1596 – 1650 d.C.
Por la crítica a la que sometió toda
la herencia cultural del pasado y por la lucidez con la que intentó construir
un nuevo sistema, René Descartes es universalmente considerado el padre de la
filosofía moderna.
Nacido en la Haye (región
de Tours) de familia noble, recibió la educación primaria en el célebre colegio
jesuita de La Flèche. En 1616 se
diplomó en derecho por la Universidad de Poitiers; dos años después, sin
embargo, se enroló voluntario en la Guerra de los treinta años,
en defensa de la libertad de Holanda. Después de esta breve experiencia militar
se mudó a París, donde permaneció hasta 1628. En este período escribió su
primer ensayo importante sobre las Reglas del Buen Razonar,
publicado póstumamente en 1701. El deseo de una vida solitaria le llevó a
abandonar París para trasladarse a Holanda, donde, exceptuando breves viajes,
permaneció hasta 1649. Este año aceptó la invitación de la reina Cristina,
deseosa de profundizar en sus estudios filosóficos, para mudarse a Estocolmo,
en Suecia, donde poco después moriría de pulmonía. De carácter muy prudente y
asustado por la condena de Galileo a manos de la Inquisición, decidió no
publicar su Tratado
del Mundo o de la Luz por miedo a un
juicio negativo de los jesuitas, pese a considerarla su obra más
importante.
Obras principales: Tratado del Mundo o de la Luz
(1629–1633); Dióptrica, Meteoros y Geometría (1637); Discurso del Método (1637); Meditaciones
Metafísicas (1641); Los Principios de
la Filosofía (1644); Las Pasiones del
Alma (1649).
91 El método del buen
razonamiento.
EL PROBLEMA: ¿Cuáles son las
peculiaridades del pensamiento científico? ¿Hay un método que salvaguarde del
error?
LA TESIS: El método es el
problema en torno al que gira la reflexión de los filósofos ocupados en la revolución científica de los ss. XVI y XVII. La cuestión había
nacido de una consideración histórica. Si incluso personalidades dotadas de una
enorme inteligencia como Aristóteles
habían cometido errores, a veces crasos, tanto en astronomía como en medicina (véase 88), era evidente que el científico no podía fiarse simplemente de sus propias capacidades
intelectivas, sino que debía poseer un método que garantizase la validez de los
resultados. El pensamiento científico debe, por lo tanto, estructurarse según
procedimientos propios, distintos a los empleados en la vida cotidiana. Es
notable, por ejemplo –y está bastante alejada de la opinión común- la idea de Descartes acerca de la investigación
científica, que debe ser según el ser absolutamente desinteresada; es decir,
indiferente a cualquier tipo de utilidad o interés social. (De Reglas para la Guía de la Inteligencia.)
Un error frecuente
consiste en transformar en idénticas cosas similares entre sí.
·Existe entre los hombres la costumbre de que, cada vez
que descubren una semejanza entre dos cosas, las juzguen ambas, incluso en lo
que ésas tienen de distinto, según lo que han verificado como verdadero en una
u otra.
Así, de la
comparación entre las artes y las ciencias se deduce que éstas son de diverso
género.
·Así, comparando erróneamente las ciencias –que conciernen enteramente a
la cognición, que es de naturaleza espiritual- con las artes –que requieren
cierto ejercicio y hábito del cuerpo-, ven que no todas las artes pueden ser
aprendidas al mismo tiempo por una misma persona. Al contrario: llega más
fácilmente a ser buen artista quien sólo ejercita una (puesto que las
mismas manos no pueden ser aptas para cultivar los campos y tocar la cítara o
diversos oficios de ese género, tanto en su conjunto como uno sólo de ellos). Y
considerando lo mismo para las ciencias y distinguiendo entre ellas según la
diversidad de su objeto, han creído que se debe intentar conquistarlas de una
en una y dejando a un lado las otras.
Pero el pensamiento
científico debe ser único, independientemente del objeto al que se aplique.
·En esto se han engañado por completo. De hecho, como todas las ciencias
no son otra cosa que el saber humano, que es siempre uno y el mismo por distintos
que sean los objetos a los que se aplica, no se puede hacer en éste mayor
distinción de la que hacemos al separar la luz del Sol de la variedad de cosas
que ilumina, y no hay necesidad de recluir la mente en determinado límite; y,
en cambio, el conocimiento de una única verdad no nos desvía, como sí lo hace
el ejercicio de cierto oficio, del reencuentro con otra verdad, sino que más
bien nos ayuda.
La reflexión sobre
el método científico es más importante que las específicas aplicaciones
sectoriales.
·Y me parece algo realmente curioso que muchos indaguen
diligentemente las costumbres de los hombres, las virtudes de
las plantas, los movimientos de los astros, las transformaciones de los metales
y los objetos de otras disciplinas parecidas, y que mientras tanto casi ninguno se dedique a pensar en la recta mente, es decir, en esta sabiduría
universal, cuando si todas las otras son dignas de estima no es tanto por sí
mismas, sino porque le rinden tributo a ésta.
El estudio del método
científico no puede especializarse.
·Y, sin duda, no sin razón proponemos ante todo esta regla, puesto que
nada nos aleja tanto de la recta vía de búsqueda de la verdad que el dirigir
los estudios no ya a un fin general, sino a algún fin particular.
El estudio del
método debe tener como fin él mismo, sin proponerse ninguna utilidad práctica.
·No hablo de fines perversos y condenables como lo son el falso renombre
y la ganancia deshonesta: es evidente que los modos fraudulentos y las cosas
falsas adaptadas a la inteligencia del vulgo abren una vía mucho más expedita
que el sólido conocimiento de la verdad. Me refiero en cambio a fines honestos
y laudables, porque a menudo somos engañados por éstos de manera muy
sutil, como cuando nos dedicamos a investigaciones útiles para la comodidad de
la vida o por ese placer que se halla en la contemplación de la verdad, y que
en esta vida es casi la única felicidad completa y no turbada por ningún dolor.
Cualquier fin, incluso
loable, a que se someta la investigación, podría desviarla de su libre
desarrollo.
·Ya que podemos seguramente esperar estos frutos legítimos de la libre
ciencia; pero si los incluimos dentro del tema de estudio, a menudo sucede que
mucho de lo que es necesario para el conocimiento de otras cosas se pasa por
alto, ya sea porque a primera vista parece poco útil o porque atrae escasamente
nuestra curiosidad.
Existe una
fundamental unidad del saber.
·Y podemos afirmar que todas las ciencias están tan conectadas entre sí,
que es mucho más fácil aprenderlas todas juntas que separar una sola de ellas
del resto.
La reflexión sobre
los mecanismos del conocimiento produce un afán de saber utilizable en varias
disciplinas.
·Así pues, si uno se propone indagar en serio la verdad de las cosas,
no debe elegir una ciencia en particular; puesto que todas están relacionadas
entre sí y cada una depende de las
demás; sino que debe pensarse sólo en aumentar la luz natural de la razón, no
para resolver esta o aquella dificultad escolar, sino para que en los casos simples
de la vida el intelecto aconseje a la voluntad qué es lo que debe elegir. Y muy pronto advertirá con sorpresa que ha
hecho progresos mucho mayores que quienes se ocupan de cosas particulares, y
habrá conseguido no sólo aquellos resultados que los otros anhelan,
sino también resultados más altos que los que ellos podían esperar.
MÉTODO
Es el conjunto de reglas y prescripciones
útiles para evitar el error y garantizar la validez del resultado. El intento
de formalizar un método del pensamiento (del científico en particular) fue uno
de los más tenaces objetivos filosóficos desde los albores de la revolución
científica moderna, abandonado luego a causa de la dificultad de la empresa. En
efecto, determinar con exactitud los pasos necesarios para un correcto método
cognoscitivo equivale a explicar la naturaleza de la inteligencia y de la
creatividad.
DUDA METÓDICA
Mientras que los escépticos proponían una duda absoluta que
deriva de la suspensión de cualquier juicio (epojé), Descartes vio en
la duda metódica un momento
preliminar del conocimiento. Su objetivo no es demostrar la imposibilidad de
cualquier afirmación, sino remover todos los prejuicios que impiden ésta. Un
análogo uso metodológico de la duda, a propósito de proposiciones indudables, fue propuesto también por Bacon (véase 89) y Husserl (véase 189).
DUALISMO CARTESIANO
Es la doctrina metafísica que considera al
mundo compuesto por dos sustancias: la materia (res extensa) y el pensamiento
(res cogitans). Entre estos dos modos
de ser de la realidad hay una diferencia y una oposición absolutas: el pensamiento es inextenso (es decir, no
posee una dimensión espacial), consciente de sí mismo y libre. Por el
contrario, la materia es siempre extensa y está situada en el espacio, no es
consciente de sí y, al estar mecánicamente determinada, no es libre.
92 Duda hiperbólica:
¿Y si un genio engañador…?
EL PROBLEMA: ¿Es posible
formular y reconocer afirmaciones absolutamente ciertas?
LA TESIS: Hay que dudar de
todas las afirmaciones que no sean intuitivamente evidentes. Para hacer la duda
aún más drástica, Descartes propone
imaginar un genio maligno que confunda nuestras percepciones. El objetivo final
de la duda, sin embargo, no es negar la existencia de una determinada verdad,
sino aislar proposiciones tan simples como inobjetables. (De Meditaciones Metafísicas.)
Hay que someter a
la crítica los prejuicios adquiridos con la educación.
·Ya me percaté hace algún tiempo de cómo desde mis primeros años admití
como verdaderas una cantidad de falsas opiniones, y de cómo sobre ellas fundé
principios tan inseguros que sólo podía sentirme dudoso e incierto de ellos; de
modo que por primera vez en mi vida, me vi obligado a deshacerme en serio y de
una vez por todas de todas las opiniones que hasta entonces creí, para empezar
de nuevo desde los mismos cimientos, si es que quería establecer algo firme y
duradero en las ciencias…
La percepción no
ofrece garantías de certeza.
·Pues bien, todo lo que hasta ahora he admitido como el saber más real y
seguro lo he aprendido de los sentidos; he descubierto, sin embargo, que éstos
engañan de vez en cuando y que es prudente no confiar nunca por completo en
aquellos que nos hayan engañado ya una vez.
Incluso la
sensación de nosotros mismos como cuerpos y personas no es segura.
·Con todo, aunque a veces los sentidos nos engañan en lo pequeño y en lo
lejano, quizá haya otras cosas de las que no se pueda dudar razonablemente,
pese a que las recibamos por medio de los mismos: por ejemplo, que estoy aquí,
que estoy sentado junto al fuego, que visto un batín, que tengo este papel en
las manos y cosas por el estilo.
En efecto, ciertas
patologías psíquicas confunden la personalidad y hacen que el individuo se sienta otro.
·¿Y cómo podría yo negar que son mías estas manos y este cuerpo? A no ser
que me asemeje a esos insensatos cuyos cerebros están talmente
turbados y ofuscados por los vapores de la bilis, que afirman en todo momento
ser reyes y son en cambio mendigos, o vestir oro y púrpura
cuando, en cambio, están desnudos, o imaginan que son tinajas o que tienen
un cuerpo de vidrio. Pero ellos están locos, y lo estaría también yo
si me guiase por su ejemplo.
Incluso la
conciencia puede ponerse en duda: ¿Cómo estar seguros de no estar soñando?
·Sin embargo, debo considerar que soy un hombre y que, en consecuencia,
tengo la costumbre de dormir e imaginar en sueños las mismas cosas que cuando
estoy despierto, y a veces otras cosas mucho menos verosímiles que aquellos insensatos cuando están despiertos. ¿Cuántas veces no he soñado,
por la noche, que estaba aquí, en este mismo lugar, que estaba vestido, que
estaba junto al fuego, aunque estuviese desvestido y en mi lecho?
Hay sueños muy
realistas, casi <más reales> que la realidad.
·Es cierto que ahora me parece no estar viendo este papel con los ojos
adormecidos, y que esta cabeza que muevo no está adormilada, y que
conscientemente y sensiblemente extiendo mi mano y que la siento: lo que sucede
en el sueño no parece tan claro y definido como todo esto.
No hay criterios
seguros para distinguir la vigilia del sueño.
·Pero, pensándolo más detenidamente, recuerdo haber sido engañado a
menudo mientras dormía por similares ilusiones. Y deteniéndome en este pensamiento,
veo de manera tan manifiesta que no hay indicios concluyentes ni señales lo
bastante reales que hagan posible distinguir con claridad la vigilia del sueño,
que me sorprendo; y mi sorpresa es tal que casi es capaz de persuadirme de que
estoy durmiendo.
Las imágenes
oníricas retoman las imágenes sensibles archivadas en la memoria; nunca son
invenciones puras.
·Supongamos ahora que estamos dormidos y que todas estas
particularidades, es decir, el abrir los ojos y el mover la cabeza y el
extender las manos y otras tantas, no son sino falsas ilusiones; y pensemos que
tal vez nuestras manos y todo nuestro cuerpo no existen tal y como los vemos.
Habrá que confesar, sin embargo, que las cosas tal y como aparecen
representadas en el sueño son como cuadros y pinturas, que no pueden formarse
sino a semejanza de algunas cosas reales y verdaderas; y que así, al menos,
estas cosas generales, es decir, los ojos, una cabeza, las manos, y todo el
resto del cuerpo, no son cosas imaginarias, sino verdaderas y existentes.
Tampoco la fantasía
inventa nunca nada; se limita a ensamblar de modo original las partes de la
realidad.
·Y, a decir verdad, los propios pintores, aún cuando se
esfuerzan con el mayor artificio en representar sirenas y sátiros de formas
monstruosas y extraordinarias, no logran atribuirle formas o naturaleza
enteramente nuevas, sino que hacen sólo cierta mezcla y composición de los
miembros de los distintos animales. O bien, si por ventura su imaginación es lo
bastante extravagante para inventar algo nuevo o algo de lo que no hemos visto
nunca nada parecido, de tal manera que su obra nos representa una cosa
absolutamente simulada y falsa, es seguro que al menos los colores que la
componen deberán ser verdaderos.
De ello se puede
concluir que existen ideas básicas, de cuya mezcla nacen todas las
representaciones mentales.
·Y aunque por la misma razón por la que estas cosas generales, es decir,
estos ojos, la cabeza, las manos y otras, pueden ser imaginarias, hay que
confesar, sin embargo, que existen cosas aún más simples y más universales, que
son verdaderas y existentes. Y de la mezcla de estas cosas, de la misma manera
en que se mezclan algunos colores verdaderos, se forman todas estas imágenes de
las cosas que existen en nuestros pensamientos, ya sean verdaderas o reales,
simuladas y fantásticas.
Estas ideas simples
atañen a las cualidades objetivas de la materia: extensión, cantidad y tiempo.
·De este género de cosas está hecha en general la naturaleza corpórea y
su extensión; y así también incluso la figura de las cosas mismas, su cantidad
o grandeza y su número; como también el lugar en el que se encuentran, el
tiempo que mide su duración y otras cosas parecidas.
Las ciencias
naturales son menos certeras que las matemáticas, basadas sólo en deducciones
de postulados simples.
·Por todo ello, deduciremos quizá sin errar que la física, la astronomía,
la medicina y todas las demás ciencias que dependen
de la consideración de las cosas compuestas, son ciertamente dudosas e
inciertas. Mientras que la aritmética, la geometría y las otras ciencias de
este tipo, que no tratan sino de las cosas más simples y generales sin
preocuparse en demasía de si en realidad existen o no en la naturaleza, poseen
algo de cierto y de indudable.
Las verdades
matemáticas prescinden de la experiencia.
·Puesto que, ya esté dormido, ya esté despierto, dos y tres
siempre formarán el número cinco, y el cuadrado no tendrá más de cuatro lados;
y no parece ser posible que unas verdades tan manifiestas incurran en sospecha
de falsedad o de inseguridad.
Cabe la hipótesis
de que toda la realidad no sea más que la obra de un Dios que nos engaña.
·No obstante, está grabada en mi mente una antigua idea, a saber: que
existe un Dios omnipotente, que me ha creado tal y como soy. Pero, ¿Quién puede
asegurarme que este Dios no haya hecho el mundo de tal manera que no exista
ninguna tierra ningún cielo ningún cuerpo extenso ninguna figura ninguna
grandeza ningún lugar y que, sin embargo, yo sienta todas estas cosas, y todo
me parezca existir de la misma manera en que lo veo?
El engaño divino
podría incluso crear la ilusión de las verdades matemáticas.
·Y, además, así como yo juzgo en ocasiones que los otros se
engañan hasta en las cosas que creen saber con mayor certeza, es también
posible que Él haya querido que yo me engañe siempre que realizo la suma de dos
y tres, o que enumero los lados de un cuadrado, o que juzgo cualquier otra cosa
aún más fácil, si es que puede imaginarse cosa más sencilla que esta.
El hecho de que sea
posible el error cognoscitivo hace posible la hipótesis de un Dios engañador.
·Pero tal vez Dios no haya querido que yo sea engañado de tal modo,
puesto que del Él se dice que es soberanamente bueno. Sin embargo, si a su
bondad le repugna haberme hecho capaz de engañarme siempre, también debería
repugnarle el hecho de permitir que yo me engañe en alguna ocasión; y, sin
embargo, no puedo poner en duda que lo haya permitido.
Estas
consideraciones van contra el sentido común y los hábitos cognoscitivos consolidados.
·Pero no basta haber hecho estas observaciones: es también preciso que me
ocupe de recordarlas, porque aquellas antiguas y ordinarias opiniones regresan
con frecuencia a mi mente, puesto que su uso prolongado y familiar les da el
derecho de ocupar mi espíritu contra mi deseo, y de convertirse en casi dueñas
de mis creencias.
La búsqueda de la
verdad consiste en un trabajo crítico que la mente realiza consigo misma.
·Y no me desacostumbraré nunca de acogerlas ni de tenerles confianza,
mientras las considere como lo que son; es decir, en cierto modo dudas, como he
mostrado, y sin embargo bastante probables, de tal manera que hay muchas más
razones para creerlas que para negarlas.
La vía de la duda
excluye la posibilidad del error.
·Y he aquí la razón de que crea ser más prudente si, colocándome en el
bando contrario, empleo todos mis esfuerzos en engañarme a mí mismo, fingiendo
que todos los pensamientos son falsos o imaginarios hasta que, habiendo
equilibrado mis prejuicios de ese modo, éstos no puedan inclinar mi opinión ni
de un lado ni de otro, y mi juicio jamás vuelva a estar dominado por malos usos
ni separado de la recta vía que puede conducirlo al conocimiento de la verdad.
La hipótesis de un
genio maligno engañador.
·Estoy, en efecto, absolutamente seguro de que no puede haber peligro ni
error en esta vía, y que no sabría hoy conceder demasiado crédito a la
desconfianza, puesto que ahora no se trata de actuar, sino sólo de meditar y
conocer.
La duda debe
ejercitarse de manera constante, hasta convertirla en un hábito mental.
·Supondré, pues, que exista no un Dios auténtico y fuente de verdad
soberana, sino algún genio maligno de extremado poder y gran inteligencia que
dedica todas sus artes a hacerme errar. Y pensaré que el cielo, el aire, la
tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todas las cosas externas que
vemos no son sino ilusiones y engaños, de los que se sirve para sorprender mi
credulidad. Consideraré tener todas estas cosas.
La duda se ejerce
constantemente, hasta convertirse en una costumbre mental.
·Y permaneceré, pues, obstinadamente asido a este pensamiento; y si con
este medio no estuviese en mi poder el alcanzar verdad alguna, al menos estará
en mi poder el suspender mi juicio. Estaré, pues, muy atento a no creer ninguna
falsedad, y prepararé concienzudamente mi espíritu contra todas las astucias de
este gran engañador: así, por fuerte y astuto que sea, nunca podrá imponerme
nada.
La práctica de la
duda va contra la <normalidad> psíquica, pues los hábitos mentales
formados en la vida cotidiana presionan en sentido contrario.
·Pero este designio es penoso y laborioso, y cierta pereza me devuelve
insensiblemente al curso de mi vida ordinaria. Y del mismo modo que aquel esclavo, que disfrutaba en sueños de una libertad imaginaria,
teme ser despertado cuando empieza a sospechar que su libertad no es sino
sueño y se alía con estas ilusiones placenteras para ser engañado más
tiempo, así yo recaigo en mis antiguas opiniones. Y, en contra de mí mismo, temo
despertarme de éstas por temor a que las laboriosas vigilias que sucedan a la
tranquilidad de este reposo no me reporten alguna luz o claridad en el
conocimiento de la verdad, sino que sean insuficientes para iluminar las
tinieblas de la dificultad que se han agitado antes.
93 Las verdades
evidentes son intuitivas.
EL PROBLEMA: ¿Cuándo puede
llamarse verdadera una afirmación?
LA TESIS: Podemos
considerar que una idea es verdadera cuando se presenta a nuestra intuición con
todas las señales de la evidencia: es decir, cuando es clara en sí, bien
distinguida de las otras y dotada de un grado de certeza tal que le permita
superar el filtro de la duda metódica (véase
92). Es cierto que las ideas que cumplan con esos requisitos serán muy simples,
incluso obvias (por ejemplo, que los cuerpos, cualquiera que sea su forma,
poseen una extensión); sin embargo, desde el punto de vista de Descartes tienen una importancia
extraordinaria, puesto que justamente a causa de su manifiesta evidencia, estas
ideas pueden ser asumidas como postulados de un razonamiento científico y
deductivo (véase 96). Toda ciencia se
basa en presupuestos obvios y universales, en principios intuitivos que, por su
misma simplicidad, no pueden ni siquiera ser explicados. Por lo tanto, la
intuición de las ideas evidentes no es un procedimiento mental discursivo, no
se desarrolla en el tiempo a través de pasos lógicos, sino que consiste en una
iluminación, un inmediato aparecer de la verdad. (De Reglas para la Guía de la Inteligencia.)
La intuición es una
forma de conocimiento inmediata y no discursiva.
·Por intuición entiendo no la inconstante aportación de los sentidos o el
engañoso juicio de la imaginación, que crea siempre malentendidos y errores,
sino un concepto de la mente pura y atenta tan obvio y evidente, que creemos
firmemente en la inexistencia de duda alguna.
Una pura intuición
no puede estar equivocada.
·O lo que es lo mismo: por intuición entiendo un concepto indudable de la
mente pura y atenta, que nace de la sola luz de la razón y que es más verdadero
que su misma deducción, que por otra parte ya hemos visto antes que el hombre no puede realizarla incorrectamente.
Hay verdades
evidentes adquiribles incluso por simple intuición y sin razonamiento.
·Así, cada uno puede intuir con el ánimo que existe, que piensa, que
el triángulo está delimitado sólo por tres líneas, la esfera por una sola
superficie y cosas semejantes: cosas que existen en un número mayor de cuanto
la mayoría piensa, pues la mayoría desdeña ocupar la mente en cosas tan sencillas
y las aleja de sí.
COGITO
La doctrina cartesiana del cogito (abreviación de cogito ergo sum, <pienso, luego
existo>), indica la evidencia con
que cada individuo reconoce su propia existencia como sujeto pensante. La
conclusión del razonamiento conduce a la afirmación de dos verdades resistentes
a la duda metódica, y que se pueden
emplear con plena efectividad como postulados de la reflexión metafísica: 1) El
pensamiento es una realidad en sí misma (una sustancia) diferenciada y distinta a la materia; 2) El ser humano
es tanto res cogitans (un sujeto pensante) como res extensa (en
tanto que cuerpo).
EVIDENCIA
La evidencia, término introducido en
filosofía por Descartes, es la
modalidad psicológica con la que la mente se representa algunas verdades como
claras y distintas, absolutamente ciertas e inopinables. A las evidencias no se
llega con el razonamiento, sino por intuición inmediata. El método para
distinguir las intuiciones verdaderas de las falsas es el ejercicio de la duda
metódica. Las evidencias, al ser verdaderas por definición, pueden ser asumidas
como postulados de razonamientos deductivos.
94 Pienso, luego
existo.
EL PROBLEMA: ¿Hay algo de lo que
no se pueda dudar?
LA TESIS: Después de haber
dudado de todo, queda una cosa irrebatible: quien duda piensa, es un ser
pensante. Parece una afirmación obvia: cogito,
ergo sum, pienso (dudo), luego existo. Pero su importancia es extraordinaria:
por más que parezca simple y banal, se trata, de hecho, de una idea
absolutamente cierta y que puede ser asumida como postulado de partida para
ulteriores y más complejos razonamientos deductivos. (De Meditaciones Metafísicas.)
El ejercicio
metódico de la duda. Hay que dudar incluso de los principios científicos.
·Puesto que, al parecer, nuestros sentidos nos engañan, vamos a suponer
que nada existe que sea tal y como nos lo imaginamos. Y como hay hombres que caen en cegueras y paralogismos incluso razonando sobre los más
simples argumentos de geometría, pensé que yo era víctima del error como
cualquier otro, y rechacé por ello como falsos todos los razonamientos que
entonces había considerado demostrados.
Es posible dudar de
estar soñando.
·En fin: considerando que los mismos pensamientos que tenemos cuando
estamos despiertos pueden llegarnos también cuando dormimos, aunque
entonces no haya en ellos nada de verdadero, me decidí a fingir que todo lo que
había entrado en mi espíritu hasta entonces no fuese más verdadero que las
ilusiones de mis sueños.
Pero como la duda
es un pensamiento, no se puede dudar de ser pensantes.
·Pero inmediatamente después me di cuenta de que, mientras me proponía
considerar como falsas todas las cosas, era necesario que yo, que las pensaba,
fuese algo. Por lo que, dado que esta verdad, pienso, luego existo, era
tan firme y cierta que no habría podido negarla ni la más extravagante
suposición de los escépticos, juzgué que podía tomarla sin dudar como
el principio primero de mi filosofía…
Cogito, ergo sum, pienso, luego existo: esta afirmación es absolutamente cierta.
·De manera que, después de haberlo pensado bien y tras examinarlo todo
cuidadosamente, es preciso concluir y tener como cosa cierta que la proposición
Yo soy, yo existo, es necesariamente
verdadera en toda ocasión que la pronuncie o que la conciba mi espíritu.
El hecho de pensar
nos permite afirmarnos sólo como seres pensantes, pero no todavía como
individuos dotados de cuerpo.
·Ahora bien, ya sé con certeza que soy, pero aún no sé con claridad qué
soy; de suerte que, en adelante, preciso del mayor cuidado para no confundir
imprudentemente otra cosa con lo que yo soy, y así no enturbiar ese
conocimiento, que sostengo como el más cierto y el más evidente de cuantos
conocimientos he tenido antes.
La realidad de la
duda sólo legitima la existencia de un pensamiento –una res cogitans (sustancia
pensante)- y no de un cuerpo.
·Por ello, examinaré de nuevo y desde el principio lo que yo creía como
existente antes de alcanzar estos últimos pensamientos; y quitaré de mis
antiguas opiniones todo lo que pueda combatirse mediante las razones que acabo
de alegar, de suerte que no quede más que lo enteramente indudable.
Antes de iniciar la
práctica de la duda, la sensación de existir como cuerpo parecía una certeza.
·Yo me consideraba primero como poseedor de un rostro, de unas manos, de
unos brazos y de toda esa maquinaria compuesta de huesos y de carne, tal y como
aparece en un cadáver: una maquinaria que yo designaba con el nombre de
cuerpo.
Otras certezas eran
el percibir, el pensar y el poseer un alma.
·Además de eso, yo consideraba que me nutría, que andaba, que sentía y
que pensaba, y refería todas esas acciones al alma; pero no me detenía a pensar
qué fuese el alma; y si lo hacía, imaginaba que fuese algo extremadamente ralo
y sutil, como un viento, una llama o un delicado éter insinuado y difuso por
mis otras partes más groseras.
Parece evidente la
existencia de los cuerpos, de la materia y del espacio en que se mueven.
·En lo tocante al cuerpo, no dudaba en absoluto de su naturaleza, pues
pensaba conocerla muy distintamente y, si hubiese querido explicarla según las
nociones que entonces tenía, la hubiese descrito de este modo: entiendo por
cuerpo todo aquello que puede estar delimitado por una figura, que puede estar
situado en un lugar cualquiera y llenar un espacio, de suerte que todo otro
cuerpo quede excluido; que puede ser captado por el tacto, por la vista, por el
oído o por el gusto o el olfato; que puede moverse de distintos modos pero no
por sí mismo, sino por alguna otra cosa ajena por la que es tocado y de la que
recibe la impresión de movimiento…
Todas estas
creencias, sin embargo, no han superado la prueba de la duda metódica e
hiperbólica.
·Pero, ¿Y yo? ¿Quién soy yo, ahora que supongo que hay alguien
extremadamente poderoso y, si es lícito decirlo así, maligno y astuto, que
emplea todas sus fuerzas y habilidades en engañarme? ¿Acaso puedo estar seguro
de poseer el más mínimo de estos atributos que acabo de atribuir a la
naturaleza corpórea? Me detengo a pensar en ello con atención, paso revista una
y otra vez, en mi espíritu, a todas estas cosas, y no hallo ninguna de la que
pueda decir que está en mí. No es necesario que me entretenga en enumerarlas.
La existencia del
cuerpo ha sido puesta en duda.
·Pasemos, pues, a los atributos del alma, y veamos si hay algunos que
estén en mí. Los primeros son nutrirme y andar; pero, si es cierto que no tengo
cuerpo, es cierto entonces también que no puedo andar ni nutrirme.
Así como la
percepción.
·Otro atributo es sentir, pero no puede uno sentir sin cuerpo, sin
mencionar que yo he creído sentir en sueños muchas cosas y que, al despertar,
me he dado cuenta de que no las había sentido realmente.
Sólo el pensamiento
no puede no existir, porque no se puede dudar sin pensar.
·Otro es pensar: y aquí sí hallo que el pensamiento es un atributo que me
pertenece, siendo el único que no puede separarse de mí. Yo soy, yo existo: eso
es cierto, pero ¿Por cuánto tiempo? En verdad, por todo el tiempo en el que
estoy pensando, pues quizá me podría ocurrir que, si yo cesase de pensar,
cesaría al mismo tiempo de ser o de existir.
La duda demuestra
la existencia de una res cogitans, una cosa pensante.
·No admito ahora nada que no sea necesariamente cierto; yo no soy, por lo
tanto y hablando con precisión, sino una cosa que piensa: esto es, un espíritu,
un intelecto o una razón, una serie de vocablos cuyo significado me era antes
del todo desconocido.
La certeza de
existir como ser pensante tiene carácter fundamental; puede ser asumida como
postulado para cadenas deductivas.
·Soy, en consecuencia, una cosa cierta y a ciencia cierta existente. Pero
¿Qué soy? Ya lo he dicho: algo que piensa. ¿Y qué más? Excitaré aún mi
imaginación, a fin de averiguar si soy o no algo más. Yo no soy esta reunión de
miembros llamada cuerpo humano; yo no soy un aire sutil y penetrante, difundido
por todos esos miembros; yo no soy un viento, un soplo, un vapor ni nada de
cuanto pueda fingir e imaginar, puesto que ya he dicho que todo eso no era
nada; y, sin modificar ese supuesto, sigo convencido de que soy algo.
INNATISMO
Designa cualquier teoría que postule la
presencia en el hombre de determinadas ideas, competencias,
habilidades o aptitudes del comportamiento ya desde su nacimiento y, por lo
tanto, antes de cualquier experiencia. En el mundo antiguo fue innatista la
doctrina platónica de la anamnesis;
en el moderno, la posición de Descartes,
en cuyas doctrinas asegura que las ideas dotadas de evidencia no son aprehendidas por la experiencia, sino que son
parte constitutiva de la mente humana. Por el contrario, la demostración de la
inexistencia de las ideas innatas fue uno de los puntos cardinales del empirismo.
95 Cuándo los
razonamientos están encadenados.
EL PROBLEMA: ¿Qué significa
razonar? ¿Cómo debe proceder el saber científico?
LA TESIS: El método para
producir un conocimiento inopinable es la deducción (lograr coherentemente
nuevas verdades de proposiciones absolutamente ciertas). El modelo a seguir es
la geometría de Euclides, capaz de
deducir centenares de teoremas a partir de cinco postulados iniciales.
Obviamente, el problema fundamental de la deducción, más allá de que las
inferencias sean correctas, está en la validez de las afirmaciones de partida,
que deben ser realmente evidentes.
(Del Discurso del Método.)
La geometría
euclidiana como modelo del saber.
·Esas cadenas de razonamientos, largas pero simples y fáciles, que los geómetras acostumbran emplear
para llegar a sus más difíciles demostraciones, me dieron ocasión de suponer
que todas las cosas de las que el hombre puede adquirir
conocimiento se siguen unas a otras de igual manera, y que, con sólo abstenerse
de admitir como verdadera una que no lo sea y guardar siempre el orden
necesario para deducirlas las unas de las otras, no puede haber ninguna, por
lejos que se halle situada o por oculta que esté, que no se pueda llegar a
alcanzar y descubrir.
El problema está en
encontrar postulados evidentes de los que derivar las cadenas subsiguientes.
·Y no me cansé mucho en buscar por cuáles era preciso comenzar, pues ya
sabía que debía hacerlo por las más simples y fáciles de conocer. Y
considerando que, entre todos los que hasta ahora han investigado la
verdad en las ciencias, sólo los matemáticos han podido encontrar
algunas demostraciones o razonamientos ciertos y evidentes, no dudé que tenía
que empezar por las mismas que ellos ya habían examinado, aun cuando no
esperaba sacar de aquí ninguna otra utilidad que la de acostumbrar mi
inteligencia a la búsqueda fundada en la verdad y no en falsos razonamientos.
96 Cómo demuestro la
existencia de mi cuerpo.
EL PROBLEMA: ¿Cuántas y cuáles
son las sustancias que constituyen la realidad? Junto al pensamiento, ¿Existe
acaso una sustancia extensa, es decir, la materia?
LA TESIS: El ejercicio de
la duda demuestra la existencia de un sujeto espiritual, capaz de producir el
pensamiento. Pero además de esta sustancia pensante (res cogitans), por definición no extensa en el espacio, ¿Existe una
sustancia material (el mundo, los objetos, el cuerpo que hospeda la mente)? El
sentido común afirma la existencia de la realidad corporal como una evidencia
intuitiva que no necesita de confirmación alguna. Pero esta consideración no
puede ser asumida por Descartes,
puesto que se funda en percepciones cuya condición de verdad no pasa la prueba
de la duda (véase 92). Según Descartes, el único modo de demostrar
la existencia del mundo consiste en reflexionar sobre la existencia de Dios. Si
el mundo no existiese, todas las sensaciones, aparentemente realistas, sólo
podrían ser el fruto de un engaño divino. Habría que considerar a Dios como un
supremo engañador, pero ello va en contra tanto de la fe como de la lógica,
porque ese Dios dejaría de tener una naturaleza divina. Junto a la realidad
espiritual existe, pues, una realidad material que se caracteriza por hallarse
extendida en el espacio. Res cogitans
y res extensa, espíritu y materia,
mente y cuerpo, son las dos sustancias metafísicas de lo real. (De Principios de la Filosofía.)
Aunque el sentido
común sugiere la existencia de cuerpos extensos, se puede dudar de las
percepciones.
·Aunque estemos lo suficientemente persuadidos de que existen
cuerpos que están realmente en el mundo, igualmente debemos buscar aquí las
razones que nos hagan dar forma a una ciencia cierta, puesto que hemos dudado
antes y hemos incluido esta idea entre el resto de los juicios que nos
acompañan desde el mismo inicio de nuestra vida.
Las percepciones
parecen causadas por algo externo a nosotros mismos: algo que no es
mental.
·Ante todo, experimentamos en nosotros mismos que todo lo que
sentimos viene de otra cosa que no es nuestro pensamiento, porque no está en
nuestras manos la variedad de sensaciones.
Se puede suponer
que sea Dios quien nos provee de estas sensaciones en cada instante de nuestra
vida, y que el mundo extenso no existe en realidad.
·Es cierto que podríamos preguntarnos si Dios u otro ser podría ser ese
algo. Pero, puesto que sentimos (o, más bien, puesto que nuestros sentidos a
menudo se excitan percibiendo clara y distintamente una misma materia en
longitud, anchura y profundidad, una materia cuyas partes tienen formas y
movimientos distintos y de la que proceden las sensaciones que tenemos de los
colores, de los olores, del dolor, etc.), si el mismo Dios presentase a nuestra
alma la idea de esta materia o si simplemente permitiese que ella no fuese
producida por algo carente de extensión, forma y movimiento, no podríamos
encontrar razón alguna que nos impidiese creer que Dios se divierte engañándonos;
puesto que concebimos esta materia como una cosa distinta a Dios y a nuestro
pensamiento, y puesto que nos parece que la idea que tenemos se forma en
nosotros cuando aparecen los cuerpos exteriores, a los que ella se asemeja
enteramente.
Pero un Dios
engañador no puede existir; por lo tanto, la materia extensa existe realmente.
·Y puesto que Dios no nos engaña –puesto que esto, como ya ha quedado
claro, no se aviene en absoluto con su naturaleza-, debemos concluir que existe
cierta sustancia corpórea en longitud, anchura y profundidad, que existe
actualmente en el mundo con todas las propiedades que manifiestamente sabemos
que le pertenecen. Y esta sustancia es precisamente lo que se llama el cuerpo o
también la sustancia de las cosas materiales.
La materia tiene
como única característica la extensión espacial.
·La naturaleza de la materia o del cuerpo en general no consiste en
tratarse de algo duro, pesado o de un color determinado, o en algo que
despierta nuestros sentidos de algún modo, sino sólo en lo siguiente: que se
trata de una sustancia extensa en longitud, anchura y profundidad.
La dureza no es
intrínseca a la noción de materia.
·Y en lo que concierne a la dureza, de ésta sólo tenemos la siguiente
noticia obtenida por medio del contacto: las partes de los cuerpos duros se
resisten al movimiento de nuestras manos cuando entran en contacto con ellas;
pero si todas las veces que movemos nuestras manos hacia algún lugar, los
cuerpos que estuviesen en ese lugar se retirasen apenas éstas se acercaran, no
sentiríamos nunca su dureza. Y, de hecho, no tenemos ninguna razón para creer
que los cuerpos que se retirasen de ese modo perderían por ello la condición
que los hace cuerpos.
Dureza, color, peso,
etc., son cualidades accidentales (pueden no existir); pero donde hay materia
hay siempre extensión.
·De donde se deduce que su naturaleza no consiste en la dureza que
sentimos a veces en ella, y ni siquiera en el peso, el calor o en cualquier
otra cualidad de ese tipo; puesto que al examinar un cuerpo podemos pensar que
éste no tiene ninguna de estas cualidades y, sin embargo, sabemos distinta y
claramente que ese cuerpo tiene todo aquello que lo convierte en cuerpo, puesto
que posee longitud, anchura y profundidad. De lo que se deduce que, para ser,
no tiene necesidad de ser de una manera determinada, y que su naturaleza
consiste sólo en esto: que es una sustancia que posee extensión.
97 El modelo
hidráulico del cuerpo humano.
EL PROBLEMA: ¿Cómo funciona el
cuerpo humano?
LA TESIS: Todo cuerpo vivo
es una máquina, un mecanismo muy complejo pero que funciona, en definitiva, de
acuerdo con las leyes de la mecánica. Para explicar este concepto, Descartes introduce la metáfora de la
fuente: el cuerpo actúa siguiendo los mismos principios que regulan el funcionamiento
de aquellos mecanismos hidráulicos que, en los jardines reales, ponen en
movimiento aguas y estatuas. (Del Tratado
sobre el Hombre.)
El problema:
construir un modelo funcional del cuerpo humano.
·Supongo que el cuerpo no es otra cosa que una estatua o una máquina de
tierra que Dios forma expresamente para hacerla lo más parecida posible a
nosotros: de manera que no sólo le da el color externo y la forma de todos
nuestros miembros, sino que también dispone en su interior todas las piezas que
son necesarias para hacer que camine, coma, respire e imite todas nuestras
funciones que podemos imaginar como procedentes de la materia y no dependientes
de otra cosa que no sea la disposición de los órganos.
El movimiento del autómata puede ser producido de manera mecánica.
·Vemos relojes, fuentes artificiales, molinos y otras máquinas parecidas,
las cuales, aunque están hechas por los hombres, tienen sin
embargo la capacidad de moverse de muchas maneras. Y me parece que no podría
imaginar tantos tipos de movimiento en esta que supongo ha sido creada por la
mano de Dios ni atribuirle tanto artificio que me impida tener razones para
pensar que puedan existir aún más.
La tecnología
hidráulica constituye el mejor modelo del cuerpo humano.
·Así como habréis podido ver en las grutas y en las fuentes que hay en
los jardines de nuestros reyes, en las que la fuerza con la que
se mueve el agua al brotar de su fuente es del todo suficiente para poder mover
distintas máquinas e incluso para hacerlas tocar algún instrumento o pronunciar
algunas palabras, según sea la disposición de tubos que la conducen.
Las cañerías de las
fuentes son comparables al sistema venoso.
·Y, en realidad, se puede muy bien parangonar los nervios de la máquina
que os describo a las cañerías de estas fuentes animadas; sus músculos y sus
tendones con los diversos mecanismos que sirven para moverlas; sus fluidos
animales al agua que las mueve, de la que el corazón es la fuente y las
concavidades del cerebro son los castillos.
También las
funciones fisiológicas pueden ser imitadas por mecanismos hidráulicos.
·Por otra parte, la respiración y otras acciones semejantes que para ella
son naturales y ordinarias y que dependen
del curso de los fluidos, son como los movimientos de un reloj o un molino, que
el curso ordinario del agua puede hacer continuos.
La percepción puede
ser comparada a los mecanismos de las máquinas hidráulicas.
·Los objetos externos, que con su sola presencia actúan sobre los órganos
de sus sentidos, y que de este modo la obligan a moverse de muchas y distintas
maneras según sea la disposición de las partes de su cerebro, son como esos extraños que al entrar en alguna de las grutas de esta fuente, causan por
sí mismos, sin saberlo, los movimientos que se realizan en su presencia. De
hecho, sólo pueden entrar caminando sobre ciertas baldosas dispuestas de tal
modo que, si por ejemplo se acercan a una Diana que se baña, la obligan a
esconderse entre los juncos; y si pretenden seguirla, verán aproximarse a ellos a un Neptuno que los amenazará con su tridente; y si se dirigen a
otro lado, harán que surja un monstruo marino que les vomitará agua en la cara,
o cosas parecidas, según el capricho de los ingenieros que las hayan
realizado.
La razón es similar
a la sala de controles de esta máquina.
·Y cuando el alma razonable se aloje en esta máquina, tendrá su sede
principal en el cerebro y residirá allí como el fontanero que, cuando
quiere provocar o impedir o cambiar de algún modo sus movimientos, debe estar
en los castillos al que van a dar todas las cañerías de esta máquina.
DEDUCCIÓN
Proceso cognoscitivo habitualmente
contrapuesto a la inducción, que
consiste en llegar a las conclusiones partiendo de determinadas premisas iniciales
o postulados. Para que la deducción sea válida es necesario que la derivación (inferencia) se desarrolle de manera
correcta, según parámetros lógicos. Para que las conclusiones sean verdaderas,
es necesario que los postulados sean válidos. Después de haber sido estudiada
en la Antigüedad por Aristóteles, la
deducción fue considerada por Descartes
y los racionalistas del s. XVII como la única fuente de conocimiento
verdadero.
MECANICISMO
Es la idea de que el mundo en su conjunto
es una inmensa y complicada máquina, y que, por lo tanto, todos los fenómenos
son explicables por las leyes que gobiernan la materia y sus movimientos. Al
excluir la posibilidad de que en la naturaleza actúen fuerzas psicológicas o
teleológicas, el mecanicismo defendido por Descartes
y los científicos racionalistas contribuyó notablemente a la crítica
del pensamiento mágico y a la introducción en la ciencia de criterios
matemático-cuantitativos.