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Asesorías Filosóficas Personalizadas

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SÓCRATES


470 – 399 a.C.



Es sorprendente lo poco que sabemos de la figura histórica y hasta del pensamiento concreto del padre fundador de la tradición filosófica occidental. El hecho es que, como Jesús y muchos otros grandes profetas religiosos, Sócrates decidió no escribir nada y confiar el propio mensaje ya fuese al coloquio interindividual o a la fuerza concreta del ejemplo, tanto en el modo de vivir como en el de morir. Si sus ideas han sobrevivido es sólo porque Platón, el mejor de sus discípulos, convirtió al maestro en el protagonista de todas sus obras, aunque no hay ninguna certeza de que el personaje de los diálogos platónicos se corresponda con la verdad histórica.

Lo único cierto que sabemos es que fue hijo del escultor Sofronisco y de la comadrona Fenareta, y se casó con Jantipa, con la que tuvo hijos. De joven se distinguió por su valentía en la batalla de Potidea y se interesó por las ciencias. Aunque polemizó con las soluciones relativistas y escépticas de los sofistas, fue influido por ellas, situando decididamente al hombre y sus problemas en el centro de la reflexión filosófica. No fundó ninguna escuela, sino que ejerció la filosofía en la plaza discutiendo, contradiciendo y provocando a los conciudadanos como una especie de predicador laico.

El papel de conciencia crítica y civil que asumió Sócrates, quien se autodefinía como el tábano de los atenienses por su insistencia en el planteamiento de preguntas fastidiosas, hizo que algunos atenienses le considerasen como un elemento desestabilizador. En 399, los ciudadanos Anito y Meleto lo acusaron de impiedad –esto es, de no creer en los dioses- y de corromper a los jóvenes. Coherente con sus propios principios, Sócrates rechazó cualquier tipo de culpabilidad y aceptó sin protestas la condena a muerte. Por la Apología de Sócrates, escrita por Platón, conocemos la serenidad con la que bebió cicuta después de una última discusión con los discípulos sobre el tema de la inmortalidad del alma. Sus últimas palabras fueron: Recordad que debemos un gallo a Esculapio.

23 La importancia de saber que no se sabe.

EL PROBLEMA: ¿Qué es posible conocer? ¿Es posible un conocimiento absoluto?
LA TESIS: No se puede conocer algo si no se parte reconociendo la propia ignorancia. Parece obvio, pero Sócrates destaca cómo la presunción de saber es de hecho el mayor obstáculo para el descubrimiento; así, el saber que no se sabe constituye un criterio válido para distinguir a los verdaderos sabios de los falsos. Sócrates sostiene estas argumentaciones de una manera fuertemente irónica e intencionadamente paradójica; removiendo los valores del buen sentido común, el elogio socrático del no-saber provoca en el interlocutor una enérgica y beneficiosa sacudida intelectual.

En el siguiente pasaje, extraído de la Apología de Sócrates de Platón, el filósofo se dirige a los jueces que van a emitir su sentencia. Cabe observar cómo polémica e irónicamente nombra como ejemplo de falsos sabios a los mejores clientes de los sofistas: poetas, retóricos y políticos.

La sentencia del oráculo: nadie es más sabio que Sócrates.

  • Conocéis, si no me equivoco, a Jenofonte. Es mi amigo desde joven y amigo de la mayor parte de vosotros, y no hace mucho fue al exilio y después regresó a la ciudad. Sabéis con seguridad cómo era Jenofonte, cómo se apasionaba por cualquier cosa. Así, en cierta ocasión se desplazó a Delfos y osó consultar al oráculo acerca de la cuestión que tratamos. Ya os he rogado, atenienses, no rumorear por esto que digo. Preguntó, pues, a la Pitia si había alguien más sabio que yo, y la Pitia respondió que nadie había. De esto dará testimonio su hermano aquí presente, pues Jenofonte murió.
La búsqueda del saber será, precisamente, la causa de la desgracia de Sócrates.

  • Tratad de entender las razones por las que refiero esta historia: busco demostraros dónde se ha originado la calumnia que recae sobre mí.
La cuestión central es: ¿Qué es la sabiduría?

  • Después de haber sabido aquello, yo me hacía estas reflexiones: ¿Qué intenta decir el dios y qué esconde bajo sus enigmas? Yo, en lo que a mí respecta, soy bien consciente de no ser sabio ni mucho ni poco: entonces, ¿Qué quiere decir afirmando que soy el más sabio de todos? A buen seguro no miente, porque eso no es posible para un dios. Así, quedé por mucho tiempo en la incertidumbre sobre el sentido de la respuesta.
Antes, Sócrates buscó la sabiduría en un maestro.

  • Luego me dediqué con todas mis energías a buscar el modo de resolver el enigma. Fui a uno de aquellos que tienen fama de ser sabios con la intención de encontrar elementos para refutar al oráculo, si es que era posible hacerlo de algún modo, y para contraponer el hecho de que éstos eran seguro más sabios que yo, mientras se decía que yo era el más sabio de todos.
Existe cierta diferencia entre ser sabio y creerse sabio.

  • Interrogando, pues, a éste (no es necesario que diga su nombre: baste decir que la impresión que voy a contaros me viene de uno de los hombres políticos) y hablándole, me pareció que en efecto a él le parecía (también a muchos otros, pero sobre todo a él) que era sabio, pero en realidad no lo era. Entonces intenté demostrarle que se creía sabio, pero que por el contrario no lo era.
El ignorante cree saber. El sabio sabe que no sabe.

  • Por esto gané su odio y también el de muchos de los presentes. Mientras me iba, reflexioné que, en efecto, yo era más sabio que aquel hombre: cada uno de nosotros dos, de hecho, adolece de no saber nada de lo bello y de lo bueno, pero él cree saber algo y en realidad no sabe, y yo, en cambio, no sólo no sé, sino que no creo tampoco saber y, por lo tanto, creo que soy más sabio que él precisamente por esta pequeña diferencia: la de que no creo saber lo que no sé.
Enmascarar la ignorancia de los falsos sabios provoca rencor.

  • Luego acudí a otro de aquellos que parecían ser más sabios que yo, y recogí las mismas impresiones. Y también en este caso me gané su resentimiento y el de muchos otros. Así pues, procedí sistemáticamente después de tener estas experiencias a tener otras semejantes, y con dolor y temor me di muy bien cuenta de estar recogiendo sólo odio. Por otra parte, me parecía necesario dar el mayor peso a la respuesta del dios: necesitaba, pues, continuar yendo por ahí para comprender qué quiso decir el oráculo respecto a todos aquellos que parecían saber algo.
La verdadera sabiduría es inversamente proporcional al prestigio social.

  • Lo juro por el perro (es preciso que os diga la verdad), ciudadanos atenienses, que he experimentado las impresiones que estoy por deciros: en mis investigaciones sobre la palabra del dios, precisamente aquellos que eran tenidos en mayor consideración que otros han resultado, por así decirlo,  los menos provistos en sabiduría; los que parecían, en cambio, modestos, estaban más cerca de ser sabios.
Ni la política ni la poesía nacen de la sabiduría.

  • Debo, pues, narraros la gran fatiga que me supuso el continuo errar de uno a otro lado para llegar a descubrir cómo el oráculo se me hacía irrefutable. En efecto, después de haberme entretenido con los políticos fui a ver a los poetas, a los que escriben tragedias, a los que escriben himnos y a otros, buscando sorprenderme al descubrirme ser más ignorante que cualquiera de ellos.
Cualquiera, si quiere, está en condiciones de escribir un texto literario.

  • Atendiendo a aquellas de sus composiciones que me parecían mejor elaboradas, preguntaba qué es lo que habían querido decir para aprender así algo de ellos. Me avergüenzo, atenienses, de deciros cómo están las cosas, pero debo hablar: casi todos los presentes, por así decirlo, estarían en condiciones de expresarse mejor que ellos sobre aquellos versos que ellos mismos habían compuesto.
La poesía deriva de una inspiración divina, semejante al oráculo.

  • En poco tiempo, pues, nuevamente me di cuenta de cómo tampoco los poetas hacen las cosas que hacen por sabiduría, sino por una suerte de natural inclinación y bajo inspiración, como los adivinos y los profetas.
Aunque los poetas poseyeran sabiduría, ésta no derivaría de ellos.

  • También éstos dicen, en efecto, muchas cosas bellas, pero no saben nada de lo que dicen. Me pareció que a los poetas les ocurre precisamente algo parecido y, al mismo tiempo, me di cuenta de que ellos, a causa de su poesía, creen ser los más sabios de los hombres incluso en todo lo demás, cuando no lo son en realidad. Así que los he dejado con la convicción de ser superiores por la misma razón por la que lo son respecto a los políticos.
La sabiduría no es un conocimiento técnico. Saber hacer una cosa concreta no constituye una sabiduría ni un saber no especializado.

  • Finalmente, acudí en busca de los artesanos: así como estaba íntimamente convencido de ser, por así decirlo, del todo ignorante, me imaginaba que ellos sabían, en cambio, muchas y hermosas cosas. En cuanto a la verdad de esto, no me engañé: ellos sabían, en efecto, muchas cosas que yo no sabía y eran por ello más sabios que yo. Pero, oh, ciudadanos atenienses, también los valientes artesanos me parecieron tener el mismo defecto que había comprobado en los poetas: por el hecho de estar en condiciones de hacer bien su trabajo, cada uno creía ser muy experto también en los asuntos de Estado, y esta presunción ofuscaba su auténtico saber.
La conciencia de la propia ignorancia ya es una forma de conocimiento.

  • Así, yo me preguntaba, en nombre del oráculo, si me estaba bien ser así como soy: esto es, del todo ignorante respecto a las cosas que ellos saben, pero no ignorante de mi ignorancia como ellos lo son de la suya propia; o bien si hubiese sido preferible tener una y otra característica comprobada en ellos. Y finalmente me respondí a mí mismo y al oráculo que me iba bien ser así como soy.
Sabio es aquel que admite su propio no saber.

  • Sabed, ciudadanos, que con esta indagación he atraído muchas enemistades sobre mí, las más malignas y las más graves, y de ellas me han venido las numerosas calumnias y el título de sabio. En efecto, quien de vez en cuando esté presente en mis conversaciones, pensará que soy un experto en aquellas disciplinas de las que pueda tener que convencer a alguien que sea ignorante en ellas.
Hay una diferencia entre el saber divino y el accesible a los hombres/mujeres.

  • Por el contrario, atenienses, es sólo el dios el que de hecho acaba por revelarse sabio al afirmar con aquella respuesta que la sabiduría de los hombres cuenta poco o nada.
El caso de Sócrates tiene un valor simbólico general.

  • Parece que incluso el dios no se refiera expresamente a Sócrates, sino que se haya servido de mi nombre como de un ejemplo para decir, ¡Oh hombres!, que de vosotros el más sabio es aquel que, como Sócrates, ha reconocido no valer nada en lo que al saber se refiere.
Avergonzar a los falsos sabios es un deber de alto valor cívico.

  • Por ello, todavía hoy continúo en mi búsqueda y en mi investigación bajo el impulso del dios, cuando pienso que alguno de entre los ciudadanos o los forasteros sea sabio y, después de que no me aparezca tal, llevo la respuesta del dios a una ulterior confirmación, demostrándole que no es sabio. En esta ocupación mía no he tenido tiempo de hacer algo que merezca loas ni públicas ni privadas, y habiéndome dedicado por entero al servicio del dios, me encuentro en la más absoluta de las pobrezas.


Con la ironía se dice una cosa entendiendo por ella otra, a menudo precisamente su exacta contraria. Por ejemplo, cuando se exclama <¡Perfecto!> ante una respuesta claramente equivocada. Sócrates hizo de la ironía el instrumento principal de su método mayéutico. Hacía preguntas al interlocutor fingiéndose del todo ignorante y sugería una serie de cuestiones aparentemente ingenuas enfatizando la sabiduría del otro, aunque en realidad lo que hacía era arrastrar al interlocutor a contradicciones insolubles.


Literalmente el <arte de la comadrona> o <arte de la obstetra>. Indica el método de indagación de Sócrates descrito por Platón en el Teeteto. Sócrates nunca proporcionaba soluciones, sino que se limitaba a hacer preguntas con la idea de que el interlocutor, oportunamente interrogado, descubriese (o diese a luz) la verdad dentro de sí.


Indica la nueva tendencia inaugurada por los sofistas y por Sócrates de situar en el centro de la reflexión filosófica los problemas del hombre/mujer, y no los de la naturaleza y el mundo físico. Sócrates recogió la invitación de Protágoras a hacer del hombre/mujer la medida de todas las cosas, iniciando en el hombre/mujer, y no fuera de él/ella, la búsqueda del criterio de la verdad.


CONCEPTO

En líneas generales, designa cualquier contenido de la mente; en sentido estricto designa un término universal, esto es, capaz de indicar una clase entera de objetos (por ejemplo, silla, perro, amor, vida, etc.). En la vida ordinaria todos sabemos, en general e intuitivamente, qué significan estos sustantivos; sin embargo, no estamos en condiciones de proporcionar una definición simple, clara y exhaustiva de ellos. Y esto sucede tanto con los términos que se refieren a valores morales o abstractos, como con los que aluden a objetos concretos. Es imposible, por ejemplo, especificar cuáles son las características singularmente necesarias y colectivamente suficientes para que un animal sea llamado perro. Sócrates descubrió el problema del concepto buscando definiciones correctas de los valores morales (como amistad o valentía); Platón consideró el concepto como el conocimiento de una idea eterna e innata de la mente humana; Aristóteles lo redujo al conocimiento de la esencia.

24 Conócete a ti mismo.

EL PROBLEMA: ¿Cuál es el objetivo de la filosofía? ¿Se puede enseñar la verdad?
LA TESIS: La filosofía no enseña la verdad, sino que ayuda al individuo para que pueda descubrirla por sí mismo. No ofrece tampoco soluciones, sino un método para razonar a partir de nosotros mismos. La verdad es una conquista personal y, por lo tanto, la educación es siempre autoeducación, un proceso de maduración interior que únicamente puede estimularse, pero no provocarse desde el exterior. El siguiente pasaje está extraído del diálogo Alcibíades de Platón.

La filosofía tiene como objetivo el perfeccionamiento del sujeto.

  • SÓCRATES: Dime, entonces: ¿Con qué arte podremos cuidar de nosotros mismos?
ALCIBÍADES: No lo sé.

SÓCRATES: Hasta aquí estamos de acuerdo en que no será aquel que mejore cualquier objeto que nos pertenezca, sino aquel que nos haga mejores a nosotros mismos.

ALCIBÍADES: Muy cierto.

Perfeccionar una cosa implica conocerla como enseñan las técnicas.

  • SÓCRATES: Ahora bien, ¿Sabríamos cuál es el arte que mejora la calidad del calzado si no conociésemos el zapato?
ALCIBÍADES: Imposible.

SÓCRATES: Y según esto, tampoco sabríamos qué arte perfeccionará la hechura de los anillos si no conociésemos el anillo.

ALCIBÍADES: Cierto.

Filosofar significa conocerse.

  • SÓCRATES: Avancemos otro paso, ¿Podríamos conocer qué arte mejora al hombre de no saber quién somos nosotros mismos?
ALCIBÍADES: Imposible.

En el templo de Delfos estaba escrito <Conócete a ti mismo>.

  • SÓCRATES: ¿Y puede darse que sea una bagatela conocerse a sí mismo y que fuese un bobo quien escribió aquellas palabras sobre el templo de Delfos, o se trata por el contrario de una cosa difícil y no apta para todos?
ALCIBÍADES: Me ha parecido, Sócrates, que es cosa de todos; pero tal vez se trate de una tarea extremadamente difícil.

Conocerse a sí mismo es fácil sólo en apariencia.

  • SÓCRATES: ¡Bien! Puede, Alcibíades, ser fácil o no, pero para nosotros el problema es éste: si nos conocemos a nosotros mismos, conoceremos quizá también el cuidado que debemos tener con nosotros mismos; si no, no lo conoceremos nunca.
ALCIBÍADES: Así es.

Para valorarse como individuos es preciso poseer un modelo de hombre.

  • SÓCRATES: Dime, entonces: ¿De qué modo se podría descubrir en qué consiste el sí mismo? Porque, en consecuencia, podremos descubrir quizá qué somos nosotros, pero quedando la primera cosa en la oscuridad, seguramente nos será imposible descubrir la segunda… ¿Qué es, pues, el hombre/mujer?
ALCIBÍADES: No lo sé.

El hombre podrá ser cuerpo y alma, pero sólo se debe analizar el alma.

  • SÓCRATES: Pero tú sabes, al menos, que es algo que se sirve del cuerpo.
ALCIBÍADES: Sí.

¿De qué modo el alma puede conocerse a sí misma?

  • SÓCRATES: ¿Qué otro se sirve de éste, sino el alma? Por lo tanto, aquel que desee conocerse a sí mismo nos ordena conocer nuestra alma.
ALCIBÍADES: Así parece…

Para ver nuestros ojos debemos mirarnos en un espejo; del mismo modo, para conocernos debemos reflejarnos en algo.

  • SÓCRATES: ¿De qué modo podemos conocer lo más claramente posible nuestra alma? Puesto que, con ese conocimiento, podremos conocernos a nosotros mismos. ¡Por los dioses! ¿Comprendemos bien el justo consejo de la inscripción délfica ahora recordada?
ALCIBÍADES: ¿Con qué intención lo dices,                    oh, Sócrates?

Nos conocemos a nosotros mismos observando nuestra mejor parte, del mismo modo que podemos observar nuestra imagen reflejada en la pupila de otro.

  • SÓCRATES: Te diré que sospecho que esta inscripción pretende en realidad aconsejarnos. Porque se da el caso de que para entenderla no tenemos muchos ejemplos para confrontar, salvo el de la vista.
ALCIBÍADES: ¿Qué quieres decir con esto?

SÓCRATES: Reflexiona también tú. Si la inscripción aconsejase el ojo, como aconseja al hombre diciendo mírate a ti mismo, ¿De qué modo y qué cosa pensaremos que quiera aconsejar? ¿Acaso no nos pide observar algo que, observándolo, permita al ojo verse a sí mismo?

ALCIBÍADES: Cierto.

El alma se conoce verdaderamente cuando analiza su parte racional y espiritual.

  • SÓCRATES: Muy bien: indaguemos qué objeto existe que, al mirarlo, podamos verlo a él y a nosotros mismos.
ALCIBÍADES: Es claro, Sócrates: los espejos y objetos similares.

SÓCRATES: Exacto. ¿No hay quizá también en el ojo una característica por la que vemos algo similar?

ALCIBÍADES: Cierto.

SÓCRATES: Por otra parte, ¿Has observado que al mirar a alguien a los ojos se vislumbra nuestro rostro en el ojo de quien está enfrente, como en un espejo que nosotros llamamos pupila porque es casi una imagen de quien la mira?

ALCIBÍADES: Es verdad.

SÓCRATES: Por lo tanto, si un ojo mira a otro ojo y enfoca la parte mejor del ojo, con la que también ve, entonces se verá a sí mismo.

ALCIBÍADES: Evidentemente.

SÓCRATES: Pero si el ojo mira otra parte del cuerpo humano o de los objetos, a excepción de aquella que tiene similar naturaleza, no se verá a sí mismo.

ALCIBÍADES: Es verdad.

SÓCRATES: Si entonces un ojo quiere verse a sí mismo, necesita enfocar un ojo y aquella parte de éste en donde se halla la virtud de la visión. ¿Y no es ésta la vista?

ALCIBÍADES: Sí.

El componente racional del alma es sede de lo divino.

  • SÓCRATES: Entonces, querido Alcibíades, ¿No es cierto que también el alma, si quiere conocerse a sí misma, deberá enfocar un alma y sobre todo el rasgo de ésta en el que se encuentre la virtud del alma, la sabiduría, y enfocar a otra persona que posea una parte similar?
ALCIBÍADES: Creo que sí, Sócrates.

SÓCRATES: ¿Podríamos señalar en el alma una parte más divina que aquella en la que residen el conocimiento y el pensamiento?

ALCIBÍADES: No podemos.

SÓCRATES: Esta parte del alma es semejante a lo divino, y si la enfocamos se aprende a conocer todo lo que hay de divino: intelecto y pensamiento; y se tiene la mejor posibilidad de conocerse a sí mismo en el mejor modo.


25 El filósofo es un obstetra de almas.

EL PROBLEMA: ¿En qué consiste el trabajo del filósofo? ¿Qué procedimiento de búsqueda es más adecuado para la consecución de la verdad?
LA TESIS: Por medio de una comparación, que se ha hecho célebre, entre el trabajo de la partera y el del filósofo, Sócrates sostiene que la tarea del sabio no consiste en proponer afirmaciones verdaderas, sino en favorecer el nacimiento de la verdad en el alma del interlocutor. El trabajo que conduce a este resultado, un auténtico proceso de gestación, prevé un método de búsqueda mayéutico basado en el coloquio individual, en el arte de escuchar y de objetar y en el uso sistemático de la ironía para desbaratar las defensas intelectuales preconstituidas. (Del Teeteto de Platón)

La actividad del filósofo o filósofa puede ser comparada con la de las comadronas. Sócrates pretende ser un obstetra de almas.

  • SÓCRATES: ¡Oh, mi querido amigo! ¿Tú no has oído decir que yo soy hijo de Fenareta, una mujer muy capaz y vigorosa comadrona?
TEETETO: Sí, lo he oído decir.

SÓCRATES: Y que yo ejerzo el mismo arte, ¿Lo has oído decir?

TEETETO: ¡No, nunca!

SÓCRATES: Sepas, pues, que así es. Pero no lo vayas diciendo a los otros. No saben, querido amigo, que yo poseo este arte, y no sabiéndolo no dicen eso de mí, sino que más bien dicen que soy el más extravagante de los hombres y que no hago más que sembrar dudas. También esto lo habrás oído decir, ¿No es cierto?

TEETETO: Sí.

SÓCRATES: ¿Y quieres que te diga por qué?

TEETETO: De buen grado te escucharé.

Era costumbre en Grecia que sólo las mujeres ancianas fuesen obstetras.

  • SÓCRATES: Intenta entender bien en qué consiste el trabajo de la comadrona, y comprenderás más fácilmente qué quiero decir. Tú sabes que mientras pueda concebir y engendrar, ninguna mujer ejerce de comadrona para otras mujeres, sino que sólo lo hacen aquellas que ya no pueden engendrar.
TEETETO: Está bien.

La obstetra es, por definición, estéril.

  • SÓCRATES: Se dice que eso es así por Artemisa, quien tuvo en suerte presidir los partos a pesar de ser virgen. Ella, pues, no concedió a mujeres estériles el don de ejercer de comadronas, puesto que la naturaleza humana es demasiado débil para adquirir un arte del que no haya tenido experiencia; asignó, pues, este oficio a aquellas mujeres que por su edad no podían engendrar, honrando así la semejanza que tenían con ella.
TEETETO: Es lógico.

La obstetra no puede tener hijos, pero ha vivido personalmente esa experiencia.

  • SÓCRATES: ¿Y no es también lógico e incluso necesario que sean las comadronas las que puedan reconocer mejor que nadie si una mujer está o no embarazada?
TEETETO: Ciertamente.

SÓCRATES: ¿Y no son las comadronas las que suministrando fármacos y haciendo encantamientos pueden despertar los dolores o hacerlos más leves si quieren, y facilitar el parto y también provocar el aborto, si lo creen necesario, cuando el feto es inmaduro todavía?

TEETETO: Es verdad.

Las obstetras hábiles poseen una profunda sabiduría; podrían desempeñar un papel de guía en los apareamientos.

  • SÓCRATES: ¿Y no has observado nunca de ellas que son habilísimas en la preparación de matrimonios, expertas como son en conocer qué hombre y qué mujer se deben unir para engendrar los mejores hijos?
TEETETO: Esto no lo sabía.

SÓCRATES: Pues que sepas entonces que de este arte suyo hacen más alarde que del corte del ombligo. Piensa un poco: ¿Crees tú que sea el mismo arte o que sean dos artes distintas el recoger con todo cuidado los frutos de la tierra y el reconocer en qué tierra está plantada qué planta y qué semilla sembrada?

TEETETO: El mismo arte, creo.

SÓCRATES: Y en cuanto a la mujer, ¿Crees tú que uno sea el arte de sembrar y otro el de recoger?

TEETETO: No, no me parece.

SÓCRATES: No lo es, en efecto. Sino que, a causa del emparejamiento contra ley y contra natura de hombre con mujer –al que se da el nombre de rufianería-, las comadronas que cuidan su honorabilidad se abstienen también de combinar matrimonios honestos por miedo a incurrir precisamente en esa acusación; mientras que sólo a las comadronas verdaderas convendría, creo yo, el combinar matrimonios como es debido.

TEETETO: Así me parece.

La filosofía es más complicada que la obstetricia. Pensar, en efecto, puede generar tanto lo verdadero (la vida) como lo falso.

  • SÓCRATES: Éste, por lo tanto, es el oficio de las comadronas, y es grande aunque sin duda menor que el mío. De hecho, a las mujeres no les ocurre el parir ora fantasmas, ora seres reales, ni que ello sea cosa difícil de distinguir: porque si esto ocurriese, grande y bello oficio sería para las comadronas distinguir lo verdadero de lo no verdadero, ¿No te parece?
TEETETO: Sí, así me parece.

La filosofía es un arte de obstetricia espiritual.

  • SÓCRATES: Ahora bien: mi arte de obstetra en todo el resto se asemeja al de las comadronas, pero se diferencia en que opera sobre los hombres y no sobre las mujeres, y provee a las almas parturientas y no a los cuerpos. Y la mayor capacidad suya es que, gracias a ella, yo sea capaz de discernir con seguridad si fantasma o mentira pare el alma del joven, o si cosa vital y real.
También el filósofo, como la obstetra, es estéril (de sabiduría): no posee ninguna verdad.

  • Puesto que esto tengo en común con las parteras, también yo soy estéril pero de sabiduría; y el reproche que tantos me han hecho –que interrogo a los otros sin nunca manifestar mi pensamiento sobre ninguna cuestión, ignorante como soy- es reproche verdadero.
El trabajo del filósofo consiste en ayudar al interlocutor a generar la verdad, a descubrirla en sí mismo.

  • Y la razón es precisamente ésta: que el dios me obliga a hacer de obstetra, pero me prohibió engendrar. Por lo tanto, yo soy cualquier cosa menos sabio y ninguna sabiduría ha sido nunca descubierta por mí ni generada por mi ánimo; en cambio, algunos de quienes aman estar conmigo parecen del todo ignorantes, pero frecuentando mi compañía todos obtienen, siempre que el dios se lo permite, un provecho extraordinario como comprueban ellos mismos y también los otros.
El alma, aunque preñada de verdad, tiene, sin embargo, necesidad de una guía espiritual.

  • Y está claro que de mí no han aprendido nada, sino que muchas y bellas cosas han encontrado y generado por sí mismos; pero, esto sí, el mérito de haberlos ayudado a generar es del dios y mío. Y he aquí la prueba. Muchos que no sabían esto y creían que el mérito era del todo suyo, muchos que me miraban con cierto desprecio, un día se alejaron de mí más pronto de lo necesario por su propia voluntad o instigados por otros; y una vez alejados de mí, no hicieron más que abortar por los malos acoplamientos en los que incurrieron, y todo lo que con mi ayuda habrían podido parir, por defecto de crianza lo estropearon, teniendo en más consideración a mentiras y fantasmas que a la verdad; y acabaron pareciendo ignorantes a sí mismos y a los otros.
La búsqueda mayéutica de la verdad es a la vez desestabilizadora y fecunda en resultados.

  • Están luego quienes vuelven a requerir mi compañía y hacen cosas extrañísimas para tenerla; y si el demonio que siempre está presente en mí me impide unirme con algunos de ellos, con otros en cambio lo permite, y los primeros, no obstante, sacan provecho. En cuanto a los que se juntan conmigo, sufren por ello las mismas penas que las mujeres parturientas: porque tienen dolores y pasan el día y la noche más llenos de inquietud que las mismas mujeres. Y mi arte tiene precisamente el poder de suscitar y, al mismo tiempo, de calmar sus dolores. Así es para ellos.
Para encontrar la verdad hay que buscarla, estar preñados de ella.

  • Después hay otros, ¡oh Teeteto!, que no me parecen preñados; y entonces me doy prisa en colocarlos en otra parte, sabiendo que éstos no tienen necesidad de mí; digamos que con la ayuda del dios consigo muy fácilmente encontrar con quien puedan unirse y obtener además un provecho de esa misma unión. Y así, son muchos los que se unen a Pródico y a muchos otros sabios y hombres divinos. Pues bien, mi excelente amigo, me he extendido larga y profusamente en esta historia porque tengo la sospecha de que tú, y lo piensas tú mismo, estás preñado y tienes los dolores del parto. Así pues, confía en mí, que soy hijo de comadrona y conozco el arte del obstetra.
Las reacciones rencorosas hacia los discursos de Sócrates demuestran hasta qué punto acierta en un problema de verdad importante.

  • Que si después, examinando tus respuestas, encuentro que alguna de ellas es fantasma y no verdad y te la quito de encima y la expulso de ti, no te enojes conmigo como hacen las mujeres con sus hijos en su primer parto. Son muchos los que sienten hacia mí esta animadversión, y ella es tanta que me morderían si tratase de quitarles de encima alguna necedad; y lejos como están de saber que ningún dios es malévolo con los hombres, no piensan que si yo hago esto es por benevolencia; en verdad no actúo con malevolencia, sino sólo porque no juzgo lícito aceptar lo falso.

26 El filósofo desea morir.

EL PROBLEMA: ¿Por qué vale la pena vivir? ¿La muerte del cuerpo implica el fin definitivo del individuo? ¿Hay vida después de la muerte?
LA TESIS: Derribando la opinión común, Sócrates afirma que el sabio desea acelerar la liberación del alma espiritual de la cárcel corpórea, y no prolongar sin fin la vida. Acogida favorablemente por la cultura religiosa cristiana, la tesis socrático-platónica (véase 30) según la cual la dimensión biológico-corporal es el mayor obstáculo para el camino de la perfecta realización espiritual, se transformará en un lugar fundamental de la tradición filosófica occidental. En tiempos más recientes, Nietzsche verá en ello el inicio de la decadencia intelectual del Occidente (véase 180). El fragmento está extraído de la Apología de Sócrates de Platón.

La tesis de Sócrates.

  • Consideraremos si esperar que la muerte sea un bien.
Las dos posibilidades: la muerte es la nada o la transmigración del alma.

  • Ella es, en efecto, una de estas dos posibilidades: o la muerte coincide con la nada y después de muerto no se tienen ya más sensaciones, o bien, por cuanto se dice, consiste en una suerte de cambio y de trasmigración del alma de esta sede a otra.
Si la muerte es la nada, comparable a un sueño sin sueños, es preferible a la vida.

  • Si no hay, pues, ninguna sensación sino una especie de sueño semejante al de quien duerme sin soñar, con la muerte se obtendría una ganancia extraordinaria. Si uno escoge una noche en la que por haber dormido tan bien no haya tenido sueño alguno, y si compara esa noche con otras noches y otros días de su vida, debería reflexionar y decir cuántos otros días y cuántas otras noches vivió en su existencia con más satisfacción y placer que aquella noche; de modo que estoy dispuesto a creer que no sólo un ciudadano cualquiera, sino el mismo Gran Rey reconocería que en comparación con todos los otros, esos días y esas noches se pueden contar con los dedos. Si tal es la muerte, yo la defino sin duda como una ganancia: de este modo, en efecto, todo el tiempo parece no ser más que una única noche.
Si la muerte es el paso del alma a la ultratumba, es una magnífica ocasión para encontrar hombres/mujeres ilustres.

  • Si, por el contrario, la muerte es una suerte de trasmigración de esta vida a otro lugar y es verdad lo que se dice –esto es, que todos los muertos se reúnen en aquel lugar- ¿Qué bien podría ser mayor que éste, señores jueces? Pues si uno, llegado al Hades después de ser liberado por quienes se dicen jueces, encontrará a aquellos que lo son verdaderamente, a aquellos de quienes se dice ejercen allí justicia –Minos, Radamanto, Eaco, Trittolemos y otros semidioses que en vida actuaron según justicia-, ¿Se trataría de un viaje de poca monta? ¿Cuánto no estaría dispuesto cualquiera  de vosotros a pagar con tal de encontrarse con Orfeo, con Museo, con Hesíodo o con Homero?
La tranquilidad interior del hombre honesto es superior a la muerte.

  • Es preciso, pues, que también vosotros, señores jueces, estéis bien dispuestos a la esperanza ante la muerte, y que sólo penséis esto: que ningún mal puede golpear al hombre recto ni cuando vive ni cuando está muerto, y que sus acciones no son indiferentes a los dioses.
Cualquier acontecimiento, incluso la condena a muerte, tiene su razón de ser.

  • Incluso esto que ahora me ocurre a mí, no sucede por casualidad: para mí está muy claro que el morir en este punto y liberarme de todos los fastidios es lo mejor que podría sucederme. Por esto no me ha detenido nunca ninguna señal divina, y por mi parte no monto en cólera por quienes me han condenado ni por mis acusadores.
Condenable no es sólo la sentencia, sino la voluntad malvada que la inspira.

  • Sin embargo, ellos me han condenado y me han acusado creyendo hacerme un daño, y ese diverso entendimiento suyo hace que recaiga sobre ellos una justa reprobación.
La vida de Sócrates ha de ser tomada como ejemplo a seguir.

  • A pesar de ello, esto les ruego: castigad, hombres, a mis hijos cuando lleguen a la pubertad, molestándoles del mismo modo en que yo os molestaba a vosotros si pareciese que se cuidan de la riqueza o de cualquier otra cosa antes que de la virtud; y si  llegaran a exhibir algún valor sin valer nada, reprendedlos como yo os he reprendido a vosotros por no aplicarse en cosas que valgan la pena y por creer contar para algo cuando, en cambio, no cuentan para nada. Si hicieseis esto, yo y mis hijos habremos obtenido justicia de vosotros.
Sólo dios conoce la verdad.

  • Pero ya es hora de irse: yo a la muerte, vosotros a la vida. Quien después de nosotros se encamine hacia la meta mejor, será ignoto por todos, salvo por el dios.

TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO