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REACCIÓN ANTIPOSITIVISTA



Con el paso del s. XIX al s. XX se produjo un gran cambio en la cultura europea llamado convencionalmente reacción antipositivista. En oposición a la mentalidad cientista (--> Cientismo), dominante en aquellos años, un número creciente de pensadores empezó a reivindicar un espacio autónomo para el hombre y la mujer y para aquella dimensión creativa del espíritu que sobrepasa los estrechos límites de las <ciencias positivas>. La nueva orientación se convirtió en el mínimo común denominador de muchas corrientes de pensamiento surgidas en los primeros decenios del siglo, como el irracionalismo (-->) y la fenomenología (-->), pero también el neokantismo; todos ellos, aglutinados en la reivindicación de la irreductibilidad de la conciencia y de la actividad espiritual humana frente a los métodos de una investigación reduccionista (--> Materialismo y Determinismo).

No es que el positivismo decimonónico se hubiese desinteresado por la condición humana, por el contrario: la sociología, la economía y la psicología nacieron precisamente en este período. Sin embargo, al aplicar a estas <ciencias humanas> los mismos criterios experimentales y rígidamente objetivos de las ciencias fuertes (matemáticas y física), los positivistas acabaron excluyendo de su campo de investigación todo lo que no es fácilmente observable y reproducible en experimentos de laboratorio. Por ejemplo: cuestiones como la existencia de la locura (-->) o del genio (-->) creativo fueron tratadas por la fisiología y la neurología

Contra esta absolutización de las ciencias naturales, el espiritualismo reivindicó la autonomía del <mundo del espíritu>, una dimensión específica del hombre y de la mujer e irreductible a los fríos análisis estadísticos, a los hechos concretos y a las leyes matemáticas, en el que tienen derecho de ciudadanía nociones no experimentables como pueden ser la conciencia, la interioridad, la reflexión y la libertad de espíritu.

En filosofía, la expresión más importante de la reacción antipositivista fue el evolucionismo espiritualista del francés Henri Bergson (1859-1941). Su primera obra tiene un título significativo: Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889); el objetivo último de su meditación, efectivamente, fue demostrar el carácter irreductible de los hechos de conciencia a cualquier explicación de carácter materialista. Ahora bien -y ésta es la gran novedad de su pensamiento-, según Bergson, esta defensa de la espiritualidad no puede prescindir en la época moderna de una confrontación con la ciencia. El filósofo se implicó, por lo tanto, en trabajar en una reflexión sobre el concepto de evolución (--> Evolucionismo), sobre temas acerca de la relación entre la materia y el espíritu (--> Materia/Memoria), sobre la diversidad entre la definición científica del tiempo y la experiencia humana (--> Tiempo/Duración).

Este cambio de mentalidad tuvo fuertes repercusiones en el ámbito artístico: la generación de pintores que se definió como simbolista (O. Redon, G. Moureau) puede considerarse como la primera expresión del arte contemporáneo. Aun permaneciendo ligados a un enfoque figurativo, los artistas simbolistas buscaron inspiración en el mundo del sueño, de las alucinaciones y de los estados no ordinarios de conciencia, superando así la tradicional relación mimética (--> Mímesis) con la realidad natural.




TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO