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REFLEJO CONDICIONADO





Ya en el s. XVII Descartes, analizando la psique sobre el modelo de un aparato mecánico, descubrió el fenómeno del <reflejo>: la capacidad del organismo de responder de manera automática e involuntaria a determinados estímulos ambientales. Es el principio por el cual el dedo se aparta de la llama incluso sin intervención de un acto de la voluntad; o también por el que un perro, en presencia de comida, inicia la segregación de saliva.

A principios del s. XX, las investigaciones del fisiólogo ruso I. P. Pavlov (1849-1936), de las que inmediatamente se aprovecharon los investigadores norteamericanos, revelaron la posibilidad de condicionar los reflejos. El experimento de Pavlov consistía en hacer preceder a la administración de comida a un perro (justo unos segundos antes) el sonido de una campanilla (o una luz o un soplo de aire). Repitiendo el emparejamiento entre ambos estímulos un número suficiente de veces, al final la salivación empezaba ya al sonar la campanilla: es decir, antes de la administración de la comida. El <reflejo> de la salivación se había condicionado; el perro había aprendido a asociar el primer acontecimiento (el sonido de la campanilla), llamado <estímulo condicionante>, con el segundo.

En este caso, la asociación -llamada <refuerzo> por los psicólogos- es positiva, aunque también es posible, obviamente, un refuerzo negativo cuando, por ejemplo, a la administración de la comida le sigue una fuerte descarga eléctrica con un efecto evidentemente disuasorio: el perro, asociando el dolor con la comida, empezará a rechazarla. Utilizando refuerzos positivos o negativos se podría obligar al animal a llevar a cabo o evitar determinadas acciones. En el período comprendido entre las dos guerras mundiales (que coincide con el momento de máximo éxito de estas teorías) se abrió camino la esperanza y para otros el temor de que, con la oportuna alternancia de refuerzos positivos y negativos, se pudiese manipular también las conductas humanas, con las evidentes repercusiones problemáticas desde el punto de vista ético. En efecto: los conductistas estaban convencidos de que las funciones psicológicas complejas (los fenómenos de las conciencia y de la inteligencia) también se podían manipular al igual que los reflejos elementales. Y de hecho, no pocas declaraciones de los conductistas más convencidos podían inducir a creerlo así. J. B. Watson, por ejemplo, definía la misión de la psicología en los siguientes términos: <Ocuparse de la adaptación al ambiente, de lo que el individuo está en condiciones de hacer independientemente del aprendizaje, de lo que puede aprender a hacer y de cuáles son los mejores métodos para adiestrarlo; estudiar de qué forma se pueden determinar a voluntad sus acciones, una vez se hayan desarrollado suficientemente los distintos sistemas de instintos y hábitos>.

Se trataba, en realidad, de unas esperanzas y temores absolutamente infundados. Desde finales de los años cincuenta del s. XX quedó claro que el esquema estímulo-respuesta, a pesar de su validez en el análisis de las acciones elementales del animal y, en parte, también de las del hombre, es un instrumento teórico demasiado simple y tosco como para <condicionar> las funciones complejas del pensamiento y de la voluntad consciente.




TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO