1859 – 1941 d.C.
Pocos filósofos han alcanzado en vida
una celebridad similar a la de Henri
Bergson. Su biógrafo J. Chevalier
cuenta que las clases del filósofo, dictadas en el período de entreguerras,
constituían un acontecimiento casi mundano, y las describe con estas palabras:
<Su personalidad no era ajena a su éxito. El silencio dominaba el aula; un
estremecimiento misterioso sacudía a los espíritus… Su palabra era calma, noble
y rítmica, extraordinaria por su seguridad y sorprendente por su precisión, con
tonos cautivadores y musicales>.
Nacido en París en el seno de una familia judía, se
formó en la Escuela Normal, donde estudió filosofía, matemáticas, física y
biología (disciplinas a las que unió un fuerte interés por la música que le
transmitió su padre, músico). En 1889 obtuvo el doctorado con una tesis que le
dio fama: Ensayo sobre los Datos Inmediatos
de la Conciencia. Tras haber enseñado en diversos colegios, inició una
brillante carrera universitaria que culminó con la prestigiosa cátedra que
dictara entre 1899 y 1921 en el Colegio de Francia. En 1921 se vio obligado a
retirarse por motivos de salud. Fue miembro de numerosas academias, entre ellas
la de Francia.
Durante la Primera Guerra Mundial ejerció la
diplomacia y ocupó cargos oficiales. En 1927 recibió el Premio Nobel de
Literatura. Murió, tras una larga enfermedad, durante la ocupación alemana de
París, reivindicando sus orígenes judíos en oposición a toda forma de racismo y
a pesar de que en sus últimos años se había acercado al cristianismo. En sus
propias palabras: He querido participar
de la suerte de los que mañana serán perseguidos.
Obras: Materia y
Memoria (1896); La Risa. Ensayo sobre
el significado de lo Cómico (1900); Introducción
a la Metafísica (1903); La Evolución
Creadora (1907); Duración y
Simultaneidad (1922); Las dos Fuentes
de la Moral y de la Religión (1932).
189 El tiempo de la
vida es la duración del presente.
EL PROBLEMA: ¿Puede la
conciencia utilizar la misma noción de tiempo que emplea la ciencia?
LA TESIS: En el siguiente
fragmento de Materia y Memoria, de
fuertes connotaciones agustinianas (véase
53), Bergson identifica la
experiencia concreta del presente con la fundamental dimensión mental del
tiempo. Para el individuo, desde el punto de vista psicológico, el
tiempo consiste en la duración del
presente: una noción diferente e incompatible con una aproximación
científica. En efecto, la duración es
por naturaleza poco definible: se confunde con el pasado inmediato (las
sensaciones apenas percibidas, los recuerdos recientes) y con el futuro
inmediato (la acción, el proyecto de conducta). La ciencia considera sólo el
aspecto cuantitativo, suponiendo un
tiempo escandido por un orden geométrico y espacial formado por movimientos
distintos pero todos iguales entre sí. En cambio, el individuo vive el
tiempo según un criterio cualitativo:
algunos momentos son, para la
conciencia que los vive, un relámpago; otros,
pueden durar una eternidad.
La dimensión del
tiempo está escandida por el presente.
- Entre el
pasado y el presente hay mucho más que una diferencia de grado. Mi
presente es lo que me interesa, lo que para mí vive; es, en una palabra,
lo que me incita a la acción, mientras que mi pasado es esencialmente
impotente. Insistamos sobre este punto: ya el hecho de contraponer el
pasado a la percepción presente nos será de ayuda para comprender mejor la
naturaleza de lo que llamamos recuerdo
puro.
La evocación de los
recuerdos transcurre en el presente.
- Sería vano, en
efecto, tratar de caracterizar el recuerdo de un estado pasado si no se
comenzara por definir el signo concreto, aceptado por la conciencia, de la
realidad presente.
La realidad
psicológica del presente es la duración del tiempo.
- ¿Qué es, para
mí, el momento presente? La característica del tiempo es el transcurrir;
el tiempo transcurrido es el pasado, y llamamos presente al instante que
transcurre. Pero aquí no se trata de un instante matemático. Hay, sin
duda, un presente ideal, puramente concebido: un límite indivisible que
separaría el pasado del futuro. Pero el presente real, concreto, vivido, del
que hablo cuando hablo de mi percepción presente, este presente ocupa
necesariamente una duración. ¿Dónde se sitúa entonces esta duración? ¿Más
acá o más allá del punto matemático que determino idealmente cuando pienso
en el instante presente?
El tiempo como
duración no se puede circunscribir matemáticamente; limita con el pasado
inmediato y con el futuro inmediato.
- Es hasta
demasiado evidente que esta duración se encuentra contemporáneamente más
acá y más allá, y que lo que llamamos mi
presente confina a la vez con mi pasado y con mi futuro. Esto es así,
porque es al futuro hacia donde este momento se proyecta y porque si
pudiese fijar este presente indivisible, este elemento infinitesimal de la
curva del tiempo, ese momento me
indicaría la dirección del futuro. Así pues, es preciso que ese estado
psicológico que llamo mi presente
sea a la vez una percepción del pasado inmediato y una determinación del
futuro inmediato.
El pasado inmediato
es la sensación; el futuro inmediato es la acción.
- En cuanto se
lo percibe, el pasado inmediato es sensación, pues toda sensación traduce
una sucesión muy larga de vibraciones elementales; en cuanto se lo
determina, el futuro inmediato es acción o movimiento. Mi presente es, pues,
contemporáneamente, sensación y movimiento, y puesto que mi presente forma
un todo indivisible, el movimiento debe depender de la sensación y
prolongarla en acción. De todo esto concluyo que mi presente consiste en un
sistema combinado de sensaciones y movimientos: es, en esencia,
sensorio-motriz.
INTUICIÓN
Es el proceso mental por el que se llega a
comprender de modo inmediato y directo cualquier verdad. La filosofía del
conocimiento siempre ha distinguido y opuesto la intuición al razonamiento
discursivo, el cual se desarrolla en el tiempo según etapas escandidas por
la lógica de la deducción. En cuanto
súbita iluminación del espíritu, la intuición mantiene todavía intacta una
fuerte connotación misteriosa, pudiéndose identificar en ella una de las
fuentes de la creatividad.
190 Entre el pasado
y el futuro está el cuerpo.
EL PROBLEMA: ¿Qué es el cuerpo
humano? ¿Hay alguna relación entre el cuerpo y la percepción del tiempo?
LA TESIS: Si el tiempo
existencial debe entenderse como duración temporal (véase 189), entonces el cuerpo
humano, en su concreta actualidad, deviene la mediación entre el pasado del individuo y su futuro. En efecto, en cuanto: materia modificada por el tiempo, el cuerpo constituye una especie de memoria biológica, un archivo
viviente de la experiencia pasada. Pero en cuanto: sistema de necesidades
orientado a la acción, el cuerpo es
también proyección hacia el futuro. (De Materia
y Memoria.)
La duración es
conciencia del cuerpo vivo.
- Mi presente
consiste en la conciencia que tengo de mi cuerpo. Extendido en el espacio,
mi cuerpo experimenta sensaciones y a la vez realiza movimientos. Puesto
que las sensaciones y los movimientos se localizan en puntos determinados
de dicha extensión, en un momento dado no puede haber sino un único
sistema de movimientos y sensaciones.
El cuerpo es el
enlace entre sensaciones y acciones.
- Por eso mi
presente me parece algo absolutamente determinado, algo que se separa
netamente de mi pasado. Situado
entre la materia que influye sobre él y la materia sobre la que influye, el
cuerpo es un centro de acción, el lugar en el que las impresiones
recibidas escogen inteligentemente su camino para transformarse en
movimientos realizados; representa, pues, precisamente el estado actual de
mi devenir: eso que, en la duración, está en vías de formación.
Así pues, el cuerpo
es enlace entre pasado y futuro.
- En esta
continuidad de devenir que es la realidad propia, el momento presente está
formado por el corte casi instantáneo que la percepción practica en la
masa que discurre, y este corte es precisamente lo que llamamos el mundo
material: nuestro cuerpo ocupa el centro de éste, es esa parte del mundo
material que nosotros podemos sentir directamente transcurrir; la actualidad
de nuestro presente consiste en el estado actual de nuestro cuerpo.
Hay una conexión
entre la percepción psicológica del tiempo y la idea de realidad.
- La materia,
extendida en el espacio, debe ser definida como un presente que recomienza
sin cesar. De forma inversa, nuestro presente es la materialidad misma de
la existencia: es decir, un conjunto de sensaciones y movimientos, y nada
más. Este conjunto es determinado como único para cada uno de los momentos
de la duración, puesto que sensaciones y movimientos ocupan los lugares
del espacio y porque en un mismo lugar no puede haber más cosas al mismo
tiempo.
191 Evolución no
significa progreso.
EL PROBLEMA: ¿Debe entenderse
como progreso la teoría de la evolución biológica de Darwin?
LA TESIS: A menudo, la
cultura moderna ha interpretado la teoría de la evolución biológica de Darwin con un sentido marcadamente
optimista: el mecanismo de la selección determinará un avance, lento pero
continuo y progresivo, de las formas de vida hacia estadios cada vez más
complejos y perfeccionados. Casi como si la naturaleza persiguiese un fin,
desarrollase un proyecto preordenado. Las cosas no son exactamente así: la
naturaleza no es avara, sino pródiga, porque derrocha una enorme masa de
energía en intentos evolutivos destinados al fracaso; tampoco es inteligente,
porque no realiza elecciones, sino que persigue todas las soluciones posibles;
no se parece en absoluto a un ingeniero que ejecuta un proyecto, sino
más bien a un fontanero que tapa agujeros según las necesidades del
momento. Por lo tanto, la especie humana no representa la culminación de un
recorrido finalizado, sino sólo uno de los numerosos posibles resultados de la
evolución. (De La Evolución Creadora,
al igual que 192 y 193.)
La evolución no se
desarrolla de manera planificada.
- Hay que tener
en cuenta los regresos, las detenciones, los accidentes de todo tipo y,
sobre todo, no olvidar que cada especie se comporta como si el movimiento
general de la vida se detuviese en ésta en lugar de atravesarla: cada
especie piensa sólo en sí misma, vive sólo para sí.
La selección
natural comporta una dispersión de energía.
- De ahí las
luchas innumerables de las que la naturaleza es teatro; de ahí una
desarmonía que golpea y ofende, pero de la que no hay que hacer
responsable al principio de la vida. Grande es, pues, en la evolución, la
parte que corresponde a la contingencia.
La evolución no
planifica, sino que procede al azar, explorando todos los recorridos posibles.
- Contingentes
son, en la mayoría de los casos, las formas adoptadas o, mejor dicho,
inventadas. Contingente, y relativa a los obstáculos que se presentan en
un lugar y en un momento dado, es la disociación de la tendencia
primordial en estas o aquellas tendencias complementarias, que crean líneas
de evolución divergentes. Contingentes las detenciones y los retrocesos;
contingentes, en gran medida, las adaptaciones.
La evolución se
basa en una fuerza ciega e irracional.
- Sólo dos cosas
son auténticamente necesarias: una acumulación gradual de energía y una
canalización elástica de ésta en direcciones variables e indeterminadas,
en cuyos extremos están los actos libres.
EVOLUCIONISMO
Las doctrinas que han extendido a la
cultura y a la sociedad las leyes descubiertas por Darwin acerca del desarrollo biológico de las especies animales han
terminado por hacer de la evolución
un principio metafísico finalista,
adecuado para explicar toda la realidad. Bergson
ataca el optimismo implícito en estas doctrinas, demostrando que una correcta
interpretación de los datos científicos no justifica la convicción de que en la
naturaleza estén en acto procesos mecánicos, racionales, finalistas,
providenciales o, más simplemente, dirigidos hacia una meta, sea cual sea ésta.
192 La inteligencia
no explica la vida.
EL PROBLEMA: ¿Puede la
inteligencia explicar el fenómeno de la vida? ¿Se puede explicar la
inteligencia humana a partir del fenómeno de la vida?
LA TESIS: El milenario
intento por comprender la naturaleza de los fenómenos vitales a través de la
capacidad de la inteligencia está destinado al fracaso. La vida del individuo, así como la de toda la humanidad, es, por definición, libre, no
previsible y no encuadrable en ningún diseño preordenado. La vida procede según
un doble carril: por una parte es pura creación de lo nuevo y por otra, íntegra
conservación del pasado. La evolución biológica no persigue ningún fin y no se
desarrolla según criterios económicos o racionales; antes bien, está dominada
por el despilfarro, por la dispersión de energía vital en todas las direcciones,
incluso hacia aquellas destinadas a un fracaso seguro y a desaparecer merced a
la dura ley de la selección natural darwiniana.
La vida es un impulso constructivo que
explora en todo momento todas las posibles variantes, sin seguir un proyecto
preciso. Es una ola que arrastra y supera cualquier obstáculo, sin abandonarlo
definitivamente. El primer obstáculo fue la capacidad de movimiento que, desde
el mundo vegetal y tras millones de fracasos evolutivos, terminó en el
desarrollo animal. Pero ni siquiera esto se desarrolló en una sola dirección:
algunas especies prosiguieron la vía del instinto; otras, la de la
inteligencia. Entre estas últimas, desde luego, la especie humana, no sólo
inteligente –pues instinto e inteligencia son diferentes- pero no opuestos: el
instinto animal está rodeado por un halo de inteligencia, y la inteligencia
humana no funcionaría si no se basara también en el aporte del instinto. En
conclusión: la inteligencia no consigue explicar la vida, sino que la vida explica
la inteligencia.
La filosofía puede
analizar la vida del espíritu sólo a través del proceso evolutivo.
- Una filosofía
fundada en la intuición será la negación de la ciencia y, antes o después,
será barrida por la ciencia si no se decide a buscar la vida del cuerpo
allí donde ésta efectivamente se encuentra: en la vía que conduce a la
vida del espíritu.
La vida –es decir,
el impulso evolutivo- se asemeja a una ola que arrastra al obstáculo de la
materia.
- Pero en este
caso, la filosofía no tendrá nada que hacer con este o aquel ser vivo: la
vida entera, a partir del impulso inicial que la ha lanzado al mundo, le
parecerá una ola que sube y se opone al movimiento descendente de la
materia.
El impulso vital
conoce numerosos puntos de detención, pero conduce a la humanidad sin
interrupciones.
- En la mayor
parte de su superficie, a diferentes alturas, la corriente es convertida
por la materia en un vórtice: sólo ella pasa libremente sobre un punto y
arrastrando consigo al obstáculo, que hará más pesado su camino pero no lo
detendrá. En este punto está la humanidad; en él reside nuestra posición
privilegiada.
El impulso vital,
en su extremo más avanzado, supera la dimensión material produciendo la
conciencia.
- Por otra
parte, esta ola que sube es conciencia y, como tal, incluye numerosas
virtualidades que se compenetran y a las que no convienen ni la categoría
de la unidad ni la de multiplicidad, ambas constituidas por la materia
inerte. Sólo la materia que la ola arrastra consigo, y en cuyos
intersticios ello se insinúa, puede dividirla en individualidades
distintas. Así pues, la corriente pasa a través de las generaciones
humanas subdividiéndose en individuos. Esa subdivisión ya estaba
vagamente esbozada en la ola, pero no habría sido actuada sin la materia.
Una vez que alcanza
el nivel de la conciencia, el curso evolutivo se ramifica en múltiples
direcciones.
- Así se crean
de continuo las almas, las cuales no obstante, en cierto sentido
preexistían, y son tan sólo arroyuelos en que se divide el gran río de la
vida, discurriendo a través del cuerpo de la humanidad.
La conciencia
humana depende de la estructura cerebral, así como el curso de un río depende
del lecho que él mismo ha excavado.
- El movimiento
de una corriente es distinto de lo que éste atraviesa, siempre y cuando
acepte sus sinuosidades: la conciencia difiere del organismo que ella anima
pese a sufrir ciertas vicisitudes. Ya que las acciones posibles,
prefiguradas en un estado de conciencia, hallan en cada momento un
principio de ejecución en los centros nerviosos; el cerebro subraya en
cada momento las articulaciones motoras del estado psíquico.
La conciencia
modela la estructura cerebral.
- La
interdependencia del cerebro y de la conciencia se limita a lo siguiente:
la suerte de la conciencia no está en absoluto ligada a la suerte de la
materia cerebral. Por último, la conciencia es esencialmente libre: es,
así, la libertad misma, aunque no puede atravesar la materia sin modelarse
sobre ella, sin adaptarse a ella. Esa adaptación es lo que se llama intelectualidad.
La inteligencia (la
capacidad discursiva racional) reduce el impulso vital de la conciencia a
esquemas compatibles con la materia.
- Dirigiéndose
hacia la conciencia actuante, libre, la inteligencia hace que ésta se
acomode a los esquemas en los que la materia está acostumbrada a
inscribirse. Y, sin embargo, siempre ve a la libertad bajo la forma de
necesidad; descuida siempre la parte de novedad o de creación inherente al
acto libre; sustituye siempre la acción por una imagen artificial y aproximada
que obtiene de asociar lo antiguo con lo antiguo y lo idéntico con lo
idéntico.
La filosofía debe
integrar esquemas racionales en una más profunda comprensión intuitiva.
- Así, a los
ojos de una filosofía que se esfuerza por reabsorber la inteligencia en la
intuición, numerosas son las dificultades que desaparecen o se atenúan. Una
filosofía tal no sólo hace más
fácil la especulación, sino que nos da, además, mayor fuerza para vivir.
Sólo la intuición
se pone en sintonía con el ritmo evolutivo de la naturaleza.
- En virtud de
la intuición ya no nos sentimos aislados en la humanidad, y la
humanidad ya no nos parece aislada en la naturaleza que la intuición
domina: así como la pequeña mota de polvo se conecta con todo nuestro
sistema solar y es arrastrada con él en ese movimiento indivisible de
descenso que es la materialidad misma, así todos los seres orgánicos,
desde el más humilde hasta el más elevado, desde los orígenes primeros de
la vida hasta hoy, en todos los lugares y en todos los tiempos, no hacen
sino manifestar de modo sensible un impulso único, inverso al movimiento
de la materia y, en sí mismo, indivisible.
Por intuición
reconocemos la profunda unidad de todos los fenómenos naturales.
- Todos los
seres vivos están unidos y todos obedecen al mismo y formidable impulso.
El animal tiene su punto de apoyo en la planta, el hombre en
la animalidad, y la humanidad entera en el tiempo y el espacio. Es como un
ejército desmesurado que galopa al flanco de cada uno de nosotros, delante y detrás de nosotros, en una carga arrolladora, capaz
de vencer todas las resistencias y de superar numerosos obstáculos,
incluso quizá a la muerte.
193 La intuición es
el instinto de la naturaleza.
EL PROBLEMA: ¿Cuál es la forma
superior de conocimiento?
LA TESIS: El instinto
consiste en la capacidad de utilizar y construir instrumentos orgánicos; la
inteligencia es la facultad de fabricar y emplear instrumentos inorgánicos,
tecnológicos. Instinto e inteligencia representan dos diferentes soluciones,
ambas eficaces, al problema. Esto significa que de entrada no se puede afirmar
la superioridad de la inteligencia respecto del instinto: hay cosas que sólo la inteligencia es capaz de buscar, pero que por sí
sola jamás hallará; sólo el instinto podría descubrirlas, pero no las hallará
nunca. El instinto es repetitivo, carece de ductilidad, enfatiza los
hábitos y afronta un problema por vez, sin construir teorías. Sin embargo, la
razón permanece separada de la realidad, elabora tablas mentales que distancian
de las cosas, se pierde en clasificaciones que fragmentan la unidad de lo real.
Pero hay una tercera solución: la inteligencia puede retornar al instinto
transformándose en intuición. La
aparición inmediata de una solución es algo muy distinto del proceder analítico
de la razón: la intuición es una iluminación del espíritu, no se cumple de modo
discursivo en el tiempo, sino que aparece de pronto como un fulgor.
Intuición e
inteligencia son diferentes formas de conocimiento.
- En el hombre, la conciencia es sobre todo inteligencia: habría debido,
habría podido ser también intuición. Intuición e inteligencia representan
dos direcciones opuestas de la actividad consciente: la primera procede en
el sentido de la vida; la segunda en sentido inverso y, como tal, está
naturalmente regulada sobre el movimiento de la materia.
La psique humana es
capaz de razonar tanto como de intuir.
- Una humanidad
acabada y completa sería aquella en la que ambas formas de la actividad
consciente alcanzasen su pleno desarrollo. Entre una humanidad así hecha y
la nuestra pueden concebirse diversos grados intermedios, todos ellos
correspondientes a los grados imaginables de la inteligencia y de la
intuición. En ello reside la parte de contingencia propia de la estructura
mental de nuestra especie. Una evolución diferente habría podido conducir
a una humanidad o más intelectiva o más intuitiva.
El desarrollo de la
civilización ha favorecido más al razonamiento lógico que a la intuición.
- De hecho, en
la humanidad de la que formamos parte, la intuición está casi
completamente sacrificada a la inteligencia. Pareciera que la conciencia
hubiese consumido lo mejor de su fuerza en la lucha por conquistar y por
reconquistarse a sí misma. Dicha conquista, dadas las condiciones particulares
en las que se ha realizado, exigía que la conciencia se adaptase a los
hábitos de la materia y concentrase sobre ésta su atención; es decir, que
se determinara especialmente como inteligencia.
Las respuestas a
las grandes cuestiones filosóficas siguen siendo intuitivas.
- No obstante,
la intuición subsiste, aunque vaga y, sobre todo, discontinua, semejante a
una lámpara casi apagada que se reanima a ratos, por breves instantes. Y
se reanima cada vez que está en juego un interés vital. Arroja una luz débil
y oscilante sobre nuestra personalidad, nuestra libertad, el lugar que
ocupamos en el Universo, sobre nuestro origen y quizá también sobre
nuestro destino; y aunque sea débil, sirve para romper la oscuridad de la
noche en que nos abandona la inteligencia.
La intuición,
actividad creadora en estado puro, es superior a la razón discursiva.
- De estas
intuiciones evanescentes, que iluminan su objeto sólo a ratos, debe
apoderarse la filosofía; en primer lugar para sostenerlas, y luego para
dilatarlas y unirlas en un conjunto. Cuanto más avanza en su trabajo, más
advierte que la intuición es el espíritu mismo y, en cierto sentido, la
vida misma: la inteligencia se recorta en ella a través de un proceso que
imita a ese que ha generado la materia. Sólo así se revela la unidad de la
vida mental: situándose en la intuición para moverse desde ésta a la
inteligencia, pues desde la inteligencia es imposible pasar a la
intuición.
IMPULSO VITAL
Consiste en la fuerza ciega e irracional
que determina el fluir de la vida y la evolución biológica. Procede sin
planificación alguna en todas las direcciones posibles de desarrollo sin seguir
un diseño determinado ningún fin ningún
objetivo. Es creación pura, libre e imprevisible.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO