1788 – 1860 d.C.
Retrato de Schopenhauer |
Pocos filósofos han tenido tan escaso éxito en vida como Arthur
Schopenhauer. Su obra maestra, El
Mundo, escrita con sólo treinta años, fracasó de tal modo que muchas copias
tuvieron que ser convertidas en pulpa. Obtuvo una cátedra en la Universidad de
Berlín en 1820 (ocasión para una célebre polémica con Hegel) y durante veinticuatro semestres, hasta 1831, intentó
impartir lecciones, pero su voz fue absolutamente ignorada: después del primer
semestre, ningún estudiante se inscribió en su curso. En 1833, abandonada
la enseñanza, se trasladó a Frankfurt, donde permaneció hasta su muerte. La
fama tan inútilmente perseguida le llegó, sin embargo, en sus últimos años con
la publicación de Parerga y Paralipomena,
una brillante recopilación de aforismos escrita con estilo popular y muy
atractivo.
Estos grandes fracasos
tuvieron como razón principal las pésimas relaciones de Schopenhauer con el mundo académico: en su opinión, las lecciones
de Fichte eran aburridas; las de Schelling, vacuas; Hegel merecía los peores insultos (mercenario, sicario de la
verdad, charlatán de mente obtusa,
insípido, nauseabundo, iletrado que
alcanza el colmo de la audacia garabateando los más locos y mistificadores sin
sentidos…). Es evidente que si al filósofo no le faltaban razones, tampoco
carecía de nervio polémico. Por otra parte –y tal vez esto haya contribuido a
su escaso éxito-, hay que tener en cuenta la novedad de su pensamiento, abierto por primera vez en la historia de la
filosofía occidental a la espiritualidad oriental, en particular el Budismo y el Hinduismo (los Veda
y los Upanishad).
Obras: La Cuádruple Raíz del Principio de Razón
Suficiente (1813); Sobre la Vista y
los Colores (1816); El Mundo como
Voluntad y Representación (1818); Sobre
la Voluntad en la Naturaleza (1836); Parerga
y Paralipomena (1851).
165 ¿Qué es el mundo?
Mi propia representación.
EL PROBLEMA: ¿Qué es el mundo?
LA TESIS: Todo lo que
sabemos del mundo es puro fenómeno; es decir, apariencia, ilusión, fantasía.
Esta es la verdad que Schopenhauer
creyó haber deducido de la doctrina kantiana (véase 135). En realidad, cualquier objeto de conocimiento está
siempre condicionado, o mejor, determinado
por los esquemas innatos de la mente del sujeto que conoce: el espacio,
el tiempo y la relación causa-efecto.
Esto significa que cualquier conocimiento
es siempre y esencialmente una construcción mental, una representación. Una
prueba de esta afirmación es el sueño, puesto que no es posible establecer con
exactitud una distinción entre las ilusiones oníricas y las percepciones
cotidianas. La conclusión está marcada por el máximo escepticismo gnoseológico
(es decir, relativo a las posibilidades del conocimiento): todas nuestras
convicciones son subjetivas, no existe objetividad ni siquiera en el campo
científico, y el conjunto del mundo y sus relaciones, que nos parece algo
estable, es apenas un conjunto de representaciones personales. Todos los textos
reproducidos han sido extraídos de El
Mundo como Voluntad y Representación.
Conocer es
construir representaciones mentales. El mundo existe sólo en relación con el sujeto cognoscente.
- El mundo es mi
representación: he aquí una verdad aplicada a todo ser que vive y conoce,
aunque sólo al hombre le sea dado tener conciencia refleja
y abstracta de ella; y cuando el hombre es capaz de llegar a
conocerla, la meditación filosófica habrá penetrado en él.
No sabemos nada de
los objetos en sí, que siempre conocemos a través de nuestra percepción y
nuestra psicología.
- Cuando el hombre conoce esta verdad, ve claramente demostrado que no conoce
ni un Sol ni una Tierra, y sí únicamente un ojo que ve el Sol y una mano
que siente el contacto con la Tierra; que el mundo que le rodea no existe
más que como representación, esto es, en relación con otro ser: aquel que le percibe, o sea él mismo.
Éste es el
principio básico de la psique, aún más profundo que los esquemas mentales de
tiempo, espacio y causalidad.
- Si hay alguna
verdad que pueda ser enunciada a priori es ésta, pues expresa toda forma
posible e imaginable de la experiencia, la más general de todas, incluidas
las de espacio, tiempo y causalidad, puesto que la suponen.
Toda forma de
conocimiento presupone un objeto de conocimiento y un sujeto cognoscente.
- Y si cada una
de estas formas, que hemos reconocido como modalidades particulares del
principio de razón, vale sólo para un tipo particular de representación,
la división entre objeto y sujeto es, en cambio, la forma común de todas
esas clases de conocimiento. Es, en efecto, la única forma bajo la cual
cualquier representación, de cualquier naturaleza, abstracta o intuitiva,
pura o empírica, es posible y pensable.
Sujeto y objeto del
conocimiento son recíprocamente dependientes: el sujeto depende del
objeto, y viceversa.
- No hay otra
verdad más cierta, más independiente de cualquier otra ni que necesite
menos pruebas que ésta: que todo lo que existe para el conocimiento –es
decir, el mundo entero-, no es objeto más que para un sujeto,
percepción del que percibe; en una palabra: representación.
El espacio, el
tiempo y el principio de causa-efecto condicionan todo conocimiento.
- Y esto es
perfectamente aplicable tanto a lo presente como a lo pasado y a lo que
está por llegar, tanto a lo remoto como a lo más próximo, puesto que es
aplicable al tiempo y al espacio, en los cuales se dan separadas las
cosas. Todo lo que constituye parte del mundo tiene forzosamente por
condición un sujeto y no existe más que por el sujeto. El mundo
es mi representación.
SUBLIMACIÓN
Mecanismo de autorrepresión psíquica
descubierto por Schopenhauer y
después retomado por Freud; consiste
en la transformación de la energía sexual en actividades psíquicas superiores
–principalmente artísticas-.
NIRVANA
Término técnico de la filosofía budista que
entró en la tradición occidental gracias a Schopenhauer.
Indica la condición de ausencia de dolor que nace de la supresión de todas las
pasiones y de la voluntad de vivir. Schopenhauer
explica el nirvana, la experiencia de la naturaleza con estas palabras: <Lo que queda después de la supresión de la
voluntad no es, para todos aquellos a quienes la voluntad anima
todavía, sino la nada. Pero también es verdad que para todos aquellos en quienes la voluntad se ha convertido o suprimido, este mundo tan real, con
todos sus Soles y Vías Lácteas, no es tampoco otra cosa más que la nada>.
166 Quizá la vida
sea un sueño prolongado.
EL PROBLEMA: ¿Qué relación hay
entre el sueño y la vigilia? ¿Es posible distinguir entre esos dos estados?
LA TESIS: Para sostener su
tesis fenoménica, según la cual
cualquier conocimiento no es más que una simple representación mental (fenómeno) y en nada distinto al producto
de la imaginación, Schopenhauer
retoma el tema, ya planteado por Descartes,
de la incapacidad de distinguir entre sueño y vigilia (véase 92). No hay argumentos lógicos para demostrar que la
existencia no es más que un sueño prolongado, interrumpido (cada noche) por
otros sueños más breves. Todos soñamos alguna vez, y hay sueños tan
realistas que al terminar nos dejan en la duda de si realmente estamos pasando
del sueño a la vigilia, o viceversa. Anticipando notablemente algunos de los
temas del psicoanálisis (véase 186), Schopenhauer afirma la existencia de
una profunda unidad entre la vida cotidiana y los fenómenos oníricos: el
contenido del sueño nunca es del todo ilógico y, sobre todo, nunca es
inmotivado, porque depende de los
deseos, de las imágenes percibidas recientemente y de la experiencia real del soñador.
Sueño y realidad:
¿Dónde está la diferencia?
- Soñamos,
¿Acaso no es toda la vida un sueño? O para ser más exactos, ¿Hay un
criterio seguro para diferenciar sueño y realidad, fantasmas y objetos
reales?
Las visiones
oníricas tienen el mismo grado de verosimilitud que las perspectivas.
- Aducir la
menor vivacidad y claridad de la imagen soñada respecto a la real no
merece ninguna consideración, puesto que todavía nadie ha tenido presente
al mismo tiempo lo uno y lo otro para confrontarlos, sino que sólo se ha
podido confrontar el recuerdo del sueño con la realidad presente.
El sueño también
posee su lógica interna, diferente de la ordinaria, pero no menos necesaria.
- Kant resuelve
así el problema: <La relación de las representaciones entre sí según la
ley de causalidad es lo que distingue la vida del sueño>. Pero también
en el sueño, cada uno de los detalles depende
igualmente en todas sus formas del principio de razón, y éste se rompe
sólo entre la vida y el sueño y entre los sueños individuales. La
respuesta de Kant, por lo
tanto, podría formularse así: el sueño prolongado (la vida) tiene dentro
de sí constantes conexiones según el principio de razón, cosa que no
ocurre con los sueños breves; si bien cada uno de éstos tiene entre sí la
misma conexión: entre éstos y aquél se ha roto el puente, y es por ello
que se distinguen entre sí.
Despertar es sólo
el paso de una lógica a otra.
- El único
criterio seguro para distinguir el sueño de la realidad es, en efecto, el
empírico del despertar, con el cual el nexo causal entre las
circunstancias de la vida soñada y las de la vida consciente se rompe
expresa y sensiblemente.
Vigilia y sueño son
como dos lados de una misma página: la vida.
- Calderón de la
Barca estaba tan convencido de esta idea, que trató de expresarla en un
drama considerable de algún modo metafísico: La vida es sueño. Que se me conceda entonces el derecho a
expresarme con una metáfora: vida y sueño son páginas de un mismo libro.
Hay una profunda
unidad entre los sueños y la vida real y cotidiana.
- La lectura
continua se llama vida real. Pero cuando la hora habitual de la lectura
(la mañana) termina y llega la hora del reposo, entonces nos dedicamos de
mala gana, sin orden ni conexión, a hojear a veces aquí y a veces allá
estas páginas: a veces ya leídas, otras veces nuevas, pero siempre dentro
del mismo libro.
También los sueños
tienen relación con la vida.
- Una página
leída así, aisladamente, no tiene relación con la lectura ordenada. Sin
embargo, no permanece muy alejada de ésta, si se piensa que también el
conjunto de una lectura ordenada empieza y termina de pronto, y por lo
tanto se debe considerar sólo como una página más larga.
Las visiones
oníricas nunca son absurdas: tienen siempre una conexión con la experiencia del soñador. La vida entera, por lo tanto, es indistinguible del sueño.
- Aunque los
simples sueños son distintos de la vida real, puesto que no están en
conexión con la experiencia (y ello se nos revela al despertar), sin
embargo es propio de ellos la conexión con una experiencia que ya
pertenece, como su forma, a la vida real. El propio sueño muestra también
una conexión que se encuentra a veces en sí mismo. Por lo tanto, si para
juzgar los sueños buscamos un punto de referencia externo al sueño y a la
vida, no encontraremos en su esencia ninguna diferencia precisa y
estaremos obligados, pues, a conceder a los poetas que la vida
es un sueño prolongado.
REPRESENTACIÓN
FENOMÉNICA
Es, para Schopenhauer, toda la realidad en tanto que objeto de conocimiento
por parte de un sujeto. Todo lo que conocemos existe sólo en relación con
el individuo que conoce: es una intuición suya. Es decir, se trata de
una representación mental, término
que Schopenhauer utiliza en sentido
negativo, como opuesto de objetividad:
cualquier representación es siempre subjetiva e ilusoria; alude al mundo, pero
esconde, al mismo tiempo, el verdadero e incognoscible aspecto de las cosas.
167 ¿Para qué se
vive? Para seguir viviendo.
EL PROBLEMA: ¿Qué es lo que constituye
la esencia del mundo? ¿Qué podemos conocer con absoluta certeza? ¿Qué impulsa
al hombre a vivir y a seguir vivo?
LA TESIS: Después de haber
demostrado la total incognoscibilidad del mundo, Schopenhauer afirma –basándose en el principio de que cualquier
conocimiento consiste en una representación mental- que cada cual es capaz de
conocer un objeto, uno sólo en todo el Universo, en toda su objetividad y
realidad efectiva. Este objeto es nuestro cuerpo. De él no tenemos un
conocimiento fenoménico: no lo percibimos a través de los sentidos como un
objeto exterior, sino que lo vivimos desde dentro. Para el individuo, ser, sentirse un cuerpo
vivo, es el único conocimiento nouménico
posible (es decir, verdadero, esencial, objetivo y no fenoménico). Y
reflexionando sobre su propia corporeidad, es fácil descubrir que la esencia
del yo consiste en la voluntad de vivir.
No sirve de mucho saber que todos debemos morir: el instinto de supervivencia
es ciego e irracional, además de eterno y universal. Millones de seres –vegetales, animales, humanos - no viven sino
para vivir y seguir viviendo.
El propio cuerpo es
la única realidad percibida en su esencia. El cuerpo es impulso vital.
- El cuerpo se
presenta al sujeto cognoscente de dos maneras diferentes: por un
lado, como representación intuitiva del intelecto, como objeto entre
objetos, sometido a sus leyes; pero al mismo tiempo, por el otro lado, se
presenta como algo que, conocido inmediatamente por cada uno, se
designa con el nombre de voluntad.
Toda la naturaleza
es, esencialmente, voluntad de vivir.
- Esta clave que
nos ha servido para penetrar la esencia de la cosa en sí, y que sólo podía
dárnosla el conocimiento inmediato de nuestro propio ser, debemos
aplicarla al conocimiento del mundo inorgánico.
La voluntad de
vivir, origen del sufrimiento, es un principio autónomo.
- De todo esto
resulta que la voluntad debe alimentarse a sí misma; la voluntad está
siempre hambrienta y no hay nada fuera de ella: de ahí la caza, la
ansiedad, el sufrimiento…
La voluntad de
vivir lleva en sí su propio fin.
- Así, cada
hombre tiene constantemente fines y motivos que regulan su
conducta y sabe, en cualquier caso, explicar su acción más simple. Pero si le
preguntáis por qué desea existir, no sabrá responder ni siquiera en un
sentido general; incluso encontrará absurda la pregunta. Y con ello estará
confesando que no es otra cosa que voluntad.
La vida humana
alterna el hastío con la persecución de fines ilusorios.
- Los esfuerzos
y deseos humanos son de una naturaleza tal, que confieren brillo a todas
sus realizaciones como si éstas fuesen el fin último de la voluntad. Pero
apenas los hemos satisfecho, cambian de fisonomía; olvidados o relegados
entre las antiguallas, siempre, confesémoslo o no, son apartados como
ilusiones desvanecidas.
Cada actividad o
proyecto humano nace del intento de esconder el dolor de vivir.
- Afortunado aquel a quien aún le resta algún deseo que acariciar, o alguna
inspiración: podrá continuar por largo tiempo el juego del perpetuo paso
del deseo a su extinción, y de su extinción al nuevo deseo. Un juego que
lo hará feliz si el paso es rápido, e infeliz si es lento. Pero al
menos no caerá en ese estancamiento que es la fuente del hastío terrible y
paralizante de los deseos vagos, sin un objeto preciso y ebrios de
languidez mortal.
168 No hay amor sin
sexo.
EL PROBLEMA: ¿En qué consiste el
enamoramiento?
LA TESIS: El sentimiento
amoroso es básico para el individuo; constituye sin duda el tema más
frecuentado por todas las artes y por la cultura en general. La filosofía debe ocuparse del amor,
afirma Schopenhauer. Pero justo en
este noble ámbito donde el hombre parece expresar mejor su propia
individualidad y espiritualidad, descubrimos una ilusión. Detrás de cada
manifestación amorosa, aun la más pura, está el instinto procreador: una oculta
determinación biológica ligada al acoplamiento y a la reproducción de las
especies. La tesis de Schopenhauer,
de fuerte sabor pre-freudiano (véase
185, 186), es que no existe amor sin
sexualidad. El hombre es un juguete en las manos de la
naturaleza y de la voluntad de vivir, se
hace ilusiones o se engaña voluntariamente acerca del verdadero fin de sus
acciones; en realidad, cualquier enamoramiento, por etéreo que pueda parecer,
tiene como fin la continuidad de la especie. El amor es sólo el instrumento
utilizado por la naturaleza para perpetuar el género humano. Si el hombre no estuviese dominado por el instinto erótico, no traería jamás
hijos al mundo, porque nadie es tan malvado –afirma Schopenhauer- como para desearle a
ningún ser vivo la vida en este valle de lágrimas. Es por ello que la
naturaleza ha asociado el orgasmo al acoplamiento: para inducir al individuo a superar el sentimiento de culpa ligado al acto de la
procreación.
Todas las formas
del amor son manifestaciones del instinto sexual.
- Cualquier
enamoramiento, por mucho que intente mostrarse etéreo, hunde su raíz sólo
en el instinto sexual; incluso es del todo y ante todo un concreto impulso
sexual, muy agudamente especializado y rigurosamente individualizado.
El sentimiento de
la belleza tiene como fin la optimización de la procreación.
- El éxtasis encantador
que sufre un hombre cuando ve una mujer hermosa que a él le parece
conveniente y que le hace imaginar la unión con ella como el bien sumo [o viceversa], es justamente
el sentimiento de la especie que, al reconocer claramente en ella su sello,
quisiera perpetuarlo con ella misma. De esta decidida inclinación hacia la
belleza depende la conservación
del tipo de especie: por eso actúa con semejante fuerza.
El individuo, incluso creyéndose libre, está en realidad determinado por instintos
biológicos fundamentales.
- Por lo tanto,
el hombre se guía por un instinto que tiende a la mejora de
la especie, aunque se haga la ilusión de buscar sólo un incremento del
propio placer. En efecto, tenemos aquí un instructivo esclarecimiento de
la esencia íntima del instinto, el cual suele poner –como de hecho sucede
en este caso- en movimiento al individuo por el bien de la
especie.
Lo demuestra la
desilusión que sigue al orgasmo.
- Conforme al
carácter ya expuesto de la cuestión, todo enamorado, después del
goce finalmente alcanzado, siente una extraña desilusión y se maravilla de
cómo lo que tan ardientemente ha deseado no le da más que otra saciedad
sexual, hasta tal punto que no siente el impulso de repetirlo.
El instinto sexual
está dirigido al bienestar de la especie, no del individuo.
- Este deseo
sostenía, una relación con todos sus deseos remanentes, en todo, idéntica
a la que la especie mantiene con el individuo: es decir, como una
cosa infinita y una finita. La saciedad, al contrario, aparece sólo por el
bien de la especie y no cae por ello en la conciencia del individuo –quien, animado por la voluntad de la especie, se
sacrificaba en aras de un fin que no era el suyo propio-.
VOLUNTAD DE VIVIR
El impulso prepotente que empuja a
cualquier ser a perpetuar lo más posible su existencia en la condición actual. Schopenhauer considera esta fuerza como
fundamento universal y verdadera sustancia de toda la realidad. Está presente
de manera consciente en los hombres y en los animales como
instinto de supervivencia, pero se revela también en el mundo natural e incluso
en el material como resistencia al cambio. Todo ser se opone al devenir, a su propia muerte o disolución
como entidad individual. Lo demuestran incluso las piedras, cuando oponen su
propia dureza y resistencia al intento de romperlas.
169 La única
solución es olvidarse de existir.
EL PROBLEMA: ¿Es posible vivir
sin sufrir? ¿Hay alguna posibilidad de anular esa voluntad de vivir que tan
angustiosamente domina la existencia?
LA TESIS: La voluntad de vivir condiciona todos los
aspectos de la existencia, produciendo alternativamente sufrimiento y hastío.
Es evidente que el instinto de supervivencia está por definición destinado al
fracaso (puesto que todo ser vivo debe morir); no hay modo de escapar a este
dolor universal. La única posibilidad de atenuar de alguna manera la
infelicidad constitutiva de la existencia está en combatir la voluntad de vivir con el ejercicio de
una no-voluntad opuesta, o noluntad. Schopenhauer aconseja el silencio, el ayuno, la castidad, la renuncia sistemática,
la fuga temporal de la realidad a través del arte o por medio de las prácticas
orientales de meditación. También las técnicas practicadas por los ascetas
cristianos para alcanzar el éxtasis,
una vez separadas de los presupuestos religiosos y encuadradas en un rígido
ateísmo, pueden funcionar, puesto que son capaces de alejar la psique del sujeto de la normalidad
cotidiana, induciéndolo, por un breve período, a olvidarse de que existe.
El éxtasis místico
es una condición extraña a la voluntad de vivir.
- Si se quisiera
insistir en la pretensión de obtener de alguna manera un conocimiento
positivo de lo que la filosofía puede expresar sólo negativamente, como
negación de la voluntad, tendríamos que remitirnos al estado experimentado
por todos aquellos que llegaron a una completa negación de la
voluntad; ``estados” a los que se les ha dado el nombre de: éxtasis,
rapto, iluminación, unión con Dios, y otros similares.
No se trata, sin
embargo, de una forma de conocimiento.
- Pero ese
estado, o como se le quiera llamar, no puede definirse como un verdadero
conocimiento, puesto que no entra dentro del esquema sujeto-objeto y, por
otra parte, sólo es accesible a la experiencia directa y no puede ser
comunicado a los demás. Nosotros, que nos asentamos con firmeza
en el terreno de la filosofía, debemos contentarnos aquí con el
conocimiento negativo, satisfechos de haber alcanzado el límite
extremo del positivo.
La experiencia
estática consiste en una autonegación del sujeto, una anulación de la
conciencia.
- Habiendo
reconocido en la voluntad la esencia del mundo y en todos los fenómenos
mundanos la objetividad de esta voluntad, habiendo perseguido esta
objetividad desde el impulso inconsciente de oscuras fuerzas naturales
hasta más lúcidas acciones humanas, no queremos eludir sus consecuencias:
que con la libre negación, con la supresión de la voluntad, se suprimen
también todos aquellos fenómenos y aquel perenne sofoco e impulso sin meta
y sin fondo, por todos los grados de la objetividad, en el cual y mediante
el cual el mundo toma forma; suprimida la variedad de las formas que se
suceden de grado en grado, suprimido, junto con la voluntad, todo su
fenómeno también; y finalmente, las formas universales de tiempo y
espacio; y, por último, la más simple forma fundamental de éste: sujeto y
objeto. No más voluntad, no más representación, no más mundo.
El sentimiento
psicológico de angustia que acompaña la nada demuestra el dominio de la
voluntad de vivir.
- Ante nosotros no resta más que la nada. Pero lo que se rebela contra esta
disolución en la nada, nuestra propia e íntima naturaleza, no es sino una
forma más –una manifestación- de la voluntad de vivir. Voluntad de vivir
somos nosotros mismos; voluntad de vivir es también nuestro
propio mundo. Ese horror que sentimos ante la nada no es sino una
manifestación de la avidez que sentimos por la vida, y de que no somos más
que esta voluntad, y sólo ésta conocemos.
La experiencia
mística vive la nulificación del individuo de manera positiva.
- Pero volvamos
la mirada desde nuestra miseria personal y del horizonte cerrado, y
hagámoslo hacia aquellos que superaron el mundo; esto es, hacia
aquellos en quienes la voluntad, una vez alcanzada la plena
conciencia de sí, se encontró a sí misma en todas las cosas y libremente
renegó de todas ellas; aquellos que únicamente esperan a que se
desvanezca la última huella de la voluntad, junto con el cuerpo al que esa
voluntad da vida.
La superación de la
conciencia conduce a la identificación con el todo.
- Entonces, en
lugar del incesante y agitado impulso, en lugar del tránsito perenne del
deseo al temor y de la alegría al dolor, en lugar de la esperanza nunca
apagada, nunca satisfecha, donde se forma el sueño de la vida de todo hombre aún deseante, aparece ante nosotros aquella paz que es
más alta que toda la razón, esa absoluta quietud del alma parecida a la
calma del mar, ese profundo reposo, esa indestructible confianza y alegría
cuyo simple reflejo en el rostro, como lo han representado Rafael y Correggio, es un completo y seguro Evangelio.
En la experiencia
de la nada se percibe la esencia última de la realidad.
- Lo que queda
después de la supresión de la voluntad no es para todos aquellos a quienes la voluntad anima todavía sino la nada. Pero también es verdad
que para los que han logrado convertir o suprimir la voluntad, este
mundo tan real, con todos sus soles y nebulosas, no es tampoco otra cosa
más que la nada.
NOLUNTAD
Del verbo latino nolo: <no querer>. Para Schopenhauer,
es la única manera de oponerse a la
voluntad de vivir y lo único que permite salir de la dimensión del dolor. Significa
renunciar a la vida, hasta extirpar de un mismo el insano, doloroso e
irracional deseo de vivir, y alcanzar un estado de ausencia, de nulificación de
la persona a través del ayuno, el silencio, la castidad, la humildad, hasta llegar a una forma de ascesis
laica, un éxtasis sin Dios o nirvana.
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO