Ir al contenido principal

Asesorías Filosóficas Personalizadas

Mostrar más

FEUERBACH


1804 – 1872 d.C.



Feuerbach fue un filósofo monotemático, interesado en la investigación de un único problema: <La primera tendencia que se hizo luz en mí no fue la ciencia o la filosofía, sino la religión. Como consecuencia de esta tendencia, hice de la religión el fin y la profesión de mi vida… Mi primer pensamiento fue Dios; el segundo, la razón; el tercero y último, el hombre>. En realidad, estaba interesado no tanto en el problema de la existencia de Dios como en el proceso de la formación de la idea de Dios en el pensamiento humano, y toda su filosofía puede resumirse en esta máxima: no es Dios quien crea al hombre, sino que es el hombre quien crea a Dios.

Nacido en Landshut (Baviera), Ludwig Feuerbach estudió teología en la Universidad de Heidelberg. Posteriormente se trasladó a Berlín para seguir los cursos de Hegel, por quien quedó literalmente deslumbrado (de Hegel he aprendido en un mes todo lo que antes no aprendí en dos años). La ruptura con su maestro, sin embargo, surgió pronto y se concretó en Pensamientos sobre la Muerte y la Inmortalidad, ensayo que por la tesis anticristiana que sostenía (inmortal es la humanidad, no el individuo singular) le costaría a Feuerbach la carrera universitaria. Su fama de ateísmo determinó la completa marginación del filósofo del ambiente académico. Sólo en 1848, invitado por la asociación de estudiantes revolucionarios de Heidelberg, tuvo la oportunidad de impartir un curso universitario, que sería publicado tres años más tarde (Lecciones sobre la Esencia de la Religión). El resto de su vida vivió en soledad, apartado y en miserables condiciones económicas.

Obras: Pensamientos sobre la Muerte y la Inmortalidad (1830); Crítica de la Filosofía Hegeliana (1839); La Esencia del Cristianismo (1841); La Esencia de la Religión (1845); Lecciones sobre la Esencia de la Religión (1851).


163 ¿Quién creó a Dios? El hombre.

EL PROBLEMA: ¿Qué es Dios? ¿Cómo nace la idea?
LA TESIS: Según Feuerbach, el misterio ínsito en toda religión puede ser desvelado derribando la impostación tradicional de la teología, afirmando que no ha sido Dios (lo abstracto) quien creó al hombre (lo concreto), sino que es el hombre quien ha creado a Dios. En la noción de Dios, de hecho, se concretan y proyectan ideas de perfección típicamente humanas: Dios es omnisciencia porque conocer y saber son valores muy apreciados por el género humano; es amor porque todos amamos y valoramos amar; es justicia porque es ésta la virtud de la que más sentimos la ausencia. Todas las cualidades del ser divino son atribuidas del ser humano. La religión es el conjunto de las relaciones del hombre consigo mismo, o más bien, con el propio ser, considerado, sin embargo, como otro ser. En suma: toda religión es una antropología vuelta del revés. Los textos a continuación y los siguientes han sido extraídos de La Esencia del Cristianismo.

Estamos habituados a creer que también las nociones abstractas tienen un referente natural. Aplicamos este hábito incluso a las nociones de razón y pensamiento, inventando así a Dios.

·Rigurosamente hablando, sólo cuando piensas en Dios, piensas. Y en verdad, sólo Dios es la facultad de pensar realizada, cumplida, llevada a cabo. Sólo pensando en Dios piensas la razón como ella es en realidad, incluso si después te presentas de nuevo –con la imaginación- a este ser como un ser distinto de la razón, pues tú, en cuanto ser sensible, estás habituado a distinguir el objeto de la intuición, el objeto real de la representación del mismo, y ahora transfieres a través de la imaginación este hábito al ser de la razón. Por ello, de nuevo atribuyes contradictoriamente a la existencia de la razón, al ser pensado, la existencia sensible de la que has hecho abstracción.

Dios es la inteligencia que se piensa a sí misma.

·En tanto que ser metafísico, Dios es la inteligencia satisfecha en sí misma, o viceversa: la inteligencia satisfecha en sí misma, la inteligencia que se piensa a sí misma como ser absoluto, es Dios en tanto ser metafísico. Por ello, todas las determinaciones metafísicas de Dios son determinaciones reales, si son reconocidas como determinaciones del  pensamiento.

Dios es la inteligencia que se confiere realidad a sí misma.

·Y así, entonces, el intelecto se pone a sí mismo como ser originario, primario y anterior al mundo: es decir, que hace de sí –el ser de la naturaleza primero por grado, pero último en el tiempo- el ser primero incluso en el tiempo.

Los hombres han atribuido a Dios las características de su inteligencia.

·El intelecto es, por sí, el criterio de toda realidad y de todo lo que puede efectuarse. Lo que es irracional se contradice y es nada; lo que contradice la razón, contradice a Dios. Si, por ejemplo, contradice a la razón el conectar al concepto de realidad suprema los límites de la espacialidad y de la temporalidad, niega a Dios, contradiciendo aquéllos su esencia. La razón sólo puede creer en un Dios en armonía con su esencia, en un Dios que no está por debajo de su propia dignidad, sino que, al contrario, representa sólo su propia esencia. La razón no se hace dependiente de Dios, sino que hace depender a Dios de ella.

Los atributos de Dios son los instrumentos de la inteligencia humana.

·Lo que yo reconozco como esencial al intelecto, lo pongo como siendo en Dios. Dios es aquello que el intelecto piensa como lo sumo. Pero, precisamente en lo que yo reconozco como esencial, se revela la esencia de mi intelecto, se muestra la fuerza de mi capacidad de pensar.

Pensando a Dios, el hombre se construye a sí mismo.

·Tal como piensas a Dios, te piensas a ti mismo; la medida de tu Dios es la medida de tu intelecto. Si piensas a Dios como limitado, tu intelecto es limitado; si piensas a Dios como ilimitado, tampoco tu intelecto conocerá límites. Si, por ejemplo, piensas a Dios como un ser corpóreo, no puedes pensarte sin cuerpo; si, en cambio, niegas la corporeidad en Dios, entonces afirmas y atestiguas con ello la libertad de tu intelecto respecto a los límites de la corporeidad.

Toda imagen de Dios describe una cualidad humana al infinito.

·Al pensar en un ser sin límites estás representando sólo sensiblemente tu intelecto sin límites. Declarando pues, a este ser sin límites como el más esencial de todos los seres, como el ser supremo, en verdad no dices más que esto: el intelecto es el ser supremo.

Dios es Uno porque es la proyección de la unicidad de los procedimientos lógicos y racionales.

·La unidad del intelecto es la unidad de Dios. La conciencia de su unidad y universalidad es esencial al intelecto; él mismo no es más que la conciencia de su unidad como absoluta unidad. En otros términos: lo que para el intelecto es conforme al intelecto, para él es una ley absoluta, universalmente válida; se le hace imposible pensar que lo que lo contradice, falso y sin sentido, sea, en alguna ocasión, verdadero; y viceversa: que en alguna ocasión sea falso lo que es verdadero, irracional lo que es racional.

La teología describe a Dios como el ser perfecto; es decir, no comparable con nada, excepto consigo mismo.

·El intelecto es el ser infinito. La infinitud se identifica inmediatamente con la unidad, y la finitud con la multiplicidad: la finitud, en sentido metafísico, se funda en la distinción entre existencia y esencia. Finito es aquello que puede ser confrontado con otros individuos de la misma especie; infinito es aquello similar sólo a sí mismo: carece de iguales y, por lo tanto, no puede incluirse como individuo en un género, sino que más bien es indistintamente género e individuo en uno, esencia y existencia.

También la mente humana no puede compararse a nada que no sea ella misma.

·Tal es, precisamente, el intelecto. Él tiene su esencia en sí mismo. Por consiguiente, no tiene nada junto a sí ni fuera de sí que pueda serle sustituto; es incomparable porque él mismo es la fuente de todas las comparaciones; es inconmensurable porque él es la medida de todas las medidas, porque medimos todo con el intelecto; no puede ser subordinado a ningún ser superior de ningún género porque él mismo es el principio de todas las subordinaciones, subordina a sí mismo todas las cosas y todos los seres.

Para la mente (y, por lo tanto, para Dios), la existencia es indistinguible de la esencia.

·Las definiciones de los filósofos especulativos de Dios como el ser en el que no se puede distinguir existencia y esencia, como el ser que es, él mismo, todos los atributos que posee, así como que en él predicado y sujeto son idénticos, todas estas definiciones son sólo conceptos deducidos de la esencia del intelecto.

Dios es pensado como ser necesario porque las ideas de necesidad y de realidad de la existencia son connaturales a nuestra psique.

·El intelecto –o la razón- es, en definitiva, el ser necesario. La razón es porque sólo la existencia de la razón es razón, porque si no hubiese ninguna razón, ninguna conciencia, todo (tanto el ser como el no ser) sería nada. Sólo la conciencia funda la diferencia entre ser y no ser. Sólo en la conciencia se revela el valor del ser, el valor de la naturaleza. Porque, ¿Existe, en general, algo? ¿Existe el mundo? Simplemente porque, si no existiese algo, no existiría nada; si no hubiese razón, existiría la irracionalidad. Por lo tanto, el mundo es porque sería absurdo que el mundo no fuese. Hallarás el verdadero sentido de su ser en el absurdo de su no ser.

La omnipotencia de Dios es la proyección al infinito de la autosuficiencia de la razón humana.

·La razón es el ser objetivándose como objeto final a sí mismo; es el objeto último de las cosas. Lo que es objeto a sí mismo es el ser supremo, el ser último. Lo que está en posesión de sí mismo es omnipotente.


164 Del hombre que cree al hombre que piensa.

EL PROBLEMA: ¿En qué consiste el fenómeno religioso?
LA TESIS: Toda religión representa una forma de alienación, una verdadera y propia patología del espíritu en la que el hombre proyecta su humanidad fuera de sí, creando inconscientemente un ídolo al que luego se somete. Por consiguiente, cualquier progreso en el campo teológico se trasmuta en una correspondiente reducción de la humanidad. La gloria de Dios se basa exclusivamente en la disminución del hombre, la beatitud divina en la miseria humana, la divina sabiduría en la humana locura, la potencia divina en la debilidad humana. El ateísmo se convierte, por lo tanto, en un deber ético del hombre que se ha reencontrado a sí mismo. Es necesario transformar a los hombres de amigos de Dios en amigos de los hombres, de hombres que creen en hombres que piensan; de candidatos al más allá a estudiosos del más acá; de cristianos –es decir, hombres que se reconocen como mitad animales y mitad ángeles- en hombres en su totalidad.

La religión es una ilusión perniciosa.

·En su relación con las ideas religiosas, la razón consciente no tiene más que destruir una ilusión. Una ilusión, sin embargo, todo lo contrario a inocua, puesto que ejercita sobre el hombre una influencia fundamentalmente perniciosa y funesta, destruye sus fuerzas para la vida real y le hace perder el sentido de la verdad y de la virtud.

El amor religioso es contra natura.

·El mismo amor, en efecto, el sentimiento en sí más puro, es corrompido por la religión y transformado en un sentimiento puramente ilusorio y aparente. El amor religioso no ama al hombre más que por amor a Dios: es decir, ama al hombre sólo aparentemente, cuando en realidad ama a Dios.

Dios es pensado en contraposición a lo humano.

·La religión es la escisión del hombre consigo mismo: él se coloca frente a Dios como ser contrapuesto. Dios no es lo que es el hombre; el hombre no es lo que es Dios. Dios es el ser infinito, el hombre es el ser finito; Dios es perfecto, el hombre es imperfecto; Dios es eterno, el hombre es temporal; Dios es omnipotente, el hombre es impotente; Dios es santo, el hombre pecador. Dios y el hombre son extremos: Dios es el polo positivo, la suma de todas las realidades; el hombre el polo negativo, la suma de todas las nulidades.

El hecho mismo de que el hombre se sienta escindido de Dios significa que éste no es verdaderamente otro ser.

·Mas en la religión, el hombre tiene como objeto su ser ignoto. Debe demostrarse, por tanto, que esta antítesis, este desacuerdo entre Dios y el hombre en el que se basa el origen de la religión, es una falta de armonía del hombre con su propio ser. La íntima necesidad de esta demostración surge ya del hecho de que si realmente el ser divino, que es el objeto de la religión, fuese algo distinto al ser del hombre, no se podría verificar un desacuerdo. Si Dios realmente es otro ser, ¿Qué me importa su perfección?

Sólo se puede escindir lo que en sí es unitario.

·Sólo hay escisión entre seres que están en discordia uno con otro, pero deben ser un solo ser, pueden serlo y, por consiguiente, esencialmente, verdaderamente, son un solo ser.

Dios, por lo tanto, es una creación de la mente.

·Por lo tanto, de este principio general debe ya resultar que el ser, del cual el hombre se siente dividido, es un ser innato en él, pero al mismo tiempo un ser de naturaleza distinta, como el ser o el poder que le da el sentimiento, la conciencia de la conciliación, de la unidad con Dios, o lo que hace todo uno consigo mismo.

Dios es objetivación de la razón humana.

·Este ser no es más que la inteligencia, la razón o el intelecto. Concebido como el extremo opuesto al hombre, no como un ser humano (es decir, personalmente humano), Dios es el ser objetivado por el intelecto. El ser divino, puro, perfecto, privado de defectos, es la autoconciencia que posee el intelecto de la propia perfección. El intelecto no conoce los sufrimientos del corazón; no siente deseos, pasiones o necesidades, y precisamente por eso, no conoce ninguna deficiencia o debilidad, como el corazón.




 TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO