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DIOSA MADRE



Según el historiador de las religiones J. Bachofen (El Matriarcado, 1861), la primera forma de organización social de la humanidad en el período prehistórico (aproximadamente desde el 7000 al 2500 a.C.) habría sido una ginocracia (<gobierno de las mujeres>) centrada en el culto de la diosa madre. Bachofen, situándose desde una perspectiva positivista, consideraba esta sociedad matriarcal como una fase salvaje, un estado todavía <animal> de la humanidad. La propia sucesión matrilineal que la caracterizaba habría sido, a su modo de ver, una consecuencia del desorden (una promiscuidad sexual) reinante en la <horda primitiva>, que impidió cualquier certidumbre sobre la identidad del padre. Sin embargo, la teoría matriarcal de Bachofen invertía, de alguna manera, la perspectiva tradicional; de ahí que suscitase numerosas críticas en la primera mitad del siglo XX. También fue criticado por la escasez de pruebas aportadas, la más importante de las cuales se centraba en el análisis del derecho romano; a partir de éste, Bachofen demostraba la existencia de huellas residuales de una sucesión matrilineal de la herencia. No obstante, las investigaciones antropológicas más recientes han confirmado la hipótesis del estudioso alemán.

El gobierno de las reinas-sacerdotisas estaba caracterizado por la comunidad de los bienes, por el derecho natural y por un sistema cultural basado justamente en el culto de la diosa madre, expresado por dos símbolos importantes: la tierra y el agua. La fecundidad femenina se vinculaba a la fertilidad de la Tierra, de cuyo <vientre> renace año tras año la vegetación (los ritos de la recolección, basados en la danza, eran una ayuda simbólica para el parto de la madre Tierra). El culto de la madre planteaba como tema central el misterio del nacimiento y de la muerte y la renovación de la vida en el hombre, en los animales y en el mundo vegetal. La rica decoración gráfica (en cerámicas, en objetos, en estatuillas) con que se expresaba el arte de la época hace referencia continuamente a símbolos de la procreación: el parto, la vulva (las formas geométricas triangulares), el agua, la humedad, las formas dinámicas (espirales, vórtices) y las fases lunares. La serpiente, que renueva anualmente su piel, expresaba lo cíclico (una noción implícita en la idea de fertilidad). La marcada acentuación de los senos en las estatuillas servía para mostrar a la diosa como dispensadora de alimento.

En el ámbito europeo, el derrumbe del matriarcado se produjo entre el 4000 y el 2800 a.C. a causa de las invasiones de tribus procedentes del este, caracterizadas por una cultura basada en la cría caballar y en la fabricación de armas (arco, lanza y, posteriormente, espada). Con la llegada de la sucesión patrilineal nacieron el derecho positivo, la monogamia, la propiedad privada y una cultura basada en la simbología celeste.

Una hipótesis antropológica planteada en tiempos recientes sostiene que el culto de la diosa madre no ha desaparecido completamente, pues su prolongada duración (más de 5.000 años) parece haber dejado una impronta indeleble en la psique del hombre occidental: su herencia sería visible en el culto a Isis, que sobrevivió durante largo tiempo a sus orígenes en Egipto, así como en la figura cristiana de la Virgen (en particular la de las <vírgenes negras>).


TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO