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SENSACIÓN



En el lenguaje filosófico, la sensación designa aquellos elementos indivisibles del conocimiento sensible generados por la acción de estímulos externos sobre uno de los cinco órganos de los sentidos. El término es diferente del que habitualmente corresponde al más general de percepción, que designa el conjunto de las funciones psíquicas que permiten a un sujeto adquirir informaciones tanto del ambiente externo como del estado de su ser (por tanto, no existe una <sensación de uno mismo>, sino una percepción de uno, ya como cuerpo, ya como espiritualidad).

El valor de verdad que se ha de atribuir a estas formas de conocimiento (normalmente contrapuestas al puro conocimiento intelectual) y la naturaleza del proceso perceptivo han sido dos de los argumentos que han suscitado un mayor debate tanto entre los filósofos del pasado como entre los científicos modernos, en particular entre los psicólogos de la Gestalt (-->).

En general, en el mundo antiguo predominó el hecho de considerar la sensación como proceso pasivo: ver (o sentir, u oler) significa grabar los estímulos procedentes del exterior tal como un sello imprime su forma en un bloque de cera (o como, según otro famoso ejemplo, la huella de un pie queda grabada en la arena).

El primer ataque a la veracidad del conocimiento sensible coincidió con el nacimiento del pensamiento metafísico. Mientras que los primeros filósofos, los jónicos, sin llegar a elaborar una teoría explícita al respecto parecían no dudar del valor cognitivo de la sensibilidad (a lo sumo, se las ingeniaron para intentar mejorar las prestaciones), con Parménides empezó una crítica y negación sistemáticas. Según Parménides, el saber adquirido de forma perceptiva no supera el nivel de la doxa (opinión personal), mudable y poco fiable; a la doxa se debe contraponer el epistema, la verdad objetiva que sólo puede alcanzarse a través del proceso intelectual. Por lo tanto, cuando una verdad racional contrasta con la evidencia de los hechos visibles, como en las paradojas de Zenón (-->), mucho peor para estas últimas. El intelecto no debe permitir ser desviado de su camino por los mensajes procedentes de los órganos físicos (ojo, oreja), falaces y engañosos por naturaleza. Si confiase en ellos, tendría que afirmar, por ejemplo, que la Tierra es plana (porque así aparece a primera vista).

Platón, quien de alguna manera se situó en una relación de continuidad con Parménides, consideró la sensación simplemente como un estímulo para la anamnesis o recuerdo de las ideas perfectas vislumbradas por el alma en el mundo de las ideas (--> Idea platónica).

En el ámbito filosófico fue imponiéndose la convicción de la no fiabilidad de la sensación, favorecida, asimismo, por la gran variedad de teorías (incompatibles entre ellas) elaboradas para explicar el acto físico de la visión. Aristóteles fue el único que recuperó el acto sensible, basando en él todo el proceso cognitivo; anticipó de alguna manera las teorías del empirismo (--> Empirismo: tabula rasa) moderno, al afirmar que no existe nada en el intelecto que no provenga, directamente o a partir de reelaboraciones, de los sentidos.





TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO