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FREUD


1856 – 1939 d.C.



Nacido en Freidberg, Checoslovaquia, a los cuatro años Sigmund Freud se trasladó con su familia a Leipzig, Alemania, y más tarde a Viena. Obtuvo la licenciatura en medicina y luego se especializó en neurología. Se inició trabajando en el hospital psiquiátrico de París, donde conoció la terapia por hipnosis que el doctor Charcot aplicaba a sus pacientes histéricas. Luego se interesó por el método catártico de Breuer, con quien publicó en 1895 Estudios sobre la Histeria. La muerte de Breuer y la del padre de Freud (1896) provocaron en él una profunda crisis que logró superar gracias al autoanálisis psíquico. Cuatro años más tarde, en el ocaso del siglo, el ensayo sobre La Interpretación de los Sueños concluía el período de la fundación teórica de la nueva ciencia psicoanalítica. En las cuatro décadas siguientes, superada la inicial hostilidad del ambiente científico vienés, Freud se dedicó tanto a la promoción del movimiento psicoanalítico –fundando en 1910 la Asociación Psicoanalítica Internacional- como al esclarecimiento de las numerosas implicaciones de orden filosófico de su doctrina. Inicialmente desarrollado exclusivamente en el ámbito clínico, el psicoanálisis se convirtió así en una nueva visión del mundo, elaborando una teoría propia sobre el arte, la historia y la civilización. A causa de sus orígenes judíos, Freud tuvo que abandonar Viena tras la invasión nazi de 1938 (sus obras alimentaron las hogueras nazis de textos degenerados). Murió en Londres un año más tarde, víctima de un cáncer de garganta.

Algunas de sus numerosas obras: La Interpretación de los Sueños (1900); Psicopatología de la Vida Cotidiana (1901); Tres Ensayos de Teoría Sexual (1905); Un Recuerdo Infantil de Leonardo Da Vinci (1910); Tótem y Tabú (1913); Más allá del Principio de Placer (1920); El Porvenir de una Ilusión (1927); El Malestar en la Cultura (1930); Moisés y la Religión Monoteísta (1937).

185 El caso de Anna O.

EL PROBLEMA: ¿Existen patologías físicas provocadas por causas estrictamente psíquicas o espirituales?
LA TESIS: El caso de Anna O. es fundamental en el nacimiento del psicoanálisis. La paciente mostraba un cuadro sintomático de lo más extraño y complejo: parálisis causadas por inmotivadas contracciones musculares, inhibición de conductas y estados de confusión. Freud y el doctor Breuer empezaron a someter a la paciente al sueño hipnótico, induciéndola a expresar en voz alta los pensamientos que la oprimían. El psicoanálisis nació cuando los dos jóvenes médicos se dieron cuenta de que los síntomas desaparecían de forma automática y definitiva cada vez que Anna O. lograba focalizar, con la ayuda de la hipnosis, determinadas imágenes, pensamientos o hechos del pasado, presentes en estado latente en su memoria. El impacto filosófico de semejante descubrimiento no es fácil de describir, y el propio Freud se ocupó durante el resto de su vida de dar cuenta de ello. Baste pensar en la milenaria cuestión de las relaciones entre el alma (espíritu, pensamiento) y cuerpo, que, después de Freud, ya no pudo ser afrontada en términos de oposición o incomunicabilidad. (De Estudios sobre la Histeria.)

Anna O.

  • Tras una declaración casual y no provocada que tuvo lugar en la hipnosis vespertina, desapareció por primera vez un síntoma que ya llevaba presente largo tiempo, quedándome muy sorprendido. Transcurría el verano y nos hallábamos en un período de calor muy intenso; la paciente sufría el efecto de una sed muy intensa; entonces, y sin que pudiese indicar motivo alguno, de pronto se vio incapaz de beber. Tomaba en su mano el ansiado vaso de agua, pero apenas se lo acercaba a los labios, lo rechazaba como si padeciese hidrofobia. Era evidente que, en esos pocos segundos, caía en estado de ausencia. Vivía sólo de frutas, melones, etcétera, para mitigar su atormentada sed.
El síntoma neurótico desaparece tras la evocación de determinadas imágenes (relacionadas con el trauma desencadenante).

  • Esta situación llevaba ya unas seis semanas, cuando se puso a razonar en estado de hipnosis acerca de su dama de compañía inglesa, a quien no amaba, y refirió entonces, visiblemente horrorizada, que una vez había ido a su habitación y visto a su perrito, aquella bestia repugnante, beber de un vaso. Ella no dijo nada, pues quería ser cortés.
En la psique de Anna O., la visión del perrito se había superpuesto a contenidos reprimidos y censurados.

  • Después de haber desahogado enérgicamente el enojo que todavía le restaba en su interior, pidió de beber, tomó sin inhibición una gran cantidad de agua y despertó de la hipnosis con el vaso en los labios. Después de eso, la perturbación desapareció para siempre. De igual modo se disiparon unos raros y obstinados caprichos tras relatar la vivencia que los había ocasionado.
De esta observación casual nació el método psicoanalítico.

  • Un gran paso se dio cuando, del mismo modo, desapareció el primero de sus síntomas permanentes: la contractura de la pierna derecha que, cierto es, ya había aminorado notablemente. A partir de estas experiencias –es decir, que los fenómenos histéricos de esta enferma se disipaban en cuanto se reproducía durante la hipnosis aquel suceso que hubiere ocasionado el síntoma-, se desarrolló un método técnico-terapéutico que no dejaba nada que desear en materia de consecuencia lógica y de realización sistemática.
La regresión mnemónica al suceso traumático.

  • Cada síntoma de este enredado cuadro clínico fue examinado; todas las circunstancias en las que se había manifestado fueron relatadas en secuencia inversa, comenzando con los días anteriores a cuando la paciente cayó en cama, y yendo hacia atrás hasta las circunstancias de su primera manifestación.
El gran descubrimiento: imágenes y palabras consiguen curar el cuerpo.

  • Cuando se narraba esto, el síntoma quedaba eliminado para siempre. Así las paresias por contracturas y las anestesias, las diversas perturbaciones de la visión y la audición, las neuralgias, la tos, los temblores, etcétera –incluidas también las perturbaciones del lenguaje- se desahogaron en palabras
La evocación de los hechos traumáticos se ve impedida por mecanismos inconscientes de censura.

  • Resultó absolutamente impracticable abreviar el trabajo, procurando evocar de manera directa en su recuerdo la primera causa de los síntomas. Ella no lo hallaba, se confundía, y todo marchaba más lento que cuando se la dejaba desovillar, con calma y seguridad, los hilos del recuerdo hacia atrás. Pero como en la hipnosis vespertina se iba demasiado despacio, pues la enferma estaba fatigada y dispersa por el desahogo de las otras dos series, y, además, los recuerdos necesitaban su tiempo para desplegarse con vividez plena, se fue elaborando el siguiente método.
La utilización de la hipnosis para favorecer la emergencia de los recuerdos traumáticos.

  • Yo acudía a verla por la mañana, la hipnotizaba (se habían encontrado, empíricamente, algunos métodos de hipnosis muy simples) y luego la interrogaba, concentrados los pensamientos de ella en el síntoma en cuestión, en las ocasiones en que se había manifestado. Entonces la paciente describía en rápida secuencia y con palabras claves esas circunstancias externas, que yo anotaba. Luego, durante la hipnosis vespertina, refería con bastante detalle los episodios gracias a la ayuda de esas secuencias anotadas.
La identificación del núcleo central de la histeria dentro del complejo patológico.

  • Como este laborioso análisis de los síntomas se refería a los meses de verano de 1880, durante los cuales se fue preparando la enfermedad, obtuve una perspectiva completa de la incubación y patogénesis de esta histeria, que paso a exponer muy brevemente.
La cura consiste en la reconstrucción del trauma originario.

  • En julio de 1880, hallándose en el campo, el padre de la paciente había contraído un absceso subpleural grave; Anna y su madre compartían la tarea de asistirlo. En cierta ocasión, ella despertó en la noche con gran angustia por el enfermo, quien padecía alta fiebre, y en estado de tensión porque se aguardaba la llegada de un cirujano de Viena, quien practicaría la operación. La madre se había alejado por un rato y Anna estaba sentada junto al lecho del enfermo, con el brazo derecho sobre el respaldo de la silla.
La alucinación inicial de Anna O.

  • Cayó en un estado de duermevela y vio cómo desde la pared una serpiente negra se acercaba al enfermo para morderlo (es muy probable que en el prado que se extendía detrás de la casa hubiese de veras serpientes, que ya antes hubiesen provocado terror a la muchacha y que ahora estuviesen proporcionando el material de la alucinación).
La visión alucinatoria se conectó con la parálisis motora.

  • Ella quiso espantar al animal, pero estaba como paralizada; el brazo derecho, que pendía sobre el respaldo, se había dormido, volviéndose anestésico y parético. Cuando Anna lo observó, los dedos se mudaron en pequeñas serpientes rematadas en calaveras (las uñas). Cuando la serpiente desapareció, quiso en su angustia rezar, pero se le denegó la lengua: no pudo hablar en ninguna hasta que por fin dio con un verso infantil en inglés y logró entonces volver a pensar e incluso a orar en esa lengua.
 La estabilización del síntoma neurótico.

  • Cuando al día siguiente quiso recoger un aro abandonado entre los matorrales tras el juego, una rama retorcida le evocó otra vez la alucinación de la serpiente y, al mismo tiempo, el brazo derecho le quedó extendido y rígido. Y a partir de entonces se le repitió siempre que un objeto más o menos serpenteante le provocaba la alucinación.
El psicoanálisis nace como talking cure, terapia del relato.

  • De esta manera, la histeria íntegra llegó a su término. La propia enferma se había trazado el firme designio de terminar con todo coincidiendo con el aniversario de su llegada del campo. Por eso, a comienzos de junio empezó a cultivar la talking cure con la mayor energía.
La evocación de sucesos hasta entonces censurados produce la desaparición de los síntomas.

  • El último día, ayudándose mediante la disposición del cuarto tal como había estado el de su padre, reprodujo la alucinación angustiosa antes referida y que había sido la raíz de toda su enfermedad y en la que sólo había podido pensar y rezar en inglés; inmediatamente después, habló en alemán y quedó libre de las incontables perturbaciones a que antes estuviera expuesta. Dejó Viena para efectuar un viaje, pero fue necesario aún más tiempo para que recuperase por completo su equilibrio psíquico. Desde entonces, goza de una salud perfecta.

186 El sueño es satisfacción del deseo.

EL PROBLEMA: ¿Cuál es la naturaleza del sueño? ¿Hay vínculos entre el mundo onírico y el de la vigilia?
LA TESIS: Abandonada la técnica de la hipnosis, Freud descubrió en los sueños la vía regia al inconsciente. El sueño es sustancialmente la satisfacción de un deseo, casi siempre de origen sexual. Pese a la simplificación popular del psicoanálisis –según la cual los sueños siempre tendrían un significado ligado a la sexualidad-, el añadido de ese casi es, según Freud, necesario. No cabe duda de que los deseos de los que el sueño es expresión pueden nacer también de necesidades insatisfechas relativas a otros instintos. El hambre, por ejemplo: basta con dormirse con el estómago vacío para tener sueños relacionados con los alimentos. Por otra parte, es suficiente que un deseo, de cualquier naturaleza, sea vivido con gran intensidad, para que influya en las imágenes oníricas. No es raro que los niños sueñen con lo que más ardientemente anhelan, o incluso se lo representen bajo la forma de alucinación. Es evidente entonces que el sueño, pese a sus apariencias, no carece de lógica ni de relaciones con el mundo de la vigilia. Este fragmento y el siguiente corresponden a La Interpretación de los Sueños.

El análisis de los sueños es similar a una exploración geográfica.

  • Cuando después de atravesar una estrecha garganta se llega de pronto a una altura donde los caminos se separan y se abren amplias vistas por doquier, es lícito detenerse un momento y reflexionar en qué dirección dirigiremos nuestros pasos. Algo similar nos sucede tras haber superado esta primera interpretación del sueño. Hemos alcanzado la claridad de un conocimiento imprevisto.
Existe una lógica onírica.

  • El sueño no se puede comparar con el sonido discordante de un instrumento musical emitido por un toque extraño antes que por la mano del ejecutante; no carece de sentido, no es absurdo, no se basa en la premisa de que una parte de nuestro patrimonio representativo duerme mientras otra comienza a despertarse.
El sueño es, fundamentalmente, la satisfacción de un deseo.

  • El sueño es un fenómeno psíquico plenamente válido, y precisamente la satisfacción de un deseo; está inscrito en el contenido de las acciones psíquicas de la vigilia, que nosotros podemos llegar a comprender. Es fruto de una actividad mental muy compleja. Pero en el momento mismo en el que pretendemos gozar del nuevo conocimiento, nos vemos asaltados por una multitud de interrogantes.
El sueño no se expresa de modo lineal.

  • Si el sueño, según se desprende de la interpretación, representa un deseo satisfecho, ¿De dónde proviene la forma caprichosa y sorprendente en que se expresa esta satisfacción?
El sueño manifiesto, recordado al día siguiente, ya ha sufrido una censura.

  • ¿Qué cambios han sufrido los pensamientos del sueño antes de que de éstos se formase el sueño manifiesto que recordamos al despertar? ¿Cómo se produce ese cambio? ¿De dónde proviene el material que ha sido elaborado bajo la forma de sueño?
La complejidad de la vida onírica depende de los mecanismos del inconsciente.

  • ¿De dónde provienen algunas de las particularidades que hemos hallado en los pensamientos del sueño, por ejemplo la posibilidad de contradicciones? ¿Puede el sueño enseñar algo nuevo sobre nuestros más íntimos procesos psíquicos? ¿Puede su contenido corregir opiniones en las que creíamos durante el día?

187 El complejo de Edipo.

EL PROBLEMA: ¿Qué determina la psicología de los seres humanos?
LA TESIS: En el complejo de Edipo, sin duda la teoría psicoanalítica más popular, Freud sintetiza su revolucionaria visión de la infancia. El bebé no es ese ser puro y asexuado descrito por la tradición. Si bien de forma absolutamente inconsciente, también el niño, como el adulto, está dominado por el instinto sexual. Más aún –y con mayor precisión-: el bebé posee una sexualidad perversa; es decir egocéntrica, fijada en los objetos de amor, y totalmente deseante, indiferente al principio de realidad. El particular objeto del amor infantil es la madre. El niño siente celos del padre, cuyo sitio quisiera ocupar. En la antigua tragedia de Edipo, Freud descubrió la fuerza de los mecanismos inconscientes. La historia de Edipo contiene la fantasía inconsciente por la que todos los niños pasan; en el mito, tras haber matado a su padre, Edipo se casa con Yocasta sin saber que ésta es su madre.

El componente sexual es esencial en el mito de Edipo.

  • El efecto de la tragedia no se basa en el contraste entre destino y voluntad humana; hay que buscar el efecto en la peculiaridad del material con que este contraste se presenta.
El resultado de la tragedia se explica con su preñez psicológica.

  • El destino de Edipo nos conmueve porque podría haber sido el nuestro, puesto que, antes de nuestro nacimiento, el oráculo ha decretado idéntica maldición para nosotros y para él.
La ambivalencia de sentimientos hacia los progenitores es universal.

  • Quizá todo nos estaba dado a nosotros de tal modo, que dirigimos el primer impulso sexual a la madre, y el primer odio y el primer deseo de violencia contra el padre.
El complejo de Edipo emerge al final de la primera infancia.

  • El rey Edipo, que ha matado a Layo, su padre, y se ha casado con su madre, Yocasta, es reflejo de la satisfacción de un deseo de nuestra infancia.
La vicisitud edípica se desarrolla en la intimidad inconsciente.

  • Poniendo de relieve en su análisis la culpa de Edipo, el poeta nos obliga a tomar conciencia de nuestra intimidad; una intimidad en la cual los impulsos, aunque reprimidos, siempre están presentes.
El deseo por la madre está censurado y removido de la conciencia.

  • Igual que Edipo, vivimos sin ser conscientes de los deseos, ofensivos para la moral, que nos ha impuesto la naturaleza; y tras su manifestación, todos quisiéramos apartar la mirada de las escenas de nuestra infancia.

TERAPIA DEL RELATO

El término es, en la práctica, un sinónimo de psicoanálisis. Nació cuando Freud, analizando el caso de Anna O., se dio cuenta de que los síntomas neuróticos desaparecían de forma espontánea y automática una vez la paciente lograba recordar, y luego referir, los sucesos, las fantasías y las vicisitudes psíquicas que los habían originado.


188 ¿Es posible la paz? El debate con Einstein.

EL PROBLEMA: ¿Hay algún modo de impedir que se repitan las guerras? ¿Es posible refrenar el instinto agresivo?
LA TESIS: Con argumentos que de algún modo recuerdan el pesimismo de Schopenhauer (véase 167), Freud sostiene que la agresividad debe incluirse entre los rasgos instintivos –y en consecuencia inevitables- del hombre. Es cierto que el desarrollo de la civilización impone un autocontrol cada vez mayor, de modo que el individuo moderno consigue vigilar su conducta de manera más rígida que en el pasado. Pero todo esto no es fruto de un crecimiento global, de una mutación del hombre en sentido pacifista, sino de pura y simple autorrepresión interna. La civilización no es la solución de todos los males, sino el mal menor; no alivia en absoluto, sino que más bien agudiza la natural infelicidad del ser humano. Es lógico, pues, que también el hombre civilizado pueda caer bajo el dominio del instinto agresivo (y las pesimistas valoraciones de Freud adquieren un tono premonitorio si se piensa la fecha en que las escribió, 1932, vigilia de la subida del nazismo al poder). Todo esto no significa, sin embargo, que deba abandonarse por desconfianza el compromiso pacifista; se trata, por el contrario, de comprender que la abolición de la guerra será posible sólo a muy largo plazo: se logrará como efecto de una lenta y global maduración del ser humano.

El fragmento reproduce parte del intercambio epistolar entre Freud y Albert Einstein, a quien en 1932 la Sociedad de Naciones había encomendado abrir un debate con prestigiosos hombres de la cultura sobre los temas que él estimara convenientes.



La teoría psicoanalítica de las pulsiones emocionales.

  • Estimado señor Freud, (…) ¿Es posible dirigir la evolución psíquica de los hombres de modo tal que sean capaces de resistir la psicosis del odio y la destrucción? Muy cordialmente suyo, Albert Einstein.



La vida afectiva puede reducirse a dos pulsiones fundamentales: erotismo (amor) y agresividad (odio).

  • Estimado señor Einstein (…) Se sorprende usted de que sea tan fácil excitar a los hombres a la guerra, y presume que en ellos haya algo –una pulsión al odio y a la destrucción- que esté listo a acogerse a una instigación tal. No puedo sino coincidir sin reservas con usted. Yo creo en la existencia de tales pulsiones y en los últimos años he intentado estudiar precisamente sus manifestaciones.
La polaridad psicológica entre amor y odio es similar a la polaridad física entre fuerzas de atracción y de repulsión.

  • Presumo que las pulsiones del hombre sólo sean de dos tipos: las que tienden a conservar y a unir, a las que llamamos tanto eróticas (exactamente en el sentido en que Platón usaba el término Eros en el Simposio) como sexuales (extendiendo intencionalmente el concepto popular de sexualidad), y las que tienden a destruir y a matar. Estas últimas las agrupamos en la denominación de pulsión agresiva o destructiva.
Entre amor y odio hay antagonismo, pero también complementariedad.

  • Como puede usted ver, se trata sólo de dilucidar de modo teórico la contraposición entre amor y odio, universalmente conocida, y quizá originariamente conectada con la polaridad de atracción y rechazo que también participa de su campo de estudio.
Cada conducta depende de la combinación de ambas fuerzas.

  • No nos pida ahora que pasemos rápidamente a los valores de bien y de mal. Ambas pulsiones son igualmente indispensables, porque los fenómenos de la vida dependen de su concurrencia y de su contraste.
Toda pulsión amorosa comporta una cuota de agresividad, y viceversa.

  • Ahora bien: parece que casi nunca una pulsión de un tipo puede actuar de forma aislada; está siempre conectada (ligada, como decimos nosotros) con cierto monto de su contraparte, que la modifica a medias o, en ocasiones, subordina el alcance de esta última en determinadas condiciones.
Las conductas reales dependen, en cualquier caso, de una estructura motivacional compleja.

  • Así, por ejemplo, la pulsión de autoconservación es ciertamente erótica, pero ello no exime que deba recurrir a la agresividad para cumplir cuanto se espera. Del mismo modo, la pulsión amorosa, dirigida a los objetos, necesita un quid de la pulsión de apropiación si de veras quiere apoderarse de su objeto. La dificultad para aislar ambos tipos de pulsión en sus manifestaciones ha provocado que durante todo este tiempo no hayamos lograr identificarlas.
La coincidencia entre pulsión erótica y destructiva explica el sadismo.

  • Los actos humanos están también sujetos a otra complicación. Es muy raro que el acto sea obra de un solo acto de pulsión, el cual por otro lado debe ser ya una combinación de Eros y de destrucción. Por lo general, deben concurrir muchos motivos similarmente estructurados para hacer posible el acto. Por lo tanto, cuando los hombres son incitados a la guerra, es posible que se despierte en ellos toda una serie de motivos aceptables, nobles y vulgares, de alguno de los cuales se habla abiertamente mientras que otros son silenciados. No es el momento de enumerarlos.
El sadismo psíquico explica muchos hechos históricos, sea como causa o como efecto.

  • El placer de agredir y de destruir es, por cierto, uno de ellos. Innumerables crueldades de la historia y de la vida cotidiana confirman la existencia y la fuerza de los citados placeres. El hecho de que estos impulsos destructivos estén mezclados con otros, eróticos e ideales, facilita, obviamente, su satisfacción.
En toda psique existe un instinto de muerte (autodestructivo) simétrico al de vida.

  • A veces, cuando oíamos hablar de las atrocidades de la historia, tenemos la impresión de que los motivos ideales han servido como pantalla a las ansias de destrucción; en otras ocasiones, por ejemplo, la crueldad de la santa Inquisición, los motivos ideales, han predominado en la conciencia, mientras que los motivos destructivos aportaban a aquellos un reforzamiento inconsciente. Ambos casos son posibles.
La agresividad social es una exteriorización del instinto de muerte.

  • Quisiera volver un momento más sobre nuestra pulsión destructiva, menos conocida de lo que requiere su importancia. Especulando un poco estamos persuadidos, en efecto, de que opera en todo ser vivo y que su aspiración es la de llevar a éste a la ruina, reconduciendo su vida al estado de la materia inanimada. Con toda seriedad se le adjudica el nombre de pulsión de muerte, mientras que las pulsiones eróticas vienen a representar los esfuerzos hacia la vida.
Una parte del instinto de muerte se refleja sobre el propio individuo.

  • La pulsión de muerte deviene pulsión destructiva cuando, con la ayuda de determinados órganos, se dirige hacia fuera, contra los objetos. Por decirlo así, el ser vivo defiende su vida en cuanto destruye la ajena.
Hay una conexión entre pulsión autodestructiva y conciencia ética.

  • No obstante, una parte de la pulsión de muerte permanece activa dentro del ser vivo, y nosotros hemos intentado derivar una serie de fenómenos normales y patológicos a partir de esta interiorización de la pulsión destructiva.
La conducta agresiva como desahogo desviado de la pulsión autodestructiva.

  • Hemos llegado incluso a la herejía de explicar el origen de nuestra conciencia moral con esta dirección hacia dentro de la agresividad. Observe que no es en absoluto indiferente que este proceso sea exacerbado; en tal caso, surte un efecto inmediatamente malsano.
La capacidad de la psique humana para controlar los instintos es un hecho.

  • En cambio, que estas fuerzas de pulsión destructiva se dirijan al mundo exterior, descarga al ser vivo y no puede sino proporcionar un efecto beneficioso. Ello sirve como excusa biológica a todos los impulsos execrables y perniciosos contra los que combatimos.
Pero no existen explicaciones claras de por qué sólo los hombres tienen tales capacidades.

  • Debe admitirse que estos impulsos están más cerca de la naturaleza que la resistencia con la que los contrastamos y de los cuales aún tenemos que hallar una explicación. Quizá usted tenga la impresión de que nuestras teorías son una especie de mitología, en absoluto feliz. Es verdad. Pero, ¿Acaso no llega toda ciencia natural a una especie de mitología? ¿No es así, para usted, en el campo de la física?
La agresividad no es del todo evitable.

  • Para los fines inmediatos que nos hemos propuesto, de lo dicho anteriormente extraemos la conclusión de que no hay esperanza de poder suprimir las inclinaciones agresivas de los hombres.
El <buen salvaje> es un mito filosófico.

  • Se dice que en regiones felices de la Tierra, donde la naturaleza ofrece con profusión todo aquello de lo que el hombre tiene necesidad, hay pueblos cuya vida transcurre con tanta placidez, que desconocen la coerción y la agresión. Creo poco en ello; me gustaría saber más, sobre estas felices criaturas.
El instinto agresivo no puede ser combatido frontalmente: debe limitarse desarrollando a su antagonista, el Eros.

  • Partiendo de nuestra mitológica doctrina de las pulsiones, llegamos fácilmente a una fórmula para definir las vías indirectas de lucha a la guerra. Si la propensión a la guerra es un producto de la pulsión destructiva, es obvia la necesidad de recurrir al antagonista de esta pulsión: el Eros. Todo lo que hace que surjan vínculos emocionales entre los hombres, debe actuar contra la guerra. Estos vínculos pueden ser de dos tipos.
La guerra puede ser combatida enfatizando la pulsión erótico-amorosa en todas sus formas…

  • En primer lugar, relaciones que, pese a carecer de meta sexual, se asemejan a las que se tienen con un objeto de amor. El psicoanálisis no necesita avergonzarse si aquí se habla de amor, porque la religión dice lo mismo: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Ahora bien, ésta es una exigencia fácil de plantear, pero difícil de realizar.
…o proponiendo modelos sociales de identificación positivos.

  • El otro tipo de vínculo emocional es el que se establece mediante la identificación. Todo lo que provoca solidaridad significativa entre los hombres despierta sentimientos comunes de este tipo: las identificaciones. Sobre ellas reposa buena parte del equilibrio de la sociedad humana.
La distinción entre líderes y gregarios se funda en una relación que difiere del principio de autoridad paterna.

  • Forma parte de la innata e inevitable desigualdad entre los hombres el hecho de que ellos se distingan en líderes y seguidores. Los seguidores, que representan la inmensa mayoría, necesitan una autoridad que tome decisiones por ellos, y por lo general se someten incondicionalmente a ésta.
Sólo una humanidad totalmente racional, sin emociones, podría realizar la paz perfecta.

  • El ideal sería una comunidad humana que hubiese sometido su vida pulsional a la dictadura de la razón. Ninguna otra cosa podría producir una tan perfecta y duradera unión entre los hombres, capaz de resistir incluso a la renuncia de recíprocos vínculos emocionales. Pero, con toda probabilidad, ésta es una esperanza utópica.
Incluso la condena a la guerra merece una explicación.

  • Quisiera tratar todavía un problema, que en su carta usted no plantea y que, sin embargo, me interesa particularmente. ¿Por qué nos indignamos tanto contra la guerra, usted, yo y tantos otros? ¿Por qué no la tomamos como una de las muchas penosas calamidades de la vida? La guerra parece conforme a la naturaleza, plenamente justificada desde lo biológico y muy poco evitable en la práctica.
La civilización como alejamiento del instinto animal.

  • Desde tiempos inmemoriales, la humanidad está sujeta al proceso de civilidad (otros, lo sé, llamamos de mejor grado a este proceso, civilización). Le debemos a él lo mejor de lo que hemos llegado a ser y buena parte de nuestros males. Sus causas y orígenes son oscuros; su resultado, incierto; algunas de sus características, fácilmente penetrables.
Reprimiendo el instinto erótico, la civilización puede llevar a la extinción de la humanidad.

  • Quizá ello lleve a la extinción del género humano, pues perjudica la función sexual de más de un modo, y ya hoy las razas incultas y los estratos atrasados de la población se multiplican con mucha mayor rapidez que los estratos sociales de elevada cultura.
La civilización puede compararse con la domesticación.

  • Quizá este proceso pueda compararse con la domesticación de ciertas especies animales; sin duda, comporta modificaciones físicas. No obstante, no nos hemos familiarizado aún con la idea de que la civilización sea un proceso orgánico de ese tipo.
La civilización comporta una represión de las pulsiones.

  • Las modificaciones psíquicas que intervienen en la civilización son, en cambio, visibles y absolutamente inequívocas. Consisten en un distanciamiento progresivo de las metas de pulsión y en una restricción de las fuerzas de pulsión.
La plasticidad de la psique fija las modificaciones.

  • Sensaciones que para nuestros progenitores estaban cargadas de placer se nos han convertido en indiferentes o incluso intolerables. Hay razones orgánicas que explican que nuestras exigencias ideales, éticas y estéticas hayan cambiado. De todos los caracteres psicológicos de la civilización, dos parecen ser los más importantes: el reforzamiento del intelecto –que puede iniciar así el dominio de las pulsiones- y la interiorización de la agresividad, con todas las ventajas y los peligros que de ello derivan.
El hombre civilizado es intrínsecamente distinto al bárbaro.

  • Ahora bien: puesto que la guerra contradice del modo más estridente toda la actitud psíquica que nos ha impuesto el proceso de civilización, debemos necesariamente rebelarnos contra ella: simplemente, no la soportamos más.
El hombre civilizado rechaza la guerra por motivos emocionales, más profundos que los intelectuales.

  • No se trata sólo de un rechazo intelectual y afectivo; para nosotros los pacifistas, se trata de una intolerancia constitutiva, de una idiosincrasia llevada, por decirlo así, al máximo nivel. Y, en efecto, me parece que las degradaciones estéticas de la guerra concurren a determinar nuestro rechazo en una medida casi igual a la de sus atrocidades.
El único modo de eliminar la guerra es la civilización total del género humano.

  • ¿Cuánto debemos esperar hasta que también otros se vuelvan pacifistas? No se puede decir, pero quizá no sea utópico esperar que la influencia de dos factores (una actitud más civilizada y el justificado temor a los efectos de una guerra futura) ponga fin a las guerras en el porvenir. Por medio de qué vías, si directas o indirectas, es algo que no podemos adivinar. Entre tanto, hay algo que podemos decir: todo lo que favorece a la civilización, trabaja también contra la guerra.

EROS / TÁNATOS

Las dos pulsiones fundamentales descritas por Freud en sus últimas obras. Al instinto erótico (Eros) lo flanquea Tánatos, una violenta y destructiva pulsión de muerte. La complementariedad de estas dos fuerzas psíquicas lleva a Freud a considerar del todo inevitable la agresividad y, por lo tanto, los conflictos sociales.



TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO