (no cualitativa), y consiste sólo en la mayor complejidad del cerebro humano.
Etienne Condillac (Tratado sobre las sensaciones, 1754) corroboró la teoría materialista proponiendo la hipótesis sensista: según ésta, todas las actividades cognitivas (memoria, atención, juicio, valoración, deseo, voluntad) no serían más que transformaciones más o menos complejas de sensaciones. La totalidad de la vida psíquica se desarrolla elaborando los productos de la percepción, sin que sea necesario suponer la intervención de principios o funciones superiores. Bastaría, sugirió Condillac en el célebre experimento mental de la estatua, con dotar a un bloque de mármol del simple sentido del olfato para ver nacer en éste actividades espirituales progresivamente superiores: la atención por el fenómeno olfativo, el placer (inspirado por los perfumes) y el dolor (generado por los hedores), el juicio y la comparación (olores <buenos y malos>), etc. Todo el conocimiento es un proceso de transformación de la sensación, y no otra cosa.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO