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Asesorías Filosóficas Personalizadas

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LUTERO


1483 – 1546 d.C.



El acontecimiento fundamental en la vida del monje agustino Martín Lutero fue su viaje a Roma en 1511. La escandalosa vida de la corte pontificia y el desolador espectáculo de la venta de indulgencias, cuyas ganancias servían para financiar la construcción de la basílica de san Pedro, le convencieron para iniciar una protesta que en poco tiempo estremeció a toda Europa. Las 95 tesis que en 1517 clavó en la puerta de su convento, en Wittenberg, proponiéndolas como tema de discusión para sus conciudadanos, aunque partían de la cuestión concreta de la venta de indulgencias, terminaban por cuestionar la propia existencia de la Iglesia, del clero y de los sacramentos (con exclusión del bautismo y de la eucaristía, de segura base testamentaria). Fue ésa la chispa que provocó un incendio seguramente superior a las expectativas del propio monje agustino. En pocos años, la ruptura con Roma fue irreversible, y Lutero se convirtió en el fundador de la nueva religión protestante. También su vida cambió, por supuesto: abandonados los hábitos, casado con una ex monja, obligado por el temor de ser perseguido a vivir casi prisionero en el castillo de Wartburg bajo la protección del Elector de Sajonia, Lutero dedicó el resto de su vida a definir nuevas doctrinas teológicas, a la primera traducción de la Biblia al alemán y al desesperado intento por evitar que los desacuerdos religiosos catalizaran la inconformidad política de los (as) campesinos, provocando una guerra civil.

Obras: Comentario a la Epístola a los Romanos (1515); Noventa y cinco Tesis sobre las Indulgencias (1517); La Cautividad de Babilonia (1520); La Libertad del Cristiano (1520); Manifiesto a la Nobleza Cristiana de Alemania (1520); De Servo Arbitrio (1525).


62 Sólo la fe conduce a la salvación (no las obras).

EL PROBLEMA: Puesto que el hombre puede pecar, ¿Acaso por ello ha de ser moralmente libre? ¿Está el hombre de alguna manera predeterminado desde el punto de vista ético, o es en cambio su voluntad totalmente libre para elegir entre el bien y el mal? ¿Cuánto influyen las buenas acciones en la salvación del alma?
LA TESIS: El hombre es libre sólo cuando se abandona a la voluntad de Dios, cualquiera que ésta sea. Por supuesto, no puede creer que ganará el paraíso simplemente acumulando la mayor cantidad de buenas obras. Admitir una relación automática y obligada entre las acciones meritorias y la salvación eterna del alma reduciría a Dios al papel de mero contable, a una especie de divino notario del bien y del mal. La omnipotencia de Dios implica, en cambio, que ninguna de sus decisiones puede ser prevista o condicionada de ninguna manera, por lo que la virtud principal del buen cristiano sigue siendo únicamente la fe, el total abandono a la inescrutable voluntad de Dios. (De La Libertad del Cristiano)

Libertad y servidumbre coexisten en la vida del cristiano.

  • Para entender cabalmente qué es un cristiano y en qué consiste la libertad que Cristo ha ganado para él y le ha ofrecido, enunciaré dos proposiciones: 1) Un cristiano es libre señor sobre toda cosa y no está subordinado a nadie; 2) Un cristiano debe servir en todo y está subordinado a todos y cada uno. Ambas proposiciones están claramente expuestas en san Pablo: Yo soy del todo libre y soy siervo de todos. Y también: No debéis tener ninguna deuda con nadie, sino la de amaros los unos a los otros. Pero el amor es servicial y se subordina a aquel que ama. Así lo dijo también Cristo: Dios ha enviado a su hijo, nacido de mujer y sometido a la ley.
El hombre posee dos dimensiones: una espiritual y otra corporal.

  • Para comprender estar dos afirmaciones contradictorias entre sí, la de la libertad y la de la servidumbre, debemos pensar que todo cristiano posee una doble naturaleza, espiritual y corporal. Por el alma se le llama hombre espiritual, nuevo, interior; por la carne y la sangre se le llama hombre corporal, viejo y exterior. Justo por esta diferencia, la Sagrada Escritura habla en los términos contrapuestos de la libertad y la servidumbre, como acabo de decir.
La dimensión espiritual no está influenciada por la corporal y viceversa.

  • Si consideramos al hombre interior y espiritual con la intención de saber qué se requiere para que éste sea y se le llame un cristiano justo y libre, pues su justicia y su libertad, e inversamente su malicia y su servidumbre, no son corporales ni exteriores. ¿En qué ayuda al alma un cuerpo independiente, robusto y sano, que come, bebe y vive como quiere? Y a la inversa, ¿Qué daño ocasiona al alma el hecho que el cuerpo sea prisionero, enfermo y flaco, hambriento y sediento y sufriente en contra de su voluntad? Nada de esto alcanza al alma ni para libelarla ni para aprisionarla ni para hacerla justa o malvada.
Actos, obras y comportamientos no influyen en la espiritualidad.

  • No saca ningún provecho el alma, pues, de que el cuerpo vista vestimentas sagradas como las que llevan sacerdotes y eclesiásticos, y de que éste se presente en las iglesias y en lugares consagrados; ni de que éste se ocupe de las cosas sagradas ni de que materialmente implore, ayune, emprenda peregrinaciones y realice buenas obras, que en cualquier época podrían ser efectuadas por medio del cuerpo y en el cuerpo.
Los actos y los comportamientos pueden ser hipócritas.

  • Ha de haber otra cosa que acarree y confiera al alma integridad y libertad. Puesto que todas estas obras y comportamientos puede asumirlos y ejercerlos incluso un malvado, un hipócrita y un santurrón. Aún más: de ese tipo de conducta no puede derivarse sino un pueblo de auténticos hipócritas.
La inobservancia de los ritos no afecta a la fe espiritual.

  • Al contrario, el alma no sufre ningún daño si el cuerpo lleva vestiduras profanas, si recorre lugares que no están consagrados, si come o si bebe, si no emprende peregrinaciones, si no reza y si descuida todas las obras que emprenden los hipócritas, a los que nos hemos referido antes.
Sólo la lectura del Evangelio es eficaz.

  • Ni en el cielo ni en la tierra tiene el alma otra cosa en la que vivir y ser justa, libre, cristiana, sino en el Santo Evangelio, la palabra de Dios predicada por Cristo. Él mismo dice: Soy la vida y la resurrección, quien cree en mí vive eternamente.
Sólo la fe conduce a la salvación.

  • Por eso, razonablemente, la única obra, la única ocupación del cristiano, debería ser ésta: compenetrarse bien con la Palabra y con Cristo, ejercitar y reforzar esa fe continuamente, pues ninguna otra obra puede hacernos cristianos.
Creer, y no actuar, es la verdadera cualidad esencial del cristiano.

  • Cristo dijo a los judíos que le preguntaban qué debían hacer para llevar a cabo obras divinas y cristianas: Ésta es la única obra divina: que vosotros creáis en aquel que Dios ha enviado
Los mandamientos subrayan nuestra incapacidad de observarlos. El hombre no puede salvarse sólo con sus fuerzas.

  • ¿Cómo es que la fe sola puede volvernos justos y, sin obra alguna, darnos una riqueza sobreabundante, cuando se han prescrito en las Escrituras tantas leyes, mandamientos, obras y comportamientos? Aquí hace falta observar con diligencia y retener con decisión que sólo la fe sin obra alguna nos hace justos, libres y sanos, como veremos mejor en lo que sigue. Y hace falta saber que toda la Sagrada Escritura está dividida en dos tipos de palabras, que son los mandamientos o leyes de Dios y las certezas o promesas.
Los mandamientos no son una lista de obras que garanticen la salvación. Son una admonición al hombre para que comprenda su propia ineptitud.

  • Los mandamientos nos enseñan y prescriben una serie de buenas obras, pero éstas no son, por el simple hecho de ser indicadas, hechos consumados. Ciertamente, los mandamientos nos orientan, pero no nos ayudan; nos enseñan aquello que se debe hacer, pero no nos dan la fuerza para realizarlo. Han sido ordenados, por lo tanto, para este fin: que el hombre pueda constatar en sí mismo su propia incapacidad para el bien y aprenda a desconfiar de sí mismo...
Las obras, aunque son meritorias, no producen la salvación.

  • Todo eso permite comprender fácilmente que la fe tenga un poder tan grande y que ninguna buena obra puede igualarla. Ninguna buena obra está tan cerca de la palabra de Dios como la fe; ninguna buena obra puede estar en el alma, puesto que en el alma reinan sólo la Palabra y la fe. Así como es la Palabra, así será el alma gracias a ella: del mismo modo que el hierro enrojece como el fuego, cuando se somete a éste.
La interioridad de la fe hace libre al cristiano.

  • Así pues, constatamos que la fe le basta a un cristiano y que éste no tiene necesidad de ninguna obra para ser justo. Y si no tiene ninguna necesidad de ninguna obra, entonces está ciertamente desvinculado, ciertamente será libre. Ésta es justamente la libertad cristiana: la fe sola, lo que no implica que debamos permanecer ociosos o hacer el mal, sino que no tenemos necesidad de ninguna obra para llegar a la justificación y a la beatitud.
La salvación por la sola fe no significa vivir en el ocio.

  • Aunque en su interior el hombre, según el alma, está suficientemente justificado a través de la fe y tiene todo lo que debe tener, esta fe y esta suficiencia, sin embargo, deben ser acrecentadas hasta la otra vida; pues aunque el alma prevalezca en esta vida corporal sobre la tierra, también debe gobernar al cuerpo y practicar con la gente.
El hombre debe obrar bien a título gratuito, sin pretender que Dios le deba la salvación eterna por aquello que ha hecho durante la vida.

  • Entonces se inician las obras y le es imposible mantenerse ocioso, entonces el cuerpo debe ser adiestrado y ejercitado con ayunos, vigilias, fatigas y con toda disciplina moderada, para que se vuelva obediente y conforme al hombre interior y a la fe y no la obstaculice ni se le resista, como tiene por costumbre cuando no se le pone freno. Porque cuando el hombre interior está unido a Dios, está contento, gozoso por el amor de Cristo, que ha hecho tanto por él, y pone todo su gozo en servir a Dios con libre y gratuito amor.
Las buenas obras son sólo el fruto de la fe interior.

  • Es por esto que ambas proposiciones son verdaderas: las obras buenas y justas jamás convierten a un hombre en bueno ni en justo, pero un hombre bueno y justo cumple buenas y justas obras; las obras malas jamás hacen malo a un hombre, pero un hombre malo cumple malas obras.
El cristiano debe ser libre interiormente y siervo exteriormente.

· Por ello, antes de cualquier obra buena, la persona debe ser buena y justa en cualquier caso, pues buenas obras parten y provienen de la persona justa y buena. Así como dice Cristo: Un mal árbol no da frutos buenos. Un buen árbol no da frutos malos… De todo ello deriva la conclusión de que un cristiano no vive ya en sí mismo, sino en Cristo y en su prójimo: en Cristo mediante la fe; en el prójimo mediante el amor. Por la fe se eleva sobre sí mismo hacia Dios, por el amor desciende desde Dios por debajo de sí mismo, permaneciendo, sin embargo, siempre en Dios y en el amor divino; como a propósito dice Cristo: Veréis los cielos abiertos y los ángeles subir y bajar sobre el Hijo del hombre. He aquí la verdadera libertad espiritual del cristiano, que libera el corazón de todos los pecados, leyes y mandamientos, que domina cualquier otra libertad, como el cielo a la Tierra. Que Dios nos conceda entenderla y conservarla. ¡Amén!


63 La voluntad humana siempre es esclava: o Dios o Satanás.

EL PROBLEMA: ¿Dónde nace la capacidad de hacer el bien? ¿Es fruto de la libre voluntad, o bien es consecuencia de la ayuda divina? ¿Puede el hombre salvarse por sí solo, contando únicamente con sus fuerzas?
LA TESIS: Polemizando con la tradicional doctrina católica del libre albedrío –según la cual el hombre no está naturalmente predispuesto ni al bien ni al mal, por lo que en el acto libre de su elección reside la responsabilidad moral-, Lutero sostiene que hay una predisposición congénita al pecado. Recuperando temas de la reflexión agustiniana (véase 55), afirma que sólo una visión pesimista del ser humano convierte la ayuda de Dios en algo indispensable para el hombre. Pensar lo contrario –esto es, sostener que el hombre es capaz de elegir libremente entre el bien y el mal- significa afirmar que el hombre podría salvarse con sus propias fuerzas solamente, sin la intervención de la determinante ayuda de la gracia divina. (De De Servo Arbitrio).

La capacidad de hacer el bien no deriva de la libre voluntad del hombre, sino que sólo de la ayuda divina.

  • Una vez demostrado que nuestra salvación, al margen de nuestras fuerzas y de nuestras decisiones, depende únicamente de la obra de Dios, como espero probar irrefutablemente en el curso de la polémica, ¿Acaso no se deduce claramente de ello que hasta que Dios no se haga presente en nosotros con sus acciones, todo lo que hagamos será malo y por fuerza haremos obras sin ningún valor por la salvación? ¿Que no sólo nosotros, sino sólo Dios, quien otorga nuestra salvación, y que nosotros, antes de su intervención, no hacemos nada salvífico, tanto si queremos como si no?
El hombre tiende a la maldad.

  • Esto significa que si el hombre no tiene el espíritu de Dios, no hará el mal en contra de su propia voluntad y a la fuerza, como tirado del cuello, a semejanza de un ladrón o de un bandido al que se conduce al castigo en contra de su voluntad, sino que más bien lo hará espontáneamente y con toda deliberación.
Aun cuando el hombre es obligado por la fuerza a actuar bien, sigue siendo malvado en su interior.

  • Por otra parte, esta libertad o voluntad de actuar no puede abandonarla u obligarla o cambiarla con sus propias fuerzas, sino que continúa deseando el mal y disfrutando de él; y aunque exteriormente está por fuerza obligado a actuar de otro modo, sin embargo en su interior la voluntad persiste contraria o irritada con quien la constriñe y la contrasta, mientras que no se irritaría si pudiese cambiar ella misma, y de buen grado secundaría entonces a esa fuerza externa.
Basta esta consideración para negar el libre albedrío.

  • Esto es, lo que entendemos por necesidad: el hecho de que la voluntad no pueda cambiar y dirigirse en otra dirección, sino que, en cambio, en la mayor parte de los casos se disponga a querer, mientras se la niega, como demuestra su irritación. Lo que no ocurriría si ésta fuese libre o dispusiese del libre albedrío.
Sólo la gracia divina nos induce al bien.

  • Contrariamente, cuando Dios actúa en nosotros, la voluntad, mutada y amorosamente insuflada por el Espíritu de Dios, actúa y desea con puro placer, con inclinación y espontaneidad; ya no obligada, sino, en cambio, dispuesta a no ser dirigida en dirección contraria por ningún adversario. Y no puede ser vencida o retenida ni siquiera a las puertas del infierno, sino que persevera en el querer, en el apreciar y en el amar el bien.
El hombre puede salir del mundo sólo con ayuda de Dios.

  • En definitiva, si nos hallamos bajo el dominio del Dios de este mundo pero sin el socorro y sin el espíritu del verdadero Dios, somos prisioneros de su voluntad, tal y como Pablo dice a Timoteo, pues no podemos querer sino lo que él quiere. Puesto que él, Satanás, es el ser fuertemente armado que vigila el atrio de su casa para someter a aquellos a quienes posee, a fin de que no susciten ninguna rebelión o sentimiento contrario de él. De otra manera, no podría subsistir el reino de Satanás.
El hombre no puede combatir el mal (Satanás) con sus solas fuerzas.

  • De esta manera, cumpliríamos los deseos de Satanás con nuestra voluntad y de buen grado. Nuestra voluntad no sería tal si fuese constreñida; por así decirlo, la constricción es más bien una no-voluntad. Pero si aparece alguien más fuerte y, una vez vencido Satanás, nos lleva consigo como presa, de nuevo resultaremos siervos, pero siervos del Espíritu y prisioneros del vencedor (y se trataría entonces de una voluntad regia), y así querríamos y haríamos de buen grado lo que Él, el Vencedor, deseara.
El hombre debe escoger entre dos servidumbres: o Dios o Satanás.

  • Así, la voluntad humana se encuentra entre ambos como un jumento; si es Dios quien monta su grupa, querrá ir e irá allí donde Dios quiera, tal y como dice el Salmo: Yo soy para ti como un jumento y siempre estoy contigo. Si es en cambio Satanás quien monta su grupa, querrá ir e irá allí donde Satanás quiera; y no es suya la facultad de correr en busca de uno u otro caballero, sino que ambos caballeros luchan entre sí para tenerlo y poseerlo.
No existe la libre voluntad del hombre.

  • De ello se deriva que el libre albedrío, sin la gracia de Dios, no es libre en ningún caso, sino inmutablemente prisionero y esclavo del mal, incapaz por sí mismo de dirigirse al bien.
La libertad de Dios y del hombre se excluyen mutuamente.

  • Se deduce, entonces, que el libre albedrío es un título divino que no compete a nadie más que a la divina majestad, y ésta puede hacer y hace (como reza el Salmo) todo lo que quiere en el cielo y en la tierra. Y atribuírselo al hombre sería como atribuirle la misma divinidad, lo que sería el más grave sacrilegio posible.
El libre albedrío es sólo de Dios.

  • Por esto, los teólogos deberían abstenerse de éste término para hablar de la capacidad humana y reservarlo sólo a Dios; tendrían, pues, que haberlo eliminado de la boca y de los discursos de los hombres y, como nombre sagrado y venerable, asignarlo a Dios, a quien pertenece.
Tras la idea del libre albedrío se esconde la presunción humana.

  • Y si los teólogos hubiesen querido atribuir una cierta fuerza a los hombres, habrían tenido que definirla con un término distinto al del libre albedrío, tanto más cuando se ha reconocido y constatado cómo el pueblo se deja engañar y engatusar miserablemente por este término, puesto que lo entiende y lo interpreta de manera muy distinta a como lo interpretan y definen los teólogos. Libre albedrío, de hecho, es una expresión demasiado imponente, grandiosa y robusta; y el pueblo considera que por ella se significa, como corresponde a la naturaleza y extensión del término, una energía tal que permite volverse libremente a Dios o a Satanás, sin ceder o dejarse sujetar por ninguno de los dos.


TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO







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