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HELIOCENTRISMO






Uno de los motivos de convergencia entre el cristianismo y la astronomía tolemaica (defensora del geocentrismo-->) estaba en la reducción del Sol a un simple planeta. En la visión medieval, el Sol ilumina el mundo, pero la luz que proviene de él no es la energía que mueve el sistema; para moverse, el Sol, como todos los demás cuerpos celestes, necesita de un impulso proveniente de la periferia del cosmos (empíreo), donde Dios, desde el exterior del mundo, pone en rotación las esferas celestes y las mantiene después en su orden admirable. El Universo medieval no es un sistema autónomo sino dirigido; no posee una fuerza interna propia, y si no fuese por la continua intervención divina, se detendría.

No obstante, la antigua tradición pagana de la divinidad solar (--> Misterios, a propósito de Mitra) no desaparece nunca del todo ni siquiera en la Edad Media. Tal vez incluso por esto la revolución copernicana (-->), que trajo consigo una visión radicalmente innovadora del cosmos, se impuso con relativa rapidez (en el curso de un siglo); con ella el Sol, la lucerna mundi (lámpara del cosmos) reencontraba su natural centralidad.

Para los hombres del s. XVI, estaba claro que el heliocentrismo tenía un significado no sólo astronómico, espacial y geográfico; la nueva teoría copernicana implicaba convertir al Sol en el centro activo y generador de vida, de donde nace, en varias formas, la energía que anima el mundo (luz, calor, magnetismo, gravitación). Al convertirse en el motor del sistema (que sólo desde entonces se llamó <solar>), el Sol adoptaba algunas de las funciones hasta entonces atribuidas exclusivamente a Dios

Afirmaba Kepler que <Con el más absoluto derecho atribuimos al Sol la función de regir el Universo, pues sólo éste, en virtud de su dignidad y potencia, se revela apto para esta función y digno de convertirse en la casa del propio Dios, por no decir el Primer Motor>. De este modo, el <copernicanismo> describía un Universo autónomo y capaz de funcionar con sus propios recursos, ya no dependiente de Dios. 

Reflexiones como ésta, que implican una clara desacralización del cosmos, produjeron en el s. XVI la hostilidad de absolutamente todas las Iglesias (tanto la católica como las protestantes).

Kepler fue uno de los que más se dedicaron a la reflexión sobre el papel activo del Sol. En efecto, después de haber descubierto que los planetas se mueven según órbitas elípticas (uno de cuyos dos focos está ocupado por el Sol) buscó en la naturaleza del Sol la causa de un movimiento tan extraño. Su primera hipótesis preveía la existencia de un alma motriz, una fuerza de naturaleza no especificada surgida del Sol a la que se debe el movimiento rotatorio del sistema planetario. A continuación, sin embargo, superó este primer planteamiento en el que aún había huellas del pensamiento mágico-animista (el alma motriz era una <acción a distancia> producida por una especie de simpatía cósmica : -->), prefiriendo hablar de una vis corporea de naturaleza magnética. El Sol, según esta hipótesis, es considerado como un enorme imán con el centro en uno de los dos polos magnéticos y el otro difundido en la superficie externa.




TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO