1466 – 1536 d.C.
El flamenco Geert Geertsz, españolizado como Desiderio Erasmo de Rotterdam, fue uno
de los más grandes humanistas de su tiempo. Licenciado en teología por la
Universidad de Turín y ordenado sacerdote, aunque pidió y obtuvo dispensa papal
de vestir hábitos y celebrar la misa. Su crítica sarcástica a la Iglesia de su
tiempo, perfectamente expresada en su Elogio de la Locura (su obra más conocida), anticipó en media generación
algunas de las tesis de Lutero. De hecho, no pocos de sus
contemporáneos le acusaron de haber preparado el camino a la escisión
protestante. Sin embargo, y a pesar del público requerimiento de Botero para que se uniera a la protesta
antipapal, Erasmo escogió no tomar
partido por ella. Aprobaba parcialmente las tesis revolucionarias luteranas,
pero prefirió asumir una posición de ambigua neutralidad que, a la postre, le
granjeó la oposición de católicos y protestantes. Obligado a tomar partido
en contra de su voluntad, decidió refutar la doctrina luterana en su Sul Libero Arbitrio. No dejó, pese a
ello, de criticar la decadencia moral de la Iglesia renacentista y,
especialmente, de la corte pontificia. Su traducción del griego al latín del Nuevo Testamento, así como la edición
crítica de los textos de los Padres de la Iglesia (sobre todo de san Agustín), constituyen una
importante etapa de la tradición cristiana.
Obras: Manual del Soldado Cristiano (1504); Elogio de la Locura (1509); edición
crítica del Nuevo Testamento,
traducido del griego al latín (1516); Sobre
el Libre Albedrío (1524).
60 La locura de Cristo
y la de los cristianos.
EL PROBLEMA: ¿En qué consiste una
vida auténticamente cristiana? ¿Cuál es el confín entre la locura patológica y
la insensatez del conformista?
LA TESIS: La irracionalidad
no es siempre negativa, y las normas sociales no siempre son compatibles con
una vida auténticamente cristiana. Aunque la distinción es a menudo
problemática, existen dos tipos de locura: la primera es la de los ricos, la de los poderosos, la de los prelados hipócritas,
la de aquellos que reducen el cristianismo a la mera observación de los
ritos; la segunda es la locura de los hombres de ciencia y de
aventureros que desafían lo desconocido por amor al conocimiento, y ésta
es sobre todo la de los auténticos cristianos, que lo abandonan
todo y, a veces, llegan incluso a ser capaces de contravenir las costumbres
sociales para imitar la locura de la cruz.
En un alarde de ironía, Erasmo llega
a imaginar que la locura personificada despliega y desarrolla el elogio de sí
misma (Del Elogio de la Locura).
La locura puede
presentarse con un rostro alegre.
·Los mortales suelen hablar de mí, y no
ignoro la mala fama que tengo, aún entre los más locos. Pero soy yo
la única, sí, la única que, con mi influencia, serena a hombres y
dioses. Y prueba convincente de ello es que, apenas he llegado ante esta
numerosa audiencia, todos vuestros rostros se han iluminado con nueva e
insólita alegría. Habéis desarrugado el ceño, habéis aplaudido con una sonrisa
tan afable y encantadora que, cuando contemplo con los aquí presentes, os
veo tan borrachos como los dioses homéricos. Y antes estabais
sentados, tristes y hundidos, como recién salidos de la cueva de
Trofonio.
La
experiencia de la locura puede ser fuente de regeneración.
·Es como cuando el Sol muestra a la Tierra
su hermoso y resplandeciente rostro…; o como cuando, después de un duro
invierno, la primavera, empujada por un suave céfiro, cambia el aspecto de las
cosas, les da un color nuevo y les infiere nueva juventud. Así vosotros,
en cuanto me habéis visto, habéis mudado el semblante. Mi sola presencia ha
logrado en un momento lo que los grandes oradores consiguen con sus
largos y meditados discursos: habéis ahuyentado el tormento de las
preocupaciones.
La
elección de Cristo de encarnarse en un hombre podría llamarse locura.
·El mismo Cristo, que encarna la sabiduría
del Padre, acude en ayuda de la insensatez humana haciéndose necio al asumir la
naturaleza del hombre y aparecer en forma humana: se hizo pecado para
redimirnos del pecado.
Cristo
eligió la locura de la cruz y se rodeó de <pobres de espíritu>.
·Y no quiso redimirnos sino con la
insensatez de la cruz y por medio de apóstoles idiotas y obtusos, a quienes
predica la insensatez, enseña a alejarse de la sabiduría, llama a imitar a los niños, a los lirios, a los granos de mostaza y a los pájaros (todas
ellas cosas estúpidas y sin inteligencia, guiadas por el instinto y carentes de
cuidado y de artificio).
La
ritualidad exasperada puede llevar a una forma de locura.
·Mas para no extendernos hasta el infinito y
para ofreceros el cuerpo de la idea, os diré que a mi parecer toda la religión
cristiana tiene cierto parentesco con la locura, y nada tiene que ver con la
sabiduría. ¿Queréis pruebas? Observad ante todo que son los niños,
los ancianos, las mujeres y los ignorantes quienes
más placer encuentran en las ceremonias sagradas y religiosas, y quienes están
próximos a los altares. Es la madre naturaleza quien les mueve a ello, sin
duda.
La
vida de los apóstoles también puede calificarse de locura.
·En segundo lugar, ved cómo todos los primeros fundadores de las religiones abrazaron una vida de
extraordinaria simplicidad, declarándose enemigos acérrimos de la
cultura.
Loca
es una vida auténticamente cristiana.
·Finalmente, no hay locos más rematados que los poseídos por el ardor de la piedad cristiana: podrás
verles entregar todos sus bienes, olvidar las injurias, dejarse engañar, no
distinguir entre amigos y enemigos, aborrecer los placeres, abundar
en ayunos, vigilias, lágrimas, sufrimientos e injurias; despreciar la vida y
ansiar la muerte. En una palabra: parecen haber perdido toda traza de sentido
común, como si su espíritu viviese en otra parte y no en el cuerpo. ¿Y qué es
todo eso, sino locura? No es cosa por la que maravillarse, pues los mismos apóstoles parecían ebrios de mosto y Pablo fue considerado como loco
por el juez Festo.
El
deseo místico de renunciar al cuerpo para vivir una espiritualidad pura puede
llevar a la locura.
·Pero ya que me he vestido con la piel del
león, consideremos lo siguiente: que toda la felicidad soñada de los cristianos, esa que con tanto ahínco buscan, no es otra cosa que una
suerte de loca insensatez. Y que se me perdone la expresión; atiéndase, mejor,
a su sentido. En primer lugar, existe una coincidencia entre cristianos y
platónicos: que el alma humana está inmersa en el cuerpo y atada a él como
por una cadena, y que la misma pesadez del cuerpo la impide contemplar la
verdad y gozar de ella. Es por ello que Platón
define la filosofía como la contemplación preparatoria de la muerte, como
aquella que aleja la mente de las cosas visibles y corporales, como hace la
muerte.
La
locura patológica nace cuando la mente no está en sintonía con el cuerpo.
·Ahora bien: mientras el alma hace un uso
correcto de los órganos corporales, decimos que está cuerda. Pero cuando
despedaza sus cadenas y empieza a conseguir su libertad casi como si escapase
de la cárcel, entonces la llamamos insana y loca. Si esto es fruto de la
enfermedad o de algún defecto orgánico, todos se avienen en llamarla
locura hermosa y buena.
Pero
abandonando el cuerpo, la mente se vuelve capaz de extraordinarias
prestaciones.
·A pesar de ello, vemos cómo esos hombres predicen el porvenir, saben lenguas y ciencias nunca aprendidas
precedentemente y llevan la impronta de lo divino. No hay duda de que eso
ocurre porque la mente, al sentirse más libre del contacto con el cuerpo,
empieza a mostrar su vigor natural. Creo que esto explica por qué quienes se
debaten entre la vida y la muerte experimentan algo semejante, llegando a
hablar maravillas como si estuviesen inspirados.
Muchas
formas de misticismo podrían considerarse locura.
·Si en cambio ello sucede por celo
religioso, no se podrá hablar del mismo tipo de locura, pero será tan afín que
la inmensa mayoría de los hombres la juzgará como la misma
locura. Ése es el caso especial de unos pocos hombrecillos que llevan su vida de modo distinto a como lo hace el común de
los mortales.
A
menudo el sabio le parece loco al ignorante, como ya
argumentó Platón (véase 29). Otras veces es el ignorante quien parece loco a ojos del sabio.
·A estos les sucede en la realidad algo
parecido a lo que, según nos dice el mito de Platón, sucedía a los prisioneros de la cueva (quienes
únicamente veían las sombras de las cosas). Un hombre que consigue
escapar de su encierro en la caverna vuelve a ella y anuncia a sus compañeros que ha visto las cosas verdaderas, y les advierte que están muy
equivocados si creen que en el mundo no existen más que míseras sombras. Este hombre que posee la sabiduría se compadece de todos sus
compañeros, deplora y lamenta su locura y se duele al verles poseídos por una ilusión tan desmedida. A su vez, ellos se ríen de él como
de un loco que descaría y lo expulsan sin más de la caverna.
Los
criterios de juicio que fundan la norma (y que, por lo tanto, definen la
locura) son variables.
·El común de los mortales actúa igual:
siente admiración sólo por las cosas corpóreas y cree que son las únicas que
existen. Al contrario, los espíritus religiosos desprecian las cosas cuanto más
relativas al cuerpo sean, y se entregan a la contemplación de las cosas
invisibles.
Hay
hombres orientados a lo mundano, otros a la espiritualidad.
·Los hombres de mundo otorgan
el primer puesto en importancia a las riquezas, el segundo a los placeres
corporales y el tercero y último al alma; como no puede ser vista con los ojos,
muchos niegan su existencia. Los que son piadosos, por el
contrario, tienden primeramente a Dios, el más simple de todos los seres, y
después al alma, que es lo que más se acerca a Él. Así, no piensan en el
cuidado del cuerpo ni se aplican en él, y desprecian el dinero de corazón como
si fuese inmundicia. O si se ven obligados a tratar estos asuntos, lo
hacen de mala gana y con desdén, teniendo como si no tuvieran y poseyendo como
quien no posee.
La
mente humana es dúctil y depende del estilo de vida del individuo.
·Pero entre estas dos categorías en que se
dividen los seres humanos existe una diferencia muy notable. Para empezar,
digamos que si bien todos los sentidos guardan una cierta afinidad con el
cuerpo, algunos de ellos son más materiales, como por ejemplo el oído, la
vista, el olfato y el gusto. Otros, en cambio, están mucho más notablemente
separados de la materia, como son la memoria, la inteligencia y la voluntad. De
este modo, la fuerza del alma la defenderá constantemente de sus tendencias.
Quien
está orientado a la espiritualidad se vuelve torpe en la vida cotidiana…
·Lógicamente, si toda la fuerza del hombre piadoso se dirige a todo aquello que se aleja de los
sentidos materiales, éstos se debilitan y entumecen. El vulgo, por el
contrario, tiene las facultades espirituales muy escasamente desarrolladas, y
mucho en cambio los sentidos materiales. Ello explica lo que hemos oído decir
de algunos santos: que bebieron aceite tomándolo por vino.
…huye
de las pasiones comunes…
·En cuanto a las pasiones, las hay que
presentan una mayor relación con la materialidad del cuerpo: el amor carnal, la
gula, la ira, la soberbia y la envidia. El hombre piadoso desata contra ellas una lucha sin cuartel, mientras que el vulgo no concibe la
vida sin ellas.
…
y rechaza incluso los valores más comunes y acreditados.
·Vienen después los sentimientos medios y
casi naturales, tales como el amor patrio, el afecto a los hijos,
familiares y amigos, a los que el vulgo da mucha importancia, pero las
gentes piadosas tratan de desarraigarlos de su alma o, como poco, los subliman
en la esfera más elevada del espíritu. Así, no aman a su padre en tanto
que padre suyo (¿Qué ha generado sino el cuerpo, cuya generación
también se debe a Dios…?), sino como a un hombre bondadoso en
el que se refleja la imagen de la inteligencia suprema, la única a la que
llaman sumo bien, y fuera de la que nada merece ni amarse ni ser buscado.
Cada
aspecto de la vida puede ser interpretado por vía mundana o espiritual.
·Con esa misma regla miden los demás asuntos
de la vida, de manera que todo lo visible, aunque no debe despreciarse
totalmente, sí debe ser valorado menos que lo invisible.
El
ayuno, por ejemplo, no debería consistir sólo en privaciones corporales.
·Afirman también que en los sacramentos y en
los ejercicios de piedad se reúnen cuerpo y espíritu. En el ayuno, por ejemplo,
no tiene demasiada importancia la abstención de carnes y de cenas, considerados
por el vulgo como ayuno absoluto. Éste debe ir en cambio dirigido al dominio
absoluto de las pasiones, de modo que se reduzca el abandono a la ira y a la
soberbia y, así, el espíritu no sienta tanto el lastre de la materia y del
cuerpo y pueda elevarse al goce de los bienes celestiales.
Por
otra parte, una ritualidad sin fe se hace hipócrita.
·Lo mismo piensan del sacramento de la
eucaristía. Sostienen que, si bien la exterioridad del rito no debe ser
rechazada, éste no aprovecha y hasta puede resultar nocivo de no llegarse hasta
el elemento espiritual que representan los signos visibles. Se representa en
ella la muerte de Cristo, y los hombres deberían imitarla a
través del dominio y la extinción de sus pasiones carnales, enterrándolas para
resurgir a una vida nueva donde vivir unidos con Dios y con todos sus
hermanos. Así obra y a eso tiende el hombre piadoso.
El místico obra una devaluación sistemática de lo mundano. Por eso, el hombre de mundo le tiene por loco.
·La masa, en cambio, piensa que el
sacrificio de la misa no consiste en otra cosa que en acercarse al altar, oír
el rumor de las voces y alzar los ojos para observar otras ceremonias
semejantes. No sólo en estos ejemplos que traigo a colación sino en todo lo que
es la vida, el hombre religioso rehuye de todas las cosas
corporales de su vida y tiende hacia las eternas, invisibles y espirituales. Y,
lógicamente, como quiera que entre los dos tipos de hombre existe un
profundo desacuerdo para todas las cosas, se tachan de locos mutuamente.
Pero este apelativo, a mi entender, cuadra mejor al hombre piadoso que al vulgo.
LIBRE
ALBEDRÍO
El problema del libre
albedrío y el de la gracia,
estrechamente relacionado, tuvieron una importancia fundamental en la polémica
que dio vida a la Reforma protestante. La cuestión es la siguiente: ¿Tiene el hombre realmente total libertad de acción? ¿O bien se ve de algún
modo condicionado hacia el bien o hacia el mal? Sin el libre albedrío, es difícil
admitir la responsabilidad ética. Con todo, pensar que sea el hombre quien decida su suerte eterna a través de un correcto ejercicio de esa
libertad, parece limitar de algún modo la omnipotencia divina. Y por otra
parte, admitiendo que el hombre esté por su constitución
predispuesto únicamente al mal (y por lo tanto, que no goce de un albedrío
realmente libre) se puede justificar la misma existencia de Dios y nuestra
necesidad de su ayuda.
GRACIA
El problema de la gracia, central
en la polémica teológica entre reformistas y católicos, se expresa del
siguiente modo: ¿El hombre puede salvarse por sí mismo simplemente observando el cumplimiento de los diez mandamientos y acumulando
buenas acciones, o bien la salvación eterna es un don que Dios concede
basándose en criterios totalmente inescrutables para el hombre? La
primera solución destaca la responsabilidad humana; la segunda salvaguarda la
noción de la omnipotencia y libertad divinas. Algo que, al menos en el plano
lógico, vendría a estar limitada por la humana.
LOCURA
Es difícil y acaso del
todo imposible llegar a una definición filosóficamente adecuada de la locura, término que ha variado su
significado a lo largo de la historia del pensamiento. En efecto, definir la
locura implica determinar cuál es su concepto contrario; es decir, resolver el
difícil problema de indicar expresamente qué es la razón y la racionalidad. En
última instancia, el problema se ve complicado por la constatación de que
puedan existir puntos de contacto entre la locura y la razón, cuando ésta se
presenta en forma de genialidad, creatividad artística o inspiración poética (véase 34).
61 La responsabilidad
ética presupone el libre albedrío.
EL PROBLEMA: ¿El hombre está éticamente predeterminado, o bien su voluntad es totalmente
libre de escoger entre el bien y el mal? ¿Tiene razón Lutero al sostener la
maldad natural del hombre?
LA TESIS: En Sobre el Libre Albedrío, de donde se
toman los textos reproducidos, Erasmo
toma posición sobre la controvertida cuestión teológica de la gracia, es decir, sobre las condiciones
que posibilitan la salvación eterna del alma. Y lo hace enunciando una tesis
prudente y alejada de todo extremismo. Sostiene Erasmo, en abierta polémica con Lutero, que si el hombre puede pecar debe ser
moralmente libre y por lo tanto debe ser capaz de ejercer su libertad con libre
albedrío. Pero subraya con firmeza que el hombre no puede salvarse
actuando correctamente en su vida terrena; esto es, contando con sus propias
fuerzas y sin la ayuda divina. Admitir este principio supondría negar la propia
necesidad de Dios, reduciendo su papel al de simple ejecutor de decisiones
tomadas por otros. En conclusión, la gracia divina es la primera condición
de la salvación; las segundas, la libertad del hombre y sus
obras meritorias. En respuesta a estas tesis, Lutero escribió el polémico ensayo Del Albedrío Siervo (véase
63).
El hombre no debe reivindicar con orgullo sus buenas acciones, pero
tampoco describirse a sí mismo peor de cuanto es.
·Quedémonos con la solución del medio:
existen buenas obras, aunque imperfectas, de las que el hombre puede valerse sin caer en la soberbia; existe cierto mérito, pero es preciso
reconocer que la conquista de todo logro se debe a Dios. Quien haciendo examen
de conciencia sepa reconocer cuántas debilidades, vicios y delitos hay en la
vida de los mortales, estará presto a renunciar a cualquier pretensión
de arrogancia. Pero por justo que sea hacerlo, no llegaremos a decir que el hombre no es más que un cúmulo de pecados, puesto que Cristo nos
habla de un nuevo nacimiento y Pablo de una nueva criatura.
Sin
el libre albedrío no existiría la responsabilidad moral.
·Pero, ¿Por qué guardar espacio al libre
albedrío? Para poder acusar justamente a las maldades que se ocultan
voluntariamente de la gracia divina, para evitar a Dios toda calumniosa
acusación de crueldad o de injusticia, para alejar de nosotros la
desesperación o la presunción, para que todos nos empeñemos en tenerlo.
De
cualquier modo, la voluntad humana no basta para alcanzar la salvación.
·Éstas son las razones que han llevado a los grandes autores a admitir la existencia del libre albedrío. Pero esa
facultad sería ineficaz de no contar con la ayuda incesante de la gracia de
Dios, lo que precisamente nos ahorra toda forma de orgullo.
Sin
el libre albedrío, el hombre viviría determinado.
·Y me podríais preguntar, ¿Cuál es la
utilidad del libre albedrío, si nada puede hacer por sí mismo? Y yo responderé
con otra pregunta: ¿De qué serviría el hombre si Dios lo modelase como el alfarero la arcilla, o si Dios lo manejase como
si de una piedrecilla se tratara?
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO