San Agustín retratado por Botticelli (s. XIV). La mano derecha posada sobre el corazón alude al valor de la fe; la esfera armilar y los textos de geometría aluden a su firme intención de recuperar para el Cristianismo todo lo positivo que produjo la ciencia pagana.
Conocemos la vida de Aurelio Agustín (354 – 430 d.C.) mucho
mejor que la de ningún otro pensador de la Antigüedad. Sus Confesiones, de hecho, y aunque no
puedan considerarse una autobiografía en el sentido actual de la expresión (lo
que interesa a san Agustín no es su
historia como individuo, sino como hombre que busca a Dios), son aún un texto
único, una ventana abierta a los pensamientos más profundos, a los recuerdos, a
los remordimientos y a las meditaciones de un hombre del medioevo. Nacido en
Tagaste (el actual Túnez), tras finalizar sus estudios clásicos fue profesor de
retórica en Cartago primero, en Roma después y, por último, en Milán. Allí
conoció al obispo Ambrosio, quien
tuvo un papel fundamental en su abandono del maniqueísmo, causa a la que san Agustín fue fiel durante nueve
años. Su lenta conversión al catolicismo tuvo lugar gracias a sucesivas
conquistas intelectuales favorecidas por la constante y fecunda presencia de su
madre Mónica. En 387 abandonó su
cátedra de retórica y dejó Milán para regresar a África, donde se entregó tanto
a la reflexión religiosa y teológica como a la persecución herética
(especialmente contra el pelagianismo,
herejía que defendía una concepción optimista de la naturaleza humana, a la que
consideraba capaz de obrar el bien gracias a sus únicas fuerzas). No es fácil
poner de manifiesto la importancia de san
Agustín en la historia del cristianismo. Sin lugar a dudas el más
importante de los Padres de la Iglesia, supo asentar la nueva religión sobre
las bases del antiguo neoplatonismo. Por haber sabido recuperar
sistemáticamente todo lo salvable del antiguo pensamiento filosófico, san Agustín constituye en la historia
un puente
insustituible entre el mundo antiguo y la civilización cristiana.
San
Agustín escribió más de trescientas obras. Las más importantes
son: La Trinidad, obra maestra
teológico-filosófica (399 – 419); Contra
los Maniqueos (388); Confesiones
(397); Sobre el Bautizo contra los
Donatistas (401); Sobre la Gesta de
Pelagio (417); La Gracia de Cristo y
el Pecado Original (418); La Ciudad
de Dios (413 -427).
53 La creación y el
misterio del tiempo.
EL PROBLEMA: ¿Cómo conciliar la
eternidad de Dios con la finitud temporal del mundo? Si Dios es eterno, ¿No
sería lógico que también el mundo lo fuese? De otro modo, ¿Qué hacía Dios antes
de crear el mundo? ¿Es factible pensar un Dios ocioso e inactivo?
LA TESIS: Estas preguntas
planteadas por la filosofía pagana son menos capciosas de lo que a primera
vista parecen, pues su respuesta implicaba una aclaración del concepto de
creación criticado por el neoplatonismo (véase
51). Si Dios ha creado el mundo en el tiempo, entonces se hace más difícil
concebir correctamente la perfección divina. Ésta, en efecto, habría dividido
la misma creación en fases temporales muy precisas; es decir, en un antes y un
después. La respuesta de san Agustín
es clara: Dios eterno, está fuera del tiempo. Al crear el mundo, creó también
el tiempo; sin su creación, el tiempo nunca habría existido.
Los textos que se citan a continuación
pertenecen a su obra Confesiones.
Antes de crear el
mundo, Dios no hacía nada. De hecho, si hubiese hecho algo, habría creado el
mundo.
- He aquí mi
respuesta a quien se pregunta qué hacía Dios antes de crear el cielo y la
tierra. Mi respuesta no será como la de aquel que, según se
dice, eludió graciosamente la dificultad de la cuestión diciendo: <Dios
preparaba el infierno para aquellos que quieran indagar cuestiones
demasiado profundas>. Una cosa es comprender, otra bromear. No seré yo
quien responda de ese modo. Yo afirmo que tú, oh nuestro Dios, eres el
creador de toda criatura. Y si por el nombre del cielo y por el nombre de
tierra se entiende toda criatura, yo me atrevo a afirmar que, antes de
crear el cielo y la tierra, Dios no hacía nada. Y si, de hecho, estaba
haciendo algo, ¿Qué otra cosa podía hacer, más que crear una criatura?
Relacionar las
nociones de Dios y de tiempo lleva a contradicciones insolubles.
- ¿Cómo podían
transcurrir siglos y siglos, si tú que eres el autor de todos los siglos
no los habías creado todavía? ¿Podían acaso existir tiempos no creados por
ti? ¿Y cómo podían transcurrir los tiempos si nunca habían existido?
Siendo tú el creador de todos los tiempos, de existir un tiempo anterior a
la creación del cielo y de la tierra, ¿Cómo podemos afirmar que
permanecías inactivo?
Tiempo y creación
coinciden. Son, pues, la misma cosa.
- Tú creaste el
tiempo, y el tiempo no podía transcurrir antes de que tú lo crearas. Y si
el tiempo no es anterior al cielo y a la tierra, ¿Por qué hay quien se
pregunta qué hacías? Si no existía el tiempo, no existía el entonces. Tampoco
precedes los tiempos con el tiempo; de otro modo, no precederías todos los
tiempos.
Dios vive en una
dimensión distinta: la eternidad.
- Tú, sin embargo,
precedes cada paso con la grandeza de la omnipotente eternidad, y
trasciendes todo futuro porque es futuro, y una vez arribe, el futuro se
convertirá en pasado. Tú, en cambio, siempre eres el mismo y tu tiempo de
vida nunca se reducirá. Tus años ni van ni vienen; los nuestros, en
cambio, van y vienen para que todos puedan llegar. Todos tus años son
estables y permanecen inmóviles en un punto; los que se van no son
atrapados por los que llegan, porque no pasan. Los nuestros, en cambio,
habrán terminado de llegar cuando no lleguen más. Tus años son una sola
jornada, y tu jornada no es cada
jornada, sino la jornada
porque tu hoy no da paso al mañana
y no se convierte en ayer. Tu hoy es la eternidad.
La eternidad y el
tiempo son inconmensurables.
- Por eso, has
creado coeterno a ti a quien decías: Yo
te he creado hoy. Tú has creado todos los tiempos y tú eres anterior a
todos los tiempos, y nunca existió un tiempo sin tiempo. Así pues, tú no
hacías nada en ningún tiempo, pues el tiempo es creación tuya. Y no hay
tiempo alguno coeterno a ti, porque tú permaneces y si el tiempo
permaneciese, ya no sería tiempo.
Empleamos la noción
de tiempo sin saber definirla.
- Así pues, ¿Qué
es el tiempo? ¿Quién será capaz de explicarlo de manera breve y sencilla?
¿Quién podrá aferrar con el pensamiento semejante noción, hasta el punto
de proporcionar una palabra exacta? Y, sin embargo, ¿Qué idea hay más
clara y familiar que la del tiempo en nuestros discursos? Cuando hablamos
de ella o escuchamos a otros hacerlo, la comprendemos con facilidad.
¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si quiero explicárselo
a quien me lo pregunta, no lo sé.
Sólo parece existir
el presente…
- Pese a todo,
puedo afirmar con seguridad que si nada ocurriese, no existiría el pasado.
Si nada estuviese por llegar, no existiría el futuro. Si nada existiese,
no existiría el presente.
… aunque la
existencia del presente se revela como un <no ser> (pasar, desaparecer).
- Ahora bien:
¿Cómo pueden existir estos dos tiempos, pasado y futuro, si el pasado ya
no está y el futuro aún no ha llegado? Si el presente fuese siempre
presente y no se convirtiera en pasado, ya no existiría el tiempo, pero sí
la eternidad. ¿Cómo podemos decir que exista el presente si, en tanto que
es tiempo y que transcurre en el pasado, la causa de su ser es el dejar de
ser? Es decir, que no es posible decir que el tiempo realmente exista,
puesto que tiende hacia el no existir.
Sólo pasado y
futuro poseen medida.
- Hablamos de
tiempo largo y tiempo breve, y sólo en relación al pasado y al futuro.
Llamamos largo al pasado que tuvo inicio, por ejemplo, hace cien años; y
también consideramos largo el futuro que llegará dentro de cien años. Pero
breve es el pasado de hace diez días y el futuro que llegará en diez
jornadas. Mas, ¿Cómo puede ser largo o breve lo que no existe?
¿Cómo puede ser
largo aquello que ya no existe o que no existe todavía?
- El pasado ya
no está, y el futuro todavía no ha llegado. No digamos, pues, que el
pasado es largo, sino que fue largo; y digamos del futuro que será largo.
Señor mío, mi luz, en esto tu verdad se burlará del hombre. ¿Cuándo fue largo ese pasado? ¿Fue largo cuando era pasado o
cuando todavía era presente? Tenía la posibilidad de ser largo sólo cuando
existía lo que podía ser largo. Ahora, en cambio, el pasado ya no existe,
y por ello no tiene la menor posibilidad de ser largo. No digamos, pues,
que aquel tiempo pasado fue largo, pues no volveremos a encontrar ni
siquiera aquel tiempo que haya sido largo, pues el tiempo pasado no existe.
El tiempo sólo
puede ser medido en el presente.
- Sin embargo,
oh Señor, distinguimos los intervalos de tiempo, los comparamos y los
estimamos como más largos los unos, más breves en cambio los otros.
También medimos en cuánto es aquel tiempo más largo que el otro o en
cuánto más breve, y respondemos que éste es el doble o el triple, aquél la
mitad o igual. Nosotros, sin embargo, medimos el tiempo en el preciso
instante en que transcurre, y lo medimos percibiéndolo.
Pero hay pruebas
(la memoria y la profecía) de que tanto el pasado como el presente deben
existir.
- ¿Quién podrá
medir un pasado que ya no existe o un futuro que todavía no ha llegado, a
menos que osara afirmar la posibilidad de medir lo que no existe? Por ello
el tiempo sólo se puede medir y percibir en el momento en que transcurre.
Luego, cuando ya ha pasado, no se puede medir porque ya no está…
El pasado sólo
existe en el presente y en forma de memoria.
- ¿Quién podrá
negar la existencia de tres tiempos, tal y como hemos aprendido en la escuela
siendo niños y como enseñamos a los niños? Éstos son
pasado, presente y futuro. ¿Y quién negará que sólo existe el presente y
que los otros no están ya? ¿O quizá también existen, pero cuando el tiempo
futuro se convierte en presente, procede del misterio y al misterio
regresa cuando deja de ser presente y se convierte en pasado? ¿Dónde
vieron el futuro los profetas, si el futuro todavía no
existía? No se puede, de hecho, ver aquello que no está. Y aquellos que cuentan el pasado no harían honor a la verdad si no lo estuviesen
viendo en sus propias mentes, pues si no existiera, no sería posible
verlo. Así pues, también el futuro y el pasado existen.
Y también el futuro
existe, pero sólo en el presente y como anticipación.
- Si el futuro y
el pasado existen, quiero saber dónde están. Y mientras no sepa dónde
están, sí sabré al menos con seguridad que estén donde estén, no estarán
como futuro y pasado, sino como presente. Porque aunque exista el futuro,
no es todavía; y aunque exista el pasado, ya no es. Así pues, doquiera
estén y sean lo que sean, no serán si no son presente. Cuando se narran
acontecimientos pasados que sucedieron realmente, no se traen a la memoria
los acontecimientos propiamente sucedidos, sino aquellos conceptos que,
sugeridos por sus imágenes y tamizados a través de los sentidos, se
imprimieron como huellas en el alma. Mi infancia, que ya no existe,
pertenece a un pasado inexistente. Pero cuando evoco lances de mi infancia
y los narro, lo hago desde el presente, porque mi infancia sigue viva en
mi memoria.
La predicción del
futuro –la profecía- se basa en la interpretación de señales presentes.
- Confieso, oh
Dios mío, no saber si la causa por la que se predice el futuro es análoga,
de manera que puedan preverse las imágenes de cosas que todavía no
existen. Sé ciertamente que nosotros solemos premeditar nuestras
acciones futuras y que, mientras la premeditación existe, la acción
premeditada no existe todavía porque aún es futura. Luego, cuando iniciemos
la acción premeditada, entonces dicha acción dejará de ser futura y se
hará presente. De cualquier modo actúe esta misteriosa precisión del
futuro, es bien cierto que no es posible ver nada sino lo que es presente.
Lo que es no es futuro, sino presente.
Por ello, cuando se
dice estar viendo las horas venideras, en realidad no se están viendo porque,
siendo futuras, aún no existen. Pero sí se ven sus causas o, acaso, algunas
señales que ya existen y que, por ello, no son futuras sino presentes para
quien es capaz de verlas y concebir y predecir a partir de ellas las cosas que
están por llegar. A su vez, esta concepción ya existe, y quienes predicen el
futuro la intuyen como ya presente en sí mismos.
Un ejemplo de
predicción humana: mañana saldrá el Sol.
- Me hablas de
un ejemplo tomado entre tantos. Veo la aurora, pronostico la salida del
Sol. Lo que veo es presente; lo que pronostico es futuro. No es futuro el
Sol, que ya existe, pero sí su salida, que todavía no se ha producido.
Pero no podré pronosticar su salida si mi ánimo no la imagina primero como
ahora que estoy hablando de ella. Pero ni la salida del Sol es esa aurora
que percibo en el cielo aunque lo preceda ni la imagen que tengo en mi
ánimo. Percibo los dos hechos como presentes para poder preanunciar la
futura salida del Sol. El futuro, pues, no existe todavía, y si todavía no
existe, no es. Si no es, no puede verse en absoluto. Pero se puede
predecir, en cambio, en base al presente que ya existe y que se ve.
Los caminos de la
predicción divina son inescrutables.
- Y tú, oh Rey
de tu creación ¿De qué manera revelas el futuro a las almas? Tú lo has
revelado a tus profetas. ¿De qué manera muestras lo que está
por suceder? ¿Cómo, tú a quien nada es futuro? Aquello que no es no puede,
en efecto, ser enseñado. Mi inteligencia está demasiado alejada de eso:
como me supera, no llego. Sólo podré alcanzarlo gracias a tu ayuda y
cuando tú me lo concedas. Oh dulce luz de mis ojos interiores.
La solución
agustiniana: toda percepción humana radica en la experiencia del presente.
- Ni el futuro
ni el presente existen: eso ya quedó bien claro. Y, en propiedad, tampoco
puede decirse que los tiempos sean tres: pasado, presente y futuro. Quizá
sería mejor decir que los tiempos son el presente del pasado, el presente
del presente y el presente del futuro. Y esos tiempos están en el alma y
no los veo en ninguna otra parte. El presente del pasado es la memoria; el
presente del presente es la intuición; el presente del futuro es la
espera.
CREACIÓN
Si bien el primer libro del Antiguo Testamento, el Génesis, explica con abundancia de
detalles cómo creó Dios el mundo, fue san
Agustín quien proporcionó al pensamiento cristiano la primera definición
filosóficamente correcta del concepto de creación, además de afrontar las
delicadas consecuencias que dicho concepto implicaba. Dos son las cuestiones
que se sitúan en el centro de la reflexión teológica: 1) ¿La creación debe ser
entendida desde la nada o bien, como
supusieron los antiguos filósofos griegos, es necesario
aceptar el principio lógico de que nada
nace de la nada, y admitir así que Dios se limitó a dar forma a una materia
preexistente y eterna? 2) Si Dios creó el mundo por medio de un acto libre,
¿Cómo pudo permitir la existencia del mal? Es éste el problema de la responsabilidad de Dios respecto a su
criatura. Un problema que Plotino y
los neoplatónicos quisieron resolver desarrollando la hipótesis de
que el nacimiento del mundo se produjo no por un acto de decisión voluntaria de
Dios, sino a través de un proceso de emanación,
automático y exento de responsabilidad.
54 Si Dios es bueno,
¿Quién ha creado el mal?
EL PROBLEMA: ¿Qué es el mal? Si
Dios ha creado el mundo, ¿Ha creado también el mal?
LA TESIS: En teología
(literalmente, <ciencia de las cosas de Dios>), la cuestión de la
creación es primordial por estar directamente conectada a la del mal en el
mundo. De hecho, si Dios ha ultimado la creación en base a un acto consciente y
voluntario, se le puede considerar responsable de las imperfecciones del mundo.
La solución agustiniana de este tormentoso dilema reviste una gran simplicidad:
el mal no existe en sí mismo, sino que es ausencia o limitación del bien. El
mal es un puro no-ser, del mismo modo que la oscuridad no posee una realidad
sustancial, sino que existe sólo en vía negativa como ausencia de luz.
El problema: si
Dios existe y es bueno, ¿Cuál es el origen del mal?
- Así concebía
tu creación: finita y ebria de tu infinicad. Decía: he aquí Dios, y he
aquí ahora sus criaturas. Dios es bueno y enormemente superior a ellas. En
tanto que bueno, creó cosas buenas, y así las llena y rodea de bondad.
Entonces, ¿Dónde está el mal? ¿De dónde y por dónde ha penetrado aquí
adentro? ¿Cuáles son sus raíces? ¿Cuál su semilla?
Se puede hipotizar
la inexistencia del mal. Pero el temor al mal no admite dudad.
- ¿O en realidad
no existe? Y siendo así, ¿Por qué temer entonces algo que no existe? Si lo
tememos sin razón alguna, entonces ese temor es un mal que atormenta en
vano nuestro corazón. Y será un mal aún más grave en tanto que nada hay
que temer, y, sin embargo, tememos. Entonces, o existe un mal objeto de
nuestro temor, o ese mal es nuestro propio temor. Pero ¿De dónde proviene
el mal si Dios, que es bueno, ha creado todas estas cosas buenas?
Una segunda
hipótesis considera el mal como imperfección de la materia.
- Ciertamente,
Él es el bien mayor, el Bien sumo, y las cosas que hizo son menos buenas.
A pesar de todo, tanto el creador como las criaturas son buenos. ¿De dónde
viene, pues, el mal? ¿Quizá venga de su propio origen, porque en la
materia existía el mal y al darle Dios orden y forma, no mutó algunas de
sus partes en bien?
Esa hipótesis choca
con el principio de la omnipotencia de Dios.
- Y esto, ¿Por
qué? ¿Acaso el Omnipotente se vio incapaz de convertir esa materia y
transformarla por completo, de modo que no quedase ni rastro del mal? ¿Por
qué quiso conservar alguna parte y no empleó toda su omnipotencia para
eliminarlo completamente? ¿O quizá podía la materia existir en contra de su
voluntad? O si la materia era eterna, ¿Por qué la dejó subsistir en ese
estado y durante tanto tiempo, durante los infinitos siglos transcurridos,
y después de tanto tiempo decidió cambiarla?
No es posible
explicar el mal como una imperfección divina cualquiera.
- Y si se sintió
acometido por el deseo repentino de actuar, ¿Por qué no utilizó su
omnipotencia para destruir la materia quedando sólo Él, íntegramente real,
sumo e infinito? Y si no era correcto que siendo bueno no construyese algo
bueno, ¿No habría debido eliminar y destruir la materia mala,
estableciendo desde un principio una materia buena de la que crearlo todo?
¿Cuál era su omnipotencia si no podía crear ningún bien sin la ayuda de
una materia no creada por Él? Estos pensamientos se mezclaban en mi pobre
corazón apesadumbrado por los tormentos más punzantes, fruto del temor a
la muerte y de no haber descubierto todavía la verdad.
TIEMPO
CÍCLICO/LINEAL
Las culturas arcaicas y el mundo
grecorromano poseían una idea del tiempo basada en el concepto de lo cíclico.
Posiblemente, la constatación de una regularidad temporal en el movimiento de
los astros y la constancia de los ritmos biológicos llevó a los pensadores a conferir, por extensión, una análoga estructura cíclica al tiempo
considerado en su conjunto. Así como las estaciones son siempre las mismas,
nada sucede en el mundo que no haya sucedido en otras ocasiones. La segunda
gran concepción del tiempo, elaborada por la cultura hebrea y transmitida al
cristianismo hasta asentarse de manera definitiva en la cultura europea, es la
lineal y progresiva. Según ésta, el tiempo tuvo un inicio (con la creación del
mundo), tendrá un final (con el juicio universal) y su desarrollo es la
historia: es decir, un desarrollo rectilíneo de hechos irreversibles e
irrepetibles.
MAL
La existencia y la naturaleza del mal
constituyen los problemas fundamentales de la teología. La tesis de san Agustín es que el mal no existe, no pudiéndose definir esta noción salvo por vía
negativa, como ausencia del bien. A la constatación de los terribles males que
afligen al mundo (muerte, sufrimiento, desastres), san Agustín responde que desde un punto de vista global,
considerando el universo en su totalidad, estos fenómenos revelan la necesidad
de su existencia pese a ser tan dolorosos para el individuo que los
experimenta.
PECADO
La única forma de mal existente en la totalidad del universo es la maldad humana, que
se expresa en el pecado. Es decir, en el alejarse la voluntad humana de la ley
de Dios. En el hombre, la tendencia al pecado no es eventual sino
esencial, y es la expresión de su íntima naturaleza degenerada y culpable. Para
salvarse, necesita de la ayuda de Dios.
55 Un recuerdo de
infancia: el hurto de las peras.
EL PROBLEMA: ¿Dónde nace la tendencia
humana a hacer el mal? ¿Por qué se realizan acciones malvadas sin utilidad ni
objetivo?
LA TESIS: El recuerdo
autobiográfico de un pequeño hurto cometido durante la adolescencia ofrece a san Agustín la ocasión de realizar una
investigación psicológica sobre la maldad del hombre. La
tendencia al pecado es innata y carente de motivo; casi siempre se hace el mal
por el mero placer de hacerlo, sin más objeto que el placer de la trasgresión.
Dicho de otro modo: por su propia naturaleza, el hombre se siente
atraído por el mal, y sólo la ayuda de Dios puede salvar el alma humana de
la perdición.
El hurto trasgrede
tanto la ley divina como la humana.
- Tu ley, Señor,
condena claramente el hurto; una ley que está escrita en los corazones
humanos y que ni la maldad misma puede destruir. Pues, ¿Qué ladrón hay
que soporte a otro ladrón? Ni siquiera un ladrón rico soporta al que roba movido por la indigencia.
En ciertos casos,
la trasgresión no tiene objetivo. Se peca sólo por el simple placer de pecar.
- Pues bien, yo
quise robar y robé; y lo hice no por necesidad o por penuria, sino por
mero fastidio de lo bueno y por exceso de maldad. Porque robé cosas que
tenía ya en abundancia y otras que no eran mejores que las que poseía. Y
ni siquiera disfrutaba de las cosas robadas; lo que me interesaba era el
hurto en sí, el pecado.
El hurto de las
peras.
- Había en la
vecindad de nuestra viña un peral cargado de frutas que no eran
apetecibles ni por su forma ni por su color. Fuimos, pues, muchachos perversos, a sacudir el peral durante la media noche, pues hasta esa
tardía hora habíamos alargado, según nuestra mala costumbre, los juegos.
Nos llevamos varias cargas grandes, pero no para comer las peras nosotros, sino para echárselas a los puercos. Y si algunas peras probamos, lo
hicimos sólo por el gusto de hacer lo que nos estaba prohibido.
En el origen del
pecado subyace un instinto de autodestrucción.
- Éste es, pues,
Dios mío, mi corazón; el mismo corazón al que otorgaste tu misericordia
cuando se hallaba en lo más profundo del abismo. Que él te confiese qué
era lo que andaba yo buscando cuando era gratuitamente malo, pues para mi
malicia no había otro motivo que la malicia misma. Era detestable, pero la
amé; amé mi perdición, amé mi defecto. Y lo que amé no era el objeto por
el que cometía el defecto, sino el defecto en sí mismo. Alma llena de
torpezas, alma que se soltaba de tu firme apoyo encaminaba rumbo al
exterminio, sin otra finalidad en la ignominia que la ignominia misma.
El pecado lleva a
la negación de todo valor.
- ¿Qué fue,
pues, miserable de mí, lo que en ti amé, hurto mío, delito mío nocturno,
en aquel decimosexto año de mi vida? No eras hermoso, pues eras un hurto.
Pero, ¿Eres acaso algo real, para que yo ahora hable contigo? Bonitas eran
aquellas frutas que robamos, pues eran criaturas tuyas, ¡Oh, tú, creador
de todas ellas, sumo Bien y verdadero Bien! Hermosas eran, pero no fueron
ellas lo que deseó mi alma miserable, pues yo las tenía mejores. Si las
corté fue sólo para robarlas, y prueba de ello es que apenas cortadas, las
arrojé; mi banquete consistió meramente en mi fechoría, pues me gozaba en
la maldad. Porque si algo de aquellas peras entró en mi boca, su
condimento no fue otro que el sabor del delito.
El hombre puede evitar el pecado sólo con la ayuda de Dios.
- De estos modos
peca el alma cuando se aparta de ti y busca fuera de ti la pureza y el
candor que sólo volviendo a ti puede encontrar.
El pecado es la
respuesta a la omnipotencia de Dios; en consecuencia, confirma implícitamente
su potencia.
- Y burdamente
te imitan los que de ti se apartan y se rebelan contra ti. Mas aun
imitándote, a su manera proclaman que tú eres el creador del Universo y
que no existe realmente el modo de cortar los lazos que nos ligan a ti.
¿Qué fue, pues, lo que yo amé en aquel hurto en que de manera viciosa y
perversa quise imitar a mi Señor? ¿Me complací violando su ley con la
malicia, no pudiéndolo hacer con la potencia? ¿El prisionero quería, ejerciendo una libertad falaz, cumplir una acción ilícita haciendo
un ridículo remedo de tu omnipotencia? He aquí, pues, a este siervo que
huyó de su Señor en pos de una sombra. ¡Cuánta podredumbre, qué
monstruosidad de vida y qué abismos de muerte! ¿Cómo pudo complacerme lo
ilícito por lo ilícito? Durante mi adolescencia, oh Dios mío, me perdí
lejos de ti por vías muy alejadas de tu pétrea solidez y erré. Así me
adentré en las regiones de la miseria.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO