1724 – 1804 d.C.
La vida del más
importante filósofo de la época moderna (tal vez de todos los tiempos)
está marcada por una extraordinaria carencia de acontecimientos. Immanuel Kant, hijo de devotos
pietistas, nació en Könisberg, en la Prusia oriental,
en el seno de una familia burguesa de origen escocés. Estudió en el Collegium
Fridencianum, que dirigía el famoso pietista F. A. Schultz, donde recibió una
rigurosa educación religiosa. En 1741 ingresó en la Universidad de Könisberg,
donde estudió filosofía, matemática y la física de Newton. La muerte de su padre y los problemas económicos familiares
le obligaron a abandonar los estudios para emplearse como preceptor de algunas
nobles familias locales. En 1756 obtuvo la libre docencia y un modesto cargo de
profesor extraordinario en Könisberg. Decidido a vivir siempre en su ciudad
natal, Kant llegó a rechazar
prestigiosos cargos para dedicarse con serenidad al estudio y a la enseñanza.
Por la misma razón decidió, tras una atenta reflexión, permanecer célibe. Durante
sus últimos años padeció disturbios cerebrales que le impidieron escribir. Carente
de acontecimientos mundanos, la vida de Kant
estuvo en cambio llena de descubrimientos, crisis, intuiciones y desarrollos
intelectuales a través de un recorrido que, comenzando en el plano de la
investigación científica (sobre el modelo del saber newtoniano), se enfrentó
luego a las tesis escépticas de Hume
(véase 120) para llegar por fin a la
intuición del procedimiento crítico. Un periplo que el propio Kant describe como una especie de
novela filosófica: es decir, como el traumático paso de un sueño dogmático al descubrimiento de una gran luz.
Obras científicas
precríticas: Historia Natural Universal y
Teoría General del Cielo (1755); El
Fuego (1755). Obras del período crítico: El Único Argumento Posible para una Demostración de la Existencia de
Dios (1763); Observaciones sobre el Sentimiento
de lo Bello y lo Sublime (1764); Crítica
de la Razón Pura (1781); Metafísica
de las Costumbres (1787); Crítica de
la Razón Práctica (1788); Crítica del
Juicio (1790); La Religión en los
Límites de la Simple Razón (1794); Para
una Paz Perpetua (1795).
133 El cielo
estrellado y la ley moral.
EL PROBLEMA: ¿De qué se puede
tener certeza?
LA TESIS: La prosa de Kant se presenta habitualmente densa en
términos técnicos y en un estilo estrictamente controlado, pero este pasaje de
la Crítica de la Razón Pura (del que
se reproducen los párrafos 134 al 140) es famoso por su tono de íntima
participación. Según el filósofo, hay dos cosas que tienen el poder de conmover
su ánimo: el cielo estrellado y la constatación de la fuerza de la ley moral
interior. Entre ambas cosas existe oposición, pero también complementariedad:
no sólo porque uno es interno y la otra externa al individuo, sino
también porque la sensación de pequeñez que produce el espectáculo del Universo
enfatiza, por contraste, la conciencia del poder absoluto, de la
autosuficiencia y de esa universalidad que habitualmente denominamos voz de la conciencia. Si el hombre es nada respecto al cosmos, es, sin embargo, legislador absoluto en el terreno moral, y puede asumir como norma de su obrar no la utilidad o
la conveniencia, sino el interés universal.
El cielo estrellado
y la ley moral: dos certidumbres.
·Dos cosas llenan el espíritu de admiración y reverencia siempre nuevas y
crecientes, cuanto más frecuentemente y por más tiempo se detiene el
pensamiento en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí.
Dos datos
ineludibles de la conciencia.
·Ambas cosas no tengo que buscarlas más allá de donde alcanza mi mirada,
envuelta en la oscuridad ni tampoco en lo trascendente; debo, simplemente, presumirlas:
las veo ante mí e inmediatamente las conecto con la conciencia de mi existir.
El cielo estrellado
sugiere la infinitud de la naturaleza, la eternidad del tiempo.
·La primera comienza por el lugar que ocupo en el mundo sensible
exterior, y extiende la conexión en la que me encuentro a inconmensurables
grandezas en las que hay mundos sobre mundos y sistemas de sistemas; y además
de eso, a los tiempos ilimitados de su movimiento periódico, de su inicio y de
duración.
La ley moral tiene
un fundamento interior: implica la conciencia del deber, de la necesidad de la
acción moral y de su universalidad.
·La segunda parte de mi yo invisible, de mi personalidad, me representa
en un mundo que posee una infinita verdad, aunque perceptible sólo por el
intelecto, y con el que (mas, por ello, también con todos esos mundos visibles
al mismo tiempo) me reconozco en una conexión no simplemente accidental, como
en el primer caso, sino universal y necesaria.
En relación con la
infinitud de la naturaleza, el hombre aparece débil y determinado.
·La primera visión es la de un conjunto innumerable de mundos que
anonada, por así decirlo, mi importancia como criatura animal, y que deberá
restituir al planeta la materia de la que está hecha (un simple punto en el
Universo) después de haber sido dotada por un breve tiempo (no se sabe cómo) de
fuerza vital.
Respecto a la ley
moral el hombre está dotado de una infinita potencialidad.
·La segunda, por el contrario, eleva infinitamente mi propio valor como
valor de una inteligencia que es gracia de mi personalidad y en la que la ley
moral me revela una vida independiente de la animalidad y hasta de todo el
mundo sensible: al menos por lo que puede deducirse del destino final de mi
existencia en virtud de esta ley, cuya destinación no está limitada por las
condiciones y los confines de esta vida, sino que tiende al infinito.
134 El tribunal de
la razón.
EL PROBLEMA: ¿Puede la razón
analizarse a sí misma?
LA TESIS: Si se asume que
el conocimiento está condicionado por los esquemas mentales preexistentes en el
sujeto (véase 139), entonces el
análisis crítico de los fundamentos del saber consistirá en el intento de la
mente de analizarse a sí misma. Esta situación paradójica puede ilustrarse con
una metáfora de índole jurídica: al igual que en un tribunal en el que juez y acusado fuesen la misma persona, la razón, si quiere determinar cuáles
son sus propios límites de acción, debe citarse a juicio a sí misma y
analizarse a sí misma para verificar los límites de su propia legalidad: es
decir, establecer cuándo y dónde se produce un conocimiento verdadero y cuándo,
en cambio, el error.
Sólo la mente puede
analizarse a sí misma. Sólo la razón puede fundamentar la razón.
·Hay que recurrir a la razón para que asuma nuevamente la más ardua de
sus tareas –es decir, el conocimiento de sí misma- y establezca un tribunal que
la tutele en sus justas pretensiones, pero que quite de en medio las privadas
de fundamento y que no lo haga arbitrariamente, sino según sus leyes eternas e
inmutables. Y este tribunal no es otro que la misma crítica de la razón pura. Con
esta expresión no pretendo aludir a la crítica de libros y sistemas, sino a la
crítica de la razón en general.
CRITICISMO
Actitud filosófica creada por Kant que consiste en someter a crítica
los resultados de la propia actividad mental y de toda experiencia humana en
general, con la finalidad de establecer sus límites, su validez y su
posibilidad. Su presupuesto es que la mente debe vigilarse a sí misma e
inspeccionar sus propias elaboraciones a fin de mantener bajo control
determinadas tendencias naturales de la psique; principalmente, la propensión a
generalizar casos concretos formulando leyes universales de valor metafísico
(es decir, no verificables por la experiencia).
135 Una revolución
en la filosofía del conocimiento.
EL PROBLEMA: ¿Cuál es la base
del saber? ¿Puede la filosofía del conocimiento convertirse en una verdadera
ciencia?
LA TESIS: Oponiéndose
totalmente a la perspectiva tradicional de la filosofía del conocimiento, Kant afirma que el acto cognoscitivo no
es, como le parece al sentido común, exactamente una adecuación de la mente al
objeto conocido. Al contrario: son los esquemas mentales ya presentes en la
mente los que determinan qué podemos conocer del objeto. Estos esquemas
funcionan como un filtro, seleccionando las modalidades de la realidad que
pueden ser recibidas por la mente; son como una especie de anteojos que se
interponen entre la mente y el mundo. Kant
establece un innovador programa de investigación: en el centro de la filosofía
del conocimiento hay que situar estas formas
a priori de la mente, universales y necesarias.
La filosofía debe
renovarse siguiendo el ejemplo de la física y de las matemáticas.
·Debo pensar que el ejemplo de las matemáticas y de la física, que son
hoy lo que son gracias a una revolución tan inmediata como radical, sea lo
bastante digno de atención como para reflexionar sobre el punto esencial del
cambio de método, que tan provechoso les ha sido a ambas disciplinas, y para
imitarlo aquí –o intentarlo al menos-, por cuanto nos permite hacerlo la
analogía de las mismas con la metafísica (en tanto que conocimientos
racionales).
Todos los intentos
por explicar el conocimiento como adecuación de la mente al objeto conocido han
fracasado.
·Hasta ahora se ha admitido que todo nuestro conocimiento debía basarse
en los objetos, pero todos los intentos de establecer en torno a ellos
cualquier realidad a priori –usando conceptos con los que nuestro conocimiento,
asumiendo tal presupuesto, habría podido ampliarse- han resultado en vano.
La mente debe ser
considerada como base del conocimiento, y no el mundo exterior.
·Así pues, hágase ya la prueba y compruébese si seremos más afortunados en los problemas de la metafísica proponiendo la hipótesis de que los
objetos deben ser controlados por nuestro conocimiento, lo que sería más acorde
con la ansiada posibilidad de disfrutar de un conocimiento a priori que siente
bases sobre los objetos, antes de que éstos nos sean dados.
Así como Copérnico
desplazó del centro del Universo a la Tierra y colocó en su lugar al Sol, en el
centro de la investigación cabe ahora colocar al sujeto observador,
y no al objeto.
·Aquí procede actuar como en el caso de la primera idea de Copérnico,
quien, al ver que no podía explicar los movimientos celestes si admitía que
todo el ejército de astros rotaba en torno al espectador, intentó
lograrlo haciendo girar al observador y dejando en quietud a los
astros. Cabe ahora considerar la realización de un intento similar en la
metafísica, y aplicarlo en la intuición de los objetos.
Sólo un análisis de
las facultades cognoscitivas del hombre puede implicar
principios a priori.
·Si la intuición debe regirse por la naturaleza de los objetos, no veo,
de ningún modo, cómo podría saberse de ahí cualquier cosa a priori. Si, en cambio, el objeto (en cuanto objeto del
entendimiento) se rige por la naturaleza de nuestra facultad intuitiva, puedo
representarme muy bien esta posibilidad.
La relación entre
observador y objeto sólo admite dos posibilidades…
·Pero como no puedo detenerme en intuiciones de este tipo si es que ellas
deben convertirse en conocimientos, y puesto que es preciso que las refiera, en
tanto que representaciones, a cualquier cosa que exista en el objeto y que yo
determine mediante aquellas, no me queda más que plantear dos hipótesis:
… o es la mente del que observa la que se adecua al mundo exterior…
·1) O los conceptos, con los que cumplo esta determinación, se basan
también en el objeto –y en este caso me encuentro en la misma dificultad
respecto al modo en que puedo conocer cualquier cosa a priori-.
… o bien es el
objeto el que debe adecuarse a los conceptos del que observa.
·2) O bien los objetos –o lo que es lo mismo, la experiencia, en la que
ellos son los únicos conocidos (en tanto que objetos dados)- se basan en estos
conceptos.
Si la protagonista
del conocimiento es la mente del observador, entonces será posible
encontrar los principios a priori que regulan su funcionamiento.
·Así pues, repentinamente veo una más fácil vía de salida en el segundo
caso, porque la experiencia es un tipo de conocimiento que requiere el concurso
del intelecto, cuya primera regla debo suponer por mí mismo que sea la de que
todos los objetos me han sido dados. Y a causa de ello, todos los objetos de la
experiencia deben a priori basarse
necesariamente en ellos, y concordar en todo con ellos.
La filosofía del
conocimiento debe estudiar los principios a priori de la mente y la relación
creada entre éstos y los objetos.
·En lo que respecta a los objetos en tanto que son simplemente pensados
por la razón –es decir, necesariamente-, pero que de ningún modo pueden ser
dados en la experiencia (al menos como los piensa la razón), los intentos de
pensarlos (¡Deben, sin embargo, poderse pensar!) nos proporcionarán una
excelente piedra de toque de lo que nosotros asumimos como el renovado
método a priori, que es el mismo que nosotros mismos proponemos.
A PRIORI/A
POSTERIORI
Apriorístico es todo juicio elaborado sin
necesidad de recurrir a la experiencia. Se trata casi siempre de afirmaciones
que se limitan a explicar mejor un elemento ya implícito en el sujeto. Por
ejemplo: la afirmación este cuerpo tiene
un peso puede ser pronunciada siempre, incluso antes de evaluar el cuerpo
en cuestión, pues no hay ningún cuerpo que carezca de peso. A posteriori, en cambio, son aquellos
juicios que pueden ser enunciados sólo como consecuencia de una experiencia
particular y concreta: por ejemplo, la afirmación este cuerpo es muy pesado.
136 La mente debe criticarse
a sí misma.
EL PROBLEMA: ¿Cuál es la tendencia
espontánea de la mente en el ámbito cognoscitivo?
LA TESIS: La razón humana
debe proceder a una autocrítica, estableciendo de una vez por todas cuáles son
los límites de su radio de acción (y más allá de los cuales sólo podría
aventurarse abandonando, obviamente, toda pretensión de certeza). El proceder
kantiano actúa sobreentendiendo que la mente tiene una espontánea e
irrefrenable tendencia a ir más allá de esos límites, y que debe por ello ser
controlada. Hay en la psique un impulso irresistible a superar el ámbito de la
experiencia verificable para formular conjeturas hipotéticas, doctrinas
metafísicas o, más simplemente, fantásticas (entre los múltiples significados
que el término crítica asume en los
textos de Kant, figura también el de
restringir a la mente para que no sobrepase los límites de su propia validez).
La filosofía del
conocimiento describe los esquemas mentales innatos y universales que
condicionan la experiencia.
·De ello deriva la idea de una ciencia especial, que bien podrá tomar el
nombre de crítica de la razón pura. En efecto, la razón es la facultad que nos
da los principios del conocimiento a
priori. Razón pura es, por lo tanto, aquella que contiene los principios
para conocer cualquier cosa puramente a
priori; un órgano de la razón pura sería un conjunto de principios según
los cuales todos los conocimientos también a
priori pueden adquirirse y poner efectivamente en acto.
El objeto de tal
filosofía no es aumentar nuestro conocimiento…
·La aplicación total de un órgano semejante constituirá un sistema de la
razón pura. Pero como sea que este sistema, aun siendo muy requerido, deja
abierta todavía la cuestión de si también aquí es posible una extensión en
general de nuestro conocimiento, y en qué casos, se podrá entonces considerar
una ciencia de la simple valoración de la razón pura, de sus fuentes y de sus
límites, como la propedéutica del propio sistema de la razón pura.
… sino una crítica
negativa a la pretensión de la razón de explicarlo todo, señalándole sus
límites insuperables.
·Una ciencia concebida de tal modo no debiera ser denominada doctrina,
sino tan sólo crítica de la razón pura; y su utilidad respecto a la
especulación sería, en realidad, sólo negativa, pues más que para ampliarla,
serviría simplemente para purificar nuestra razón liberándola de los errores,
lo que ya supone un gran beneficio.
JUICIOS SINTÉTICOS A PRIORI
En la terminología kantiana representan a
las afirmaciones (juicios) dotadas de universalidad y necesidad que, aun siendo
a priori –es decir, proviniendo de
cualquier experiencia- son tan fecundas (sintéticas, en la terminología de Kant) que pueden emplearse como axiomas
de partida del saber científico. Un importante ejemplo de juicio sintético a
priori es el principio de causa-efecto; es decir, el axioma de que todo en el mundo tiene una causa.
137 La diferencia
entre juicios analíticos y sintéticos.
EL PROBLEMA: ¿Es posible
construir una tipología de los juicios del conocimiento?
LA TESIS: Los juicios analíticos
son característicos de la tradición racionalista cartesiana, que construía la
ciencia como explicación deductiva a partir de ciertas verdades evidentes (véase 96). Los juicios sintéticos, en
cambio, son típicos de la tradición empírica, que describía el conocimiento
como aprendizaje de la experiencia (véase
120). Los juicios analíticos tienen, ciertamente, el valor de su ser
indiscutibles (reduciéndose a ser, en el fondo, afirmaciones obvias), pero lo
cierto es que no pueden constituir el fundamento de un progreso cognoscitivo. Por
otro lado, y pese a su riqueza en nuevos conocimientos, también los juicios
sintéticos presentan un límite insuperable en su dependencia de una experiencia
concreta. Y si la existencia de algo sólo pudiese afirmarse tras haber tenido
una experiencia concreta de ello, evidentemente la ciencia debería renunciar a
ser predictiva. Según Kant, se trata
de formular una aproximación cognoscitiva que relacione la certeza y la
universalidad apriorística de los juicios analíticos con la fecundidad
cognoscitiva de los juicios sintéticos. Es necesario, por lo tanto, una
aproximación global al conocimiento, superando tanto la tradición del
racionalismo como la del empirismo.
Juicios analíticos
y juicios sintéticos.
·En todos los juicios en los que se piensa la relación entre un sujeto y
un predicado (me refiero sólo a los afirmativos, puesto que la aplicación a los
juicios negativos resulta más fácil), esta relación puede tener dos formas: o
bien el predicado B pertenece al sujeto A como algo que está (implícitamente)
contenido en el concepto A, o bien B se halla completamente fuera del concepto
A, aunque guarde con él alguna relación. En el primer caso, enuncio un juicio
analítico; en el segundo, uno sintético.
Diferencia
sustancial entre juicios analíticos y juicios sintéticos.
·Los juicios analíticos (afirmativos) son, por lo tanto, aquellos en los
que se piensa la conexión entre predicado y sujeto mediante la identidad,
mientras que se llamarán juicios sintéticos aquellos en los que dicha conexión
se piense sin identidad.
El procedimiento
analítico es explicativo y desarrolla un contenido ya conocido. Los
conocimientos sólo se adquieren a través de los juicios sintéticos.
·Los primeros también podrían denominarse juicios explicativos, y extensivos
los segundos; en efecto, nada añaden los primeros mediante el predicado al
concepto del sujeto, sino que se limitan a descomponer el concepto, por
análisis, en sus conceptos parciales, que ya estaban pensados en dicho concepto
del sujeto (aunque de forma confusa). Por el contrario, los segundos añaden al
concepto del sujeto un predicado que ni estaba pensado en él ni podía
extraerse mediante alguna descomposición suya.
Dado que no hay
cuerpo sin extensión, notar la extensión de un cuerpo es algo obvio (un juicio
analítico).
·Si digo, por ejemplo, todos los
cuerpos son extensos, tenemos un juicio analítico. En efecto, no tengo
necesidad de ir más allá del concepto que relaciono con la palabra cuerpo para encontrar la extensión que a
él se vincula. Para hallar ese predicado, no necesito más que descomponer dicho
concepto; es decir, adquirir conciencia de la multiplicidad que pienso que él
contiene siempre. Se trata, pues, de un juicio analítico.
Dado que los
cuerpos pueden ser pesados o ligeros, la afirmación de que todos son pesados no
sería exactamente obvia (un juicio sintético).
·Por el contrario, si digo Todos
los cuerpos son pesados, el predicado constituye algo completamente
distinto de lo que pienso en el simple concepto de cuerpo en general. Consecuentemente,
de la adición de semejante predicado surge un juicio sintético.
ESPACIO Y TIEMPO
Espacio y tiempo son nociones sobre las que
mucho han reflexionado los filósofos (véase 53, 184, 189) y que tienen un papel fundamental en el conocimiento
científico. Las observaciones escépticas de Hume –que, llevando a sus extremas consecuencias la perspectiva empirista, demostraron la inconsistencia
de las nociones de espacio y tiempo reduciéndolas al fruto de un simple hábito- animaron a Kant a formular la completa prospectiva del criticismo. Kant cree
resolver este desafío considerando el espacio y el tiempo como dos formas sintéticas a priori de la
percepción. Dicho de otro modo, el espacio y el tiempo no son realidades
absolutas y extrañas al hombre ni tampoco hábitos subjetivos, sino
dos esquemas mentales que estructuran íntimamente la psique humana. En cuanto
tales, son universales: es decir, están presentes del mismo modo en todos los hombres de todas las épocas. Por lo tanto, sobre estos
esquemas se puede fundar una ciencia que no tenga la presunción de ser
objetivamente verdadera (es decir, de describir el mundo en su objetividad),
sino, más modestamente, de ser universal (es decir, válida para todos los hombres).
CRÍTICA DE LA RAZÓN
PURA
Es el título de la obra más importante de Kant, cuyo contenido consiste en la
aplicación del principio del criticismo
a las facultades cognoscitivas de la mente. Este contenido se resume en un
análisis general de la validez y los límites de la razón humana considerada de
modo puro: es decir, no en el
ejercicio de su aplicación, sino en sus estructuras esquemáticas a priori, independientemente de
cualquier experiencia concreta.
138 Espacio y
tiempo no son realidades, sino esquemas mentales.
EL PROBLEMA: ¿Cuáles son las formas a priori de la sensación? ¿En qué consisten el espacio y el tiempo?
LA TESIS: Espacio y tiempo
no son determinaciones objetivas de la realidad a las que nuestra mente se
adecua, sino, por el contrario, esquemas mentales (formas a priori) que
preceden, condicionan y estructuran toda nuestra percepción del mundo externo.
Para comprender el razonamiento de Kant,
basta con preguntarse en qué dimensión del tiempo viviríamos si la existencia
humana fuese mucho más breve o mucho más extensa de cuanto es. Si,
hipotéticamente, la vida durase sólo unas horas –como ocurre con ciertas
minúsculas especies animales-, también lo que llamamos tiempo tendría un
significado diferente. En consecuencia, lograríamos aprehender sensiblemente
determinaciones que para nosotros son puramente teóricas: por ejemplo, la
noción de milésima de segundo. Y si fuésemos seres dotados de un cuerpo mucho
más pequeño o mucho más grande, también el espacio sería distinto: un microbio
no percibe la misma dimensión espacial que un elefante. Por lo tanto, el mundo
en que vivimos es, al menos en parte, también el fruto de nuestro modo,
peculiarmente humano, de existir.
Lo que llamamos
espacio no es una dimensión objetiva de la realidad.
·El espacio no representa ninguna propiedad de las cosas ni en sí mismas
ni en sus relaciones mutuas; es decir, ninguna propiedad inherente a los
objetos mismos, y capaz de subsistir una vez hecha abstracción de todas las
condiciones subjetivas de la intuición…
El espacio es el
modo en que la psique estructura la conciencia fenoménica que proviene del
mundo.
·El espacio no es más que la forma de todos los fenómenos de los sentidos
externos; es decir, la condición subjetiva de la sensibilidad. Sólo en esa
condición nos será posible alcanzar la intuición externa.
Tampoco el tiempo
es una realidad objetiva.
·El tiempo no es algo que exista por sí mismo o que sea inherente a las
cosas como su determinación objetiva, es decir, algo que subsista una vez hecha
abstracción de todas las condiciones subjetivas de su intuición.
El tiempo es un
esquema psíquico, una forma a priori de la mente.
·El tiempo no es más que la forma del sentido interno: esto es, del
intuirnos a nosotros mismos y a nuestro estado interno. El tiempo es
la condición formal a priori de todos los fenómenos en general.
También el esquema
temporal es condición de existencia de las intuiciones espaciales. Tiene, por
tanto, carácter fundador.
·En tanto que forma pura de toda intuición externa, el espacio se
refiere, como condición a priori, sólo a los fenómenos externos. Por el
contrario, toda representación, tenga o no por objeto cosas externas,
corresponde en sí misma, como determinación del psiquismo, al estado interno. Ahora
bien: éste se halla sometido a la condición formal de la intuición interna y,
consecuentemente, pertenece al tiempo. De ello se deduce que el tiempo
constituye una condición a priori de todos los fenómenos en general.
139 En toda sensación
hay un a priori.
EL PROBLEMA: ¿Cómo funciona la
percepción?
LA TESIS: La innovadora
descripción del funcionamiento de la percepción constituye la base de la
doctrina kantiana del conocimiento. A lo largo de toda la historia del
pensamiento, ningún filósofo había puesto en duda el dogma de la
pasividad de la sensación: la vista no puede elegir lo que ve, así como el oído
no decide lo que oye. Los órganos de la percepción sólo pueden registrar de
forma pasiva –y con más o menos fidelidad- las impresiones que le llegan del
exterior. Ciertamente, Kant admite
también que hay un aspecto de la percepción (la materia de la percepción) que es totalmente independiente de los
órganos de los sentidos: lo que vemos o sentimos depende indudablemente de lo que en verdad existe en el mundo, de
las ondas luminosas o sonoras que llegan a la vista o al oído. Pero la vista no
funciona como una máquina fotográfica: una parte de la percepción (su forma) depende exclusivamente del sujeto, de los esquemas (espacio-temporales) a priori que estructuran su
psique. En otros términos: el mundo en sí (el noúmeno) no cambia, pero si la mente humana cambiase (si, por
ejemplo, el hombre estuviese dotado de
órganos perceptivos diferentes de los que posee) viviríamos en un mundo
distinto, para nosotros, del actual.
La sensación es el
efecto de un objeto sobre los sentidos.
·El efecto de un objeto sobre la capacidad representativa en tanto
resultamos afectados es la sensación.
Fenómeno es el
producto de una intuición sensorial.
·La intuición que se refiere al objeto mediante una sensación se llama
empírica. El objeto indeterminado de una intuición empírica toma el nombre de
fenómeno.
En todo fenómeno
hay una materia, dada por el objeto, y una forma, presente en el sujeto.
·Llamo materia en el fenómeno a aquello que corresponde a la sensación. A
lo que, en cambio, hace que la multiplicidad del fenómeno pueda ser ordenada en
relaciones concretas, lo llamo forma del fenómeno.
Las formas a través
de las cuales el sujeto organiza la materia fenoménica son a priori,
anteriores a cualquier experiencia sensorial.
·Dado que aquello en lo que sólo las sensaciones se ordenan y pueden ser
puestas en una determinada forma no puede, a su voluntad, ser sensación, la
materia de todo fenómeno nos es dada sólo a posteriori, pero su forma
respectiva debe en todos los fenómenos encontrarse ya a priori en el alma, y
debe ser considerada, por lo tanto, separadamente de toda sensación.
140 La existencia
de Dios nunca podrá ser probada.
EL PROBLEMA: ¿Se puede demostrar
la existencia de Dios con argumentos racionales?
LA TESIS: San Anselmo de Aosta había intentado
inferir la existencia de Dios como consecuencia lógica de su naturaleza
perfecta (véase 57), según la idea de
que un ser absolutamente perfecto no puede estar privado del atributo de la
existencia. Sin embargo, este razonamiento presenta un gran error: no es
posible afirmar la existencia de un objeto basándonos en la idea que de él
tenemos, aun cuando le atribuyamos el carácter de la perfección absoluta. En
efecto, siguiendo la argumentación de san Anselmo, deberíamos declarar como existentes también a, por ejemplo, cien
monedas, en tanto que podamos imaginarlas, pensarlas y definirlas de forma
perfecta, puesto que también en este caso la idea de absoluta perfección
debería contener la existencia. Según Kant,
la teología racional es una ciencia
imposible, lo que no significa exactamente que Dios no exista, sino tan
sólo que no puede probarse.
La existencia de un
objeto no puede derivar de su definición conceptual.
·Así pues, sea cual sea el contenido de un concepto, tanto en su cualidad
como en su extensión, nos vemos obligados a salir de él si queremos
atribuir existencia a dicho concepto.
La verificación
perceptiva es el único criterio cierto de existencia.
·En los objetos de los sentidos, eso sucede relacionándolos con alguna de
nuestras percepciones según marquen las leyes empíricas. Pero no existe medio
alguno de conocer la existencia de los conceptos del pensamiento puro, puesto
que tendríamos que conocerla completamente a priori.
No podemos afirmar
la existencia de las cosas de las que sólo tenemos una idea pura no
experimental, aun cuando eso no implica que no puedan existir.
·Pero nuestra conciencia de toda existencia (sea inmediata, en virtud de
la percepción, sea mediante inferencias que enlacen algo con la percepción)
pertenece por entero a la unidad de la experiencia. No podemos afirmar que una
existencia fuera de este campo sea absolutamente imposible, pero constituye un
supuesto que no podemos justificar por medio alguno.
De la idea de Dios
como ser perfecto no deriva la existencia de Dios.
·El concepto de un ser supremo es una idea muy útil en no pocos aspectos.
Pero, precisamente, por tratarse de una simple idea es totalmente incapaz de
ampliar por sí sola nuestro conocimiento respecto de lo que existe.
Entre el plano de
la lógica y el de la existencia hay un salto, como lo hay entre la contabilidad
de los gastos domésticos (falsificables) y la riqueza efectiva.
·Todo el esfuerzo y el trabajo invertidos en la conocida prueba
ontológica de la existencia de un Ser supremo ha sido, pues, inútil. Queda
demostrado que, mediante simples ideas, un hombre podría ganar los
mismos conocimientos que dinero podrá ganar un mercader que, para mejorar
su propia condición, optará por añadir algunos ceros al balance de sus cuentas.
141 El imperativo
categórico en cuatro casos.
EL PROBLEMA: ¿En qué consiste la
ley moral? ¿Cómo se determina el valor ético del comportamiento?
LA TESIS: La doctrina del
imperativo categórico, núcleo de la doctrina kantiana, afirma que un comportamiento
puede llamarse moral cuando puede ser universalizado; es decir, cuando es fiel
a una norma que supera el caso concreto, la utilidad o el interés personal. En
otros términos, existen según Kant
comportamientos que la conciencia reconoce justos o erróneos en sí mismos,
independientemente de las consecuencias y de la situación concreta en la que se
explican. La acción debida encuentra su propio fin sólo en sí misma y en
ninguna otra parte. Es significativo que Kant
sintiese la necesidad de añadir el análisis de algunos casos concretos a la
enunciación teórica de la doctrina. En efecto, en el plano de la ética, la
psique tiende espontáneamente a relativizar y justificar mediante
consideraciones particulares y acciones específicas que en la teoría se niegan.
Pero si un comportamiento entra en el imperativo categórico, pudiendo ser
universalizado como ley general, no es negociable y deberá, sin duda, ser
puesto siempre en acto. (De Metafísica de
las Costumbres.)
Todo imperativo
hipotético está determinado por el fin que persigue.
·Si pienso un imperativo hipotético en general, no sé qué contendrá hasta
que se me presente. Si, en cambio, pienso un imperativo categórico, sé
inmediatamente qué es lo que contiene.
El imperativo
categórico no está condicionado por ningún fin.
·En efecto el imperativo, además de la ley, no contiene otra cosa que la
necesidad, de acuerdo a la máxima, de ser conforme a esa ley, sin que ésta esté
sometida a condición alguna.
El imperativo
categórico indica una posible universalización del comportamiento en cuestión.
·Por consiguiente, sólo queda la universalidad de una ley en general a la
que debe conformarse la máxima que guía la acción, y es sólo esta conformidad
lo que el imperativo presenta como necesario.
¿Puede el dolor
justificar el suicidio?
·PRIMER CASO
Debido a una serie
de males sufridos que han terminado por llevarle a la desesperación, un hombre siente un gran disgusto por la vida. Pero aún se halla en
posesión de su razón, por lo que puede preguntarse si quitarse la vida
constituye o no una violación del deber hacia sí mismo.
La cuestión ética
se resuelve mediante la generalización: ¿Podría el suicidio convertirse en
norma?
·Se pregunta entonces si la máxima de su acción podría convertirse en ley
universal natural. Su máxima sería: por
amor a mí mismo, establezco el deber de poder abreviar mi vida desde el
momento en que, prolongándola, puedo esperar más males que satisfacciones.
Se trataría ahora de saber sólo si este principio del amor a sí mismo podría
convertirse en una ley universal natural.
La naturaleza es
instinto de vida y no puede admitir el deseo de muerte.
·Sin embargo, se advierte de inmediato que una naturaleza semejante, cuya
norma es destruir la vida misma basándose justamente en ese sentimiento cuya
especial función es instar al desarrollo de la vida, sería una contradicción
consigo misma y no podría subsistir como naturaleza.
El suicidio y la
eutanasia están en contradicción con el principio categórico.
·Por consiguiente, esta máxima no puede ocupar en absoluto el lugar de
una ley universal de la naturaleza, y es por ello completamente contraria al
principio supremo de todo deber.
En una situación
totalmente excepcional (por ejemplo, ante una situación de gran necesidad
económica), ¿Sería lícito no cumplir la palabra dada?
·CASO SEGUNDO
A otro individuo, la necesidad le obliga a pedir dinero prestado. Aunque sabe que
no podrá devolverlo, sabe también que no se lo prestarán si no se compromete
seriamente a devolverlo en una fecha determinada. Él sentirá sin duda un
gran deseo de cumplir con su promesa, pero aún le quedará suficiente conciencia
como para preguntarse si no está prohibido y si es contrario al deber el tratar
de salvar su necesidad de esa manera.
¿Qué sucedería si
todos los individuos en condiciones semejantes se comportasen de
este modo?
·Sin embargo, suponiendo que tomase semejante decisión, la máxima de su
acción significaría: cuando me encuentro
en una situación de necesidad económica pido dinero prestado prometiendo
devolverlo, aunque sé que no lo haré. Pues bien, es muy posible que este
principio del amor a sí mismo o de la propia necesidad esté ligado a mi
futuro bienestar, pero por el momento la cuestión es: ¿Es esto justo? Yo
transformo, entonces, la exigencia del amor a sí mismo en una ley universal
y me hago la siguiente pregunta: ¿Qué sucedería si mi máxima se convirtiese en
ley universal?
Mantener las
promesas es un imperativo categórico que en ningún caso admite excepción.
·Ahora bien: veo inmediatamente que jamás podría valer como ley universal
de la naturaleza. Porque admitir como ley universal que todo hombre que crea encontrarse en una situación de necesidad pueda prometer cualquier
cosa que se le pase por la cabeza sin tener el propósito de cumplirlo, tornaría
imposible cualquier promesa e inalcanzable lo que queremos conseguir con ella,
puesto que nadie creería ya entonces lo que se le promete, sino que se burlaría
de ello como si de vanas ficciones se tratara.
No desarrollar a
fondo el propio talento, ¿Constituye un pecado de omisión?
·CASO TERCERO
Un tercer individuo se siente en posesión de un ingenio tal, que cualquier aplicación que hiciese del mismo
podría convertirle en un hombre útil en muchos aspectos. Pero como
disfruta de una posición acomodada, prefiere abandonarse al placer antes que
esforzarse en extender y perfeccionar sus felices aptitudes naturales. No
obstante, se pregunta si su máxima de descuidar los dones naturales, que es en
sí misma acorde a su tendencia al goce, concuerda igualmente bien con lo que se
llama deber.
Si se generalizase
este comportamiento, toda la cultura sufriría una regresión.
·Ahora bien: él ve claramente que, pese a una ley universal como
ésa, sin duda una naturaleza podría aún subsistir, incluso cuando el hombre (como el habitante de los mares del Sur) dejase
arruinar su talento sin pensar más que en conducir su vida en pos del ocio, del
placer, de la propagación de la especie; del goce, en suma. Pero él no
puede en absoluto desear que eso se convierta en ley universal de la
naturaleza, o que ello sea innato en nosotros como instinto natural.
El imperativo
categórico impone a cada individuo desarrollar mejor sus propias
capacidades.
·Porque, como ser racional, desea, necesariamente, que todas sus
facultades se desarrollen en él, dado que le ha sido otorgadas para que
le sirvan a toda clase de fines posibles.
La indiferencia
hacia los demás, ¿Es éticamente lícita?
·CASO CUARTO
Finalmente, un cuarto individuo a quien la suerte le sonríe, razona de este modo al
ver luchar a los hombres (a quienes podría ayudar) con grandes
dificultades: ¿Qué me importa? Que cada
uno sea tan feliz como al Cielo le plazca o como le dicte su propio
entender. Yo jamás le sustraeré la mínima parte de lo que tiene; al contrario:
nunca le envidiaré. Simplemente, no siento que deba contribuir en algo a su
bienestar o ayudarle en su necesidad.
Es posible la existencia
de una sociedad basada en la indiferencia y el egoísmo; de existir, sería sin
duda menos hipócrita que otras.
·Y si tal manera de pensar se convirtiese en una ley universal de la
naturaleza, la especie humana podría sin duda subsistir, en mejores condiciones
que cuando se habla continuamente de simpatía y de benevolencia y se afana
incluso en practicarlo llegado el caso; pero luego, al contrario, en cuanto se
da la ocasión se engaña y se trafica con el derecho de los hombres o se les daña de cualquier otro modo.
Pero la
generalización del comportamiento egoísta se convierte en un posible perjuicio
para el propio egoísta.
·Pero, aun cuando fuese posible la existencia de una ley universal
natural conforme a esa máxima, sigue siendo imposible pretender que un
principio semejante valga universalmente como ley de la naturaleza. Porque
cualquier voluntad que adoptase esta actitud estaría en contradicción consigo
misma, en tanto que podrían darse casos en los que este hombre pueda tener necesidad del amor y simpatía de los demás; por consiguiente,
en esos casos, no tendría la menor esperanza de obtener la ayuda que desea por
imposición de la misma ley que su propia voluntad ha establecido.
Hay un método
seguro para resolver los problemas éticos: preguntarse si el proceder en
cuestión pudiese llegar a ser universal.
·Todos éstos no son más que algunos de los numerosos deberes reales o, al
menos, de los que nosotros consideramos como tales, cuya derivación del
único principio que hemos expuesto salta de manera sin lugar a dudas evidente a
la vista. Es preciso que pueda desearse que lo que es una máxima de nuestras
acciones se convierta en ley universal. Éste es el canon que permite la
apreciación moral de nuestra acción en general.
SUBLIME
Es, en el campo de la estética, el juicio
de belleza sobre objetos de por sí impresionantes, desmesurados, capaces de
suscitar no una impresión de armonía, sino también de potencia, miedo o dolor
sin límites. Según Kant, existe un
sublime matemático –la contemplación
de la infinitud numérica- y un sublime natural
–la observación de los aspectos asombrosos de la naturaleza (los huracanes, las
altas montañas, los abismos, etcétera)- que el hombre busca movido por su propia naturaleza.
142 ¿Es hermoso un
huracán? No, es sublime.
EL PROBLEMA: ¿Existe un solo
tipo de belleza? ¿En qué se basa el juicio estético?
LA TESIS: Los juicios de
gusto son de varios tipos. Es preciso distinguir lo agradable –lo que es apreciado a nivel sensorial- del placer estético propiamente dicho. Éste
se basa en juicios reflejos, es
decir, sobre una valoración que no considera directamente al objeto mismo, sino
a la relación entre éste y nuestro espíritu. Hallamos belleza en aquellas cosas
en las que, como en un espejo, vemos reflejados los criterios de armonía y de
equilibrio que estructuran nuestra mente. El juicio de belleza, según Kant, es sólo una de las dos
modalidades posibles del placer estético. Existe además la valoración de lo sublime, término atribuible a todo lo
desmesurado, ilimitado y, por lo tanto, emocionante y asombroso. Valgan como
ejemplos la erupción de un volcán, la potencia de un huracán o la profundidad
de un abismo. También en este campo el juicio es de tipo reflejo, puesto que la
sensación no es ciertamente la implicada (tanto, que sólo podemos apreciar
estos terribles fenómenos naturales cuando nuestra persona no se ve
directamente comprometida, en cuyo caso el miedo prevalece sobre cualquier
emoción estética). La conmoción que suscita lo sublime surge del dramático
contraste que se establece entre nosotros y el objeto, de modo simétrico y
contrario a la relación de armonía característica de lo bello. Al contemplar las nubes de un temporal o una tempestad en el
mar experimentamos, por una parte, disgusto por no alcanzar a distinguir toda
su grandeza y, por otra, placer porque nuestro espíritu, ejercitando un
parangón entre nosotros y la naturaleza, se eleva a la idea de lo
infinito. (De Crítica del Juicio.)
El juicio estético
no depende de la percepción ni de ninguna actividad racional.
·Lo bello concuerda con lo sublime en que ambos gustan por sí mismos.
Además, ambos también no presuponen ni un juicio de los sentidos ni un juicio
determinante del intelecto, sino un juicio de reflexión.
El juicio estético
se basa en una comparación entre el objeto y la mente humana que la imaginación
realiza.
·En consecuencia, el placer no depende en ellos de una sensación (como
para lo agradable) ni de un concepto determinado (como para lo bueno), aunque
se refiere, sin embargo, a conceptos (si bien indeterminados) para los que el
placer está ligado a la pura exhibición o a la facultad de exhibirse. De modo
que en una intuición dada, esta facultad (o, en otros términos, la imaginación)
se considera acorde con la facultad de los conceptos del intelecto o de la
razón, y en provecho de ella.
<Me gusta> es
una afirmación subjetiva. <Es bello> es universal.
·Por ello, ambos juicios son singulares, pero se proponen como juicios
universales respecto a cada sujeto, si bien únicamente pretenden el sentimiento
del placer y no el conocimiento del objeto.
Lo bello es
limitado y comprensible por la razón (el intelecto). Lo sublime no tiene
límites y se dirige a la imaginación.
·Pero saltan a la vista, también, las considerables diferencias. Lo bello
de la naturaleza tiene que ver con la forma del objeto, la cual consiste en la
limitación; lo sublime, en cambio, se puede encontrar incluso en un objeto
carente de forma en cuanto implique o provoque la representación de lo
ilimitado, pensado por lo general en su totalidad. De modo que lo bello podría
ser considerado como exhibición de un concepto indeterminado del intelecto, y
lo sublime como exhibición de un concepto indeterminado de la razón.
Sublime es lo que
es enorme y grande.
·En el primer caso, el placer está ligado a la representación de la
cualidad; en el segundo, en cambio, está ligado a la representación de la
cantidad.
La relación entre
mente y objeto bello es lineal, directa y única.
·Entre los dos tipos de placer hay, además, otra notable diferencia con
relación a la especie. Lo bello implica directamente un sentimiento de agilidad
e intensificación de la vida, y por ello se puede conciliar con los atractivos
y con el juego de la imaginación.
La relación entre
mente y objeto sublime es ambigua y contradictoria.
·El sentimiento de lo sublime, en cambio, es un placer que sólo surge
indirectamente; es decir, que está producido por el sentimiento de un
impedimento momentáneo, seguido por una efusión más fuerte de las fuerzas
vitales; por ello, en tanto que emoción, no se presenta en el uso de la
imaginación como un juego, sino como algo serio.
Lo sublime también
produce extrañamiento, angustia y terror.
·Por lo tanto, lo sublime no puede ser vinculado a atracción alguna; y
puesto que el espíritu no es atraído simplemente por el objeto, sino que es
atraído y rechazado, alternativamente, el placer de lo sublime no es tanto una
alegría positiva como algo que contiene, sobre todo, maravilla y estima. Es
decir, algo que merece ser llamado un placer negativo.
Lo sublime gusta
porque subraya nuestra limitación, estimula la imaginación e incita a ir más
allá de los límites de lo humano.
·Pero he aquí la diferencia más importante entre lo sublime y lo bello:
si tomamos en consideración ante todo sólo lo sublime de los objetos naturales
(el del arte está siempre limitado a la condición del acuerdo con lo natural)
hallaremos que la belleza natural (presente de por sí) incluye en su forma una
finalidad por la que el objeto aparece como predispuesto para nuestro juicio y,
por ello, constituye en sí mismo un objeto de placer. En cambio, lo que sin
razonamiento y en la simple aprehensión produce en nosotros el sentimiento
de lo sublime, puede para nuestro juicio parecer, respecto a la forma,
contrario a la finalidad, inadecuado a nuestra facultad de exhibición y casi
violentamente opuesto a la imaginación misma. Sin embargo, siempre será juzgado
como más sublime cuanto mayor sea tal violencia.
143 ¿Es posible la paz?
EL PROBLEMA: ¿Es posible
eliminar la guerra? ¿En qué condición se podría alcanzar una paz perpetua y
mundial?
LA TESIS: Para conseguir la
paz mundial, todas las naciones del mundo deben reunirse en una única
federación de Estados libres y establecer un derecho internacional basado en
una constitución republicana y liberal a nivel planetario. No obstante el
inextinguible antagonismo en las relaciones humanas, la paz perpetua y la
coexistencia pacífica entre los pueblos, son posibles y factibles, si se
expanden a escala internacional los principios de justicia social elaborados por las constituciones en vigor
en los Estados liberales. (De Metafísica
de las Costumbres.)
El problema de la
paz no debe convertirse en una discusión teórica.
·No se trata de saber si la paz perpetua es algo real o un sin sentido ni si nos engañamos o no en nuestro juicio teórico cuando aceptamos el primer
caso.
Que en realidad sea
o no posible, no importa. Es necesario pensar en la paz como un acontecimiento
posible.
·Debemos actuar basándonos en ella como si se tratase de algo posible
–aunque de seguro no lo es-. Y en vistas a este objetivo, establecer la
constitución (quizás el republicanismo de todos los Estados tomados en conjunto
y en particular), que juzguemos como la más apta para regirnos y para poner fin
a estas guerras impías hacia las que todos los Estados, sin excepción, han
dirigido hasta ahora sus instituciones internas, como si se tratase de un fin
supremo.
La paz tiene que
llegar a ser una idea reguladora que guíe la conducta de los políticos.
·De este modo, si no podemos lograr tal objetivo y si para nosotros continúa siendo siempre un piadoso deseo, al menos, ciertamente, no nos
engañaremos proponiéndonos la máxima de tender a ello sin cesar, porque éste es
nuestro deber.
144 Para una constitución
republicana mundial.
EL PROBLEMA: ¿Cuál es la mejor
forma de Estado? ¿La agresividad humana hace la guerra inevitable?
LA TESIS: Aun reconociendo
que el antagonismo y la agresividad son elementos de base (y, por lo tanto,
imposibles de erradicar) de la psicología humana, Kant afirma su propia fe en la utopía pacifista. No puede haber
guerras civiles en un Estado de derecho capaz de salvaguardar los principios
fundamentales de la igualdad social, de la libertad individual, de la
representatividad y división de poderes. Para comparar este punto con la
crítica de Hegel, véase 161. (De La Paz Perpetua.)
La sociedad humana
produce una conflictividad imposible de erradicar.
·El estado de paz entre hombres que viven unos junto a
otros no es un estado natural, sino más bien un estado de guerra. Aunque
no siempre estallan las hostilidades, existe, sin embargo, la constante amenaza
de que suceda.
La paz no es una
condición natural, sino una posible conquista.
·Se trata de algo, pues, que debe estar instituido, puesto que la
ausencia de hostilidad no representa garantía alguna de paz. Y si tal garantía
no es ofrecida por un vecino a otro (lo que sólo puede ocurrir en
un estado de legalidad), el primero puede tratar al segundo, al que habrá exigido esta garantía, como un enemigo.
La constitución
debe ser republicana; es decir, que garantice libertad, igualdad y obediencia a
una única ley.
·En primer lugar, la constitución está fundada según los principios de la
libertad de los miembros de una sociedad (en cuanto hombres); en segundo lugar, según los principios de dependencia de
todos de una única legislación común (en cuanto súbditos); en
tercer lugar, según la ley de su igualdad (en cuanto ciudadanos). La
única constitución que deriva de la idea del contrato original, sobre el que
toda legislación jurídica del pueblo debe fundarse, es la republicana.
La constitución
republicana es el mejor instrumento para tender a la paz.
·Esta constitución, en lo que respecta al derecho, es en sí misma la que
se halla originariamente en la base de todo tipo de constitución civil.
Entonces, lo único que cabe preguntarse es si es también la única que puede
conducirnos a la paz perpetua. Ahora bien, la constitución republicana, además
de la limpieza de su origen, al emanar de la pura fuente de la idea de derecho,
tiene también la perspectiva de ese éxito deseado: la paz perpetua. Y la razón
es la siguiente.
Si se dejara
decidir a los pueblos, muchas guerras podrían evitarse.
·Si (como por fuerza debe suceder con esta constitución) para decidir que
se deba llevar o no a cabo una guerra se requiere el consenso de los ciudadanos, entonces lo más natural es que, teniendo que decidir ellos mismos todas las calamidades de la guerra (el combate entre personas; el pagar de
su propio bolsillo los costes de la misma; el reparar con grandes sacrificios
los daños que deja tras de sí y, para colmo de desgracias, aún hay otra que
amarga la paz: cargarse de deudas que, a causa de las próximas nuevas guerras,
jamás se extinguirán), reflexionarán mucho antes de dar inicio a un juego tan
brutal.
La paz sólo puede
garantizarse convirtiendo a los súbditos en ciudadanos protagonistas de la política.
·En cambio, en una constitución en la que el súbdito no sea
ciudadano –una constitución, por lo tanto, no republicana-, decidir la
guerra es la cosa sobre la que menos se reflexiona en el mundo, puesto que el soberano no es un conciudadano, sino que es el propietario del Estado. Y la guerra no afectará en absoluto ni a sus
banquetes ni a sus partidas de caza ni a sus castillos en el campo.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO