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DESCARTES


1596 – 1650 d.C.



Por la crítica a la que sometió toda la herencia cultural del pasado y por la lucidez con la que intentó construir un nuevo sistema, René Descartes es universalmente considerado el padre de la filosofía moderna.
Nacido en la Haye (región de Tours) de familia noble, recibió la educación primaria en el célebre colegio jesuita de La Flèche. En 1616 se diplomó en derecho por la Universidad de Poitiers; dos años después, sin embargo, se enroló voluntario en la Guerra de los treinta años, en defensa de la libertad de Holanda. Después de esta breve experiencia militar se mudó a París, donde permaneció hasta 1628. En este período escribió su primer ensayo importante sobre las Reglas del Buen Razonar, publicado póstumamente en 1701. El deseo de una vida solitaria le llevó a abandonar París para trasladarse a Holanda, donde, exceptuando breves viajes, permaneció hasta 1649. Este año aceptó la invitación de la reina Cristina, deseosa de profundizar en sus estudios filosóficos, para mudarse a Estocolmo, en Suecia, donde poco después moriría de pulmonía. De carácter muy prudente y asustado por la condena de Galileo a manos de la Inquisición, decidió no publicar su Tratado del Mundo o de la Luz por miedo a un juicio negativo de los jesuitas, pese a considerarla su obra más importante.

Obras principales: Tratado del Mundo o de la Luz (1629–1633); Dióptrica, Meteoros y Geometría (1637); Discurso del Método (1637); Meditaciones Metafísicas (1641); Los Principios de la Filosofía (1644); Las Pasiones del Alma (1649).

91 El método del buen razonamiento.

EL PROBLEMA: ¿Cuáles son las peculiaridades del pensamiento científico? ¿Hay un método que salvaguarde del error?
LA TESIS: El método es el problema en torno al que gira la reflexión de los filósofos ocupados en la revolución científica de los ss. XVI y XVII. La cuestión había nacido de una consideración histórica. Si incluso personalidades dotadas de una enorme inteligencia como Aristóteles habían cometido errores, a veces crasos, tanto en astronomía como en medicina (véase 88), era evidente que el científico no podía fiarse simplemente de sus propias capacidades intelectivas, sino que debía poseer un método que garantizase la validez de los resultados. El pensamiento científico debe, por lo tanto, estructurarse según procedimientos propios, distintos a los empleados en la vida cotidiana. Es notable, por ejemplo –y está bastante alejada de la opinión común- la idea de Descartes acerca de la investigación científica, que debe ser según el ser absolutamente desinteresada; es decir, indiferente a cualquier tipo de utilidad o interés social. (De Reglas para la Guía de la Inteligencia.)

Un error frecuente consiste en transformar en idénticas cosas similares entre sí.

·Existe entre los hombres la costumbre de que, cada vez que descubren una semejanza entre dos cosas, las juzguen ambas, incluso en lo que ésas tienen de distinto, según lo que han verificado como verdadero en una u otra.

Así, de la comparación entre las artes y las ciencias se deduce que éstas son de diverso género.

·Así, comparando erróneamente las ciencias –que conciernen enteramente a la cognición, que es de naturaleza espiritual- con las artes –que requieren cierto ejercicio y hábito del cuerpo-, ven que no todas las artes pueden ser aprendidas al mismo tiempo por una misma persona. Al contrario: llega más fácilmente a ser buen artista quien sólo ejercita una (puesto que las mismas manos no pueden ser aptas para cultivar los campos y tocar la cítara o diversos oficios de ese género, tanto en su conjunto como uno sólo de ellos). Y considerando lo mismo para las ciencias y distinguiendo entre ellas según la diversidad de su objeto, han creído que se debe intentar conquistarlas de una en una y dejando a un lado las otras.

Pero el pensamiento científico debe ser único, independientemente del objeto al que se aplique.

·En esto se han engañado por completo. De hecho, como todas las ciencias no son otra cosa que el saber humano, que es siempre uno y el mismo por distintos que sean los objetos a los que se aplica, no se puede hacer en éste mayor distinción de la que hacemos al separar la luz del Sol de la variedad de cosas que ilumina, y no hay necesidad de recluir la mente en determinado límite; y, en cambio, el conocimiento de una única verdad no nos desvía, como sí lo hace el ejercicio de cierto oficio, del reencuentro con otra verdad, sino que más bien nos ayuda.

La reflexión sobre el método científico es más importante que las específicas aplicaciones sectoriales.

·Y me parece algo realmente curioso que muchos indaguen diligentemente las costumbres de los hombres, las virtudes de las plantas, los movimientos de los astros, las transformaciones de los metales y los objetos de otras disciplinas parecidas, y que mientras tanto casi ninguno se dedique a pensar en la recta mente, es decir, en esta sabiduría universal, cuando si todas las otras son dignas de estima no es tanto por sí mismas, sino porque le rinden tributo a ésta.

El estudio del método científico no puede especializarse.

·Y, sin duda, no sin razón proponemos ante todo esta regla, puesto que nada nos aleja tanto de la recta vía de búsqueda de la verdad que el dirigir los estudios no ya a un fin general, sino a algún fin particular.

El estudio del método debe tener como fin él mismo, sin proponerse ninguna utilidad práctica.

·No hablo de fines perversos y condenables como lo son el falso renombre y la ganancia deshonesta: es evidente que los modos fraudulentos y las cosas falsas adaptadas a la inteligencia del vulgo abren una vía mucho más expedita que el sólido conocimiento de la verdad. Me refiero en cambio a fines honestos y laudables, porque a menudo somos engañados por éstos de manera muy sutil, como cuando nos dedicamos a investigaciones útiles para la comodidad de la vida o por ese placer que se halla en la contemplación de la verdad, y que en esta vida es casi la única felicidad completa y no turbada por ningún dolor.

Cualquier fin, incluso loable, a que se someta la investigación, podría desviarla de su libre desarrollo.

·Ya que podemos seguramente esperar estos frutos legítimos de la libre ciencia; pero si los incluimos dentro del tema de estudio, a menudo sucede que mucho de lo que es necesario para el conocimiento de otras cosas se pasa por alto, ya sea porque a primera vista parece poco útil o porque atrae escasamente nuestra curiosidad.

Existe una fundamental unidad del saber.

·Y podemos afirmar que todas las ciencias están tan conectadas entre sí, que es mucho más fácil aprenderlas todas juntas que separar una sola de ellas del resto.

La reflexión sobre los mecanismos del conocimiento produce un afán de saber utilizable en varias disciplinas.

·Así pues, si uno se propone indagar en serio la verdad de las cosas, no debe elegir una ciencia en particular; puesto que todas están relacionadas entre sí y cada una depende de las demás; sino que debe pensarse sólo en aumentar la luz natural de la razón, no para resolver esta o aquella dificultad escolar, sino para que en los casos simples de la vida el intelecto aconseje a la voluntad qué es lo que debe elegir.  Y muy pronto advertirá con sorpresa que ha hecho progresos mucho mayores que quienes se ocupan de cosas particulares, y habrá conseguido no sólo aquellos resultados que los otros anhelan, sino también resultados más altos que los que ellos podían esperar.

MÉTODO

Es el conjunto de reglas y prescripciones útiles para evitar el error y garantizar la validez del resultado. El intento de formalizar un método del pensamiento (del científico en particular) fue uno de los más tenaces objetivos filosóficos desde los albores de la revolución científica moderna, abandonado luego a causa de la dificultad de la empresa. En efecto, determinar con exactitud los pasos necesarios para un correcto método cognoscitivo equivale a explicar la naturaleza de la inteligencia y de la creatividad.

DUDA METÓDICA

Mientras que los escépticos proponían una duda absoluta que deriva de la suspensión de cualquier juicio (epojé), Descartes vio en la duda metódica un momento preliminar del conocimiento. Su objetivo no es demostrar la imposibilidad de cualquier afirmación, sino remover todos los prejuicios que impiden ésta. Un análogo uso metodológico de la duda, a propósito de proposiciones indudables, fue propuesto también por Bacon (véase 89) y Husserl (véase 189).

DUALISMO CARTESIANO

Es la doctrina metafísica que considera al mundo compuesto por dos sustancias: la materia (res extensa) y el pensamiento (res cogitans). Entre estos dos modos de ser de la realidad hay una diferencia y una oposición absolutas: el pensamiento es inextenso (es decir, no posee una dimensión espacial), consciente de sí mismo y libre. Por el contrario, la materia es siempre extensa y está situada en el espacio, no es consciente de sí y, al estar mecánicamente determinada, no es libre.

92 Duda hiperbólica: ¿Y si un genio engañador…?

EL PROBLEMA: ¿Es posible formular y reconocer afirmaciones absolutamente ciertas?
LA TESIS: Hay que dudar de todas las afirmaciones que no sean intuitivamente evidentes. Para hacer la duda aún más drástica, Descartes propone imaginar un genio maligno que confunda nuestras percepciones. El objetivo final de la duda, sin embargo, no es negar la existencia de una determinada verdad, sino aislar proposiciones tan simples como inobjetables. (De Meditaciones Metafísicas.)

Hay que someter a la crítica los prejuicios adquiridos con la educación.

·Ya me percaté hace algún tiempo de cómo desde mis primeros años admití como verdaderas una cantidad de falsas opiniones, y de cómo sobre ellas fundé principios tan inseguros que sólo podía sentirme dudoso e incierto de ellos; de modo que por primera vez en mi vida, me vi obligado a deshacerme en serio y de una vez por todas de todas las opiniones que hasta entonces creí, para empezar de nuevo desde los mismos cimientos, si es que quería establecer algo firme y duradero en las ciencias…

La percepción no ofrece garantías de certeza.

·Pues bien, todo lo que hasta ahora he admitido como el saber más real y seguro lo he aprendido de los sentidos; he descubierto, sin embargo, que éstos engañan de vez en cuando y que es prudente no confiar nunca por completo en aquellos que nos hayan engañado ya una vez.

Incluso la sensación de nosotros mismos como cuerpos y personas no es segura.

·Con todo, aunque a veces los sentidos nos engañan en lo pequeño y en lo lejano, quizá haya otras cosas de las que no se pueda dudar razonablemente, pese a que las recibamos por medio de los mismos: por ejemplo, que estoy aquí, que estoy sentado junto al fuego, que visto un batín, que tengo este papel en las manos y cosas por el estilo.

En efecto, ciertas patologías psíquicas confunden la personalidad y hacen que el individuo se sienta otro.

·¿Y cómo podría yo negar que son mías estas manos y este cuerpo? A no ser que me asemeje a esos insensatos cuyos cerebros están talmente turbados y ofuscados por los vapores de la bilis, que afirman en todo momento ser reyes y son en cambio mendigos, o vestir oro y púrpura cuando, en cambio, están desnudos, o imaginan que son tinajas o que tienen un cuerpo de vidrio. Pero ellos están locos, y lo estaría también yo si me guiase por su ejemplo.

Incluso la conciencia puede ponerse en duda: ¿Cómo estar seguros de no estar soñando?

·Sin embargo, debo considerar que soy un hombre y que, en consecuencia, tengo la costumbre de dormir e imaginar en sueños las mismas cosas que cuando estoy despierto, y a veces otras cosas mucho menos verosímiles que aquellos insensatos cuando están despiertos. ¿Cuántas veces no he soñado, por la noche, que estaba aquí, en este mismo lugar, que estaba vestido, que estaba junto al fuego, aunque estuviese desvestido y en mi lecho?

Hay sueños muy realistas, casi <más reales> que la realidad.

·Es cierto que ahora me parece no estar viendo este papel con los ojos adormecidos, y que esta cabeza que muevo no está adormilada, y que conscientemente y sensiblemente extiendo mi mano y que la siento: lo que sucede en el sueño no parece tan claro y definido como todo esto.

No hay criterios seguros para distinguir la vigilia del sueño.

·Pero, pensándolo más detenidamente, recuerdo haber sido engañado a menudo mientras dormía por similares ilusiones. Y deteniéndome en este pensamiento, veo de manera tan manifiesta que no hay indicios concluyentes ni señales lo bastante reales que hagan posible distinguir con claridad la vigilia del sueño, que me sorprendo; y mi sorpresa es tal que casi es capaz de persuadirme de que estoy durmiendo.

Las imágenes oníricas retoman las imágenes sensibles archivadas en la memoria; nunca son invenciones puras.

·Supongamos ahora que estamos dormidos y que todas estas particularidades, es decir, el abrir los ojos y el mover la cabeza y el extender las manos y otras tantas, no son sino falsas ilusiones; y pensemos que tal vez nuestras manos y todo nuestro cuerpo no existen tal y como los vemos. Habrá que confesar, sin embargo, que las cosas tal y como aparecen representadas en el sueño son como cuadros y pinturas, que no pueden formarse sino a semejanza de algunas cosas reales y verdaderas; y que así, al menos, estas cosas generales, es decir, los ojos, una cabeza, las manos, y todo el resto del cuerpo, no son cosas imaginarias, sino verdaderas y existentes.

Tampoco la fantasía inventa nunca nada; se limita a ensamblar de modo original las partes de la realidad.

·Y, a decir verdad, los propios pintores, aún cuando se esfuerzan con el mayor artificio en representar sirenas y sátiros de formas monstruosas y extraordinarias, no logran atribuirle formas o naturaleza enteramente nuevas, sino que hacen sólo cierta mezcla y composición de los miembros de los distintos animales. O bien, si por ventura su imaginación es lo bastante extravagante para inventar algo nuevo o algo de lo que no hemos visto nunca nada parecido, de tal manera que su obra nos representa una cosa absolutamente simulada y falsa, es seguro que al menos los colores que la componen deberán ser verdaderos.

De ello se puede concluir que existen ideas básicas, de cuya mezcla nacen todas las representaciones mentales.

·Y aunque por la misma razón por la que estas cosas generales, es decir, estos ojos, la cabeza, las manos y otras, pueden ser imaginarias, hay que confesar, sin embargo, que existen cosas aún más simples y más universales, que son verdaderas y existentes. Y de la mezcla de estas cosas, de la misma manera en que se mezclan algunos colores verdaderos, se forman todas estas imágenes de las cosas que existen en nuestros pensamientos, ya sean verdaderas o reales, simuladas y fantásticas.

Estas ideas simples atañen a las cualidades objetivas de la materia: extensión, cantidad y tiempo.

·De este género de cosas está hecha en general la naturaleza corpórea y su extensión; y así también incluso la figura de las cosas mismas, su cantidad o grandeza y su número; como también el lugar en el que se encuentran, el tiempo que mide su duración y otras cosas parecidas.

Las ciencias naturales son menos certeras que las matemáticas, basadas sólo en deducciones de postulados simples.

·Por todo ello, deduciremos quizá sin errar que la física, la astronomía, la medicina y todas las demás ciencias que dependen de la consideración de las cosas compuestas, son ciertamente dudosas e inciertas. Mientras que la aritmética, la geometría y las otras ciencias de este tipo, que no tratan sino de las cosas más simples y generales sin preocuparse en demasía de si en realidad existen o no en la naturaleza, poseen algo de cierto y de indudable.

Las verdades matemáticas prescinden de la experiencia.

·Puesto que, ya esté dormido, ya esté despierto, dos y tres siempre formarán el número cinco, y el cuadrado no tendrá más de cuatro lados; y no parece ser posible que unas verdades tan manifiestas incurran en sospecha de falsedad o de inseguridad.

Cabe la hipótesis de que toda la realidad no sea más que la obra de un Dios que nos engaña.

·No obstante, está grabada en mi mente una antigua idea, a saber: que existe un Dios omnipotente, que me ha creado tal y como soy. Pero, ¿Quién puede asegurarme que este Dios no haya hecho el mundo de tal manera que no exista ninguna tierra ningún cielo ningún cuerpo extenso ninguna figura ninguna grandeza ningún lugar y que, sin embargo, yo sienta todas estas cosas, y todo me parezca existir de la misma manera en que lo veo?

El engaño divino podría incluso crear la ilusión de las verdades matemáticas.

·Y, además, así como yo juzgo en ocasiones que los otros se engañan hasta en las cosas que creen saber con mayor certeza, es también posible que Él haya querido que yo me engañe siempre que realizo la suma de dos y tres, o que enumero los lados de un cuadrado, o que juzgo cualquier otra cosa aún más fácil, si es que puede imaginarse cosa más sencilla que esta.

El hecho de que sea posible el error cognoscitivo hace posible la hipótesis de un Dios engañador.

·Pero tal vez Dios no haya querido que yo sea engañado de tal modo, puesto que del Él se dice que es soberanamente bueno. Sin embargo, si a su bondad le repugna haberme hecho capaz de engañarme siempre, también debería repugnarle el hecho de permitir que yo me engañe en alguna ocasión; y, sin embargo, no puedo poner en duda que lo haya permitido.

Estas consideraciones van contra el sentido común y los hábitos cognoscitivos consolidados.

·Pero no basta haber hecho estas observaciones: es también preciso que me ocupe de recordarlas, porque aquellas antiguas y ordinarias opiniones regresan con frecuencia a mi mente, puesto que su uso prolongado y familiar les da el derecho de ocupar mi espíritu contra mi deseo, y de convertirse en casi dueñas de mis creencias.

La búsqueda de la verdad consiste en un trabajo crítico que la mente realiza consigo misma.

·Y no me desacostumbraré nunca de acogerlas ni de tenerles confianza, mientras las considere como lo que son; es decir, en cierto modo dudas, como he mostrado, y sin embargo bastante probables, de tal manera que hay muchas más razones para creerlas que para negarlas.

La vía de la duda excluye la posibilidad del error.

·Y he aquí la razón de que crea ser más prudente si, colocándome en el bando contrario, empleo todos mis esfuerzos en engañarme a mí mismo, fingiendo que todos los pensamientos son falsos o imaginarios hasta que, habiendo equilibrado mis prejuicios de ese modo, éstos no puedan inclinar mi opinión ni de un lado ni de otro, y mi juicio jamás vuelva a estar dominado por malos usos ni separado de la recta vía que puede conducirlo al conocimiento de la verdad.

La hipótesis de un genio maligno engañador.

·Estoy, en efecto, absolutamente seguro de que no puede haber peligro ni error en esta vía, y que no sabría hoy conceder demasiado crédito a la desconfianza, puesto que ahora no se trata de actuar, sino sólo de meditar y conocer.

La duda debe ejercitarse de manera constante, hasta convertirla en un hábito mental.

·Supondré, pues, que exista no un Dios auténtico y fuente de verdad soberana, sino algún genio maligno de extremado poder y gran inteligencia que dedica todas sus artes a hacerme errar. Y pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todas las cosas externas que vemos no son sino ilusiones y engaños, de los que se sirve para sorprender mi credulidad. Consideraré tener todas estas cosas.

La duda se ejerce constantemente, hasta convertirse en una costumbre mental.

·Y permaneceré, pues, obstinadamente asido a este pensamiento; y si con este medio no estuviese en mi poder el alcanzar verdad alguna, al menos estará en mi poder el suspender mi juicio. Estaré, pues, muy atento a no creer ninguna falsedad, y prepararé concienzudamente mi espíritu contra todas las astucias de este gran engañador: así, por fuerte y astuto que sea, nunca podrá imponerme nada.

La práctica de la duda va contra la <normalidad> psíquica, pues los hábitos mentales formados en la vida cotidiana presionan en sentido contrario.

·Pero este designio es penoso y laborioso, y cierta pereza me devuelve insensiblemente al curso de mi vida ordinaria. Y del mismo modo que aquel esclavo, que disfrutaba en sueños de una libertad imaginaria, teme ser despertado cuando empieza a sospechar que su libertad no es sino sueño y se alía con estas ilusiones placenteras para ser engañado más tiempo, así yo recaigo en mis antiguas opiniones. Y, en contra de mí mismo, temo despertarme de éstas por temor a que las laboriosas vigilias que sucedan a la tranquilidad de este reposo no me reporten alguna luz o claridad en el conocimiento de la verdad, sino que sean insuficientes para iluminar las tinieblas de la dificultad que se han agitado antes.


93 Las verdades evidentes son intuitivas.

EL PROBLEMA: ¿Cuándo puede llamarse verdadera una afirmación?
LA TESIS: Podemos considerar que una idea es verdadera cuando se presenta a nuestra intuición con todas las señales de la evidencia: es decir, cuando es clara en sí, bien distinguida de las otras y dotada de un grado de certeza tal que le permita superar el filtro de la duda metódica (véase 92). Es cierto que las ideas que cumplan con esos requisitos serán muy simples, incluso obvias (por ejemplo, que los cuerpos, cualquiera que sea su forma, poseen una extensión); sin embargo, desde el punto de vista de Descartes tienen una importancia extraordinaria, puesto que justamente a causa de su manifiesta evidencia, estas ideas pueden ser asumidas como postulados de un razonamiento científico y deductivo (véase 96). Toda ciencia se basa en presupuestos obvios y universales, en principios intuitivos que, por su misma simplicidad, no pueden ni siquiera ser explicados. Por lo tanto, la intuición de las ideas evidentes no es un procedimiento mental discursivo, no se desarrolla en el tiempo a través de pasos lógicos, sino que consiste en una iluminación, un inmediato aparecer de la verdad. (De Reglas para la Guía de la Inteligencia.)

La intuición es una forma de conocimiento inmediata y no discursiva.

·Por intuición entiendo no la inconstante aportación de los sentidos o el engañoso juicio de la imaginación, que crea siempre malentendidos y errores, sino un concepto de la mente pura y atenta tan obvio y evidente, que creemos firmemente en la inexistencia de duda alguna.

Una pura intuición no puede estar equivocada.

·O lo que es lo mismo: por intuición entiendo un concepto indudable de la mente pura y atenta, que nace de la sola luz de la razón y que es más verdadero que su misma deducción, que por otra parte ya hemos visto antes que el hombre no puede realizarla incorrectamente.

Hay verdades evidentes adquiribles incluso por simple intuición y sin razonamiento.

·Así, cada uno puede intuir con el ánimo que existe, que piensa, que el triángulo está delimitado sólo por tres líneas, la esfera por una sola superficie y cosas semejantes: cosas que existen en un número mayor de cuanto la mayoría piensa, pues la mayoría desdeña ocupar la mente en cosas tan sencillas y las aleja de sí.

COGITO

La doctrina cartesiana del cogito (abreviación de cogito ergo sum, <pienso, luego existo>), indica la evidencia con que cada individuo reconoce su propia existencia como sujeto pensante. La conclusión del razonamiento conduce a la afirmación de dos verdades resistentes a la duda metódica, y que se pueden emplear con plena efectividad como postulados de la reflexión metafísica: 1) El pensamiento es una realidad en sí misma (una sustancia) diferenciada y distinta a la materia; 2) El ser humano es tanto res cogitans (un sujeto pensante) como res extensa (en tanto que cuerpo).

EVIDENCIA

La evidencia, término introducido en filosofía por Descartes, es la modalidad psicológica con la que la mente se representa algunas verdades como claras y distintas, absolutamente ciertas e inopinables. A las evidencias no se llega con el razonamiento, sino por intuición inmediata. El método para distinguir las intuiciones verdaderas de las falsas es el ejercicio de la duda metódica. Las evidencias, al ser verdaderas por definición, pueden ser asumidas como postulados de razonamientos deductivos.

94 Pienso, luego existo.

EL PROBLEMA: ¿Hay algo de lo que no se pueda dudar?
LA TESIS: Después de haber dudado de todo, queda una cosa irrebatible: quien duda piensa, es un ser pensante. Parece una afirmación obvia: cogito, ergo sum, pienso (dudo), luego existo. Pero su importancia es extraordinaria: por más que parezca simple y banal, se trata, de hecho, de una idea absolutamente cierta y que puede ser asumida como postulado de partida para ulteriores y más complejos razonamientos deductivos. (De Meditaciones Metafísicas.)

El ejercicio metódico de la duda. Hay que dudar incluso de los principios científicos.

·Puesto que, al parecer, nuestros sentidos nos engañan, vamos a suponer que nada existe que sea tal y como nos lo imaginamos. Y como hay hombres que caen en cegueras y paralogismos incluso razonando sobre los más simples argumentos de geometría, pensé que yo era víctima del error como cualquier otro, y rechacé por ello como falsos todos los razonamientos que entonces había considerado demostrados.

Es posible dudar de estar soñando.

·En fin: considerando que los mismos pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden llegarnos también cuando dormimos, aunque entonces no haya en ellos nada de verdadero, me decidí a fingir que todo lo que había entrado en mi espíritu hasta entonces no fuese más verdadero que las ilusiones de mis sueños.

Pero como la duda es un pensamiento, no se puede dudar de ser pensantes.

·Pero inmediatamente después me di cuenta de que, mientras me proponía considerar como falsas todas las cosas, era necesario que yo, que las pensaba, fuese algo. Por lo que, dado que esta verdad, pienso, luego existo, era tan firme y cierta que no habría podido negarla ni la más extravagante suposición de los escépticos, juzgué que podía tomarla sin dudar como el principio primero de mi filosofía…

Cogito, ergo sum, pienso, luego existo: esta afirmación es absolutamente cierta.

·De manera que, después de haberlo pensado bien y tras examinarlo todo cuidadosamente, es preciso concluir y tener como cosa cierta que la proposición Yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera en toda ocasión que la pronuncie o que la conciba mi espíritu.

El hecho de pensar nos permite afirmarnos sólo como seres pensantes, pero no todavía como individuos dotados de cuerpo.

·Ahora bien, ya sé con certeza que soy, pero aún no sé con claridad qué soy; de suerte que, en adelante, preciso del mayor cuidado para no confundir imprudentemente otra cosa con lo que yo soy, y así no enturbiar ese conocimiento, que sostengo como el más cierto y el más evidente de cuantos conocimientos he tenido antes.

La realidad de la duda sólo legitima la existencia de un pensamiento –una res cogitans (sustancia pensante)- y no de un cuerpo.

·Por ello, examinaré de nuevo y desde el principio lo que yo creía como existente antes de alcanzar estos últimos pensamientos; y quitaré de mis antiguas opiniones todo lo que pueda combatirse mediante las razones que acabo de alegar, de suerte que no quede más que lo enteramente indudable.

Antes de iniciar la práctica de la duda, la sensación de existir como cuerpo parecía una certeza.

·Yo me consideraba primero como poseedor de un rostro, de unas manos, de unos brazos y de toda esa maquinaria compuesta de huesos y de carne, tal y como aparece en un cadáver: una maquinaria que yo designaba con el nombre de cuerpo.

Otras certezas eran el percibir, el pensar y el poseer un alma.

·Además de eso, yo consideraba que me nutría, que andaba, que sentía y que pensaba, y refería todas esas acciones al alma; pero no me detenía a pensar qué fuese el alma; y si lo hacía, imaginaba que fuese algo extremadamente ralo y sutil, como un viento, una llama o un delicado éter insinuado y difuso por mis otras partes más groseras.

Parece evidente la existencia de los cuerpos, de la materia y del espacio en que se mueven.

·En lo tocante al cuerpo, no dudaba en absoluto de su naturaleza, pues pensaba conocerla muy distintamente y, si hubiese querido explicarla según las nociones que entonces tenía, la hubiese descrito de este modo: entiendo por cuerpo todo aquello que puede estar delimitado por una figura, que puede estar situado en un lugar cualquiera y llenar un espacio, de suerte que todo otro cuerpo quede excluido; que puede ser captado por el tacto, por la vista, por el oído o por el gusto o el olfato; que puede moverse de distintos modos pero no por sí mismo, sino por alguna otra cosa ajena por la que es tocado y de la que recibe la impresión de movimiento…

Todas estas creencias, sin embargo, no han superado la prueba de la duda metódica e hiperbólica.

·Pero, ¿Y yo? ¿Quién soy yo, ahora que supongo que hay alguien extremadamente poderoso y, si es lícito decirlo así, maligno y astuto, que emplea todas sus fuerzas y habilidades en engañarme? ¿Acaso puedo estar seguro de poseer el más mínimo de estos atributos que acabo de atribuir a la naturaleza corpórea? Me detengo a pensar en ello con atención, paso revista una y otra vez, en mi espíritu, a todas estas cosas, y no hallo ninguna de la que pueda decir que está en mí. No es necesario que me entretenga en enumerarlas.

La existencia del cuerpo ha sido puesta en duda.

·Pasemos, pues, a los atributos del alma, y veamos si hay algunos que estén en mí. Los primeros son nutrirme y andar; pero, si es cierto que no tengo cuerpo, es cierto entonces también que no puedo andar ni nutrirme.

Así como la percepción.

·Otro atributo es sentir, pero no puede uno sentir sin cuerpo, sin mencionar que yo he creído sentir en sueños muchas cosas y que, al despertar, me he dado cuenta de que no las había sentido realmente.

Sólo el pensamiento no puede no existir, porque no se puede dudar sin pensar.

·Otro es pensar: y aquí sí hallo que el pensamiento es un atributo que me pertenece, siendo el único que no puede separarse de mí. Yo soy, yo existo: eso es cierto, pero ¿Por cuánto tiempo? En verdad, por todo el tiempo en el que estoy pensando, pues quizá me podría ocurrir que, si yo cesase de pensar, cesaría al mismo tiempo de ser o de existir.

La duda demuestra la existencia de una res cogitans, una cosa pensante.

·No admito ahora nada que no sea necesariamente cierto; yo no soy, por lo tanto y hablando con precisión, sino una cosa que piensa: esto es, un espíritu, un intelecto o una razón, una serie de vocablos cuyo significado me era antes del todo desconocido.

La certeza de existir como ser pensante tiene carácter fundamental; puede ser asumida como postulado para cadenas deductivas.

·Soy, en consecuencia, una cosa cierta y a ciencia cierta existente. Pero ¿Qué soy? Ya lo he dicho: algo que piensa. ¿Y qué más? Excitaré aún mi imaginación, a fin de averiguar si soy o no algo más. Yo no soy esta reunión de miembros llamada cuerpo humano; yo no soy un aire sutil y penetrante, difundido por todos esos miembros; yo no soy un viento, un soplo, un vapor ni nada de cuanto pueda fingir e imaginar, puesto que ya he dicho que todo eso no era nada; y, sin modificar ese supuesto, sigo convencido de que soy algo.


INNATISMO

Designa cualquier teoría que postule la presencia en el hombre de determinadas ideas, competencias, habilidades o aptitudes del comportamiento ya desde su nacimiento y, por lo tanto, antes de cualquier experiencia. En el mundo antiguo fue innatista la doctrina platónica de la anamnesis; en el moderno, la posición de Descartes, en cuyas doctrinas asegura que las ideas dotadas de evidencia no son aprehendidas por la experiencia, sino que son parte constitutiva de la mente humana. Por el contrario, la demostración de la inexistencia de las ideas innatas fue uno de los puntos cardinales del empirismo.


95 Cuándo los razonamientos están encadenados.

EL PROBLEMA: ¿Qué significa razonar? ¿Cómo debe proceder el saber científico?
LA TESIS: El método para producir un conocimiento inopinable es la deducción (lograr coherentemente nuevas verdades de proposiciones absolutamente ciertas). El modelo a seguir es la geometría de Euclides, capaz de deducir centenares de teoremas a partir de cinco postulados iniciales. Obviamente, el problema fundamental de la deducción, más allá de que las inferencias sean correctas, está en la validez de las afirmaciones de partida, que deben ser realmente evidentes. (Del Discurso del Método.)

La geometría euclidiana como modelo del saber.

·Esas cadenas de razonamientos, largas pero simples y fáciles,  que los geómetras acostumbran emplear para llegar a sus más difíciles demostraciones, me dieron ocasión de suponer que todas las cosas de las que el hombre puede adquirir conocimiento se siguen unas a otras de igual manera, y que, con sólo abstenerse de admitir como verdadera una que no lo sea y guardar siempre el orden necesario para deducirlas las unas de las otras, no puede haber ninguna, por lejos que se halle situada o por oculta que esté, que no se pueda llegar a alcanzar y descubrir.

El problema está en encontrar postulados evidentes de los que derivar las cadenas subsiguientes.

·Y no me cansé mucho en buscar por cuáles era preciso comenzar, pues ya sabía que debía hacerlo por las más simples y fáciles de conocer. Y considerando que, entre todos los que hasta ahora han investigado la verdad en las ciencias, sólo los matemáticos han podido encontrar algunas demostraciones o razonamientos ciertos y evidentes, no dudé que tenía que empezar por las mismas que ellos ya habían examinado, aun cuando no esperaba sacar de aquí ninguna otra utilidad que la de acostumbrar mi inteligencia a la búsqueda fundada en la verdad y no en falsos razonamientos.


96 Cómo demuestro la existencia de mi cuerpo.

EL PROBLEMA: ¿Cuántas y cuáles son las sustancias que constituyen la realidad? Junto al pensamiento, ¿Existe acaso una sustancia extensa, es decir, la materia?
LA TESIS: El ejercicio de la duda demuestra la existencia de un sujeto espiritual, capaz de producir el pensamiento. Pero además de esta sustancia pensante (res cogitans), por definición no extensa en el espacio, ¿Existe una sustancia material (el mundo, los objetos, el cuerpo que hospeda la mente)? El sentido común afirma la existencia de la realidad corporal como una evidencia intuitiva que no necesita de confirmación alguna. Pero esta consideración no puede ser asumida por Descartes, puesto que se funda en percepciones cuya condición de verdad no pasa la prueba de la duda (véase 92). Según Descartes, el único modo de demostrar la existencia del mundo consiste en reflexionar sobre la existencia de Dios. Si el mundo no existiese, todas las sensaciones, aparentemente realistas, sólo podrían ser el fruto de un engaño divino. Habría que considerar a Dios como un supremo engañador, pero ello va en contra tanto de la fe como de la lógica, porque ese Dios dejaría de tener una naturaleza divina. Junto a la realidad espiritual existe, pues, una realidad material que se caracteriza por hallarse extendida en el espacio. Res cogitans y res extensa, espíritu y materia, mente y cuerpo, son las dos sustancias metafísicas de lo real. (De Principios de la Filosofía.)

Aunque el sentido común sugiere la existencia de cuerpos extensos, se puede dudar de las percepciones.

·Aunque estemos lo suficientemente persuadidos de que existen cuerpos que están realmente en el mundo, igualmente debemos buscar aquí las razones que nos hagan dar forma a una ciencia cierta, puesto que hemos dudado antes y hemos incluido esta idea entre el resto de los juicios que nos acompañan desde el mismo inicio de nuestra vida.

Las percepciones parecen causadas por algo externo a nosotros mismos: algo que no es mental.

·Ante todo, experimentamos en nosotros mismos que todo lo que sentimos viene de otra cosa que no es nuestro pensamiento, porque no está en nuestras manos la variedad de sensaciones.

Se puede suponer que sea Dios quien nos provee de estas sensaciones en cada instante de nuestra vida, y que el mundo extenso no existe en realidad.

·Es cierto que podríamos preguntarnos si Dios u otro ser podría ser ese algo. Pero, puesto que sentimos (o, más bien, puesto que nuestros sentidos a menudo se excitan percibiendo clara y distintamente una misma materia en longitud, anchura y profundidad, una materia cuyas partes tienen formas y movimientos distintos y de la que proceden las sensaciones que tenemos de los colores, de los olores, del dolor, etc.), si el mismo Dios presentase a nuestra alma la idea de esta materia o si simplemente permitiese que ella no fuese producida por algo carente de extensión, forma y movimiento, no podríamos encontrar razón alguna que nos impidiese creer que Dios se divierte engañándonos; puesto que concebimos esta materia como una cosa distinta a Dios y a nuestro pensamiento, y puesto que nos parece que la idea que tenemos se forma en nosotros cuando aparecen los cuerpos exteriores, a los que ella se asemeja enteramente.

Pero un Dios engañador no puede existir; por lo tanto, la materia extensa existe realmente.

·Y puesto que Dios no nos engaña –puesto que esto, como ya ha quedado claro, no se aviene en absoluto con su naturaleza-, debemos concluir que existe cierta sustancia corpórea en longitud, anchura y profundidad, que existe actualmente en el mundo con todas las propiedades que manifiestamente sabemos que le pertenecen. Y esta sustancia es precisamente lo que se llama el cuerpo o también la sustancia de las cosas materiales.

La materia tiene como única característica la extensión espacial.

·La naturaleza de la materia o del cuerpo en general no consiste en tratarse de algo duro, pesado o de un color determinado, o en algo que despierta nuestros sentidos de algún modo, sino sólo en lo siguiente: que se trata de una sustancia extensa en longitud, anchura y profundidad.

La dureza no es intrínseca a la noción de materia.

·Y en lo que concierne a la dureza, de ésta sólo tenemos la siguiente noticia obtenida por medio del contacto: las partes de los cuerpos duros se resisten al movimiento de nuestras manos cuando entran en contacto con ellas; pero si todas las veces que movemos nuestras manos hacia algún lugar, los cuerpos que estuviesen en ese lugar se retirasen apenas éstas se acercaran, no sentiríamos nunca su dureza. Y, de hecho, no tenemos ninguna razón para creer que los cuerpos que se retirasen de ese modo perderían por ello la condición que los hace cuerpos.

Dureza, color, peso, etc., son cualidades accidentales (pueden no existir); pero donde hay materia hay siempre extensión.

·De donde se deduce que su naturaleza no consiste en la dureza que sentimos a veces en ella, y ni siquiera en el peso, el calor o en cualquier otra cualidad de ese tipo; puesto que al examinar un cuerpo podemos pensar que éste no tiene ninguna de estas cualidades y, sin embargo, sabemos distinta y claramente que ese cuerpo tiene todo aquello que lo convierte en cuerpo, puesto que posee longitud, anchura y profundidad. De lo que se deduce que, para ser, no tiene necesidad de ser de una manera determinada, y que su naturaleza consiste sólo en esto: que es una sustancia que posee extensión.


97 El modelo hidráulico del cuerpo humano.

EL PROBLEMA: ¿Cómo funciona el cuerpo humano?
LA TESIS: Todo cuerpo vivo es una máquina, un mecanismo muy complejo pero que funciona, en definitiva, de acuerdo con las leyes de la mecánica. Para explicar este concepto, Descartes introduce la metáfora de la fuente: el cuerpo actúa siguiendo los mismos principios que regulan el funcionamiento de aquellos mecanismos hidráulicos que, en los jardines reales, ponen en movimiento aguas y estatuas. (Del Tratado sobre el Hombre.)

El problema: construir un modelo funcional del cuerpo humano.

·Supongo que el cuerpo no es otra cosa que una estatua o una máquina de tierra que Dios forma expresamente para hacerla lo más parecida posible a nosotros: de manera que no sólo le da el color externo y la forma de todos nuestros miembros, sino que también dispone en su interior todas las piezas que son necesarias para hacer que camine, coma, respire e imite todas nuestras funciones que podemos imaginar como procedentes de la materia y no dependientes de otra cosa que no sea la disposición de los órganos.

El movimiento del autómata puede ser producido de manera mecánica.

·Vemos relojes, fuentes artificiales, molinos y otras máquinas parecidas, las cuales, aunque están hechas por los hombres, tienen sin embargo la capacidad de moverse de muchas maneras. Y me parece que no podría imaginar tantos tipos de movimiento en esta que supongo ha sido creada por la mano de Dios ni atribuirle tanto artificio que me impida tener razones para pensar que puedan existir aún más.

La tecnología hidráulica constituye el mejor modelo del cuerpo humano.

·Así como habréis podido ver en las grutas y en las fuentes que hay en los jardines de nuestros reyes, en las que la fuerza con la que se mueve el agua al brotar de su fuente es del todo suficiente para poder mover distintas máquinas e incluso para hacerlas tocar algún instrumento o pronunciar algunas palabras, según sea la disposición de tubos que la conducen.

Las cañerías de las fuentes son comparables al sistema venoso.

·Y, en realidad, se puede muy bien parangonar los nervios de la máquina que os describo a las cañerías de estas fuentes animadas; sus músculos y sus tendones con los diversos mecanismos que sirven para moverlas; sus fluidos animales al agua que las mueve, de la que el corazón es la fuente y las concavidades del cerebro son los castillos.

También las funciones fisiológicas pueden ser imitadas por mecanismos hidráulicos.

·Por otra parte, la respiración y otras acciones semejantes que para ella son naturales y ordinarias y que dependen del curso de los fluidos, son como los movimientos de un reloj o un molino, que el curso ordinario del agua puede hacer continuos.

La percepción puede ser comparada a los mecanismos de las máquinas hidráulicas.

·Los objetos externos, que con su sola presencia actúan sobre los órganos de sus sentidos, y que de este modo la obligan a moverse de muchas y distintas maneras según sea la disposición de las partes de su cerebro, son como esos extraños que al entrar en alguna de las grutas de esta fuente, causan por sí mismos, sin saberlo, los movimientos que se realizan en su presencia. De hecho, sólo pueden entrar caminando sobre ciertas baldosas dispuestas de tal modo que, si por ejemplo se acercan a una Diana que se baña, la obligan a esconderse entre los juncos; y si pretenden seguirla, verán aproximarse a ellos a un Neptuno que los amenazará con su tridente; y si se dirigen a otro lado, harán que surja un monstruo marino que les vomitará agua en la cara, o cosas parecidas, según el capricho de los ingenieros que las hayan realizado.

La razón es similar a la sala de controles de esta máquina.

·Y cuando el alma razonable se aloje en esta máquina, tendrá su sede principal en el cerebro y residirá allí como el fontanero que, cuando quiere provocar o impedir o cambiar de algún modo sus movimientos, debe estar en los castillos al que van a dar todas las cañerías de esta máquina.


DEDUCCIÓN

Proceso cognoscitivo habitualmente contrapuesto a la inducción, que consiste en llegar a las conclusiones partiendo de determinadas premisas iniciales o postulados. Para que la deducción sea válida es necesario que la derivación (inferencia) se desarrolle de manera correcta, según parámetros lógicos. Para que las conclusiones sean verdaderas, es necesario que los postulados sean válidos. Después de haber sido estudiada en la Antigüedad por Aristóteles, la deducción fue considerada por Descartes y los racionalistas del s. XVII como la única fuente de conocimiento verdadero.

MECANICISMO

Es la idea de que el mundo en su conjunto es una inmensa y complicada máquina, y que, por lo tanto, todos los fenómenos son explicables por las leyes que gobiernan la materia y sus movimientos. Al excluir la posibilidad de que en la naturaleza actúen fuerzas psicológicas o teleológicas, el mecanicismo defendido por Descartes y los científicos racionalistas contribuyó notablemente a la crítica del pensamiento mágico y a la introducción en la ciencia de criterios matemático-cuantitativos.



TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO