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Asesorías Filosóficas Personalizadas

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FICHTE


1762 – 1814 d.C.



La vida de Johann Gottlieb Fichte parece confirmar el principio fundamental de su doctrina: no hay límites objetivos insuperables a la libertad del hombre; cualquier individuo, siempre que lo desee con la debida intensidad, puede superar todos los obstáculos con tal de realizarse plenamente a sí mismo. Nacido en el seno de una humilde familia campesina, conoció lo que es y significa la miseria (de niño trabajó cuidando ocas). Su extraordinaria inteligencia atrajo el interés de un rico y noble ciudadano de su ciudad natal, Rammeneau (Sajonia), quien le pagó los estudios. Fichte se inscribió en la facultad de Teología de Jena y comenzó a estudiar apasionadamente los textos de Kant, hasta el punto de que su primer escrito juvenil (Ensayo de una Crítica de toda Revelación, 1791), publicado anónimamente, fue atribuido al mismo Kant, quien tuvo que intervenir para aclarar el equívoco. Convertido de pronto en un autor famoso, Fichte fue reclamado por la Universidad de Jena, donde residió durante cinco años –quizá los mejores de su vida- tan plenos de acontecimientos y de obras, que acabó despertando la envidia de sus colegas. La ocasión para desacreditarle tuvo su origen en una polémica sobre ateísmo: Fichte siempre generoso y apasionado en la polémica intelectual, se comprometió demasiado en la defensa de un discípulo suyo, acusado de sostener que el ateísmo no era sinónimo de inmoralidad y que si la ética constituía el núcleo esencial de cualquier religión, se podía ser religioso (virtuoso) aun sin creer en Dios. Fichte fue despedido y tuvo que comenzar de nuevo. Abandonó Jena para trasladarse a Berlín, ciudad en la que sobrevivió gracias a clases privadas. Volvió así a vivir en una situación de suma pobreza, que sin embargo aceptó con orgullo, considerándolo como una ocasión de crecimiento moral. Poco tiempo después volvió a la enseñanza y en 1810, año de la fundación de la Universidad de Berlín, fue nombrado profesor y más tarde rector de la misma. A tan extraordinario acontecimiento contribuyó sin duda el compromiso político en la lucha contra Napoleón, manifestado en su Discurso a la Nación Alemana. Fichte murió con poco más cincuenta años, como consecuencia indirecta de su compromiso moral: fue contagiado de cólera por su mujer, quien lo había contraído socorriendo a soldados como enfermera voluntaria en varios hospitales militares.

Obras: Lecciones sobre el Destino del Sabio (1794); Principios Fundamentales de la Doctrina de la Ciencia (1794); Introducciones a la Doctrina de la Ciencia (1797); Discurso a la Nación Alemana (1808).

145 Todo lo pone el sí mismo.

EL PROBLEMA: ¿Es posible determinar el principio fundamental del conocimiento? ¿Qué es el conocimiento?
LA TESIS: Según Fichte, todo el sistema del saber se basa en un acto de espontánea, intuitiva y no condicionada autocreación del sujeto pensante. Incluso antes de enunciar cualquier juicio, aunque sea una simple comprobación de semejanza (como A=A), el sujeto debe intuirse a sí mismo como conciencia pensante. Así pues, el verdadero principio base de todo saber reside en la autoconciencia, en la afirmación yo soy (Yo=Yo). Esto cambia los términos fundamentales con los que se había abordado hasta entonces el problema del conocimiento. La validez de un acto cognoscitivo no depende ya de una presunta correspondencia entre el objeto pensado y el sujeto pensante, sino que se basa en una actividad totalmente interior al sujeto e independiente del mundo. El texto reproducido y los dos siguientes han sido extraídos de la Doctrina de la Ciencia.

El objeto de la investigación es hallar el principio fundamental del conocimiento.

  • Debemos investigar el principio absolutamente primordial, absolutamente incondicionado, del conocimiento humano. Aunque se trata de un principio absolutamente primordial, no se puede demostrar ni determinar.
Pese a ser verdaderamente fundamental, este principio no podrá ser demostrado, sino tan sólo aceptado.

  • Debe expresar ese acto que no se presenta ni puede presentarse, entre las determinaciones empíricas de nuestra conciencia, sino que se halla más bien en la base de toda conciencia y sólo la hace posible.
El principio de identidad parece ser prioritario, fundamental.

  • Ciertamente, solemos admitir la proposición A es A (o lo que es lo mismo, que A=A, puesto que éste es el significado de la cópula lógica) sin pensar lo más mínimo en ella, puesto que la reconocemos como totalmente cierta e indudable.
Pero un juicio de identidad ya es un producto del pensamiento; ya es el acto de un sujeto.

  • Con la proposición A=A se juzga. Pero todo juicio es, según la conciencia empírica, un acto del espíritu humano, pues posee todas las condiciones del acto en la autoconciencia empírica; condiciones que, para agilizar la reflexión, deben presuponerse como sabidas y ciertas.
Sin embargo, el sujeto debe reconocerse como tal con mayor profundidad. La autoconciencia del sujeto es el principio fundamental.

  • En la base de este acto existe algo que no se basa en nada superior, es decir,  X=Yo soy. Por eso, éste es el fundamento puesto y basado absolutamente en sí mismo, base primordial de un determinado actuar del espíritu humano (anterior a todo actuar, como nos lo demostrará toda la doctrina de la ciencia) y, por lo tanto, su puro carácter, el puro carácter de la actividad en sí, hecha abstracción de las particulares condiciones empíricas de la misma.
La originaria e incondicionada autoposición creativa del sujeto está en la base de todo conocimiento.

  • La proposición Yo soy Yo tiene un valor incondicional y absoluto. Vale no sólo en cuanto a la forma, sino también respecto a su contenido.

146 Es el Yo quien determina lo que no es.

EL PROBLEMA: ¿Qué características debe tener un ser pensante? ¿Cuál es el objeto del conocimiento?
LA TESIS: La novedad de la doctrina de Fichte radica en la definición del sujeto pensante ya no en términos de ser, como en toda la tradición filosófica precedente, sino en términos de actividad. En efecto, el primer paso de la deducción en Fichte –la afirmación de que el Yo se posiciona a sí mismo (véase 145)-, significa que cualquier sujeto pensante está perenne e inconscientemente empeñado en una obra de definición de sí mismo, de lo que él es y, por lo tanto, por antítesis dialéctica, de lo que no es. De ello se deduce el segundo momento de la deducción, resumido, según Fichte, en la fórmula El Yo pone el no-Yo. Ambos momentos comprenden la conciencia y son necesarios a ella, que asume por ello una naturaleza contradictoria. En efecto, el pensamiento es a un mismo tiempo tanto autoconciencia del sujeto pensante como identificación con el concepto pensado (este segundo aspecto es lo que comúnmente llamamos pensamiento). De este modo, según Fichte se origina una contradicción, que no es sino la actividad en que precisamente consiste la conciencia. Con otras palabras: ser un individuo significa reconstruirse en todo momento, estableciendo, por oposición antitética al mundo entero, lo que se es.

La autoconstrucción del Yo implica la determinación de un contrario.

  • Nada se ha puesto originariamente, excepto el Yo; sólo éste ha sido puesto absolutamente. Por ello, así, es posible oponerse al Yo absolutamente. Y lo que se opone al Yo es el no-Yo.
Toda afirmación implica una negación; toda tesis implica una antítesis.

  • De la proposición material Yo soy se dedujo, a través de la abstracción de su contenido, la proposición puramente formal y lógica A=A. De la proposición enunciada en el presente párrafo se deduce, a través de la misma abstracción, el principio lógico –A no es =A, al que yo denominaré principio de oposición (…) Al Yo se opone absolutamente un no-Yo (…) en virtud de la pura oposición del no-Yo al Yo. Lo contrario de todo lo que pertenece al Yo, debe pertenecer al no-Yo…

YO

El Yo, pronombre con el que cada individuo se designa a sí mismo, se convirtió en objeto de reflexión a partir de Descartes, quien asumió el fenómeno de la conciencia de sí como definición del hombre (véase 94). Fichte entiende con este término una actividad absoluta, libre, incondicionada y en cierto modo divina, según la cual todo individuo se construye a sí mismo.

NO-YO

Por exclusión, Fichte entiende por no-Yo todo lo que lo distingue de sí mismo: los objetos, el mundo en su totalidad, los demás seres humanos. Incluso el cuerpo del sujeto sede del Yo, entendido como autoconciencia, forma parte del no-Yo.


147 Cuando el Yo enfrenta al no-Yo.

EL PROBLEMA: ¿En qué consiste el conocimiento? ¿En qué consiste la ley moral?
LA TESIS: El tercer paso de la deducción metafísica en Fichte constituye una síntesis de los dos anteriores, pero se sitúa en un plano distinto. Efectivamente, mientras que las dos primeras etapas –la construcción del Yo por parte de sí mismo y la simultánea delimitación del no-Yo- suceden por debajo del conocimiento consciente del sujeto –es decir, sin que se dé cuenta de ello-, la etapa tercera considera las relaciones entre Yo y no-Yo tal como aparecen en la percepción consciente de la realidad. Yo y no-Yo se manifiestan aquí como datos objetivos, separados y diferenciados. En el estado de conciencia de la vida ordinaria, el no-Yo (el mundo, la naturaleza, los demás seres humanos) representa tanto al objeto del conocimiento como al límite que se interpone a nuestra libertad. El segundo aspecto es el que interesa sobre todo a Fichte, puesto que si verdaderamente el no-Yo es en realidad fruto de una actividad inconsciente del individuo, puede concluirse que no existen verdaderos obstáculos para explicar su libertad más que los que él mismo se ponga. No hay límites objetivos a la libertad: todo individuo puede llegar a ser (o mejor: ya lo es) lo que realmente desee ser. El fin de la filosofía, por lo tanto, es ayudar al hombre a liberarse por sí mismo de los vínculos que él mismo se determina, y a hacerlo como parte de un proceso inconsciente de autoconstrucción metafísica. Lo importante, sintetiza el filósofo, no es ser libre, sino liberarse.

El Yo y el no-Yo coexisten contradictoriamente en la conciencia.

  • Las oposiciones que deben ser unificadas están en el Yo como conciencia. Tanto el Yo como el no-Yo son productos de actos originarios del Yo. La conciencia misma es un producto del primer acto originario del Yo, aquel por el que el Yo se pone a sí mismo.
La autoconstrucción del Yo aparece como un proceso activo. El no-Yo parece oponerse a la conciencia de manera pasiva.

  • El Yo es absoluta y simplemente activo. Éste es el presupuesto absoluto. De ello se deduce en primer término una pasividad del no-Yo, en tanto debe determinar al Yo como inteligencia. La actividad opuesta a esta pasividad es puesta en el Yo absoluto como actividad determinada, como aquella actividad por la que el no-Yo se determina. Por eso, de la actividad absoluta del Yo se deduce una cierta actividad determinada por él.
En la conciencia coexisten un momento infinito y otro finito.

  • En un sentido, el Yo debería ser puesto como infinito y, en otro sentido, como finito. Si fuese puesto como finito e infinito en un solo e idéntico sentido, la contradicción sería insoluble; el Yo no sería uno, sino dos. Por lo tanto, ¿En qué sentido el Yo es puesto como infinito y en qué otro como finito? Una y otra cualidad le son atribuidas absolutamente; el puro acto de su posición es el fundamento tanto de su infinitud como de su finitud.
La autoconciencia del Yo, en tanto que actividad espontánea y no condicionada, es un proceso infinito.

  • En cuanto el Yo es puesto como infinito su actividad (de poner) recae sobre el Yo mismo y sobre nada más que el Yo. Toda su actividad recae sobre el Yo, y esta actividad es la base y el ámbito de todo ser. Por esto el Yo es infinito: porque su actividad vuelve en sí misma. Y en este sentido, pues, también su actividad es infinita, puesto que infinito es lo producido por ella: el Yo.
En el momento en que la conciencia pone, el no-Yo participa de la finitud de este último.

  • En cuanto el Yo pone límites y, según lo que arriba se ha dicho, en cuanto se pone a sí mismo dentro de estos límites, su actividad (la de poner) no recae inmediatamente sobre sí misma, sino que opera un no-Yo que debe ser contrapuesto. Por ello ya no es actividad pura, sino actividad objetiva (que pone un objeto). Así pues, el Yo es finito, en tanto que su actividad es objetiva.
Pero en el acto de limitarse, la conciencia percibe su propia limitación, lo que la devuelve a una espiritualidad ilimitada, infinita.

  • El Yo pone absolutamente un objeto (un no-Yo que se le opone, contrario). Por esto, el Yo depende en su puro poner sólo de sí mismo, y de nada más fuera de sí… Así pues, el Yo es absolutamente limitado; pero ¿Dónde está su límite? El punto de confín se halla donde el Yo lo pone: en la infinitud. El Yo es finito porque deber ser limitado; pero es infinito en esa finitud porque el límite puede ser puesto siempre más allá, tendiendo al infinito. El Yo es infinito en cuanto a su finitud, y finito en cuanto a su infinitud.
Al explicarse de la potencia creativa del (de la) sujeto, la finitud del no-Yo resulta ser, en definitiva, un <obstáculo necesario>.

  • El objeto no es puesto sino en tanto se resista a una actividad del Yo. Sin esta actividad del Yo, no hay objeto. Respecto al objeto, esa actividad se halla en la misma relación que lo determinante con lo determinado. Un objeto puede ser puesto sólo en tanto se resista a esa actividad, y en tanto no se resista a ella, no hay objeto.
Conocimiento y actividad son procesos dinámicos, una continua superación por parte del Yo de la resistencia opuesta por el no-Yo.

  • El resultado de las investigaciones llevadas a cabo hasta el momento es, por lo tanto, el siguiente: respecto a un objeto posible, la actividad pura del Yo que se vuelve sobre sí misma resulta un esfuerzo; y conforme a lo demostrado antes, más bien un esfuerzo infinito. Este esfuerzo infinito representa la condición de la posibilidad de todo objeto: sin esfuerzo, no hay objeto.

CONCIENCIA/AUTOCONCIENCIA

En filosofía, estos dos términos tienen respecto al uso que se hace de ellos en la vida cotidiana un significado técnico más complejo. La autoconciencia, en efecto, es algo más profundo que la mera conciencia de sí mismo, pues es muy distinto el modo en que se es consciente de sí que el modo en que se es consciente de la existencia de los objetos del mundo. Pensar algo, tener conciencia, presupone, implícitamente, la conciencia de existir como autoconciencia, como sujeto dotado de la conciencia de sí mismo.


148 La misión del intelectual.

EL PROBLEMA: ¿En qué consiste la ley moral? ¿Cuál es el deber social del intelectual?
LA TESIS: La metafísica idealista elaborada por Fichte (véase 146), que hace del no-Yo el producto de una actividad inconsciente del Yo, establece las premisas de una ética basada en la noción de superación. Si en efecto el Yo se construye a sí mismo y al mundo que lo rodea, entonces todos los obstáculos que se oponen a la perfecta realización de su libertad podrían ser superados, pues no son más que productos de su actividad interna. En realidad, lograr el total dominio del mundo exterior y someter a la propia voluntad todo lo que parezca casual e irracional constituye una meta utópica. Si el hombre lograse ese empeño, se volvería semejante a Dios. Pero lo importante no es ser libre –es decir, gozar de una libertad objetiva-, sino liberarse: es decir, esforzarse en tender al perfeccionamiento de sí mismo y de la sociedad en la que se vive. (De Lecciones sobre el Destino del Sabio.)

La tarea del hombre, someter la realidad a la ley moral, es infinita. La ética impone una continua superación de los resultados conseguidos.

  • Someter a uno y dominar libremente, según la propia ley, todo lo que es irracional es el fin último del hombre. Fin que es absolutamente inalcanzable y que seguirá siéndolo por siempre, hasta que el hombre deje de ser hombre y se convierta en Dios.
La ética se convierte en el esfuerzo dinámico hacia una meta inalcanzable.

  • Está, efectivamente, implícito en el concepto mismo de hombre el que su meta última deba seguir siendo inalcanzable, y que su camino hacia ella no tenga nunca fin.
La ética es incesante autoperfección.

  • Hay que afirmar, pues, que la misión del hombre no es alcanzar esta meta, sino que puede y debe acercarse cada vez más a ella. Y por ello, el acercamiento indefinido a dicha meta es su verdadera misión como hombre; es decir, como ser racional pero limitado, como ser sensible pero libre.
La tarea del intelectual es guiar a la sociedad en su proceso de liberación.

  • Si se define la completa armonía con uno mismo con la palabra perfección –tomada en el más alto sentido del término, como puede definirse exactamente-, la perfección deberá ser entonces la meta más alta e inalcanzable del hombre; su perfeccionamiento indefinido.
El intelectual debe educar sobre todo con el ejemplo de su propia vida.

  • El objetivo de todos estos conocimientos es, por lo tanto, lo que hemos determinado: lograr por medio de ellos que todas las actitudes de la humanidad se desarrollen uniformemente, pero con un progreso constante. De esto se infiere la verdadera misión de la clase de los sabios: la suprema vigilancia del progreso efectivo del género humano y el incesante incremento de este progreso.
La sociedad debe ser guiada por hombres de moral intachable.

  • La finalidad última de todo hombre y también de toda la sociedad –y, de hecho, también de todo lo que el sabio realice en la sociedad- es el perfeccionamiento moral de todos los hombres: el sabio debe convertir este deber último en su principal objetivo, y debe tenerlo siempre presente cuando actúe en la sociedad. Nadie que no sea un hombre recto podrá trabajar con éxito en la perfección moral de los demás… Por lo tanto, considerado bajo este último aspecto, el sabio debe ser el hombre mejor dotado moralmente de su época: debe ser capaz de alcanzar el más alto grado de la perfección moral posible de su tiempo.

149 ¿Dogmatismo o idealismo? Depende del carácter.

EL PROBLEMA: ¿Por qué se elige un sistema filosófico? ¿Qué sistema filosófico garantiza la libertad?
LA TESIS: Fichte sintetiza todas las posibilidades filosóficas en dos perspectivas fundamentales: 1) El dogmatismo, que considera la libertad del individuo como fundamentalmente determinada por su experiencia vital; 2) El idealismo, que, aun negando la importancia del aprendizaje, considera al individuo esencialmente libre, como un constructor de sí mismo capaz de imponer al mundo su propia voluntad. Ambas teorías parecen situarse en el mismo plano, pues no existen argumentos decisivos a favor ni de una ni de otra. En realidad, dice Fichte, la elección no se produce según un convencimiento puramente racional, sino según el carácter y las cualidades morales del sujeto. En conclusión, quien es idealista –es decir, interiormente libre-, profesa el idealismo y vive en un mundo efectivamente libre; el que es dogmático, por el contrario, cree vivir en un mundo dominado por la necesidad objetiva, porque en su interior ya no siente amor por la libertad. (De La Doctrina de la Ciencia.)

Idealista es quien cree en su propia libertad; dogmático quien se considera determinado por el mundo en que vive.

  • Idealismo y dogmatismo: éstos son los únicos sistemas filosóficos posibles. Según el primero de ellos, las representaciones acompañadas del sentimiento de necesidad son producto de la inteligencia (que es el presupuesto que las justifica); mientras que según el segundo sistema, son el producto de algo existente en sí mismas y que es su explicación…
Ambas filosofías son incompatibles entre sí.

  • Ninguno de estos dos sistemas puede confutar directamente al otro, pues la polémica que tienen entablada se refiere al primer principio, que no puede ya deducirse de otro. El uno logrará confutar el principio del otro sólo cuando sea admitido el suyo propio. Se niegan total y absolutamente.
Es necesario analizar los criterios de preferencia.

  • De ello se deriva una cuestión interesante: a alguien que se apercibiese de este hecho –lo que no es difícil en absoluto- ¿Qué le induciría a preferir uno de los dos sistemas, y no otro?... La discusión entre el idealista y el dogmático estriba propiamente en esto: si la autonomía del Yo debe sacrificarse a la de la cosa, o viceversa.
La elección depende de las cualidades humanas del sujeto.

  • La elección de una filosofía depende, pues, de cómo uno sea, pues un sistema filosófico no es un utensilio muerto que pueda dejarse o tomarse según se nos antoje, sino que está animado por el alma de la persona que lo posee.
La filosofía de un individuo depende de su carácter.

  • Un carácter débil por naturaleza o debilitado por la frivolidad, el lujo refinado y la servidumbre espiritual, no se elevará nunca hasta el idealismo… Para ser filósofo (suponiendo que el idealismo se confirme como la única filosofía verdadera), hay que haber nacido filósofo, haber sido educado filósofo y haberse educado a sí mismo para serlo. No hay arte humana que convierta a nadie en filósofo.
El idealismo, filosofía de la libertad, es característico de la juventud.

  • Por ello, esta ciencia se augura muy pocos prosélitos entre los hombres ya hechos; si quiere tener alguna esperanza, deberá buscarla en la juventud, cuya fuerza innata aún no ha sucumbido a la laxitud de nuestra época.

IDEALISMO/DOGMATISMO

Tomemos un sujeto pensante cualquiera y examinemos sus pensamientos. Según Fichte, hay dos alternativas posibles: o se concluye que todas las actividades mentales del sujeto son causadas por la experiencia anterior y actual –y se cree, por lo tanto, que el hombre está determinado por lo externo, que está condicionado por las percepciones y por la realidad-, o bien se infiere que, a pesar del evidente aporte de la experiencia, la espiritualidad supera el horizonte de la realidad concreta y se cree por lo tanto en un hombre libre, constructor de sí mismo. En el primer caso (una filosofía del dogmatismo), la inteligencia se modela a partir de la realidad. En el segundo caso, en cambio, es la misma realidad la que es, en un último análisis, un producto de las actividades de la inteligencia.


150 La supremacía del pueblo alemán.

EL PROBLEMA: ¿En qué consiste el carácter de un pueblo? ¿Cuál es el papel que tiene la lengua en la formación de una cultura?
LA TESIS: No es la mezquina situación geográfica lo que determina la realidad de un pueblo, puesto que el hombre funda una patria bajo cualquier pedazo de cielo, sino un elemento espiritual: la lengua. En efecto, el lenguaje no es sólo un medio de comunicación, sino también el instrumento con el que la conciencia construye su propia espiritualidad. En cierto sentido, somos las palabras que utilizamos. Sobre este trasfondo resulta importante la peculiaridad mostrada por el pueblo alemán, que ha sido capaz de conservar su lengua original intacta. Según Fichte, haber rechazado sistemáticamente cualquier contaminación lingüística con los demás pueblos es la demostración de la superioridad de los alemanes, de su amor a la libertad, sostenido por una connatural espiritualidad idealista. Esto les convierte en los únicos depositarios en el mundo moderno de la antigua sabiduría original, amén de conferirles el deber de civilizar al resto de la humanidad. (De Discurso a la Nación Alemana.)

Los pueblos se distinguen por el territorio que habitan y por la lengua que hablan.

  • La primera diferencia entre el destino de los alemanes y el de los otros pueblos de origen germánico estriba en que los alemanes se quedaron en los primitivos asentamientos del pueblo originario, mientras que los otros emigraban a nuevas regiones. Los alemanes conservaron su lengua y la desarrollaron; los otros adoptaron una lengua extranjera que, lentamente, transformaron a su modo. De esta diferencia inicial surgieron las ulteriores diferencias.
El elemento geográfico, que los teóricos del Estado suelen considerar de gran importancia, no tiene en realidad ninguna.

  • De los cambios que hemos señalado, el primero –cambiar de territorio- es insignificante. El hombre reconstruye una patria bajo cualquier pedazo de cielo y las costumbres nacionales, lejos de modificarse con el cambio de región, frecuentemente se imponen a la nueva patria y la modifican. Con todo, la diversidad de las influencias naturales en las zonas habitadas por pueblos germanos no es demasiado grande.
Los alemanes también han protagonizado cambios territoriales, pero ello no ha influido en su carácter.

  • Ni debe darse importancia a la circunstancia de que, en los pueblos conquistados, los germanos se hayan mezclado con las poblaciones indígenas, pues los vencedores, los dominadores –y, por lo tanto, los forjadores del nuevo pueblo surgido de la fusión de las dos razas- fueron únicamente los germanos. Por otra parte, la misma mezcla que se dio entre los germanos inmigrantes y los galos, cántabros y demás pueblos, se dio –si bien en menor medida- entre los germanos que permanecieron en su patria y los esclavos, de manera que ninguno de los pueblos de estirpe germánica puede jactarse de tener mayor pureza de raza que otro.
La diferencia reside en la lengua.

  • Mucho más importante –tanto como para establecer una absoluta antítesis entre los alemanes y los demás pueblos de ascendencia germánica- es la segunda diferencia: la de la lengua.
La lengua es sede de la identidad cultural.

  • Y quiero decir claramente que la importancia del hecho no reside en la naturaleza específica de la lengua que conserve una estirpe, o de la que otra estirpe asuma, sino en que el primer pueblo conserve su propia lengua y que el segundo asuma una lengua extranjera. Y tampoco lo que importa es saber de quiénes descienden los que siguen hablando de su propia lengua, pero sí que esta lengua se haya hablado sin interrupción, puesto que los hombres son forjados por la lengua en mayor medida que la lengua es forjada por los hombres…
Es la comunidad lingüística la que forja el espíritu de un pueblo.

  • Si llamamos pueblo a los individuos que viven en las mismas condiciones externas capaces de influir en su lengua, y que son además capaces de perfeccionar dicha lengua mediante el continuo intercambio que hacen de ella, habrá que decir que la lengua de este pueblo es lo que es necesariamente, y que no es el pueblo quien expresa sus conocimientos, sino que son los conocimientos los que se expresan a través de él.
El pueblo alemán es el único que ha conservado una lengua originaria.

  • Después de milenios y a pesar de las transformaciones que durante dicho período ha sufrido sin duda la forma externa de la lengua de este pueblo, dicha lengua sigue siendo única, originaria, viva fuerza vocal de la naturaleza obligada a brotar, a fluir sin tregua a través de las cambiantes vicisitudes, hasta llegar a ser lo que la necesidad exigía que llegase a ser, y que será en el futuro lo que la necesidad le obligue a ser.
Se presenta a los pueblos la misma alternativa entre creer en el idealismo –la doctrina de la libertad- o en el dogmatismo (véase 149).

  • He aquí finalmente, en toda su nitidez, lo que hemos entendido como alemán en todo lo tratado anteriormente. El verdadero rasgo distintivo entre los hombres consiste en esto: o se cree que existe en el individuo un elemento absolutamente primitivo y originario, o se cree en la libertad, en una perfectibilidad infinita, en el progreso eterno de la raza humana; o no se cree en ninguna de estas cosas, sino que se cree ver y entender claramente que en la vida se da justamente todo lo contrario.
La filosofía del pueblo alemán es el idealismo. Es deber de todo alemán contribuir a la realización de la misión común.

  • Todos aquellos que, creando ellos mismos o produciendo, viven una vida nueva o, si no llegan a tanto, al menos rechazan resueltamente la nada y esperan temerosos a poder asirse al flujo de la vida; o si ni siquiera llegan a eso pero buscan al menos la libertad y antes que odiarla o temerla, la aman, todos éstos son hombres vivos y, considerados como pueblo, son un pueblo original. Son el pueblo por excelencia. Son alemanes. Todos los que se resignan a ser un simple producto secundario, una rama; todos los que se conocen y reconocen como tales y así lo son efectivamente en la realidad y a causa de esa creencia llegarán a serlo cada vez más, son un apéndice de la vida que existía antes de ellos y que sigue fluyendo con ellos gracias a su propio impulso. Son el eco de una voz ya apagada. Son, en definitiva, extraños al pueblo original. Para éste, no son más que extranjeros y forasteros.



TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO