Ir al contenido principal

Asesorías Filosóficas Personalizadas

Mostrar más

SCHOPENHAUER


1788 – 1860 d.C.


Retrato de Schopenhauer


Pocos filósofos han tenido tan escaso éxito en vida como Arthur Schopenhauer. Su obra maestra, El Mundo, escrita con sólo treinta años, fracasó de tal modo que muchas copias tuvieron que ser convertidas en pulpa. Obtuvo una cátedra en la Universidad de Berlín en 1820 (ocasión para una célebre polémica con Hegel) y durante veinticuatro semestres, hasta 1831, intentó impartir lecciones, pero su voz fue absolutamente ignorada: después del primer semestre, ningún estudiante se inscribió en su curso. En 1833, abandonada la enseñanza, se trasladó a Frankfurt, donde permaneció hasta su muerte. La fama tan inútilmente perseguida le llegó, sin embargo, en sus últimos años con la publicación de Parerga y Paralipomena, una brillante recopilación de aforismos escrita con estilo popular y muy atractivo.

Estos grandes fracasos tuvieron como razón principal las pésimas relaciones de Schopenhauer con el mundo académico: en su opinión, las lecciones de Fichte eran aburridas; las de Schelling, vacuas; Hegel merecía los peores insultos (mercenario, sicario de la verdad, charlatán de mente obtusa, insípido, nauseabundo, iletrado que alcanza el colmo de la audacia garabateando los más locos y mistificadores sin sentidos…). Es evidente que si al filósofo no le faltaban razones, tampoco carecía de nervio polémico. Por otra parte –y tal vez esto haya contribuido a su escaso éxito-, hay que tener en cuenta la novedad de su pensamiento, abierto por primera vez en la historia de la filosofía occidental a la espiritualidad oriental, en particular el Budismo y el Hinduismo (los Veda y los Upanishad).

Obras: La Cuádruple Raíz del Principio de Razón Suficiente (1813); Sobre la Vista y los Colores (1816); El Mundo como Voluntad y Representación (1818); Sobre la Voluntad en la Naturaleza (1836); Parerga y Paralipomena (1851).

165 ¿Qué es el mundo? Mi propia representación.

EL PROBLEMA: ¿Qué es el mundo?
LA TESIS: Todo lo que sabemos del mundo es puro fenómeno; es decir, apariencia, ilusión, fantasía. Esta es la verdad que Schopenhauer creyó haber deducido de la doctrina kantiana (véase 135). En realidad, cualquier objeto de conocimiento está siempre condicionado, o mejor, determinado por los esquemas innatos de la mente del sujeto que conoce: el espacio, el tiempo y la relación causa-efecto.

Esto significa que cualquier conocimiento es siempre y esencialmente una construcción mental, una representación. Una prueba de esta afirmación es el sueño, puesto que no es posible establecer con exactitud una distinción entre las ilusiones oníricas y las percepciones cotidianas. La conclusión está marcada por el máximo escepticismo gnoseológico (es decir, relativo a las posibilidades del conocimiento): todas nuestras convicciones son subjetivas, no existe objetividad ni siquiera en el campo científico, y el conjunto del mundo y sus relaciones, que nos parece algo estable, es apenas un conjunto de representaciones personales. Todos los textos reproducidos han sido extraídos de El Mundo como Voluntad y Representación.

Conocer es construir representaciones mentales. El mundo existe sólo en relación con el sujeto cognoscente.

  • El mundo es mi representación: he aquí una verdad aplicada a todo ser que vive y conoce, aunque sólo al hombre le sea dado tener conciencia refleja y abstracta de ella; y cuando el hombre es capaz de llegar a conocerla, la meditación filosófica habrá penetrado en él.
No sabemos nada de los objetos en sí, que siempre conocemos a través de nuestra percepción y nuestra psicología.

  • Cuando el hombre conoce esta verdad, ve claramente demostrado que no conoce ni un Sol ni una Tierra, y sí únicamente un ojo que ve el Sol y una mano que siente el contacto con la Tierra; que el mundo que le rodea no existe más que como representación, esto es, en relación con otro ser: aquel que le percibe, o sea él mismo.
Éste es el principio básico de la psique, aún más profundo que los esquemas mentales de tiempo, espacio y causalidad.

  • Si hay alguna verdad que pueda ser enunciada a priori es ésta, pues expresa toda forma posible e imaginable de la experiencia, la más general de todas, incluidas las de espacio, tiempo y causalidad, puesto que la suponen.
Toda forma de conocimiento presupone un objeto de conocimiento y un sujeto cognoscente.

  • Y si cada una de estas formas, que hemos reconocido como modalidades particulares del principio de razón, vale sólo para un tipo particular de representación, la división entre objeto y sujeto es, en cambio, la forma común de todas esas clases de conocimiento. Es, en efecto, la única forma bajo la cual cualquier representación, de cualquier naturaleza, abstracta o intuitiva, pura o empírica, es posible y pensable.
Sujeto y objeto del conocimiento son recíprocamente dependientes: el sujeto depende del objeto, y viceversa.

  • No hay otra verdad más cierta, más independiente de cualquier otra ni que necesite menos pruebas que ésta: que todo lo que existe para el conocimiento –es decir, el mundo entero-, no es objeto más que para un sujeto, percepción del que percibe; en una palabra: representación.
El espacio, el tiempo y el principio de causa-efecto condicionan todo conocimiento.

  • Y esto es perfectamente aplicable tanto a lo presente como a lo pasado y a lo que está por llegar, tanto a lo remoto como a lo más próximo, puesto que es aplicable al tiempo y al espacio, en los cuales se dan separadas las cosas. Todo lo que constituye parte del mundo tiene forzosamente por condición un sujeto y no existe más que por el sujeto. El mundo es mi representación.

SUBLIMACIÓN

Mecanismo de autorrepresión psíquica descubierto por Schopenhauer y después retomado por Freud; consiste en la transformación de la energía sexual en actividades psíquicas superiores –principalmente artísticas-.

NIRVANA

Término técnico de la filosofía budista que entró en la tradición occidental gracias a Schopenhauer. Indica la condición de ausencia de dolor que nace de la supresión de todas las pasiones y de la voluntad de vivir. Schopenhauer explica el nirvana, la experiencia de la naturaleza con estas palabras: <Lo que queda después de la supresión de la voluntad no es, para todos aquellos a quienes la voluntad anima todavía, sino la nada. Pero también es verdad que para todos aquellos en quienes la voluntad se ha convertido o suprimido, este mundo tan real, con todos sus Soles y Vías Lácteas, no es tampoco otra cosa más que la nada>.


166 Quizá la vida sea un sueño prolongado.

EL PROBLEMA: ¿Qué relación hay entre el sueño y la vigilia? ¿Es posible distinguir entre esos dos estados?
LA TESIS: Para sostener su tesis fenoménica, según la cual cualquier conocimiento no es más que una simple representación mental (fenómeno) y en nada distinto al producto de la imaginación, Schopenhauer retoma el tema, ya planteado por Descartes, de la incapacidad de distinguir entre sueño y vigilia (véase 92). No hay argumentos lógicos para demostrar que la existencia no es más que un sueño prolongado, interrumpido (cada noche) por otros sueños más breves. Todos soñamos alguna vez, y hay sueños tan realistas que al terminar nos dejan en la duda de si realmente estamos pasando del sueño a la vigilia, o viceversa. Anticipando notablemente algunos de los temas del psicoanálisis (véase 186), Schopenhauer afirma la existencia de una profunda unidad entre la vida cotidiana y los fenómenos oníricos: el contenido del sueño nunca es del todo ilógico y, sobre todo, nunca es inmotivado, porque depende de los deseos, de las imágenes percibidas recientemente y de la experiencia real del soñador.

Sueño y realidad: ¿Dónde está la diferencia?

  • Soñamos, ¿Acaso no es toda la vida un sueño? O para ser más exactos, ¿Hay un criterio seguro para diferenciar sueño y realidad, fantasmas y objetos reales?
Las visiones oníricas tienen el mismo grado de verosimilitud que las perspectivas.

  • Aducir la menor vivacidad y claridad de la imagen soñada respecto a la real no merece ninguna consideración, puesto que todavía nadie ha tenido presente al mismo tiempo lo uno y lo otro para confrontarlos, sino que sólo se ha podido confrontar el recuerdo del sueño con la realidad presente.
El sueño también posee su lógica interna, diferente de la ordinaria, pero no menos necesaria.

  • Kant resuelve así el problema: <La relación de las representaciones entre sí según la ley de causalidad es lo que distingue la vida del sueño>. Pero también en el sueño, cada uno de los detalles depende igualmente en todas sus formas del principio de razón, y éste se rompe sólo entre la vida y el sueño y entre los sueños individuales. La respuesta de Kant, por lo tanto, podría formularse así: el sueño prolongado (la vida) tiene dentro de sí constantes conexiones según el principio de razón, cosa que no ocurre con los sueños breves; si bien cada uno de éstos tiene entre sí la misma conexión: entre éstos y aquél se ha roto el puente, y es por ello que se distinguen entre sí.
Despertar es sólo el paso de una lógica a otra.

  • El único criterio seguro para distinguir el sueño de la realidad es, en efecto, el empírico del despertar, con el cual el nexo causal entre las circunstancias de la vida soñada y las de la vida consciente se rompe expresa y sensiblemente.
Vigilia y sueño son como dos lados de una misma página: la vida.

  • Calderón de la Barca estaba tan convencido de esta idea, que trató de expresarla en un drama considerable de algún modo metafísico: La vida es sueño. Que se me conceda entonces el derecho a expresarme con una metáfora: vida y sueño son páginas de un mismo libro.
Hay una profunda unidad entre los sueños y la vida real y cotidiana.

  • La lectura continua se llama vida real. Pero cuando la hora habitual de la lectura (la mañana) termina y llega la hora del reposo, entonces nos dedicamos de mala gana, sin orden ni conexión, a hojear a veces aquí y a veces allá estas páginas: a veces ya leídas, otras veces nuevas, pero siempre dentro del mismo libro.
También los sueños tienen relación con la vida.

  • Una página leída así, aisladamente, no tiene relación con la lectura ordenada. Sin embargo, no permanece muy alejada de ésta, si se piensa que también el conjunto de una lectura ordenada empieza y termina de pronto, y por lo tanto se debe considerar sólo como una página más larga.
Las visiones oníricas nunca son absurdas: tienen siempre una conexión con la experiencia del soñador. La vida entera, por lo tanto, es indistinguible del sueño.

  • Aunque los simples sueños son distintos de la vida real, puesto que no están en conexión con la experiencia (y ello se nos revela al despertar), sin embargo es propio de ellos la conexión con una experiencia que ya pertenece, como su forma, a la vida real. El propio sueño muestra también una conexión que se encuentra a veces en sí mismo. Por lo tanto, si para juzgar los sueños buscamos un punto de referencia externo al sueño y a la vida, no encontraremos en su esencia ninguna diferencia precisa y estaremos obligados, pues, a conceder a los poetas que la vida es un sueño prolongado.

REPRESENTACIÓN FENOMÉNICA

Es, para Schopenhauer, toda la realidad en tanto que objeto de conocimiento por parte de un sujeto. Todo lo que conocemos existe sólo en relación con el individuo que conoce: es una intuición suya. Es decir, se trata de una representación mental, término que Schopenhauer utiliza en sentido negativo, como opuesto de objetividad: cualquier representación es siempre subjetiva e ilusoria; alude al mundo, pero esconde, al mismo tiempo, el verdadero e incognoscible aspecto de las cosas.


167 ¿Para qué se vive? Para seguir viviendo.

EL PROBLEMA: ¿Qué es lo que constituye la esencia del mundo? ¿Qué podemos conocer con absoluta certeza? ¿Qué impulsa al hombre a vivir y a seguir vivo?
LA TESIS: Después de haber demostrado la total incognoscibilidad del mundo, Schopenhauer afirma –basándose en el principio de que cualquier conocimiento consiste en una representación mental- que cada cual es capaz de conocer un objeto, uno sólo en todo el Universo, en toda su objetividad y realidad efectiva. Este objeto es nuestro cuerpo. De él no tenemos un conocimiento fenoménico: no lo percibimos a través de los sentidos como un objeto exterior,  sino que lo vivimos desde dentro. Para el individuo, ser, sentirse un cuerpo vivo, es el único conocimiento nouménico posible (es decir, verdadero, esencial, objetivo y no fenoménico). Y reflexionando sobre su propia corporeidad, es fácil descubrir que la esencia del yo consiste en la voluntad de vivir. No sirve de mucho saber que todos debemos morir: el instinto de supervivencia es ciego e irracional, además de eterno y universal. Millones de seres –vegetales, animales, humanos - no viven sino para vivir y seguir viviendo.

El propio cuerpo es la única realidad percibida en su esencia. El cuerpo es impulso vital.

  • El cuerpo se presenta al sujeto cognoscente de dos maneras diferentes: por un lado, como representación intuitiva del intelecto, como objeto entre objetos, sometido a sus leyes; pero al mismo tiempo, por el otro lado, se presenta como algo que, conocido inmediatamente por cada uno, se designa con el nombre de voluntad.
Toda la naturaleza es, esencialmente, voluntad de vivir.

  • Esta clave que nos ha servido para penetrar la esencia de la cosa en sí, y que sólo podía dárnosla el conocimiento inmediato de nuestro propio ser, debemos aplicarla al conocimiento del mundo inorgánico.
La voluntad de vivir, origen del sufrimiento, es un principio autónomo.

  • De todo esto resulta que la voluntad debe alimentarse a sí misma; la voluntad está siempre hambrienta y no hay nada fuera de ella: de ahí la caza, la ansiedad, el sufrimiento…
La voluntad de vivir lleva en sí su propio fin.

  • Así, cada hombre tiene constantemente fines y motivos que regulan su conducta y sabe, en cualquier caso,  explicar su acción más simple. Pero si le preguntáis por qué desea existir, no sabrá responder ni siquiera en un sentido general; incluso encontrará absurda la pregunta. Y con ello estará confesando que no es otra cosa que voluntad.
La vida humana alterna el hastío con la persecución de fines ilusorios.

  • Los esfuerzos y deseos humanos son de una naturaleza tal, que confieren brillo a todas sus realizaciones como si éstas fuesen el fin último de la voluntad. Pero apenas los hemos satisfecho, cambian de fisonomía; olvidados o relegados entre las antiguallas, siempre, confesémoslo o no, son apartados como ilusiones desvanecidas.
Cada actividad o proyecto humano nace del intento de esconder el dolor de vivir.

  • Afortunado aquel a quien aún le resta algún deseo que acariciar, o alguna inspiración: podrá continuar por largo tiempo el juego del perpetuo paso del deseo a su extinción, y de su extinción al nuevo deseo. Un juego que lo hará feliz si el paso es rápido, e infeliz si es lento. Pero al menos no caerá en ese estancamiento que es la fuente del hastío terrible y paralizante de los deseos vagos, sin un objeto preciso y ebrios de languidez mortal.

168 No hay amor sin sexo.

EL PROBLEMA: ¿En qué consiste el enamoramiento?
LA TESIS: El sentimiento amoroso es básico para el individuo; constituye sin duda el tema más frecuentado por todas las artes y por la cultura en general. La filosofía debe ocuparse del amor, afirma Schopenhauer. Pero justo en este noble ámbito donde el hombre parece expresar mejor su propia individualidad y espiritualidad, descubrimos una ilusión. Detrás de cada manifestación amorosa, aun la más pura, está el instinto procreador: una oculta determinación biológica ligada al acoplamiento y a la reproducción de las especies. La tesis de Schopenhauer, de fuerte sabor pre-freudiano (véase 185, 186), es que no existe amor sin sexualidad. El hombre es un juguete en las manos de la naturaleza y de la voluntad de vivir, se hace ilusiones o se engaña voluntariamente acerca del verdadero fin de sus acciones; en realidad, cualquier enamoramiento, por etéreo que pueda parecer, tiene como fin la continuidad de la especie. El amor es sólo el instrumento utilizado por la naturaleza para perpetuar el género humano. Si el hombre no estuviese dominado por el instinto erótico, no traería jamás hijos al mundo, porque nadie es tan malvado –afirma Schopenhauer- como para desearle a ningún ser vivo la vida en este valle de lágrimas. Es por ello que la naturaleza ha asociado el orgasmo al acoplamiento: para inducir al individuo a superar el sentimiento de culpa ligado al acto de la procreación.

Todas las formas del amor son manifestaciones del instinto sexual.

  • Cualquier enamoramiento, por mucho que intente mostrarse etéreo, hunde su raíz sólo en el instinto sexual; incluso es del todo y ante todo un concreto impulso sexual, muy agudamente especializado y rigurosamente individualizado.
El sentimiento de la belleza tiene como fin la optimización de la procreación.

  • El éxtasis encantador que sufre un hombre cuando ve una mujer hermosa que a él le parece conveniente y que le hace imaginar la unión con ella como el bien sumo [o viceversa], es justamente el sentimiento de la especie que, al reconocer claramente en ella su sello, quisiera perpetuarlo con ella misma. De esta decidida inclinación hacia la belleza depende la conservación del tipo de especie: por eso actúa con semejante fuerza.
El individuo, incluso creyéndose libre, está en realidad determinado por instintos biológicos fundamentales.

  • Por lo tanto, el hombre se guía por un instinto que tiende a la mejora de la especie, aunque se haga la ilusión de buscar sólo un incremento del propio placer. En efecto, tenemos aquí un instructivo esclarecimiento de la esencia íntima del instinto, el cual suele poner –como de hecho sucede en este caso- en movimiento al individuo por el bien de la especie.
Lo demuestra la desilusión que sigue al orgasmo.

  • Conforme al carácter ya expuesto de la cuestión, todo enamorado, después del goce finalmente alcanzado, siente una extraña desilusión y se maravilla de cómo lo que tan ardientemente ha deseado no le da más que otra saciedad sexual, hasta tal punto que no siente el impulso de repetirlo.
El instinto sexual está dirigido al bienestar de la especie, no del individuo.

  • Este deseo sostenía, una relación con todos sus deseos remanentes, en todo, idéntica a la que la especie mantiene con el individuo: es decir, como una cosa infinita y una finita. La saciedad, al contrario, aparece sólo por el bien de la especie y no cae por ello en la conciencia del individuo –quien, animado por la voluntad de la especie, se sacrificaba en aras de un fin que no era el suyo propio-.

VOLUNTAD DE VIVIR

El impulso prepotente que empuja a cualquier ser a perpetuar lo más posible su existencia en la condición actual. Schopenhauer considera esta fuerza como fundamento universal y verdadera sustancia de toda la realidad. Está presente de manera consciente en los hombres y en los animales como instinto de supervivencia, pero se revela también en el mundo natural e incluso en el material como resistencia al cambio. Todo ser se opone al devenir, a su propia muerte o disolución como entidad individual. Lo demuestran incluso las piedras, cuando oponen su propia dureza y resistencia al intento de romperlas.


169 La única solución es olvidarse de existir.

EL PROBLEMA: ¿Es posible vivir sin sufrir? ¿Hay alguna posibilidad de anular esa voluntad de vivir que tan angustiosamente domina la existencia?
LA TESIS: La voluntad de vivir condiciona todos los aspectos de la existencia, produciendo alternativamente sufrimiento y hastío. Es evidente que el instinto de supervivencia está por definición destinado al fracaso (puesto que todo ser vivo debe morir); no hay modo de escapar a este dolor universal. La única posibilidad de atenuar de alguna manera la infelicidad constitutiva de la existencia está en combatir la voluntad de vivir con el ejercicio de una no-voluntad opuesta, o noluntad. Schopenhauer aconseja el silencio, el ayuno, la castidad, la renuncia sistemática, la fuga temporal de la realidad a través del arte o por medio de las prácticas orientales de meditación. También las técnicas practicadas por los ascetas cristianos para alcanzar el éxtasis, una vez separadas de los presupuestos religiosos y encuadradas en un rígido ateísmo, pueden funcionar, puesto que son capaces de alejar la psique del sujeto de la normalidad cotidiana, induciéndolo, por un breve período, a olvidarse de que existe.

El éxtasis místico es una condición extraña a la voluntad de vivir.

  • Si se quisiera insistir en la pretensión de obtener de alguna manera un conocimiento positivo de lo que la filosofía puede expresar sólo negativamente, como negación de la voluntad, tendríamos que remitirnos al estado experimentado por todos aquellos que llegaron a una completa negación de la voluntad; ``estados” a los que se les ha dado el nombre de: éxtasis, rapto, iluminación, unión con Dios, y otros similares.
No se trata, sin embargo, de una forma de conocimiento.

  • Pero ese estado, o como se le quiera llamar, no puede definirse como un verdadero conocimiento, puesto que no entra dentro del esquema sujeto-objeto y, por otra parte, sólo es accesible a la experiencia directa y no puede ser comunicado a los demás. Nosotros, que nos asentamos con firmeza en el terreno de la filosofía, debemos contentarnos aquí con el conocimiento negativo, satisfechos de haber alcanzado el límite extremo del positivo.
La experiencia estática consiste en una autonegación del sujeto, una anulación de la conciencia.

  • Habiendo reconocido en la voluntad la esencia del mundo y en todos los fenómenos mundanos la objetividad de esta voluntad, habiendo perseguido esta objetividad desde el impulso inconsciente de oscuras fuerzas naturales hasta más lúcidas acciones humanas, no queremos eludir sus consecuencias: que con la libre negación, con la supresión de la voluntad, se suprimen también todos aquellos fenómenos y aquel perenne sofoco e impulso sin meta y sin fondo, por todos los grados de la objetividad, en el cual y mediante el cual el mundo toma forma; suprimida la variedad de las formas que se suceden de grado en grado, suprimido, junto con la voluntad, todo su fenómeno también; y finalmente, las formas universales de tiempo y espacio; y, por último, la más simple forma fundamental de éste: sujeto y objeto. No más voluntad, no más representación, no más mundo.
El sentimiento psicológico de angustia que acompaña la nada demuestra el dominio de la voluntad de vivir.

  • Ante nosotros no resta más que la nada. Pero lo que se rebela contra esta disolución en la nada, nuestra propia e íntima naturaleza, no es sino una forma más –una manifestación- de la voluntad de vivir. Voluntad de vivir somos nosotros mismos; voluntad de vivir es también nuestro propio mundo. Ese horror que sentimos ante la nada no es sino una manifestación de la avidez que sentimos por la vida, y de que no somos más que esta voluntad, y sólo ésta conocemos.
La experiencia mística vive la nulificación del individuo de manera positiva.

  • Pero volvamos la mirada desde nuestra miseria personal y del horizonte cerrado, y hagámoslo hacia aquellos que superaron el mundo; esto es, hacia aquellos en quienes la voluntad, una vez alcanzada la plena conciencia de sí, se encontró a sí misma en todas las cosas y libremente renegó de todas ellas; aquellos que únicamente esperan a que se desvanezca la última huella de la voluntad, junto con el cuerpo al que esa voluntad da vida.
La superación de la conciencia conduce a la identificación con el todo.

  • Entonces, en lugar del incesante y agitado impulso, en lugar del tránsito perenne del deseo al temor y de la alegría al dolor, en lugar de la esperanza nunca apagada, nunca satisfecha, donde se forma el sueño de la vida de todo hombre aún deseante, aparece ante nosotros aquella paz que es más alta que toda la razón, esa absoluta quietud del alma parecida a la calma del mar, ese profundo reposo, esa indestructible confianza y alegría cuyo simple reflejo en el rostro, como lo han representado Rafael y Correggio, es un completo y seguro Evangelio.
En la experiencia de la nada se percibe la esencia última de la realidad.

  • Lo que queda después de la supresión de la voluntad no es para todos aquellos a quienes la voluntad anima todavía sino la nada. Pero también es verdad que para los que han logrado convertir o suprimir la voluntad, este mundo tan real, con todos sus soles y nebulosas, no es tampoco otra cosa más que la nada.

NOLUNTAD

Del verbo latino nolo: <no querer>. Para Schopenhauer, es la única manera de oponerse a la voluntad de vivir y lo único que permite salir de la dimensión del dolor. Significa renunciar a la vida, hasta extirpar de un mismo el insano, doloroso e irracional deseo de vivir, y alcanzar un estado de ausencia, de nulificación de la persona a través del ayuno, el silencio, la castidad, la humildad, hasta llegar a una forma de ascesis laica, un éxtasis sin Dios o nirvana.



 TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO