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Asesorías Filosóficas Personalizadas

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SAN AGUSTÍN


San Agustín retratado por Botticelli (s. XIV). La mano derecha posada sobre el corazón alude al valor de la fe; la esfera armilar y los textos de geometría aluden a su firme intención de recuperar para el Cristianismo todo lo positivo que produjo la ciencia pagana.


Conocemos la vida de Aurelio Agustín (354 – 430 d.C.) mucho mejor que la de ningún otro pensador de la Antigüedad. Sus Confesiones, de hecho, y aunque no puedan considerarse una autobiografía en el sentido actual de la expresión (lo que interesa a san Agustín no es su historia como individuo, sino como hombre que busca a Dios), son aún un texto único, una ventana abierta a los pensamientos más profundos, a los recuerdos, a los remordimientos y a las meditaciones de un hombre del medioevo. Nacido en Tagaste (el actual Túnez), tras finalizar sus estudios clásicos fue profesor de retórica en Cartago primero, en Roma después y, por último, en Milán. Allí conoció al obispo Ambrosio, quien tuvo un papel fundamental en su abandono del maniqueísmo, causa a la que san Agustín fue fiel durante nueve años. Su lenta conversión al catolicismo tuvo lugar gracias a sucesivas conquistas intelectuales favorecidas por la constante y fecunda presencia de su madre Mónica. En 387 abandonó su cátedra de retórica y dejó Milán para regresar a África, donde se entregó tanto a la reflexión religiosa y teológica como a la persecución herética (especialmente contra el pelagianismo, herejía que defendía una concepción optimista de la naturaleza humana, a la que consideraba capaz de obrar el bien gracias a sus únicas fuerzas). No es fácil poner de manifiesto la importancia de san Agustín en la historia del cristianismo. Sin lugar a dudas el más importante de los Padres de la Iglesia, supo asentar la nueva religión sobre las bases del antiguo neoplatonismo. Por haber sabido recuperar sistemáticamente todo lo salvable del antiguo pensamiento filosófico, san Agustín constituye en la historia un puente insustituible entre el mundo antiguo y la civilización cristiana.

San Agustín escribió más de trescientas obras. Las más importantes son: La Trinidad, obra maestra teológico-filosófica (399 – 419); Contra los Maniqueos (388); Confesiones (397); Sobre el Bautizo contra los Donatistas (401); Sobre la Gesta de Pelagio (417); La Gracia de Cristo y el Pecado Original (418); La Ciudad de Dios (413 -427).


53 La creación y el misterio del tiempo.


EL PROBLEMA: ¿Cómo conciliar la eternidad de Dios con la finitud temporal del mundo? Si Dios es eterno, ¿No sería lógico que también el mundo lo fuese? De otro modo, ¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo? ¿Es factible pensar un Dios ocioso e inactivo?
LA TESIS: Estas preguntas planteadas por la filosofía pagana son menos capciosas de lo que a primera vista parecen, pues su respuesta implicaba una aclaración del concepto de creación criticado por el neoplatonismo (véase 51). Si Dios ha creado el mundo en el tiempo, entonces se hace más difícil concebir correctamente la perfección divina. Ésta, en efecto, habría dividido la misma creación en fases temporales muy precisas; es decir, en un antes y un después. La respuesta de san Agustín es clara: Dios eterno, está fuera del tiempo. Al crear el mundo, creó también el tiempo; sin su creación, el tiempo nunca habría existido.

Los textos que se citan a continuación pertenecen a su obra Confesiones.

Antes de crear el mundo, Dios no hacía nada. De hecho, si hubiese hecho algo, habría creado el mundo.

  • He aquí mi respuesta a quien se pregunta qué hacía Dios antes de crear el cielo y la tierra. Mi respuesta no será como la de aquel que, según se dice, eludió graciosamente la dificultad de la cuestión diciendo: <Dios preparaba el infierno para aquellos que quieran indagar cuestiones demasiado profundas>. Una cosa es comprender, otra bromear. No seré yo quien responda de ese modo. Yo afirmo que tú, oh nuestro Dios, eres el creador de toda criatura. Y si por el nombre del cielo y por el nombre de tierra se entiende toda criatura, yo me atrevo a afirmar que, antes de crear el cielo y la tierra, Dios no hacía nada. Y si, de hecho, estaba haciendo algo, ¿Qué otra cosa podía hacer, más que crear una criatura?
Relacionar las nociones de Dios y de tiempo lleva a contradicciones insolubles.

  • ¿Cómo podían transcurrir siglos y siglos, si tú que eres el autor de todos los siglos no los habías creado todavía? ¿Podían acaso existir tiempos no creados por ti? ¿Y cómo podían transcurrir los tiempos si nunca habían existido? Siendo tú el creador de todos los tiempos, de existir un tiempo anterior a la creación del cielo y de la tierra, ¿Cómo podemos afirmar que permanecías inactivo?
Tiempo y creación coinciden. Son, pues, la misma cosa.

  • Tú creaste el tiempo, y el tiempo no podía transcurrir antes de que tú lo crearas. Y si el tiempo no es anterior al cielo y a la tierra, ¿Por qué hay quien se pregunta qué hacías? Si no existía el tiempo, no existía el entonces. Tampoco precedes los tiempos con el tiempo; de otro modo, no precederías todos los tiempos.
Dios vive en una dimensión distinta: la eternidad.

  • Tú, sin embargo, precedes cada paso con la grandeza de la omnipotente eternidad, y trasciendes todo futuro porque es futuro, y una vez arribe, el futuro se convertirá en pasado. Tú, en cambio, siempre eres el mismo y tu tiempo de vida nunca se reducirá. Tus años ni van ni vienen; los nuestros, en cambio, van y vienen para que todos puedan llegar. Todos tus años son estables y permanecen inmóviles en un punto; los que se van no son atrapados por los que llegan, porque no pasan. Los nuestros, en cambio, habrán terminado de llegar cuando no lleguen más. Tus años son una sola jornada, y tu jornada no es cada jornada, sino la jornada porque tu hoy no da paso al mañana y no se convierte en ayer. Tu hoy es la eternidad.
La eternidad y el tiempo son inconmensurables.

  • Por eso, has creado coeterno a ti a quien decías: Yo te he creado hoy. Tú has creado todos los tiempos y tú eres anterior a todos los tiempos, y nunca existió un tiempo sin tiempo. Así pues, tú no hacías nada en ningún tiempo, pues el tiempo es creación tuya. Y no hay tiempo alguno coeterno a ti, porque tú permaneces y si el tiempo permaneciese, ya no sería tiempo.
Empleamos la noción de tiempo sin saber definirla.

  • Así pues, ¿Qué es el tiempo? ¿Quién será capaz de explicarlo de manera breve y sencilla? ¿Quién podrá aferrar con el pensamiento semejante noción, hasta el punto de proporcionar una palabra exacta? Y, sin embargo, ¿Qué idea hay más clara y familiar que la del tiempo en nuestros discursos? Cuando hablamos de ella o escuchamos a otros hacerlo, la comprendemos con facilidad. ¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si quiero explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé.
Sólo parece existir el presente

  • Pese a todo, puedo afirmar con seguridad que si nada ocurriese, no existiría el pasado. Si nada estuviese por llegar, no existiría el futuro. Si nada existiese, no existiría el presente.
… aunque la existencia del presente se revela como un <no ser> (pasar, desaparecer).

  • Ahora bien: ¿Cómo pueden existir estos dos tiempos, pasado y futuro, si el pasado ya no está y el futuro aún no ha llegado? Si el presente fuese siempre presente y no se convirtiera en pasado, ya no existiría el tiempo, pero sí la eternidad. ¿Cómo podemos decir que exista el presente si, en tanto que es tiempo y que transcurre en el pasado, la causa de su ser es el dejar de ser? Es decir, que no es posible decir que el tiempo realmente exista, puesto que tiende hacia el no existir.
Sólo pasado y futuro poseen medida.

  • Hablamos de tiempo largo y tiempo breve, y sólo en relación al pasado y al futuro. Llamamos largo al pasado que tuvo inicio, por ejemplo, hace cien años; y también consideramos largo el futuro que llegará dentro de cien años. Pero breve es el pasado de hace diez días y el futuro que llegará en diez jornadas. Mas, ¿Cómo puede ser largo o breve lo que no existe?
¿Cómo puede ser largo aquello que ya no existe o que no existe todavía?

  • El pasado ya no está, y el futuro todavía no ha llegado. No digamos, pues, que el pasado es largo, sino que fue largo; y digamos del futuro que será largo. Señor mío, mi luz, en esto tu verdad se burlará del hombre. ¿Cuándo fue largo ese pasado? ¿Fue largo cuando era pasado o cuando todavía era presente? Tenía la posibilidad de ser largo sólo cuando existía lo que podía ser largo. Ahora, en cambio, el pasado ya no existe, y por ello no tiene la menor posibilidad de ser largo. No digamos, pues, que aquel tiempo pasado fue largo, pues no volveremos a encontrar ni siquiera aquel tiempo que haya sido largo, pues el tiempo pasado no existe.
El tiempo sólo puede ser medido en el presente.

  • Sin embargo, oh Señor, distinguimos los intervalos de tiempo, los comparamos y los estimamos como más largos los unos, más breves en cambio los otros. También medimos en cuánto es aquel tiempo más largo que el otro o en cuánto más breve, y respondemos que éste es el doble o el triple, aquél la mitad o igual. Nosotros, sin embargo, medimos el tiempo en el preciso instante en que transcurre, y lo medimos percibiéndolo.
Pero hay pruebas (la memoria y la profecía) de que tanto el pasado como el presente deben existir.

  • ¿Quién podrá medir un pasado que ya no existe o un futuro que todavía no ha llegado, a menos que osara afirmar la posibilidad de medir lo que no existe? Por ello el tiempo sólo se puede medir y percibir en el momento en que transcurre. Luego, cuando ya ha pasado, no se puede medir porque ya no está…
El pasado sólo existe en el presente y en forma de memoria.

  • ¿Quién podrá negar la existencia de tres tiempos, tal y como hemos aprendido en la escuela siendo niños y como enseñamos a los niños? Éstos son pasado, presente y futuro. ¿Y quién negará que sólo existe el presente y que los otros no están ya? ¿O quizá también existen, pero cuando el tiempo futuro se convierte en presente, procede del misterio y al misterio regresa cuando deja de ser presente y se convierte en pasado? ¿Dónde vieron el futuro los profetas, si el futuro todavía no existía? No se puede, de hecho, ver aquello que no está. Y aquellos que cuentan el pasado no harían honor a la verdad si no lo estuviesen viendo en sus propias mentes, pues si no existiera, no sería posible verlo. Así pues, también el futuro y el pasado existen.
Y también el futuro existe, pero sólo en el presente y como anticipación.

  • Si el futuro y el pasado existen, quiero saber dónde están. Y mientras no sepa dónde están, sí sabré al menos con seguridad que estén donde estén, no estarán como futuro y pasado, sino como presente. Porque aunque exista el futuro, no es todavía; y aunque exista el pasado, ya no es. Así pues, doquiera estén y sean lo que sean, no serán si no son presente. Cuando se narran acontecimientos pasados que sucedieron realmente, no se traen a la memoria los acontecimientos propiamente sucedidos, sino aquellos conceptos que, sugeridos por sus imágenes y tamizados a través de los sentidos, se imprimieron como huellas en el alma. Mi infancia, que ya no existe, pertenece a un pasado inexistente. Pero cuando evoco lances de mi infancia y los narro, lo hago desde el presente, porque mi infancia sigue viva en mi memoria.
La predicción del futuro –la profecía- se basa en la interpretación de señales presentes.

  • Confieso, oh Dios mío, no saber si la causa por la que se predice el futuro es análoga, de manera que puedan preverse las imágenes de cosas que todavía no existen. Sé ciertamente que nosotros solemos premeditar nuestras acciones futuras y que, mientras la premeditación existe, la acción premeditada no existe todavía porque aún es futura. Luego, cuando iniciemos la acción premeditada, entonces dicha acción dejará de ser futura y se hará presente. De cualquier modo actúe esta misteriosa precisión del futuro, es bien cierto que no es posible ver nada sino lo que es presente. Lo que es no es futuro, sino presente.
Por ello, cuando se dice estar viendo las horas venideras, en realidad no se están viendo porque, siendo futuras, aún no existen. Pero sí se ven sus causas o, acaso, algunas señales que ya existen y que, por ello, no son futuras sino presentes para quien es capaz de verlas y concebir y predecir a partir de ellas las cosas que están por llegar. A su vez, esta concepción ya existe, y quienes predicen el futuro la intuyen como ya presente en sí mismos.


Un ejemplo de predicción humana: mañana saldrá el Sol.

  • Me hablas de un ejemplo tomado entre tantos. Veo la aurora, pronostico la salida del Sol. Lo que veo es presente; lo que pronostico es futuro. No es futuro el Sol, que ya existe, pero sí su salida, que todavía no se ha producido. Pero no podré pronosticar su salida si mi ánimo no la imagina primero como ahora que estoy hablando de ella. Pero ni la salida del Sol es esa aurora que percibo en el cielo aunque lo preceda ni la imagen que tengo en mi ánimo. Percibo los dos hechos como presentes para poder preanunciar la futura salida del Sol. El futuro, pues, no existe todavía, y si todavía no existe, no es. Si no es, no puede verse en absoluto. Pero se puede predecir, en cambio, en base al presente que ya existe y que se ve.
Los caminos de la predicción divina son inescrutables.

  • Y tú, oh Rey de tu creación ¿De qué manera revelas el futuro a las almas? Tú lo has revelado a tus profetas. ¿De qué manera muestras lo que está por suceder? ¿Cómo, tú a quien nada es futuro? Aquello que no es no puede, en efecto, ser enseñado. Mi inteligencia está demasiado alejada de eso: como me supera, no llego. Sólo podré alcanzarlo gracias a tu ayuda y cuando tú me lo concedas. Oh dulce luz de mis ojos interiores.
La solución agustiniana: toda percepción humana radica en la experiencia del presente.

  • Ni el futuro ni el presente existen: eso ya quedó bien claro. Y, en propiedad, tampoco puede decirse que los tiempos sean tres: pasado, presente y futuro. Quizá sería mejor decir que los tiempos son el presente del pasado, el presente del presente y el presente del futuro. Y esos tiempos están en el alma y no los veo en ninguna otra parte. El presente del pasado es la memoria; el presente del presente es la intuición; el presente del futuro es la espera.
CREACIÓN

Si bien el primer libro del Antiguo Testamento, el Génesis, explica con abundancia de detalles cómo creó Dios el mundo, fue san Agustín quien proporcionó al pensamiento cristiano la primera definición filosóficamente correcta del concepto de creación, además de afrontar las delicadas consecuencias que dicho concepto implicaba. Dos son las cuestiones que se sitúan en el centro de la reflexión teológica: 1) ¿La creación debe ser entendida desde la nada o bien, como supusieron los antiguos filósofos griegos, es necesario aceptar el principio lógico de que nada nace de la nada, y admitir así que Dios se limitó a dar forma a una materia preexistente y eterna? 2) Si Dios creó el mundo por medio de un acto libre, ¿Cómo pudo permitir la existencia del mal? Es éste el problema de la responsabilidad de Dios respecto a su criatura. Un problema que Plotino y los neoplatónicos quisieron resolver desarrollando la hipótesis de que el nacimiento del mundo se produjo no por un acto de decisión voluntaria de Dios, sino a través de un proceso de emanación, automático y exento de responsabilidad.


54 Si Dios es bueno, ¿Quién ha creado el mal?

EL PROBLEMA: ¿Qué es el mal? Si Dios ha creado el mundo, ¿Ha creado también el mal?
LA TESIS: En teología (literalmente, <ciencia de las cosas de Dios>), la cuestión de la creación es primordial por estar directamente conectada a la del mal en el mundo. De hecho, si Dios ha ultimado la creación en base a un acto consciente y voluntario, se le puede considerar responsable de las imperfecciones del mundo. La solución agustiniana de este tormentoso dilema reviste una gran simplicidad: el mal no existe en sí mismo, sino que es ausencia o limitación del bien. El mal es un puro no-ser, del mismo modo que la oscuridad no posee una realidad sustancial, sino que existe sólo en vía negativa como ausencia de luz.

El problema: si Dios existe y es bueno, ¿Cuál es el origen del mal?

  • Así concebía tu creación: finita y ebria de tu infinicad. Decía: he aquí Dios, y he aquí ahora sus criaturas. Dios es bueno y enormemente superior a ellas. En tanto que bueno, creó cosas buenas, y así las llena y rodea de bondad. Entonces, ¿Dónde está el mal? ¿De dónde y por dónde ha penetrado aquí adentro? ¿Cuáles son sus raíces? ¿Cuál su semilla?
Se puede hipotizar la inexistencia del mal. Pero el temor al mal no admite dudad.

  • ¿O en realidad no existe? Y siendo así, ¿Por qué temer entonces algo que no existe? Si lo tememos sin razón alguna, entonces ese temor es un mal que atormenta en vano nuestro corazón. Y será un mal aún más grave en tanto que nada hay que temer, y, sin embargo, tememos. Entonces, o existe un mal objeto de nuestro temor, o ese mal es nuestro propio temor. Pero ¿De dónde proviene el mal si Dios, que es bueno, ha creado todas estas cosas buenas?
Una segunda hipótesis considera el mal como imperfección de la materia.

  • Ciertamente, Él es el bien mayor, el Bien sumo, y las cosas que hizo son menos buenas. A pesar de todo, tanto el creador como las criaturas son buenos. ¿De dónde viene, pues, el mal? ¿Quizá venga de su propio origen, porque en la materia existía el mal y al darle Dios orden y forma, no mutó algunas de sus partes en bien?
Esa hipótesis choca con el principio de la omnipotencia de Dios.

  • Y esto, ¿Por qué? ¿Acaso el Omnipotente se vio incapaz de convertir esa materia y transformarla por completo, de modo que no quedase ni rastro del mal? ¿Por qué quiso conservar alguna parte y no empleó toda su omnipotencia para eliminarlo completamente? ¿O quizá podía la materia existir en contra de su voluntad? O si la materia era eterna, ¿Por qué la dejó subsistir en ese estado y durante tanto tiempo, durante los infinitos siglos transcurridos, y después de tanto tiempo decidió cambiarla?
No es posible explicar el mal como una imperfección divina cualquiera.

  • Y si se sintió acometido por el deseo repentino de actuar, ¿Por qué no utilizó su omnipotencia para destruir la materia quedando sólo Él, íntegramente real, sumo e infinito? Y si no era correcto que siendo bueno no construyese algo bueno, ¿No habría debido eliminar y destruir la materia mala, estableciendo desde un principio una materia buena de la que crearlo todo? ¿Cuál era su omnipotencia si no podía crear ningún bien sin la ayuda de una materia no creada por Él? Estos pensamientos se mezclaban en mi pobre corazón apesadumbrado por los tormentos más punzantes, fruto del temor a la muerte y de no haber descubierto todavía la verdad.

TIEMPO CÍCLICO/LINEAL

Las culturas arcaicas y el mundo grecorromano poseían una idea del tiempo basada en el concepto de lo cíclico. Posiblemente, la constatación de una regularidad temporal en el movimiento de los astros y la constancia de los ritmos biológicos llevó a los pensadores a conferir, por extensión, una análoga estructura cíclica al tiempo considerado en su conjunto. Así como las estaciones son siempre las mismas, nada sucede en el mundo que no haya sucedido en otras ocasiones. La segunda gran concepción del tiempo, elaborada por la cultura hebrea y transmitida al cristianismo hasta asentarse de manera definitiva en la cultura europea, es la lineal y progresiva. Según ésta, el tiempo tuvo un inicio (con la creación del mundo), tendrá un final (con el juicio universal) y su desarrollo es la historia: es decir, un desarrollo rectilíneo de hechos irreversibles e irrepetibles.

MAL

La existencia y la naturaleza del mal constituyen los problemas fundamentales de la teología. La tesis de san Agustín es que el mal no existe, no pudiéndose definir esta noción salvo por vía negativa, como ausencia del bien. A la constatación de los terribles males que afligen al mundo (muerte, sufrimiento, desastres), san Agustín responde que desde un punto de vista global, considerando el universo en su totalidad, estos fenómenos revelan la necesidad de su existencia pese a ser tan dolorosos para el individuo que los experimenta.

PECADO

La única forma de mal existente en la totalidad del universo es la maldad humana, que se expresa en el pecado. Es decir, en el alejarse la voluntad humana de la ley de Dios. En el hombre, la tendencia al pecado no es eventual sino esencial, y es la expresión de su íntima naturaleza degenerada y culpable. Para salvarse, necesita de la ayuda de Dios.


55 Un recuerdo de infancia: el hurto de las peras.

EL PROBLEMA: ¿Dónde nace la tendencia humana a hacer el mal? ¿Por qué se realizan acciones malvadas sin utilidad ni objetivo?
LA TESIS: El recuerdo autobiográfico de un pequeño hurto cometido durante la adolescencia ofrece a san Agustín la ocasión de realizar una investigación psicológica sobre la maldad del hombre. La tendencia al pecado es innata y carente de motivo; casi siempre se hace el mal por el mero placer de hacerlo, sin más objeto que el placer de la trasgresión. Dicho de otro modo: por su propia naturaleza, el hombre se siente atraído por el mal, y sólo la ayuda de Dios puede salvar el alma humana de la perdición.

El hurto trasgrede tanto la ley divina como la humana.

  • Tu ley, Señor, condena claramente el hurto; una ley que está escrita en los corazones humanos y que ni la maldad misma puede destruir. Pues, ¿Qué ladrón hay que soporte a otro ladrón? Ni siquiera un ladrón rico soporta al que roba movido por la indigencia.
En ciertos casos, la trasgresión no tiene objetivo. Se peca sólo por el simple placer de pecar.

  • Pues bien, yo quise robar y robé; y lo hice no por necesidad o por penuria, sino por mero fastidio de lo bueno y por exceso de maldad. Porque robé cosas que tenía ya en abundancia y otras que no eran mejores que las que poseía. Y ni siquiera disfrutaba de las cosas robadas; lo que me interesaba era el hurto en sí, el pecado.
El hurto de las peras.

  • Había en la vecindad de nuestra viña un peral cargado de frutas que no eran apetecibles ni por su forma ni por su color. Fuimos, pues, muchachos perversos, a sacudir el peral durante la media noche, pues hasta esa tardía hora habíamos alargado, según nuestra mala costumbre, los juegos. Nos llevamos varias cargas grandes, pero no para comer las peras nosotros, sino para echárselas a los puercos. Y si algunas peras probamos, lo hicimos sólo por el gusto de hacer lo que nos estaba prohibido.
En el origen del pecado subyace un instinto de autodestrucción.

  • Éste es, pues, Dios mío, mi corazón; el mismo corazón al que otorgaste tu misericordia cuando se hallaba en lo más profundo del abismo. Que él te confiese qué era lo que andaba yo buscando cuando era gratuitamente malo, pues para mi malicia no había otro motivo que la malicia misma. Era detestable, pero la amé; amé mi perdición, amé mi defecto. Y lo que amé no era el objeto por el que cometía el defecto, sino el defecto en sí mismo. Alma llena de torpezas, alma que se soltaba de tu firme apoyo encaminaba rumbo al exterminio, sin otra finalidad en la ignominia que la ignominia misma.
El pecado lleva a la negación de todo valor.

  • ¿Qué fue, pues, miserable de mí, lo que en ti amé, hurto mío, delito mío nocturno, en aquel decimosexto año de mi vida? No eras hermoso, pues eras un hurto. Pero, ¿Eres acaso algo real, para que yo ahora hable contigo? Bonitas eran aquellas frutas que robamos, pues eran criaturas tuyas, ¡Oh, tú, creador de todas ellas, sumo Bien y verdadero Bien! Hermosas eran, pero no fueron ellas lo que deseó mi alma miserable, pues yo las tenía mejores. Si las corté fue sólo para robarlas, y prueba de ello es que apenas cortadas, las arrojé; mi banquete consistió meramente en mi fechoría, pues me gozaba en la maldad. Porque si algo de aquellas peras entró en mi boca, su condimento no fue otro que el sabor del delito.
El hombre puede evitar el pecado sólo con la ayuda de Dios.

  • De estos modos peca el alma cuando se aparta de ti y busca fuera de ti la pureza y el candor que sólo volviendo a ti puede encontrar.
El pecado es la respuesta a la omnipotencia de Dios; en consecuencia, confirma implícitamente su potencia.


  • Y burdamente te imitan los que de ti se apartan y se rebelan contra ti. Mas aun imitándote, a su manera proclaman que tú eres el creador del Universo y que no existe realmente el modo de cortar los lazos que nos ligan a ti. ¿Qué fue, pues, lo que yo amé en aquel hurto en que de manera viciosa y perversa quise imitar a mi Señor? ¿Me complací violando su ley con la malicia, no pudiéndolo hacer con la potencia? ¿El prisionero quería, ejerciendo una libertad falaz, cumplir una acción ilícita haciendo un ridículo remedo de tu omnipotencia? He aquí, pues, a este siervo que huyó de su Señor en pos de una sombra. ¡Cuánta podredumbre, qué monstruosidad de vida y qué abismos de muerte! ¿Cómo pudo complacerme lo ilícito por lo ilícito? Durante mi adolescencia, oh Dios mío, me perdí lejos de ti por vías muy alejadas de tu pétrea solidez y erré. Así me adentré en las regiones de la miseria.

TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO