204 – 270 d.C.
Las últimas palabras que Plotino, aquejado de una grave
enfermedad de la garganta, , pudo musitar en su lecho de muerte, constituyen
una perfecta síntesis de su entera doctrina: Buscad siempre que la divinidad
que hay en vosotros se reúna con la divinidad que hay en el universo.
Evidentemente, el rigor moral, la profundidad teológica y el ansia religiosa de
este filósofo llamado pagano, no
tienen nada que envidiar al Cristianismo, que de hecho se valió de sus
doctrinas reconociendo el valor de la fuerza ascética de este gran pensador de
la Antigüedad.
Plotino
nació en Licópolis (Egipto), y estudió filosofía en la escuela neoplatónica de Ammonio Saccas, en Alejandría. Para
conocer con más profundidad las filosofías orientales, a la edad de treinta y
nueve años siguió a las tropas romanas en una expedición a Persia. Al igual que
el filósofo Pirrón (véase 44), tuvo ocasión de conocer las
doctrinas de los maestros indios, de los que quedó profundamente
impresionado. Finalmente se estableció en Roma, donde fundó su propia escuela y
alcanzó rápidamente gran celebridad. Sus lecciones eran seguidas por auténticas
muchedumbres e incluso por el emperador Galieno
y su esposa Solonina. Beneficiándose
del apoyo de importantes políticos, Plotino
fundó una nueva ciudad en Campania. Se trataba de una comunidad libre, gobernada
por filósofos según los principios de la República de Platón. El
proyecto de Platonópolis, sin
embargo, fracasó a causa de las conjuras urdidas por los cortesanos de palacio. Plotino falleció poco
después, a la edad de sesenta y seis años.
Plotino
no escribió ningún texto concreto. Conocemos su pensamiento a través de algunos
escritos con los que preparaba sus lecciones. Su discípulo Porfirio ordenó el conjunto de estos escritos en seis grupos de
nueve ensayos, de donde proviene su título: Enéadas
(ennéa, en griego, significa
<nueve>).
50 La transcendencia
del Uno.
EL PROBLEMA: ¿Cómo debe ser
pensado Dios? ¿Qué podemos afirmar de la divinidad?
LA TESIS: En franca
polémica con el Cristianismo, Plotino
subraya enérgicamente el carácter de absoluta trascendencia que debe atribuirse
a Dios. Ninguna cualidad humana puede asumirse como característica de la
divinidad ni siquiera las positivas como el amor o la justicia. Dios es una
realidad tan diversa a la nuestra que debemos excluir cualquier posibilidad de
comprensión. De Dios sólo se puede decir que es Uno, pues la multiplicidad
parece ser una peculiaridad exclusiva del mundo terrenal. La elevadísima
espiritualidad que brota de estas páginas de Plotino, así como la clara afirmación de la unicidad de Dios,
representan el vértice extremo del pensamiento pagano antiguo.
La
realidad es múltiple, pero no caótica. Es preciso, pues, presuponer un principio
unitario del que todo derive.
- Sucede
que antes de la multiplicidad existía el Uno, del que deriva lo múltiple,
pues, en toda serie numérica, la unidad ocupa el primer lugar. En
realidad, todos enseñan así el caso de la serie numérica, puesto que los
números sucesivos también están compuestos por la unidad. Pero en el caso
de la serie de los seres reales, ¿Qué necesidad hay de que también aquí
exista una especie de unidad de la que surja la multiplicidad? Es decir: sin la existencia del Uno, la multiplicidad nacería de cada
unidad existente, componiéndose cada una de ellas de cualquier manera, sin
orden y al azar.
El
Uno es la suma de todos los seres.
- ¿Alguno creerá que el Uno mismo constituya, a un mismo tiempo, la totalidad de
los seres vivos? Ahora bien: o ese Uno es individualmente cada una de las
unicidades que conforman la totalidad, o bien será esa misma totalidad.
El
Uno no puede ser contemporáneo a los seres.
- Si
ese Uno está constituido por la reunión de todos los seres, el Uno será
posterior a todos los seres. Pero si el Uno es anterior a todos los seres,
significa que todos los seres serán diferentes a Él, como Él será también
distinto a todos los seres. Y si contemporáneamente existen tanto Él como
los seres, no habrá un principio. Sucede, en cambio, que Él es el
principio que existe con antelación a todos los seres, con la finalidad de
que, después de Él, pueda también existir la totalidad de los seres.
El
Uno precede a todos los seres y no coincide con ninguno de ellos.
- Si,
por el contrario, Él fuese cada uno de los seres que conforman la
totalidad, uno cualesquiera de esos seres será entonces idéntico a otro
cualesquiera ser. Y así, en esa totalidad de conjunto no habría
diferenciación de género alguna. Así pues, el Uno no es uno más entre todos
los seres, sino que los precede a todos.
El
Uno es el todo potencial.
- ¿Qué
es el Uno? Es la potencia de todos los seres. Si esta potencia no
existiera, no existiría ni la totalidad de los seres ni el intelecto (vida
primera y absoluta). Pero lo que está por encima de la vida es la causa de
la vida, pues no es la actividad de la vida (es decir, la totalidad de los
seres vivos) lo que se da en primer lugar, sino que en realidad es como si
esa totalidad brotase de una fuente.
La
metáfora del Uno como fuente perenne…
- Piensa
en una fuente que no tenga otro principio que ella misma, pero que ofrezca
al hombre ríos manados de ella misma sin que esos ríos la
agosten. Al contrario, persevera en su manar con tranquilidad. Piensa en
los ríos nacidos de esa fuente: supón que, antes de alejarse de ella y
diferenciarse entre sí, fluyen juntos durante un tramo pero sabiendo cada
uno de ellos, por así decirlo, hacia dónde fluirá su corriente.
…
y como raíz del árbol.
- O
piensa, en cambio, en un árbol gigantesco: su vida lo invade todo,
mientras que su principio permanece inmóvil y no se dispersa en el todo.
Al contrario, se afianza con solidez, por así decirlo, en sus propias
raíces. De este modo, ese principio proporciona vida al árbol en toda su
multiplicidad; el árbol, sin embargo, permanece inmóvil en sí mismo porque
ya no es múltiple, sino principio de múltiples formas de vida…
El
Uno es la trascendencia absoluta, inconmensurable respecto a todas las
categorías humanas, incluida la del ser.
- Es
bien cierto que Él no es ninguno de estos seres de los que es principio;
sin embargo, Él es de un modo tal que nada puede decirse acerca de Él ni
de su ser ni de su esencia ni de su vida, y ello nos indica
precisamente que su ser está por encima de todas estas cosas. Si fueses
capaz de aprehenderlo después de haberle desprovisto incluso del ser, te
verías envuelto por un prodigioso estupor.
El
Uno no puede entenderse por medio de la razón.
- Lánzate
entonces a Él: lo hallarás reposado en su morada y serás capaz de entender
su sentido si lo percibes usando tu intuición y si, dejando a un lado las
cosas posteriores a Él y que a Él deben su existencia, abarcas su grandeza
con la mirada.
TRASCENDENCIA
Literalmente, <movimiento que lleva más allá>; esto es,
superar cualquier cosa que se pueda tomar como referencia. Indica la condición
de un ente (casi siempre Dios) externo y por encima del mundo, irreducible a la
condición humana. El énfasis en la idea de trascendencia sugiere la
inconmensurabilidad entre el mundo divino y el humano. Es decir, la absoluta
incapacidad humana para entender y definir la naturaleza de Dios. La noción
contraria es la inmanencia.
EMANACIÓN
Doctrina filosófica de
origen oriental. Fue introducida en Europa por Plotino como respuesta al problema de la creación del mundo. Este
nacimiento se describe como un proceso de irradiación mediante el cual la
multiplicidad surge del Uno. Es decir: de Dios, que permanece uno e inmutable,
surgen sucesivos grados de realidad, cada uno de ellos emanado del inmediatamente
precedente. El emanantismo presupone una jerarquía de los seres que depende de su lejanía respecto a Dios,
lo que se traduce en una progresiva pérdida de perfección. Cada estado
particular del proceso de emanación recibe el nombre de hipóstasis.
51 Dios no ha creado el mundo: ha emanado de
Él.
EL PROBLEMA: ¿Cómo pudo haberse
producido la creación del mundo? ¿Hay alguna relación entre Dios y el mundo? Si
entre Dios y el mundo existe una trascendencia, ¿Cómo fue posible la creación?
LA TESIS: El problema de la
creación, implicando una relación directa entre Dios y el mundo, es una
cuestión fundamental en el debate religioso. Mediante la doctrina de la
emanación, Plotino excluye cualquier
responsabilidad divina en el proceso generador del mundo. Éste no sería un acto
de libre creación, como sostienen los cristianos (véase 53), sino que la realidad material
sería el resultado de un proceso automático de irradiación. Así como un perfume
nace (emana) de una flor, el mundo emana de Dios.
El Uno (Dios) no es
la simple suma de todas las cosas.
- El
Uno es todas las cosas y, al
mismo tiempo, ninguna de ellas. Quiero decir que es el principio de todo,
pero no es todas las cosas de
cualquier modo, sino que es todo de manera trascendente. En el cielo, de
hecho, todas las cosas deben encontrarse como después de una carrera. O,
mejor aún, las cosas no se hallan todavía en el Uno, sino que se hallarán
en Él.
El
problema radica en cómo la multiplicidad del mundo deriva de la unidad de Dios.
- ¿Cómo
es posible entonces que todas las cosas deriven de la simplicidad del Uno,
mientras que en una identidad pura no puede haber nunca ninguna variedad,
ningún pliegue?
El
mundo surge (brota) de Dios por emanación.
- Ahora
bien: precisamente porque nunca existió nada en Él, precisamente por eso
afirmo que todo debe brotar de Él. Antes bien: a fin de que el ser sea,
por eso afirmo que Él no es el ser,
sino tan sólo el padre del ser.
Y esta que yo denomino paternidad
es primordial.
La
emanación es el proceso por el que una realidad florece de otra por
superabundancia (así como el calor emana del fuego).
- Me
explicaré: por consideración en su perfección no busca nada, nada posee ni
nada precisa. Él derrama, por así decirlo, y su exuberancia da origen a
una realidad nueva. Pero el ser generado de este modo vuelve
inmediatamente a Él, que queda lleno. Y, al nacer, se observa a sí mismo y
se hace Espíritu.
El
Ser, el Espíritu y el Alma, surgen por emanación del Uno.
- Seamos
más precisos: el Ser se crea de su estrecha orientación hacia el Uno; la
contemplación de sí mismo crea el Espíritu del ser. Ahora bien, dado que,
para contemplarse, el Espíritu debe estar orientado también hacia sí
mismo, Él se convierte en Espíritu y Ser a un mismo tiempo.
Del
Uno, inmutable y eterno, surgen realidades en orden jerárquico descendente.
- Así
pues, el Ser es un segundo Él, y por eso sus creaciones, emanadas al
exterior de su fuerza exuberante, son tan parecidas a Él. Además, esta
imagen del Ser equivale a la de Aquel que emanó antes del Ser. Y esta fuerza
activa que brota del Ser es el Alma,
que se convertirá en lo que es, mientras que el Espíritu permanece
inmóvil. Esto es así porque el Espíritu brota mientras Lo que existía antes que él
continúa inmóvil.
El
Alma, la última de las hipóstasis, puede volver al Uno o alejarse de Él hasta
caer en lo material.
- El
Alma, sin embargo, no permanece inmóvil en su creación. Al contrario,
cuando el Alma genera su imagen ya posee movimiento. Y mientras atiende al
cielo en el que nació, se llena de Espíritu; pero si avanza en una
dirección opuesta (imagen de sí misma), genera la sensibilidad; y en las
plantas, la potencia vegetativa.
Existe
una continuidad entre los niveles de emanación que baña el mundo natural.
- Nada,
por otra parte, está separado, nada está aislado de aquello que le
precede. Siguiendo esta idea, podría decirse que el alma humana está
más adelantada que las plantas. Se adelanta a ellas, entendámonos, en el
de sentido de que la potencia vegetativa presente en las plantas pertenece
al Alma. Bien cierto es que el alma humana no está presente por completo
en las plantas, sino que está en ellas en tanto que ha obrado de tal modo
que, en su proceso y en su necesidad, ha conseguido crear de lo peor un nuevo ser en los niveles
inferiores.
Escogiendo
la vía del retorno a Dios, el Alma (el hombre) recorre en sentido
inverso el camino de las emociones.
- Por
último, también su parte superior (aquella que pende del espíritu) deja
que el Espíritu que hay en ella esté reposado y quieto. Todas estas gradaciones
son y no son Él. Son Él porque provienen de Él, pero no son Él porque Él
no ha hecho otra cosa que dar. Él es como un lento río de vida que no deja
de prolongarse. Cada uno de sus tramos es un distinto que, en su conjunto, forma un todo compacto en sí
mismo. Y si cada cosa que surge es por sus características perennemente
nueva, ello no causa que lo viejo se pierda en lo nuevo.
52 La belleza es siempre
elevación del alma.
EL PROBLEMA: ¿Cómo debemos
considerar el mundo material en el que vivimos? El arte y el amor por la
belleza, ¿Pueden considerarse instrumentos de elevación espiritual?
LA TESIS: El arte posee la
capacidad de expresar las ideas de manera concreta. En ellas, el esplendor de
lo inteligible pasa a lo sensible. La música, la más inmaterial de las artes,
tiene el poder de reproducir con sonidos el principio mismo de la armonía. A
través de la creación y del disfrute del arte, así como viviendo las
experiencias del amor y de la filosofía, el alma pone en marcha un proceso de
purificación y emprende el camino de regreso a la divinidad. Esto también puede
verse en Platón (véase 33 y 34).
La
belleza es un valor difundido en distintos grados por toda la naturaleza.
- En
su más alta expresión, la belleza pertenece al dominio de la visión y
también al del oído. Así, está en la música, y en tanto que los cánticos y
los ritmos son siempre hermosos, podría decirse que en todo tipo de
música. Por otra parte, y por encima y más allá de la sensación,
encontraremos belleza en las costumbres, en los comportamientos, en la
ciencia… Existe, además, la belleza de la virtud.
La
naturaleza de la belleza es objeto de búsqueda.
- ¿Hay
algo que preceda a estas cosas hermosas? He aquí el objeto de nuestra
demostración. Ahora bien, ¿Cuál es, en propiedad, la causa de que algunos
cuerpos nos resulten hermosos? ¿Qué hace que determinados sonidos sean
reconocidos por el oído como bellos? ¿Por qué todas aquellas realidades
estrechamente vinculadas al alma son siempre de gran belleza? El principio
de la belleza, ¿Es único e idéntico para todas las cosas o,
contrariamente, la belleza corporal es una y la de las otras cosas otra? Y
si fuesen dos, ¿Cuáles serían? Y si una sola, ¿Cuál?
Algunas
cosas, como la virtud, son intrínsecamente bellas. Otras, como el cuerpo,
pueden no serlo.
- En
efecto, algunas cosas, como los cuerpos, son hermosas pero no por causa
del propio sujeto, sino que por participación. Otras cosas, en cambio, son
la belleza por sí mismas, como sucede con la naturaleza de la virtud. ¿Y
los cuerpos? ¿No veis cómo los mismos cuerpos resultan a veces hermosos y
a veces no? Es como afirmar que ser
cuerpo es una cosa, mientras que ser
hermoso es en cambio algo muy distinto. Entonces, ¿Cuál es este
principio presente en los cuerpos? He ahí el primer objetivo de nuestra
investigación sobre el tema.
Fascinación
y seducción constituyen el mínimo grado de la atracción estética.
- ¿Qué
es, en realidad, lo que atrae hacia sí la mirada del espectador, atrapándole en el encanto de la visión? Si descubrimos ese principio,
quizá seamos capaces de alcanzar otras visiones hermosas. Volvamos, pues,
al principio, y determinemos ante todo en qué radica la hermosura de los
cuerpos.
Consideramos
bello lo que es armónico; es decir, lo que es conforme a la espiritualidad
humana.
- Ella
es algo que se capta intuitivamente y que el alma expresa casi
entendiéndola. Y reconociéndola, la acoge y, por así decirlo, se recuesta
junto a ella. Y si en cambio se cubre de fealdad, el alma la rechaza, la
niega y se distancia, pues no se siente en armonía con ella, sino ajena.
Pero nosotros consideramos que el alma, siendo por naturaleza lo que
es y proviniendo como proviene de la esencia superior en el orden de los
seres, si columbra algo congenial a ella o, al menos, algún rastro de tal
afinidad, se alegra por ello. Golpeada por el miedo, se refugia en sí
misma y sólo sale movida por el recuerdo de sí misma y de aquello que le
pertenece.
Juzgamos
las cosas terrenales hermosas o feas según las participe o no una idea.
- Ahora
bien, ¿Qué semejanzas habrá entre las cosas bellas del cielo y las de la
tierra? Porque de haber semejanzas, unas y otras serán muy similares entre
sí. ¿Y en qué consiste la belleza de las cosas superiores y terrenales?
Afirmamos que éstas son bellas por su participación de la idea. En efecto,
todo aquello que nace para recibir forma e idea, se queda en cambio sin
forma. ¡Eso es precisamente lo que merece el atributo de feo y de extraño
a la región divina, y así será hasta que no consiga su parte de razón y de
forma! En eso consiste la fealdad absoluta. Pero también es feo aquello
que no está dominado ni por una forma ni por una idea, y por eso la
materia soporta mal estar formada completamente según una idea.
La
idea estructura la materia de manera unitaria, otorgándole belleza.
- Así
pues, en primer lugar la idea coordina las distintas partes que formarán
el objeto futuro, agrupándolas en una unidad. Después reduce ese objeto a
un todo coherente. Finalmente, crea la unidad mediante la correspondencia.
Desde que la idea es una, también el objeto formado por ella deberá ser
uno (lo será, entiéndase, en el límite de sus posibilidades). Y así la
belleza residirá en ese objeto reducido a una unidad, y lo hará en cada
una de sus partes y en su conjunto. Pero cuando la idea se apodera de un objeto
que ya es uno por sí mismo y cuyas partes son todas similares, la belleza
se vierte, por así decirlo, en su entera totalidad.
La
belleza supone participar de lo divino.
- Un
ejemplo: imaginad una naturaleza que, con el mismo procedimiento que sigue
el arte, otorgue belleza a las cosas. En un principio la otorga a un
entero edificio, parte por parte; a continuación la otorga a una única
piedra. Éste es, en verdad, el modo en que un cuerpo se hace hermoso:
gracias a la comunión con una forma racional de origen divino.
La
materia se hace significante estructurándose en un sentido espiritual.
- Pero,
¿Cómo puede lo corpóreo ponerse de acuerdo con lo que es superior al
cuerpo? Pues bien, ¿Podrías decirme cómo juzga el arquitecto la
belleza de una casa después de haber conmensurado la forma externa de la
casa a su forma íntima? La razón reside en el hecho de que, retiradas las
piedras, sólo hay de externo la propia forma interna. Sometida, es cierto,
en la masa material exterior, pero existente e indivisible aunque
reconocida en la multiplicidad.
El
juicio de la belleza nace de la correspondencia interior con el objeto.
- Ahora
bien, en cuanto la intuición sensible descubre la idea en los cuerpos,
sintetiza la multiplicidad corpórea y la reduce a una indivisibilidad
interna. Es decir: la entona, la adapta y conforma a su forma más íntima.
Así, la marca de la virtud que aflora en el rostro de un joven resulta
siempre del agrado del hombre virtuoso: precisamente
porque está de acuerdo con su auténtica virtud, que es aquella interior.
Apreciamos
los colores, la luz y el fuego. Son fenómenos naturales en los que la materia
tiende a la incorporeidad.
- La
belleza del color es cosa bien sencilla. Existe en virtud de una forma y
se debe a la acertada presencia de la luz (realidad incorpórea, razón,
idea) sobre la oscuridad de la materia. Por ello, el fuego es en sí mismo
más hermoso que ningún otro cuerpo: porque, comparado con los demás
elementos, ocupa prácticamente el lugar de la idea. Es, en efecto, sublime
por su posición: situado casi en los límites de la naturaleza incorpórea,
es el más sutil de todos. No acoge en sí las otras cosas, mientras que
muchas otras cosas lo acogen. De hecho, muchas cosas se calientan al
contacto con el fuego, mientras que el fuego no se enfría nunca.
El
fuego es la cosa del mundo natural más parecida al pensamiento.
- Además,
el color del fuego es natural, mientras que las otras cosas reciben de él
la forma del color, que brilla y refulge como si fuese una idea. Pero
aquello que por falta de vigor debilita su luz ya no es bello, puesto que
no participa enteramente de la idea de color.
La
música expresa relaciones armónicas inmateriales.
- En
cuanto a los sonidos, existen armonías que resultan mudas para los
sentidos pero que, sin embargo, son fuente de armonías manifiestas. De
este modo consienten que el alma disfrute de la inteligencia de la
belleza, en tanto que revelan lo que es idéntico en lo diverso. De ello se
deduce que es propio de las armonías sensibles el ser medidas por una ley
de la armonía, en una relación que no es genérica pero sí dócil a la
creación ideal y al tema dominante.
Además
de la belleza sensible, existe una belleza espiritual.
- Y
baste, por ahora, con todo lo que se ha dicho sobre las cosas bellas en el
ámbito de lo sensible. Cosas bellas que, por cierto, son imágenes (o más
bien sombras furtivas, por así decirlo) que penetran en la materia para
adornarla. Y cuando se revelan ante nosotros, nos llenan de encanto.
Existe, sin embargo, una belleza trascendente que la sensación no ha
tenido la suerte de alcanzar, pero que el alma, pese a carecer de órganos
de los sentidos, ve y juzga. Y nosotros, dejando atrás la sensación,
debemos ascender para su contemplación.
Sólo
un espíritu que ya sea bello es capaz de apreciar la belleza de las cosas
espirituales.
- Pero
así como no habríamos podido expresar con palabras la belleza que se
ofrece a nuestros sentidos sin haberla visto en alguna ocasión y sin
haberla poseído como tal (como sucede a los ciegos de nacimiento), tampoco podemos hablar de la belleza de las costumbres sin
haberla hecho nuestra primero, junto a la belleza de las ciencias y de
otros valores similares. Tampoco hablamos del esplendor de la virtud,
desconocido para quien no sea capaz de imaginar cuán hermoso es el rostro
de la justicia y de la templanza. ¡No son tan hermosos ni Venus ni la
estrella del alba!
La
belleza espiritual también puede suscitar pasión y enamoramiento.
- Aquellos cuya alma está fijada a tales entidades son por fuerza videntes;
videntes que gozan de un estupor más grande del que experimentaron al
contemplar la belleza física, porque han conseguido alcanzar la prueba de
la verdad. De ahí los sentimientos que, por fuerza, surgen para el cortejo
de lo bello: estupor, sacudida sutil, anhelo, amor y deliciosa agitación.
La
capacidad de aprehender la belleza varía en los individuos.
- Ahora
bien, también las realidades invisibles pueden inspirar sentimientos
tales. De hecho, las almas los viven, y me atrevo a decir que todas, aunque
más aquellas que son por naturaleza más amorosas. Así sucede también
respecto a la belleza física. Todos tienen ojos para verla, eso es
cierto, pero no todos sienten del mismo modo su puñalada. La advierte
más que nadie quien puede llamarse amante.
El
alma se eleva amando la belleza espiritual, y se hace ella misma aún más
hermosa.
- El
alma purificada se convierte en idea y razón, se hace totalmente
incorpórea e intelectual, y Dios, fuente de la belleza y de todos los
demás valores espirituales, la posee por completo. Por eso, el alma que
asciende a la esfera del Espíritu se hace más bella. Y, además, el
Espíritu y las cosas que de él surgen constituyen la belleza propia,
doméstica y para nada extraña o ajena al alma, pues sólo entonces es real
y exclusivamente alma.
El
camino de la belleza conduce al bien.
- Es
justo decir, por lo tanto, que lo bueno y hermoso del alma consiste en
asemejarse a Dios, puesto que de Él derivan la belleza y todo lo que de
decoroso existe en la realidad. La fealdad, que desde su origen es un mal,
es naturaleza totalmente distinta a esta realidad. De manera que podemos
afirmar que lo bueno es bello, o que el bien y la belleza son una misma cosa.
RETORNO
El proceso de crecimiento
espiritual del hombre que, corriendo el camino de las emanaciones en sentido inverso, se eleva
hasta la divinidad. Para Plotino,
las etapas de este recorrido ascético son: 1) El respeto por las obligaciones y
las virtudes civiles, gracias a las cuales el alma se independiza del cuerpo
(morigeración, renuncia); 2) La contemplación de la belleza, la práctica y el
disfrute del arte; 3) El amor; 4) El amor a la sabiduría y a la práctica de la
filosofía; 5) La superación final de toda dimensión racional hasta alcanzar el éxtasis.
HIPÓSTASIS
Literalmente, este
tecnicismo del neoplatonismo significa lo
que está debajo. Designa las tres sustancias espirituales que, según Plotino, componen la realidad: el Uno
(Dios), el intelecto (el Espíritu), el Alma (la del mundo y la del hombre). Las dos últimas derivan de la primera por
emanación. La acepción actual es muy distinta: después del abuso que hizo de
ella la Escolástica cristiana para afrontar el problema de la Trinidad en
términos teológicamente correctos, el término hipóstasis ha adquirido un sentido negativo: designa, en efecto, un
concepto abstracto al que se otorga realidad de manera indebida. La hipóstasis supone, pues, asumir como
absoluto y cierto aquello que es relativo
y no demostrable.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO