1564 – 1642 d.C.
Nacido en Pisa de una
familia de la burguesía media (el padre era músico y comerciante), Galileo Galilei se trasladó a Florencia
a los diez años, donde recibió su primera educación. Se inscribió en la
facultad de Medicina por voluntad de su familia, pero no le interesaron
demasiado estos estudios y no obtuvo el título. Le atraía, en cambio, la
matemática, que empezó a estudiar con éxito bajo la tutela de Ostilio Ricci, discípulo del gran
matemático Nicolás Tartaglia.
Algunas invenciones notables (por ejemplo, una balanza para determinar el peso
específico de los cuerpos) le valieron el nombramiento de profesor de
matemática en la Universidad de Pisa, en la que permaneció durante tres años
estudiando en particular el problema de la caída de los cuerpos graves. En 1592
se trasladó a la Universidad de Padua, donde residió durante dieciocho años
(quizá los más intensos y felices de su vida).
En 1610 hizo públicos sus
extraordinarios descubrimientos obtenidos con el telescopio en su obra Nunzio Sidereo, que le proporcionó una
fama inmediata pero que a la postre le acarreó la hostilidad de los teólogos y los astrónomos aristotélicos. Regresó a la Toscana bajo
la protección del gran duque Cosme de
Médicis, y en 1613 escribió las Demostraciones
en torno a las Manchas Solares en lengua vulgar, para obtener el consenso
en todos los ámbitos, e inició una obra de propaganda de las teorías
astronómicas copernicanas. Esta actividad, en particular las cuatro cartas
abiertas dirigidas a Benedetto Castelli
sobre las relaciones entre ciencia y fe, provocaron la denuncia al
Santo Oficio y la solemne amonestación del cardenal Bellarmino. En 1623 escribió Il
Saggiatore y en 1623, después de la elección del nuevo papa Urbano VIII (quien siempre se había
mostrado benevolente con él), el Diálogo
sobre los dos máximos Sistemas del Mundo. Fue de nuevo convocado por la
Inquisición y obligado a abjurar. Fue retenido en confinamiento en Villa
Médicis y luego en la aldea de Arcetri, donde escribió su última obra, los Discursos y Demostraciones Matemáticas en
torno a dos Nuevas Ciencias, publicada en 1638.
Obras más importantes: Nunzio Sidereo (en latín, 1610); Il Saggiatore (1623); Diálogo sobre los dos máximos Sistemas del
Mundo (1632); Discursos y
Demostraciones Matemáticas en torno a dos Nuevas Ciencias (1638).
85 La biblia debe ser interpretada.
EL PROBLEMA: ¿Qué valor debe
atribuirse a la Biblia? ¿Puede haber
oposición entre ciencia y fe?
LA TESIS: En principio, no
debería haber discrepancias entre la palabra de los profetas y la observación científica, pues tanto la Biblia
como la naturaleza son obra del mismo Creador. Puede darse, sin embargo, un
cierto desacuerdo, pues las Escrituras no son un tratado de astronomía y los profetas, para hacerse entender, debían tener en cuenta el
nivel cultural de sus interlocutores. De lo que se desprende que las
Sagradas Escrituras deben ser oportunamente interpretadas, distinguiendo el
sentido verdadero del literal. La naturaleza, en cambio, que bien puede
definirse como otro libro escrito por Dios, no puede dar lugar a equívocos. No
es la ciencia la que debe adaptarse a la Biblia,
sino que es la interpretación de la Biblia
la que debe adaptarse a las teorías de los científicos.
El texto siguiente es
parte de una carta enviada por Galileo
a Benedetto Castelli, su discípulo
predilecto. En realidad, no se trata de un documento privado, pues para tratar
el delicado problema de las relaciones entre ciencia y fe, de gran actualidad
tras los descubrimientos astronómicos debidos al telescopio, Galileo eligió voluntariamente el
género literario epistolar, ya fuese porque era menos comprometido para el
autor o porque estas cartas, copiadas y difundidas ampliamente en el ambiente
científico y cultural de la época, cumplían la tarea que hoy llevan a cabo las
revistas científicas.
La
Biblia contiene la verdad, pero puede ser mal interpretada.
- Acerca
del problema general planteado por la Madama
Serenísima, me parece que muy sabiamente ha afirmado que las Sagradas
Escrituras no pueden nunca afirmar lo falso ni equivocarse, siento todas
sus proposiciones de absoluta e inviolable verdad. Lo único que yo habría
añadido es que, si bien las Escrituras no pueden equivocarse, no podemos
excluir que se hayan equivocado algunos de sus intérpretes y
glosadores, y de diversas maneras.
El
verdadero significado de una frase no siempre coincide con su sentido literal.
- Entre
éstos habría uno muy grave y frecuente: el quererse atener al significado
literal de las palabras. Si así fuese, no sólo se harían patentes
múltiples contradicciones, sino que se incurriría en graves herejías e
incluso en blasfemias, porque sería necesario atribuir a Dios pies, manos
y ojos, y también sensaciones físicas y emociones propias del hombre, como la ira, el pensamiento, el odio e incluso el olvido
de las cosas pasadas y la ignorancia de las futuras.
Los profetas utilizaron una lengua imaginativa para hacerse
entender por sus contemporáneos.
- Por
lo que, como en las Escrituras se encuentran muchas afirmaciones que,
tomadas al pie de la letra, presentan un contenido distinto del auténtico,
pero por otra parte están formuladas de esta manera para superar la
ignorancia del pueblo, así para los pocos que merecen
diferenciarse del pueblo ignorante es necesario que los glosadores expongan sabiamente el auténtico significado y expliquen asimismo los
motivos por los que se ha utilizado aquella forma particular para un
determinado contenido.
La
Biblia no expone verdades científicas.
- Establecido
entonces que en muchos pasajes las Escrituras no sólo pueden transmitir
significados divergentes a los de las palabras tomadas al pie de la letra,
sino que puede darse el caso de que incluso se vean en la necesidad de
hacerlo, me parece que en las discusiones de carácter científico deberían
dejarse a un lado.
Tanto
la Biblia como la naturaleza son obra de Dios, pero la primera puede ser
malinterpretada, mientras que la segunda es estudiada científicamente. Por lo
tanto, en caso de contradicción es más razonable fiarse de lo que dice la
naturaleza.
- Visto,
pues, que tanto las Sagradas Escrituras como la naturaleza tienen el mismo
origen en el Verbo divino, la una en tanto que dictada por el Espíritu
Santo y la otra como obediente ejecutora de los proyectos de Dios; visto,
además, que estamos todos de acuerdo en que, para que todos puedan comprenderlas, las Escrituras emplean un lenguaje que, tomado al
pie de la letra, a menudo difiere de la verdad absoluta; visto también
que, siendo la naturaleza inexorable e inmutable, de ningún modo puede ser
afectada por las explicaciones que, con sus instrumentos limitados, pueden
dar los seres humanos de sus fines recónditos y de sus modos de
explicarse, porque nunca se aleja de la ley a la que está sometida; visto
todo esto, puede razonablemente concluirse que no hay ningún motivo para
plantear dudas ante lo que los fenómenos naturales o la sensata
experiencia nos ponga ante los ojos, o ante las deducciones a las que nos
conduzcan los experimentos rigurosos, oponiendo a ello pasajes de las
Escrituras que aparentemente sostienen lo contrario, considerando además
que toda proposición de las Escrituras no está vinculada a la obediencia
severa de una ley, como sí lo están los fenómenos naturales.
Muchos
pasajes de la Biblia deben ser interpretados en sentido metafórico.
- Así
pues, si las Escrituras atenuaron sus dogmas fundamentales, llegando a
atribuir a Dios condiciones lejanas y contrarias a su esencia con la
simple finalidad de adecuarse a la capacidad de comprensión de pueblos
rudos e incultos, ¿Quién querrá obstinarse en sostener que, renunciando a
este fin, al hablar incluso casualmente de la Tierra, Sol o de cualquier
otra criatura, haya escogido atenerse con el máximo rigor al significado
restringido y limitado de las palabras?
Para
ser comprendidos, los profetas debieron ajustarse a los
conocimientos científicos de la época.
- Con
mayor razón, porque habrían
afirmado a propósito de estas criaturas cosas bien lejanas de los
planteamientos generales de las Sagradas Escrituras; es más: cosas tales
que, de haber sido presentadas como verdades desnudas y crudas, habrían
sin duda comprometido su finalidad, dejando al pueblo más reacio a recibir
los mensajes de la salvación del alma.
Es
más segura una observación científica natural que una interpretación bíblica.
- Estando
así las cosas y siendo evidente que dos verdades nunca pueden ser
contradictorias entre sí, es tarea de los sabios glosadores dedicarse a descubrir el verdadero significado de los pasajes bíblicos, de
acuerdo con las conclusiones a las que se llega mediante la observación de
la naturaleza, ciertas y seguras porque son sensiblemente manifiestas o
porque están deducidas de demostraciones metodológicamente incontestables.
En
caso de oposición entre Biblia y ciencia, debe predominar la observación
científica.
- Aún
más: puesto que, como he dicho, aunque dictadas por el Espíritu Santo, por
las razones aducidas las Escrituras presentan en muchos puntos
exposiciones cuyo verdadero significado está muy alejado del literal –y
como por otra parte no podemos afirmar con certeza que todos los intérpretes hablen inspirados por Dios-, me parecería un modo sabio
de actuar el impedir a cualquiera la vinculación de todos los pasajes de
la Escritura como si debiese de algún modo dar por fuerza revisiones
verídicas en materia de fenómenos naturales, después de que los sentidos y
las demostraciones científicas hayan llevado a valoraciones contrarias. ¿Quién
quiere poner límite al ingenio humano? ¿Quién querrá afirmar que en el
mundo ya se sabe todo lo que se puede saber?...
Las
verdades que hay que buscar en la Biblia son de tipo ético y religioso.
- Yo
opino que la autoridad de las Sagradas Escrituras se ha propuesto como
único fin convencer a los hombres acerca de las cuestiones
que, siendo necesarias para la salvación y trascendentes respecto a las
posibilidades del lenguaje humano, no podían con otra ciencia u otro medio
haber aparecido como creíbles sin la intervención del Espíritu Santo.
No
hay en la Biblia ninguna doctrina astronómica.
- Pero
que Dios mismo, quien nos ha hecho entrega de los sentidos, de la
inteligencia y del lenguaje, haya querido, haciéndonos arrinconar estos
dones, hacernos evidente con instrumentos diferentes lo que con aquéllos
podemos conocer, es algo que no me parece que sea necesariamente creíble,
sobre todo a propósito de aquellas ciencias que tienen en las Escrituras
un tratamiento completamente irrelevante y fragmentario. Como es
precisamente el caso de la astronomía, presente de una manera tan sumaria
que ni siquiera cita los nombres de los planetas. Por otra parte, si los primeros escritores sagrados hubiesen tenido la
intención de comunicar al pueblo la verdad acerca de la disposición y el
movimiento de los cuerpos celestes, no habrían hablado tan poco sobre
ello, que es lo mismo que no decir nada en relación con los continuos, complejísimos
y admirables avances que caracterizan a esta ciencia.
86 El lenguaje del
gran libro de la naturaleza.
EL PROBLEMA: ¿Qué debe creerse
cuando la experiencia contradice la opinión de un prestigioso y noble
pensador?
LA TESIS: Las siguientes
frases célebres de Galileo,
extraídas de Il Saggiatore, resumen
el espíritu de la nueva mentalidad científica. Filosofar no significa conceder
libre salida a la fantasía metafísica o esforzarse en la correcta
interpretación de un pasaje de alguna autoridad, sino investigar la naturaleza
para descubrir sus verdaderas leyes. Ello sólo es posible adecuando la mente
humana al específico carácter matemático y geométrico con el que el gran libro de la naturaleza fue
escrito por Dios. La matemática, por lo tanto, constituye el lenguaje
específico de la ciencia.
Es
un error establecer el valor de un texto basándose en el prestigio de su autor.
- Me
parece distinguir en Sarsi la firme creencia de que en el filosofar es
necesario apoyarse en la opinión de algún autor célebre, de manera
que nuestra mente, cuando no esté guiada por el discurso de otro,
permanezca absolutamente estéril e infecunda y tal vez considere que la
filosofía sea un libro y una fantasía de un hombre, como la Ilíada o el Orlando Furioso, obras en las que lo menos importante es que
lo escrito sea real.
También
la naturaleza es un libro compuesto por Dios.
- Señor
Sarsi, esto no es así. La filosofía está escrita en este enorme libro que
continuamente está abierto ante nuestros ojos (me refiero al universo),
pero que no puede comprenderse si antes no se enseña a comprender su
lengua y a conocer los caracteres en los que está escrito.
Las
matemáticas son el instrumento de las investigaciones físicas.
- Este
libro, la naturaleza, está escrito en lenguaje matemático, y los
caracteres son triángulos, círculos y las demás figuras geométricas,
medios sin los que resulta imposible entender humanamente ni una palabra;
sin ellos, se deambula vanamente por un oscuro laberinto.
INTERPRETACIÓN
O HERMENÉUTICA
En el lenguaje común, interpretar significa elaborar la
comprensión de un texto cuyo sentido no sea claro de inmediato. La
interpretación ha atraído a menudo el interés de los filósofos por
aspectos problemáticos como, por ejemplo, los siguientes: 1) Ningún texto es
absolutamente claro, por lo que cada lectura será, al menos en parte,
interpretación; 2) Un texto puede ser siempre leído e interpretado de diversas
maneras, según se privilegien sus aspectos formales y literales o su
significado profundo o, incluso, si se buscan posibles mensajes ocultos en
metáforas o símbolos. Con el nombre de hermenéutica
(arte o técnica de la interpretación), la reflexión sobre este tema ocupa
un lugar importante en la filosofía del s. XXI.
CUALIDADES
OBJETIVAS Y SUBJETIVAS
Las cualidades objetivas o
primarias son inherentes e inseparables de los cuerpos: la forma, la extensión,
el movimiento. Las cualidades subjetivas o secundarias varían y dependen, al menos en parte, del sujeto: el color, el sabor, la luminosidad, etc. No todos los filósofos aceptaron esta distinción; Berkeley
la puso en tela de juicio (véase
119).
EXPERIENCIA/EXPERIMENTO
La experiencia es una
observación genérica del medio; se basa en la percepción sensorial; no se
repite nunca de la misma manera y en ocasiones depende de la cualidad y de la disposición del sujeto. El
experimento científico, por el contrario, se desarrolla en el laboratorio
(reduciéndose, por lo tanto, la complejidad del mundo real); intenta responder
a una cuestión precisa; se sirve de instrumentos y aparatos técnicos; puede
repetirse en cualquier lugar y por cualquier persona; no depende en absoluto de la calidad humana del experimentador.
AUTORIDAD
(AUCTORITAS)
Es el prestigio reconocido
al autor de un texto. La mentalidad medieval y pre-científica tendía
a establecer una estrecha relación entre autoridad y verdad, excluyendo así que
algunos textos pudiesen ser puestos en discusión y limitando la discutibilidad
de otros en base a un rígido sistema jerárquico. Los textos revelados (la Biblia y los Evangelios) no se podían criticar en absoluto por ser obra del
mismo Dios; a continuación estaban las obras de los Padres de la Iglesia,
consideradas fundamento de la ortodoxia; y por último los textos de los grandes filósofos griegos, considerados como el máximo e
insuperable nivel alcanzable por la capacidad intelectual humana.
87 El tacto y las
cosquillas: cualidades objetivas y subjetivas.
EL PROBLEMA: ¿Existen las
percepciones no subjetivas? Determinadas cualidades de la materia (como la
extensión o el peso), ¿Pueden llamarse objetivas?
LA TESIS: La cuestión de si
existen en la naturaleza cualidades objetivas (extensión, forma, peso, medida)
junto a las subjetivas (color, sabor, etc.) ha sido una de las más discutidas
en la historia de la filosofía (véase
119). Mientras que, por ejemplo, el sabor de una comida produce claramente una
valoración subjetiva, parece sensato afirmar que la extensión de un cuerpo se
puede determinar de manera objetiva. En el siguiente pasaje, Galileo sostiene la existencia de
cualidades objetivas analizando el funcionamiento del tacto, habitualmente
considerado el menos fiable de los cinco sentidos. Es suficiente, por ejemplo,
tocar un objeto para saber de modo ineludible su forma, porque incluso con los
ojos cerrados nadie confunde una esfera con un cubo. Por otra parte, sin
embargo, el contacto con los objetos produce también reacciones absolutamente
subjetivas: las cosquillas, por ejemplo, dependen
más del estado del sujeto (de la capacidad de reacción de su piel) que
de la naturaleza del objeto. El fragmento propuesto está, como el anterior,
extraído de Il Saggiatore.
Un
problema científico: la naturaleza del calor.
- Debo
ahora, conforme a la promesa hecha más arriba a Vuestra Señoría
Ilustrísima, expresar mi pensamiento acerca de la proposición El movimiento es causa de calor,
mostrando de qué modo creo que puede ser verdadera. Pero antes me es
necesario hacer algunas consideraciones acerca de eso que nosotros llamamos calor, del que dudo
enormemente que en lo universal se haya formado un concepto muy alejado
del verdadero, mientras que se cree que es un auténtico accidente,
afección y cualidad que en realidad reside en la materia que sentimos que
nos calienta.
En
la naturaleza hay categorías principales (forma, tamaño, movimiento) y
secundarias (color, sabor).
- Por
lo tanto, digo que siento cómo la necesidad me obliga, en cuanto concibo
una materia o sustancia corpórea, a concebir al mismo tiempo que está
terminada y formada de esta o aquella forma, que es respecto a otras o
grande o pequeña, que está en este o en aquel lugar, en este o en aquel
tiempo, que se mueve o está quieta, que toca o no toca otro cuerpo, que es
una, algunas o muchas no puedo imaginar un modo de separarla de estas
condiciones; pero que deba ser blanca o roja, amarga o dulce, sonora o
muda, de olor grato o ingrato, no siento que la mente me fuerce a deber
aprehenderla necesariamente acompañada de tales condiciones; es más: si
los sentidos no estuviesen en guardia, quizá el discurso o la imaginación
por sí misma no alcanzarían nunca a entenderla.
Las
cualidades secundarias son subjetivas.
- Por
esto vengo pensando que estos sabores, olores, colores, etc., no sean otra
cosa por parte del sujeto en el que nos parece que residen que
meros nombres, y que tengan solamente su residencia en el cuerpo
sensitivo, de modo que, apartado el animal, todas estas cualidades sean
borradas y aniquiladas por más que nosotros, aunque les hayamos
puesto nombres particulares y diferentes a aquellos de los primeros y
reales accidentes, quisiésemos creer que fuesen verdaderamente y realmente
distintas de aquéllos.
El
tacto, por ejemplo, puede proporcionar indicaciones objetivas de la forma de
los objetos.
- Creo
que con algunos ejemplos explicaré mi concepto más claramente. Muevo una
mano ora sobre una estatua de mármol, ora sobre un hombre vivo. En cuanto a la acción que viene de esa mano, es la misma para esa
mano sobre uno y sobre otro sujeto, que es la de aquellos primeros
accidentes: es decir movimiento y tacto, y no por otros nombres la
llamamos.
Pero
las cosquillas, provocadas por el tacto, son subjetivas.
- Pero
el cuerpo animado que recibe tales operaciones siente diferentes efectos
según sea tocado en una parte o en otra; si es tocado bajo la planta de
los pies, encima de las rodillas o bajo las axilas, siente, además del
mero toque, otro efecto, al que nosotros le hemos impuesto un nombre
particular, llamándolo cosquillas:
tal efecto es completamente nuestro, y en absoluto de la mano; y me parece
que se equivocaría gravemente quien quisiera decir que la mano, más allá
del movimiento y del tocamiento, tuviera en sí misma otra facultad
distinta de ésta: esto es, las cosquillas, como si las cosquillas fuesen
un accidente que residiese en ella.
Las
cosquillas dependen de la sensibilidad de la piel del sujeto, no de la
cualidad del cuerpo tocado.
- Un
poco de papel o una pluma, ligeramente rozados por encima de cualquier
parte de nuestro cuerpo, cumple, en cuanto a él, exactamente la misma
operación, que es moverse y tocar; pero en nosotros, tocando entre
los ojos, en la nariz o debajo de ella, excita un cosquilleo casi
intolerable, y en otras partes apenas se hace sentir. Pero ese cosquilleo
está por entero en nosotros y no en la pluma, y apartado el cuerpo
animado y sensible, ésta no es más que un mero nombre. Pues bien: de
semejante y no mayor existencia creo que puedan ser muchas de las
cualidades que son atribuidas a los cuerpos naturales, como sabores,
olores, colores y otros.
La
percepción táctil varía en las diferentes partes del cuerpo.
- Un
cuerpo sólido, y como se suele decir, muy material, movido y aplicado
sobre cualquier parte de mi persona, produce en mí aquella sensación que
nosotros llamamos tacto; y
ésta, si bien ocupa todo el cuerpo, sin embargo parece residir
principalmente en la palma de las manos, y más en las yemas de los dedos,
con las que sentimos pequeñas diferencias de aspereza, finura, suavidad y
dureza, que con otras partes del cuerpo no distinguimos tan bien; y de
estas sensaciones unas nos son más gratas y otras menos, según la
diversidad de figura de los cuerpos tangibles, lisas o escabrosas, agudas
u obtusas, duras o débiles: y este sentido, que es más material que los
otros y que está hecho de la solidez de la materia, parece que tenga
relación con el elemento de la tierra…
Las
cualidades subjetivas no existirían sin los órganos de los sentidos.
- Pero
que en los cuerpos externos para excitar en nosotros los sabores, los
olores y los sonidos, se necesite algo más que tamaños, formas, multitudes
y movimientos lentos o veloces, yo no lo creo; y considero que extirpadas
las orejas, la lengua y la nariz, permanecen sin problemas las formas, las
palabras, los números y los movimientos, pero no ya los olores, los
sabores ni los sonidos, que fuera del animal vivo no son más que nombres,
como no más que nombres son las cosquillas y los cosquilleos, eliminadas
las axilas y la piel en torno a la nariz.
La
importancia de la luz para la determinación de la percepción visible.
- Y
como los cuatro sentidos considerados tienen relación con los cuatro
elementos, así creo que la vista, sentido principal por encima de todos
los demás, tiene relación con la luz, pero con aquella proporción de
excelencia como es la que está entre lo finito y lo infinito, entre lo
temporal y lo instantáneo, entre la parte y lo indivisible, entre la luz y
las tinieblas. De esta sensación y de las cosas que dependen de ésta yo no pretendo entender sino poquísimo, y
para explicar ese poquísimo o mejor, para representarlo en papel, no me
bastaría largo tiempo, y por eso lo dejo en silencio.
88 Sería verdad, si
Aristóteles no lo negase.
EL PROBLEMA: ¿Qué induce a
muchos individuos a negar la evidencia?
LA TESIS: En su lucha por
imponer el criterio de la verificación experimental, Galileo debió combatir no sólo a los teólogos, sino
también a los filósofos aristotélicos. Los primeros negaban la verdad de los descubrimientos obtenidos con el telescopio porque
contradecían el dictado literal de la Biblia;
los segundos (representados en el diálogo por Simplicio) negaban las mismas verdades
porque eran contrarias a las doctrinas científicas de Aristóteles. El efecto final era idéntico, pero distintos los
presupuestos, porque si bien el caso de los teólogos puede ser de
algún modo justificado por una fe mal entendida, no hay excusas para un
pensamiento laico-científico como pretendía ser el aristotelismo. Sin embargo,
el dogmatismo, la negación de la evidencia, el cerrar literalmente los ojos
ante una prueba experimental, son comportamientos reales y, según Galileo, sólo explicables por una
tendencia innata de la psique humana hacia la deferencia gregaria ante el poder
y la autoridad. (Del Diálogo sobre los
dos máximos Sistemas del Mundo.)
En
la época de Galileo, las disecciones
anatómicas eran un espectáculo público.
- SAGREDO:
Me encontraba un día en casa de un médico muy apreciado en Venecia, donde
algunos para el estudio y otros por curiosidad se acercaban a
veces a ver algún corte de anatomía hecho por la mano de algún diligente y práctico anatomista.
Según
Galeno, los nervios nacen en el
cerebro; según Aristóteles en el
corazón.
- Y
sucedió aquel día que se estaba buscando el origen y el nacimiento de los
nervios que, además, es una famosa controversia entre los médicos galenistas y los peripatéticos; y mostrando el anatomista cómo, partiendo del cerebro y pasando por la nuca, el enorme
nudo de los nervios se iba luego distendiendo por la columna vertebral y
derramando por todo el cuerpo, y que sólo una rama finísima como un hilo
llegaba al corazón, volvióse a un gentilhombre que conocía por ser
filósofo peripatético y por cuya presencia él había descubierto y mostrado
todo con extraordinaria diligencia, y le preguntó si continuaba estando
tan seguro, pues el origen de los nervios estaba en el cerebro y no en el
corazón.
En
la mentalidad pre-científica, el parecer de una autoridad ilustre cuenta más
que la experiencia.
- El
filósofo, después de haber dudado un poco, respondió: <Me habéis hecho
ver esto hasta tal punto evidente y sensato, que si el texto de Aristóteles no dijese lo contrario
–pues claramente dice que los nervios nacen del corazón-, sería necesario
por fuerza darlo por verdadero>.
El
significado de una experiencia sólo se puede negar con el significado de otras experiencias.
- SIMPLICIO:
Señores, quiero que sepan que esta disputa sobre el origen de los
nervios no está en absoluto terminada y decidida, como quizá alguno piense.
SAGREDO:
Ni será nunca seguro mientras haya interlocutores como usted; pero esto
que decís no disminuye la extravagancia de la respuesta del peripatético, quien
contra tan sensata experiencia no responde produciendo otras experiencias o
razones de Aristóteles, sino con la
sola autoridad y el puro Ipse dixit [del
latín: <Él lo afirmó>.]
¿No
es irreverente criticar a gigantes del pensamiento como Aristóteles?
- SIMPLICIO:
Yo creo, y en parte sé, que no faltan en el mundo cerebros muy
extravagantes, cuya vanidad no debería redundar en perjuicio de Aristóteles, de quien me parece
que habláis quizá con demasiado escaso respeto; y sólo su antigüedad y el
gran nombre que ha adquirido en la mente de tantos hombres destacados deberían bastar para mantenerlo a salvo de todos los letrados.
Se
puede apreciar a Aristóteles y
criticar a los aristotélicos.
- SALVIATI:
El asunto no es en efecto así, señor Simplicio: algunos de sus
secuaces son tan pusilánimes que dan ocasión o, por mejor decirlo, que
darían la ocasión de apreciarlo menos, cuando nosotros quisiéramos
aplaudir sus ligerezas.
Si
Aristóteles hubiese dispuesto de un
telescopio, habría modificado su teoría astronómica.
- ¿Dudáis
acaso de que si Aristóteles
hubiese visto las novedades descubiertas en el cielo, no habría cambiado
sus opiniones y no habría enmendado sus libros para acercarse a las
doctrinas más sensatas, alejando de él a aquellos pobrecillos de
cerebro que de modo en exceso pusilánime se empeñan en querer sostener
cada cosa que dijo, sin comprender que si Aristóteles fuese tal y como se lo imaginan, sería un cerebro
rebelde, una mente obstinada, un ánimo lleno de barbarie, una voluntad
tiránica? ¿Y que considerando a todos las demás como unos necios borregos, quisiera que sus leyes fuesen antepuestas a los
sentidos, a la experiencia, a la misma naturaleza?
Hay
un impulso psicológico que inclina a fiarse más de un gran autor que de
la experiencia directa.
- Son
sus secuaces quienes han dado la autoridad a Aristóteles, y no él quien la ha usurpado o tomado; y esto es
así porque es más fácil cubrirse bajo el escudo de otro que aparecer a
cara descubierta, y temen y no se arriesgan a alejarse un solo paso y
antes que poner cualquier alteración en el cielo de Aristóteles, pretenden de manera impertinente negar aquello
que ven en el cielo de la naturaleza.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO